Guillermo Randle
Dar razón de Dios
Un
modo teológico ignaciano de proceder
Aproximación
a la teología fundamental
desde la experiencia
conflictiva
discernida en la fe
Índice
A modo de presentación por Juan Carlos Scannone
Prólogo
Introducción
Primera parte: La experiencia como punto de partida
1.1. La
intuición inicial
1.2. Enlace
entre fe y experiencia
1.3. Hacia una
definición de la teología vivida
Segunda parte: El discernimiento como clave del
modo teológico ignaciano de proceder
2.1. El
dinamismo de la existencia cristiana
2.2. El discernimiento entre las
tensiones y las ambigüedades de la vida.
2.3. El
discernimiento ignaciano como clave del marco teológico
2.4. La
existencia de las mociones interiores y cómo discernirlas
2.5. Importancia
de las mociones espirituales.
2.6. Conocer y
discernir
2.7. Actitudes
para discernir y modos de dar razón de lo discernido
2.8. El
discernimiento: un modo de integración teológico-espiritual
Tercera parte: Un modo teológico ignaciano
de proceder
3.1. El marco o
modo teológico ignaciano de proceder
3.2.
Característica del marco o modo de proceder
3.3. Las pautas
de discernimiento como expresión de la vida misma
3.4. Las pautas
de discernimiento: objeto y fuente de la teología
3.5. Las pautas
como linterna de ruta
3.6. Pasos en el
análisis de “lugares teológicos”
3.7. El análisis
de “lugares teológicos” una propuesta sugestiva
3.8. Un modo de
proceder integral, teológico e ignaciano
Cuarta parte: La dialéctica teológica como lógica
existencial
4.1. La
dialéctica: una operación primordial
4.2. La
dialéctica como diácrisis o
discernimiento de espíritus
4.3. La
dialéctica del desarrollo religioso
Conclusión: Un acercamiento a la teología fundamental
5.1. Dar razón
de la presencia y acción de Dios
5.2. La lógica
del conocimiento existencial
5.3. La vida de
fe como discernimiento del Dios vivo
Apéndice: modos de obrar del Señor y estrategias del enemigo.
Ensayos de Guillermo Randle sobre
Teología desde la experiencia
de la vida en el Espíritu
Bibliografía
En memoria
del grupo de reflexión teológica ignaciana compartido con Miguel Ángel Fiorito,
Jaime Amadeo, Juan Carlos Scannone y Daniel Gil Zorrilla
A
MODO DE PRESENTACIÓN[1]
Me parece una excelente idea haber
hecho una reflexión teológica sobre el estudio ya realizado de discernimiento
de la vida de varios santos y autores espirituales[2].
Estoy de acuerdo con que se trata de una verdadera teología que no quiere
reemplazar otros métodos teológicos, sino acercarse más a la vida espiritual.
Es teología porque es una reflexión de fe sobre Dios creador y salvador - hecha
a la luz de la Palabra de Dios y los Ejercicios inspirados en la misma y en la
experiencia de Ignacio discernida a su luz - , Dios actuante y actuando en
dichas vidas e itinerarios espirituales. Pues, como dice von Balthasar, los
santos son verdaderos "loci theologici"
Hünermann dice de la teología de la
liberación que parte del presente vivo de los grandes temas teológicos, como se
dan en la actualidad, interpretándolos desde lo que sobre ellos dice la
Escritura. Algo semejante haces con la historia de los santos y la acción
presente y viva del Dios Trino en ellos. Asimismo me recuerda el método de la
doctrina social de la Iglesia: ver (a la luz de la fe), juzgar (es decir,
discernir según la fe) y actuar (en caridad eficaz, en seguimiento de Cristo y
según su Espíritu).
Por eso me parecen adecuadas las
expresiones: "teología vivida", "fenomenología teológica",
"teología fenomenológica", "teología de la experiencia
cristiana", etc. Balthasar habla de aprehender la "Gestalt"
(forma, figura o configuración) que sólo se capta en la fe: vos hablas de la
"forma", es decir, de "lo inteligible sobrenatural en lo
sensible". Pues, por un lado, se trata de la Gestalt de Cristo y del
Misterio de Cristo - tan bien captada por Ignacio - y, por otro lado, de la
captación de la Gestalt singular irrepetible de la vida, el itinerario y la
misión de cada santo o persona espiritual, que vos descubrís a la luz del
Evangelio y la Gestalt de Cristo, interpretados desde el punto de vista
ignaciano.
Más que de método inductivo - deductivo, hablamos
de círculo hermenéutico entre el Evangelio - y el Espíritu de Cristo que en él
se bebe - y la experiencia espiritual de cada santo, en su mutuo iluminarse e
interpretarse, como en un círculo que, sin embargo, no parte de cualquier punto
del mismo, sino del Evangelio (a través de su interpretación ignaciana en los
Ejercicios).
Un notable acierto ignaciano es acentuar
el momento dialéctico del método, debido al conflicto espiritual y a la
necesidad de discernimiento. En eso se completa la lógica existencial de Karl
Rahner, que no es dialéctica, sino trascendental.
Asimismo me gustó mucho la repetición acerca
del discernimiento por contraste, por los efectos (frutos) y por el sentido.
La lógica existencial de Rahner y la
inspirada en Newman tienen que ver, según creo, con un desarrollo - en tu caso,
también dialéctico -, del conocimiento sapiencial por connaturalidad, pero
también – creo -con el poder de invención (es decir, de descubrimiento de
posibilidades reales y de "creatividad" reglada) de la imaginación
creadora. También en San Ignacio el afecto ordenado y la "inteligencia
sentiente"[3]
tienen una función epistemológica de "invenire" la voluntad de Dios.
En los casos que tú estudias, de encontrar la elección (por Dios), la vocación
y la misión de tal o cual santo o buen cristiano. Por eso se trata de teología,
es decir, de Dios y su voluntad (theos) y de "logía" (pues hay logos
- el valor semántico - , con el momento pragmático, es decir, de moción
espiritual recta, correspondiente a dicho logos).
Tu trabajo de teología del
discernimiento de situaciones personales ambiguas (porque se dan a veces con
confusión – que hay que iluminar – y en conflicto), 1) parte de la experiencia
religiosa, que es o puede ser ambigua, y por eso pide un discernimiento
creyente; 2) recurre al discernimiento (inspirado en Ignacio); 3) desemboca en
un replanteo teológico-fundamental, al menos al afirmar que se trata de "un saber dar razón por experiencia de
la acción y presencia de Dios", y que tu teología es apta para las
confusiones en que vive el hombre actual. Es decir, se trataría de un nuevo
acercamiento a la teología fundamental, desde la experiencia religiosa
discernida en la fe.
Como ves, tu escrito da mucho para
hablar y para relacionar con otras propuestas que tienen riqueza espiritual,
teológica y filosófica.
Juan Carlos Scannone S. J.
La teología… debe… renovar las propias metodologías para un servicio más
eficaz a la evangelización… Los teólogos… realicen una reflexión de la que
emerja la dimensión especulativa y práctica de la ciencia teológica.
Juan Pablo II
Fides et Ratio, 92 y 105
(14.09.98)
Esta doctrina… hay que investigarla y exponerla según las exigencias de
nuestro tiempo.
Juan XXIII
Discurso en la inauguración del
Concilio (11.10.62)
PRÓLOGO
Dios espera del hombre
una audaz respuesta creadora… El pensamiento de que Dios tiene necesidad del
hombre, de su respuesta y de su creación, es un pensamiento singularmente audaz,
pero sin esta audacia la revelación de la humana-divinidad estaría desprovista
de sentido… Esto se descubre en la experiencia espiritual del hombre, y no en
la especulación teológica.
Nicolás Berdiaev
En un momento en que se presta más
atención a las perspectivas histórico-mundiales, nosotros estamos atentos en
cambio a la profundización en la existencia, en la experiencia del
mundo interior del hombre. En primer lugar, porque es en ella que radican las
confusiones y los conflictos del tiempo presente. Y en segundo lugar, porque creemos
haber encontrado una articulación teológica que ayuda en alguna manera a
aclarar los mismos. Por tanto, desde un momento histórico confuso y desde el
equilibrio entre la nostalgia tradicionalista y el progresismo ingenuo,
proponemos nuestro modo teológico ignaciano de proceder.
Este está actuado en nuestros libros[4],
dedicados a la profundización de la existencia como conflicto interior desde la
experiencia, en el que la clave es uno de los pilares de la espiritualidad
judeo-cristiana: el discernimiento de espíritus, o mociones interiores[5],
en las pautas de Ignacio de Loyola[6].
Nuestra motivación es rescatar este
pilar - desplazado a partir de la desintegración de la simbiosis de teología y
espiritualidad, de vida (vivida) y doctrina (enseñada), comenzada paulatinamente
en el Medioevo - y restituirlo no sólo como objeto, sino como fuente de
inspiración teológica. Su ausencia hizo exclamar a Juan Pablo II en 1994, al
contemplar el testimonio de la Iglesia en nuestro tiempo: "Cómo no sentir
dolor por la falta de
discernimiento"[7].
Alertados y estimulados por su palabra, tratamos de que la teología vuelva a
fundarse en uno de sus hitos fundamentales y no abrir para ella un cauce
secundario, más o menos experimental, impulsado tan sólo por una vaga nostalgia.
Occidente en su teología, a partir del medioevo,
creyó paulatinamente que la verdad se encontraba más en la definición que en la verificación, descuidando el relato que resume el pasado y anticipa
el futuro[8].
Desatendió la pedagogía narrativa y no-directiva de Jesucristo[9].
Y llegó más tarde a creer que “ser
cristiano es tener razón”, como constataba Newman de algunos contemporáneos
en el siglo XIX. Esa razón que, precisamente como dice De Lubac, "sola no ha sido nunca capaz de
distinguir el bien y el mal"[10],
a no ser que sea iluminada por la gracia.
Olvidó la cultura de la sabiduría, aparentemente
ineficaz, por la cultura científica, y
la sociedad no escapó a ello, desembocando así el siglo XX en la típica
característica de nuestra época: perfecta en los medios pero confundida en los
objetivos. Pensó que el nivel más profundo del ser humano era el retrospectivo psicológico,
y prevaleció el punto de vista moral, no el del espíritu que discierne[11]el
sentido de las cosas.
Fue así que Occidente descendió poco a
poco hacia una teología poco espiritual y una espiritualidad poco teológica,
donde la vida interior se presentó, generalmente, como un idilio con Dios donde
no había aparentemente nada que discernir y el camino de la inmadurez y de la confusión quedaba abierto.
El sentido concreto, en cambio, de la
vida espiritual como conflicto interior - de acuerdo a la Escritura, a los
Padres y a la experiencia existencial - nos hace comprender que una presentación
idílica de la misma es no sólo la mitad de la verdad, sino que nos incapacita para
interpretar la total y conflictiva realidad de lo que pasa por el alma y en la
historia, a fin de poder ir en prosecución real y sin engaños del Dios vivo. De
lo contrario, corremos el riesgo de caer en confusiones, en un cristianismo
light, un turismo espiritual, un vagabundeo afectivo o una religiosidad
emotiva, sin convicción, ni conversión. Ahora bien, ¿es posible una reflexión teológica
desde otro punto de partida que no sea la conversión del individuo? ¿Es posible
hacer teología fuera de la realidad conflictiva en que esta vive? No es posible
pensar a Dios y no ver de inmediato perturbados y sacudidos nuestros intereses.
Él es precisamente quien motiva el presente modo teológico existencial de
proceder.
Para comprender el conflicto interior
existencial es preciso comenzar por reconocer la paradoja, y hasta el misterio,
que es cada ser humano. Querer atenuarla equivaldría a convertir a la vida
cristiana en un simple ideal moral humano. Los contrarios, en cambio, coexisten
en él (pecado-redención; espíritu-encarnado). Es dos a la vez y uno solamente,
formado por estos dos. Polaridad, antinomia, caracterizan el fondo de la naturaleza
humana. Por tanto, todo tipo de experiencia espiritual está involucrada dentro
de este escenario antitético. Pero curiosamente esto no es señal de un desastre,
sino de que hay vida interior. Cuando, en cambio, ya no se da ese
enfrentamiento crítico en uno mismo y con el mundo, es a las iglesias en primer
término a las que se les pregunta si por esto, en su vida y actuación, no se
han hecho "insípidas", desabridas e insustanciales hasta el punto de
que ya no interesan.
La teología vivida o experimentada, no
huye de esta realidad sino que conecta con ella. Concretamente con el conflicto
interior del ser humano y lo lanza a la acción, no al aislamiento, porque nace
de compartir la conflictiva vida espiritual de la comunidad eclesial. Su
cometido es expresarla y animarla. No por casualidad, la veta inspiradora de
este modo teológico de proceder son las pautas de discernimiento escritas por
un laico durante sus años de universitario en Paris, en este caso con razón
llamada "ciudad luz": Ignacio de Loyola (1492-1556), un santo
"con calle", en el sentido de que su teología se plasma en el
ambiente cultural de los oyentes y es expresada en el lenguaje del otro. Esto
explica su compromiso de la inteligencia iluminada por la gracia en la vida de
fe, la que permite desarrollar todas sus posibilidades de interpretación y de
elaboración conceptual, de volver sobre sí críticamente y expresarse
literariamente, como así también la de ser inspirador, después de cinco siglos,
de un modo teológico existencial de proceder gracias a su creatividad, propia
de un auténtico teólogo.
La vida de fe en la teología vivida está, por un lado, configurada desde
dentro por Jesucristo resucitado y por la potencia actuante de este misterio. Y
por otro lado, es una decisión que implica una adhesión, desde la libertad
última de la voluntad, en la responsabilidad de la conciencia, y como
afirmación de Dios viviente en el encuentro con Él. En otras palabras, la vida
de fe en la teología vivida parte de un contenido humano fundamental, del poder
creer como confianza radical en el buen sentido de la vida y del mundo, a pesar
de todas las experiencias en contrario.
De
este modo Jesús, como revelador de Dios, pone al hombre ante los supremos
problemas existenciales, porque en definitiva quiere una decisión conciente y
libre a favor de la fe y, por ende, de la salvación y la vida. Esta fe,
comprendida y vivenciada así, es hasta tal punto un componente básico de la
teología vivida que resulta imposible separar en ella el discurso y el
conocimiento de Dios, motivo por el que
se convierte en una verdadera cantera de recursos para su desarrollo. Más aún, es
motivo obligado para pensarla, partir de la experiencia de su seguimiento. Es
así que la teología vivida únicamente es posible, cuando dicha experiencia
define el lugar de la reflexión que le es propia y cuando la reflexión es ella
misma la puesta en práctica de dicho seguimiento. Como diría Miguel Ángel Fiorito,
es “un tipo intermedio de reflexión
teológica, en el que se conjugan el rigor teológico de la especulación
sistemática, con el vigor vital de la reflexión a-sistemática”[12].
De este modo, lejos de impartir
enseñanzas sobre el seguimiento, la teología vivida se nutre por causa de su
propia verdad de la praxis misma, dando así expresión a un conocimiento
"práctico", en que consiste la sabiduría espiritual y su ejercicio, el
discernimiento, en orden a las tomas de decisión para efectivizar dicho
seguimiento. Esto quizá explica por qué la teología vivida guarda una cierta
aversión a la teología de las conclusiones, que continuamente cae en la
tentación de destripar los misterios de Dios y de encapsular a Dios mismo en un
sistema.
Presencia
de la experiencia
La experiencia a la que nos referimos
es un conocimiento vivido de realidades religiosas, dejando siempre a salvo que
dar razón de Dios es dar razón de sus huellas, por tanto, no se identifica con
una constatación espiritual, una intuición intelectual o una visión de Dios. La
detección de su presencia y acción es, por consiguiente, siempre un esbozo, un
germen, una esperanza, así como una llamada a desarrollar un conocimiento y un
amor más profundos de Dios.
Por tanto, la experiencia no es simplemente
afectiva (excluyendo el conocimiento) o puramente subjetiva o inmanente
(excluyendo la objetividad de la trascendencia). Se constituye como una
estructura de la conciencia personal en su apertura al mundo, a los otros y a
Dios. En este sentido, todo lo vivido desde el interior de Cristo, auténticamente
y en la fe, es de tipo experiencial, es decir, plenamente personal. Esto es lo
que interesa a la teología vivida y hace que ella ofrezca más una
"radiografía"[13]
de los "lugares teológicos"[14]
que una mera biografía o teología narrativa. El "rayo x" o clave del
conocimiento vivido - más "práctico" que especulativo - es el
discernimiento de espíritus, en concreto el contenido en las pautas del libro Ejercicios Espirituales de Ignacio de
Loyola, una de las más antiguas experiencias cristianas. Gracias a él, por un
lado, captamos a Dios, ya sea por contraste con no-Dios, por el sentido de los
hechos, o por el fruto de los mismos. Por otro lado, en dicho discernimiento, la
fe se manifiesta como un encuentro "decisorio" del hombre con Dios, como
una opción fundamental, una adhesión a Él en medio de los conflictos interiores.
En el ámbito espiritual esta
experiencia señala un conocimiento vivido de signos contrapuestos que delatan
la presencia y la acción de Dios y no-Dios. Tal como se expresa san Pablo al
respecto: "Compruebo esta
experiencia: que aunque quisiera practicar el bien, se encuentra en mí el
mal" (Rom 7,21). Es, por tanto, un conocimiento inmediato de cosas
concretas por oposición a una ciencia abstracta y discursiva. Los signos
mediante los que discernimos la acción de Dios son invitaciones precisas y
personales que mueven la voluntad para asumirlas, no pruebas abstractas y
generales. De este modo se comprende que si el sujeto discierne poco a poco los
signos y se adhiere a ellos es porque a través de los mismos descubre a Alguien
que lo llama y a quien responde. Esto se mide por los efectos, al modificar el
curso de la existencia y mantenerla en un nivel alto de respuesta y de vida
espiritual. En términos de experiencia religiosa, es la conciencia que tiene el
creyente de su encuentro concreto y vivido con Dios. La que a su vez debe responder
al instinto de Dios, propio del hombre como ser religioso, y ajustarse al mismo
tiempo, a las capacidades humanas.
Esta experiencia, como ya nos lo
adelantó san Pablo con la suya propia, tiene un fondo conflictivo o dramático,
correlativo al carácter paradójico de la existencia y de la vida cristiana en
la fe. Pero, como ya lo anticipamos también, el carácter conflictivo de la
misma es señal de vida y de un encuentro con Dios, a veces acallado, porque
como afirma Jean Mouroux, "el drama
de la vicisitud es la expresión necesaria de la existencia temporal y
peregrinante y consecuentemente, el criterio auténtico de una experiencia real
de Dios"[15]. En otras
palabras, "el drama" o la experiencia existencial de altibajos es no
sólo señal de vitalidad interior, sino de una auténtica vida espiritual, y en
consecuencia, de una experiencia de Dios, no en sí mismo, sino al menos, por
contraste con el sin-sentido de no-Dios y de la nada[16].
La
experiencia cristiana se da, por tanto, cuando lo vivido viene acompañado por
un juicio que discierne el valor e interpreta cuanto el creyente experimenta de
positivo y negativo. Para esto vienen en ayuda las pautas ignacianas, en donde
van a la par la diácrisis o discernimiento y el crecimiento de la experiencia.
En efecto, en la vida humana ocurren
múltiples sucesos de signos contrarios que se acumulan sin coherencia u orden
que sean fáciles de detectar. Esta problemática de las experiencias de la existencia
cristiana, a juicio de von Balthasar, es de una importancia fundamental
discernirla, por cuanto forma en los sujetos que la viven una sola y gigante
realidad, cuyo discernimiento es clave para interpretar la vida y tomar
decisiones para encaminarse en la misma, como así también para desarrollar un modo
teológico existencial de proceder. Este tratamiento de la vida en su
conflictividad interior a la luz de la fe, es en síntesis, el aporte que
deseamos hacer a la teología.
En otras palabras, la teología vivida
quiere ser una respuesta a la pregunta por el modo en que puede armonizarse la teología
y la vivencia de la fe, la doctrina y la vida, el sistema teológico y la experiencia
religiosa, siempre en un marco eclesial, y no como un hecho individual,
subjetivo y aislado.
En ella, la experiencia no sólo dice al
hombre cómo es y qué significa estar cerca de Dios o lejos de él (y, por
consiguiente, que es infinitamente mejor estar cerca de él); le dice también
que la gran gracia de la economía de la salvación consiste en afianzar al
hombre en la nueva experiencia de la cercanía de Dios a través de la
experiencia contrastante del alejamiento. Experiencia de Dios que viene mediada
dialécticamente por esta misma disparidad.
Es desde este nivel experiencial que buscamos
discernir objetivamente el sentido de lo que pasa por el alma para ir en prosecución de la verdad encarnada en Cristo y
asimismo evitar de este modo caer en búsquedas fáciles e inmediatas, a poco
precio, que dan lugar al fundamentalismo con todos sus epígonos, o en las interminables
búsquedas de uno mismo, más que de Dios.
Esta
experiencia nos muestra en fin que, si bien el hombre es efectivamente un ser
para Dios y Dios es para él en Cristo, sin embargo los relatos de sus itinerarios
existenciales nos muestran confusiones, y conflictos que delatan la presencia de
un interferente en dicha relación - el
enemigo que sembró cizaña en el campo con buena semilla, y puso obstáculo a los
gálatas para no seguir a la verdad[17]
- el cual hace necesario discernir para no caer en dichas confusiones y saber,
por el contrario, dar razón de Dios.
La dialéctica teológica
La
vida de fe es, como consecuencia de lo dicho hasta aquí, una dialéctica entre
experiencias positivas y negativas. Decimos bien, una dialéctica, por cuanto
esta “se ocupa de lo concreto, de lo
dinámico y contradictorio”[18]
en que consiste nuestra propia vida interior. Por tanto, ella encuentra abundante
material en la historia de los testimonios de algunos “lugares teológicos” porque,
como añade Lonergan: “los materiales de
la dialéctica son, pues, en primer lugar, los conflictos”[19].
Motivo este por el que finalmente, “la
teología tematiza lo que constituye ya una parte de la vida cristiana”[20]
y es el contenido de la teología vivida. Por otra parte, sin toma de
conciencia de dicha conflictividad se pierde el rastro del Señor que transita
por nuestra vida, no se sabe dar razón en prosecución de quién se va, la fe se
infantiliza, y se hace muy riesgoso, por falta de parámetro, transitar por este
mundo confundido y desconcertado.
Es
cierto que la teología siempre ha supuesto la experiencia de fe, al menos en el
teólogo. Porque entendemos que éste es un cristiano que, en primer lugar, ha
gustado y saboreado los misterios de la revelación y no sólo ha reflexionado
sobre ellos. Por el contrario, si hiciese abstracción de dicha experiencia, se
degradaría en simple historia del pensamiento religioso y no constituiría más
que un sector de la antropología. La fe del teólogo es lo que permite atender
no sólo a los enunciados, sino a lo que ella es y sin lo cual no sabría de qué
habla; ella es aquello por lo que su propia vida interior contribuye a la
teología y muestra la raíz de su empobrecimiento. Ella constituye la experiencia
mínima sin la que no hay teología. Este es el motivo por el que, "La hagiografía moderna ha ciertamente
presentado a los santos, su vida y su obra, casi exclusivamente en categorías
históricas y psicológicas, olvidando que tiene también y sobre todo una tarea
teológica"[21]. A esta tarea precisamente
nos abocamos, supuesta dicha experiencia mínima de vida interior conflictiva en
la fe, donde la teología se hace fenomenología sobrenatural[22].
Cuando
uno mide el rol jugado de este modo por la experiencia, aparece no sólo
oportuna para completar y vivificar a la teología, sino aun necesaria para
fundarla. Ella es como la tierra, el punto de apoyo gracias al cual la teología
puede escapar a la logomaquia y pronunciarse sobre la realidad de la
experiencia espiritual como conflicto interior entre la naturaleza y la gracia.
Pronunciamiento que se halla ausente en quien no ha comenzado por entrar en sí
mismo para tomar conciencia de las
partes en conflicto de su interioridad, y si de verdad lo ha hecho, ha entonces
caído en la cuenta de la necesidad de discernirlas, porque no se puede permanecer neutral o en un
"gris", a no ser que se opte por vivir confundido.
Función de la teología vivida
Lo
que buscamos a través del presente modo teológico de proceder es no sólo una
realidad cognoscitiva, sino también creativa, una teología que tocará al
estudioso juzgar si ella puede ser considerada un renovado acercamiento a la
teología fundamental[23],
apoyada sobre la experiencia teologal de la presencia de Dios en los múltiples
itinerarios humanos que forman su pueblo, o si ella es simplemente el estudio
preciso y formal de lo teologal en cuanto tal, o el estudio del problema
teologal del hombre guiado por la linterna de ruta del discernimiento de
espíritus, que la caracteriza concretamente como un camino o modo teológico ignaciano[24].
Lo cierto es que la función de la
teología vivida posibilita un conocimiento fenomenológico[25]
o existencial que hace posible el hallazgo de una forma de teología convincente
en nuestros días. A su vez, integra el trasfondo en que discurren los "lugares
teológicos", con una práctica de las ciencias humanas en lo referente a
los niveles de realidad corporal y psicológica de la persona, como expresión de
un interés por el Espíritu que obra en todas las cosas. No es su función, por
tanto, ser elaboradora de simples biografías o narraciones anecdóticas
anteriores a toda crítica, o bien sólo en el plano de las “ideas”. Dicho de
otro modo, la función de la teología vivida consiste en enseñar al creyente a
hacer buen uso del don de ser criatura santificada y percibir la presencia del
Señor en el mundo, a fin de poder corresponderle "carnalmente" en
nuestra vida.
Este percibir o dar razón de Él, es el papel
privilegiado de la teología vivida por medio de un peculiar modo de proceder, de
cara a las exigencias del espíritu humano y al desafío del mundo actual. Como
así también, descifrar que el canon de sus temas, e incluso su marco teológico
evoluciona en cuanto camino, en función del régimen histórico del espíritu. Por
este motivo podemos decir, por un lado, que la teología vivida es el estudio de
la revelación divina, tanto en la historia como en el sujeto creyente. Y por
otro lado, que la teología dogmática y la fundamental quedan de este modo,
abiertas a la antropología general y a la ciencia general de la religión.
Es
así que la teología vivida, como acercamiento a la fundamental, se propone encontrar llamadas,
ecos, muestras de enlace entre el mensaje de la fe, por un lado, y la
experiencia humana, por otro. Esto abre al hombre nuevos horizontes sobre el
sentido de su vida y de su historia, que implícitamente anhela en su continuo
trascenderse hacia un descubrimiento renovado de Dios. Asimismo se propone
encontrar en el hombre un ámbito de acogida, de vivencia, un espacio en el que
la revelación pueda establecer su desarrollo y fecundidad. Su desciframiento es
posterior al horizonte de comprensión que brinda el modo teológico ignaciano de
proceder, no algo previo.
Es
por tanto, tarea de la teología vivida, mediante su modo de proceder, desentrañar
la vivencia de la fe, analizar esa unidad que ella no puede componer, dibujar
los rasgos del otro que aparecen en el análisis. En este trabajo sobresale la
ciencia del espíritu[26]
o ejercicio del celo diacrítico (Rom 10, 2), en la que se aprecia el fin
específico de este acercamiento a la teología fundamental desde la experiencia
conflictiva de la vida interior discernida en la fe. Esto prueba el hecho
inevitable de la existencia de varias teologías fundamentales y es testimonio
de la dimensión católica o universal de la fe cristiana. Como aseveración de lo
dicho, con razón decía el entonces Cardenal Ratzinger:
Lo mismo que
no se puede aprender la natación sin agua, ni la medicina sin frecuentar
enfermos, de la misma manera no se puede aprender teología sin las
realizaciones espirituales donde ella encuentra su vitalidad[27]
Es
por esto que la teología vivida se desarrolla por medio de "radiografías" de los "lugares
teológicos" donde encuentra su vitalidad, gracias al discernimiento de
espíritus y la capacidad de interpretar con su ayuda lo que pasa por el alma, más
allá del plano moral y psicológico. Allí se descubren los tres protagonistas del
conflictivo mundo interior: Dios, la persona humana y "el padre de la
mentira", como lo llama Jesucristo, o "enemigo de la naturaleza
humana", como lo hace Ignacio de Loyola. Es entonces que la teología (y el
teólogo), al discernir dicho conflicto, expresa su vitalidad al detectar al Dios
vivo por medio del ejercicio del don de la sabiduría que es el discernimiento,
conocedora de sus obras (Sab. 9,9). Esto quiere decir que hay que pedirlo y
ejercitarlo, en primer lugar en uno mismo, y no pretender aprenderlo en
instrucciones meramente teóricas.
A
este aprendizaje ayuda también el análisis integral de diversos “lugares
teológicos”, tal como los considerados en nuestros ensayos, porque entendemos
que sólo es posible la teología vivida si ella es atravesada por la experiencia
espiritual que la funda. En efecto, lo que estudiamos en ellos es la vida real,
oculta pero humana, el interior de tan gloriosas creaciones de Dios, y esto
difícilmente lo podemos obtener de meras biografías donde los autores nada
dicen de lo que les pasa interiormente. Por ello nos interesan en cambio, los
que relatan el seguimiento de Cristo o la búsqueda del sentido de la vida, como
un proceso dificultoso o solemne conflicto interior que se agita entre lo
divino y lo humano. Es por esto que en nuestros ensayos, Dios y el enemigo de
la naturaleza humana se revelan en el encuentro con la profundidad última del espíritu
humano, desde dentro, no como un orden objetivo que se le da al hombre desde
fuera.
En
cuanto al término “teología vivida” quiere decir que integra los tres niveles
de realidad de la persona humana (corporal-psíquico y espiritual), y busca
poner de relieve la globalidad de lo vivido, que es el fenómeno o el hecho cristiano,
que se muestra a sí mismo a partir de sí mismo[28].
Por ello, su modo teológico de proceder parte de los deseos, afectos y
pasiones, porque en base a ellos se puede realmente discernir con objetividad,
al quedar al descubierto lo que verdaderamente pasa, ya que las ideas pueden
ser muy bonitas y profundas pero no reflejar la realidad de lo interiormente
acontecido. Más aun, para Ratzinger esto encierra:
Una cuestión
muy fundamental: la de saber de qué manera valedera se debe organizar el
estudio de la teología para que ella no degenere en neutralidad académica, lo
que volvería finalmente a la teología en contra de sí misma[29].
En este sentido, ciertamente que nos
daríamos por recompensados si con nuestros ensayos - incluido éste - contribuyésemos
en algo a que la teología se organizase como ciencia "práctica", en
torno a una de las raíces de nuestra espiritualidad cristiana: el
discernimiento de espíritus, y presentase a los "lugares teológicos" en
su realidad conflictiva para no degenerar en neutralidad académica, más aún,
para ayudar a un entrenamiento no-directivo en la formación, no sólo de
verdaderos pastores, sino también de cristianos maduros[30].
INTRODUCCIÓN
La teología tiene que
esforzarse por tomar conciencia de la realidad del mundo, del hombre, de la
vida, y por recordar fielmente la compleja situación espiritual de la época:
esa realidad a la que la fe tiene que referirse.
Heinrich Fries
Como teólogo, consideramos que tenemos
una contribución específica propia que hacer en la confusa situación del siglo
XXI. Por consiguiente, poseemos una cierta autonomía, pues de otra manera no
podríamos hacer ninguna contribución peculiar.
Esta consiste en un modo teológico ignaciano
de proceder, cuya clave son las ya citadas y clásicas pautas de discernimiento
de Ignacio de Loyola[31],
aptas para descifrar la confusión existencial. Como así también, para acceder a
una vida madura en la fe como decisión por Cristo.
En otras palabras, este modo de
proceder trata de descubrir de alguna manera, con la ayuda del discernimiento, las
huellas de Dios, que a menudo se manifiestan en las inclinaciones del
ánimo, inspiraciones interiores o
mociones de confortación espiritual, contrarias a las desolaciones. Esta
contraposición se vuelve progresivamente reveladora de un significado; y la
alternancia de tendencias contrarias ayuda a descubrir el sentido u orientación
que lleva a Dios o aleja de Él.
Las huellas que conducen a Él se manifiestan
inclusive más allá de las fronteras constituidas del cristianismo, en tal o tal
aspecto de la creación, como lo bello, o en tal o tal momento de la vida
cotidiana, como el amor, el sufrimiento u otro. La razón es que la teología
vivida se interesa primordialmente en la cuestión ecuménica de lo que unifica,
en última instancia, toda existencia
humana, cualquiera sea el contexto cultural o religioso; ella está sobre todo
preocupada por múltiples facetas elementales de cada itinerario humano,
susceptibles de llegar a ser signos de una Presencia, para quien busca a Dios en todas las cosas.
Ello coloca a la teología vivida en el centro
de una tensión que la impulsa, al mismo tiempo, hacia Dios y hacia el mundo.
Surgen así para ella, una serie de polaridades que conjugan un estar siempre
enraizada firmemente en Dios y, al mismo tiempo, inmersa en el corazón del
mundo.
En ella, la función interpretativa y
teológicamente dialéctica de las pautas de discernimiento reúne, clasifica, y analiza
las posiciones personales conflictivas de los “lugares teológicos”. Nos
interesan, por tanto, más las operaciones que el teólogo realiza que los temas
que trata. Todo ello concretado en una teología existencial, fenomenológica o
de la experiencia cristiana. Cuya finalidad es entender y valorar su esencia y
el querer de Dios, a fin de corresponderle. Es por esto que la teología vivida
no propugna una religión de sentimiento, ni de racionalismo, por cuanto, como
dice Ratzinger: "la pura y simple
racionalidad no basta para producir una gran teología cristiana, así como
tampoco una piedad encerrada temerosamente en sí misma no puede encontrar una
expresión en la que la fe reciba una experiencia nueva"[32].
Es por esto que la teología vivida, al abrevar en la piedad en sentido ignaciano,
como detección del rastro del Señor en la propia vida mediante el
discernimiento de su transitar por ella, no sólo no puede encerrarse tímidamente
en sí misma, sino que abre a la teología a una expresión en la que la fe recibe
una dimensión más profunda y una experiencia siempre renovada.
Sin embargo, este marco teológico está
lejos de hacernos inmunes contra todo error. Por ello, trata de reunir las
posiciones auténticas y también las inauténticas, y de sacar a la luz su
inautenticidad. Este discernir por contraste al menos, ayudará a nuestra
madurez.
En cuanto a la autoridad de los jefes
de la Iglesia mucho tienen que ganar y nada que perder, al reconocer el hecho
histórico, puro y simple de que la teología tiene una contribución que hacer.
Porque la responsabilidad que esto implica conduce al método, que preferimos
llamar marco, camino o modo de proceder, y éste, si es efectivo, hace superfluo
todo trabajo de policía. Los jefes de la Iglesia tienen el deber de velar por
la religión, que es el objeto de la reflexión de los teólogos. Pero incumbe a
los teólogos la tarea de hacer que la doctrina teológica sea una materia de
consenso, tanto como cualquier otra disciplina académica reconocida.
Deseamos que a los teólogos y a los
pastores de diferentes confesiones les resulte lo más sencillo posible adoptar
nuestro modo teológico de proceder en sus tareas. Aunque partan de confesiones
eclesiales diferentes, aunque sus métodos sean análogos más bien que
semejantes, no obstante, esa analogía les ayudará a todos a descubrir cuántas
cosas tenemos en común y tenderá a poner en claro cómo llegar a un acuerdo más
completo.
Una
veta inspiradora
De
acuerdo a lo dicho hasta aquí, está claro que la veta inspiradora de la
teología vivida son las pautas de discernimiento de espíritus ignacianas. Estas
ofrecen en el centro mismo de su desarrollo, una pista para desplegar un modo
teológico propio de proceder. Ellas nos aclaran además, no sólo el interrogante
sobre las relaciones entre teología y espiritualidad, o entre espiritualidad y
psicología, sino que además nos brindan otro modo de conocer a Dios,
empíricamente por medio de la detección
de las señales de su accionar, ya sea por contraste, por el sentido, o por los efectos
que ayudan en su seguimiento, y no por medio de pruebas "científicas"
de su existencia, ni especulativamente por apreciaciones subjetivas.
¿Cuál es la originalidad de este filón y
qué puede proporcionar a la teología? Para responder hay que tener en cuenta en
primer lugar, que los Ejercicios
Espirituales de Ignacio de Loyola, de los que dichas pautas son un elemento
esencial, no son una especie de “literatura devota”
que trata de poner a la teología al alcance del común de la gente piadosa, ni
tampoco consiste siquiera en vulgarizar la fe de la Iglesia y la palabra de
Dios como pudiera hacerlo cualquiera que se interesara y tuviera habilidad para
ello, sino que son, como dice Rahner:
más bien una asimilación “creadora”, “original”, de primera
mano, de la revelación de Dios en Cristo, una asimilación que se efectúa
ejemplarmente en el presente nuevo que hace el antiguo cristianismo a los
tiempos modernos por medio del Espíritu de Dios con
una “ejemplaridad productiva” de sentido histórico[33]
Es precisamente esta productividad
creadora la que motiva e inspira el modo ignaciano de proceder de la teología
vivida - pero también reflexionada
(si no, no sería teo-logía) - cualidad
vivencial que la libra de aquel escolasticismo estéril en que quedó atrapada en
el decurso de los tiempos. En este sentido es cierto, que aunque hasta la
primera mitad del siglo XX hubo en torno a los Ejercicios muchos escritos, "con
todo, hay que reconocer" - decía Ignacio Iparraguirre en 1956 - "que en esta pléyade de obras son
demasiado escasas las de signo teológico… en vez de acudir a la teología fueron
a labrar sus sillares en el campo ascético-práctico o moral"[34].
A partir en cambio, de la segunda parte
del siglo XX, el intento fue una teología de los Ejercicios en general, o bien de algunos de sus temas capitales, o
sea, la búsqueda en las fuentes de la
teología especulativa, de temas que, en el pasado, sólo habían sido objeto de
comentarios históricos o espirituales. Pero sobre todo, es importante notar lo
que ese año 1956 constataba el mismo Iparraguirre (como preanuncio del Concilio
Vaticano II, 1962-65):
Ahora se incorporan… la
experiencia humana, los problemas más hondos del hombre… Es la vida real con
sus crisis y alternativas la que se presenta ahora como objeto[35]
Esto comenzó a desarrollarse abiertamente
al prestarse atención al tema del “discernimiento
de lo cristiano”, al decir de Guardini, como objeto o tema de reflexión teológica,
y como revaloración de una de las raíces de la espiritualidad cristiana y
distintiva de la ignaciana. En efecto, como dijo Miguel Ángel Fiorito siete
años más tarde:
El tema del
discernimiento de espíritus, característico de la espiritualidad de san Ignacio
de Loyola, y pieza esencial de sus Ejercicios Espirituales, ha sido objeto en
todo tiempo, de estudios especializados. Pero es típico de algunos estudios
publicados en nuestro tiempo, el hacerlo objeto o tema de reflexión teológica[36]
Sin embargo, nos preguntamos hoy, ¿en
dicha reflexión, se interrogaron además los teólogos sobre las pautas de
discernimiento - más allá de su rol para conocer la voluntad divina - como
lugar posible de otro conocimiento de Dios, no en sí mismo, sino en sus huellas?
Es esto de capital importancia, a fin de calibrar en su justa dimensión la
trascendencia teológica de los Ejercicios,
de dichas pautas y del modo teológico de proceder que estamos presentando
fundado en ellas.
El
rol del discernimiento
Para el análisis de los "lugares teológicos"
conviene dejarnos enseñar por las mencionadas pautas de discernimiento al
introducirnos éstas en la interioridad de aquellos. Más que someterlos a
nuestras cuestiones, es más fecundo abocarse a una lectura atenta de los mismos
ayudada por la profunda comprensión que aquéllas ofrecen.
La lectura actual de las pautas se
enriquece hoy con la historia transcurrida y el descubrimiento de ciertos contenidos
de los "lugares teológicos" que salen a la luz gracias a las mismas.
La distancia en el tiempo tiene igualmente sus virtudes cuando uno se interroga
teológicamente, pues puede alimentar, influir, o desplazar un cuestionamiento
contemporáneo que se creía el único posible; más aún, puede hacer aparecer mejor,
por semejanza o por oposición, lo que es propio de la época en que vivimos.
Ellas ofrecen en particular la ventaja de comprender que el discernimiento
propuesto por Ignacio, es rico aún desde lo que hoy llamamos "psicología",
y por aportar además de su experiencia personal, la de quince siglos de historia
de la espiritualidad cristiana que le antecedieron.
La interiorización de los "lugares
teológicos" por medio de ellas, es no sólo de importancia para renovar y
profundizar la compresión de los mismos y adquirir una visión ecuménica, sino
también para evitar el riesgo de olvidar cuánto debe la espiritualidad de hoy a
las mentalidades de otra época, como así también evitar convertir a la teología
en un compartimiento estanco.
Han motivado nuestro modo teológico ignaciano
de proceder los ya citados Karl Rahner y Miguel Ángel Fiorito, quien al
comentar el libro del anterior, Lo
dinámico en la Iglesia, subraya “el
valor que, para la teología del futuro, puede tener una de las fuentes
principales de esta espiritualidad (ignaciana), o sea, los Ejercicios espirituales”[37],
puesto que Rahner en dicha obra afirma
efectivamente, que "éstos pueden
constituir un objeto para la teología".
Ahora
bien, tanto en el caso de Fiorito como en el nuestro, el objeto son en
particular las pautas de discernimiento contenidas en los mismos. Sin embargo,
nuestro enfoque es otro, puesto que el discernimiento de espíritus es en
nuestro caso, la clave de un marco, camino, modo o estilo teológico de proceder,
más que la consideración de una estructura intelectual bien determinada. Además,
consideramos a la teología vivida nuestra
tentativa porque tiene como “materia prima” las experiencias de vida de los
"lugares teológicos" contenidas en nuestros ensayos, donde el
discernimiento aparece en acción.
Ignacio y la teología vivida
La teología que desarrolló el mismo
Ignacio en sus Ejercicios, porque es
teólogo y en ellos hizo teología, fue la inteligencia interior de la
experiencia existencial conflictiva de la vida de fe, no ciertamente a la
manera de los escolásticos, de quienes como él mismo dice, “es más propio… el definir o declarar…”, sino a la manera de los “doctores
positivos, así como san Jerónimo, san Agustín y san Gregorio, etc. – de quienes
es más propio – el mover los afectos para en todo amar y servir a Dios nuestro
Señor”[38].
La diferencia entre ambas teologías se halla en la mentalidad (conceptual la una, y afectiva la otra), y sobre todo en
la expresión (más apta la una para
iluminar la mente humana, mientras la otra lo es para mover el corazón a
encaminarse en la vida). Al seguir a san Ignacio distinguimos, por tanto, su
modo teológico de proceder del de la teología escolástica, y aun de cualquier
tipo de teología especulativa, sistemática o no; aunque para seguir a Ignacio,
nos permitamos dejar su expresión teología positiva
y usar la nuestra - teología vivida – porque la consideramos más apta para presentar
la actualidad de la misma.
¿Qué es lo que constituye la mentalidad
afectiva, propia de la teología vivida? Es la “sabiduría” o capacidad de
“saborear” o gustar internamente lo que pasa por el alma y discernir en ella los
afectos o deseos que nos mueven a tomar decisiones en sentidos contrarios. En
este sentido, así como en Moral se incluyen casos para su estudio, así también
consideramos imprescindible en la ciencia
afectiva o del espíritu para la formación de auténticos pastores o
acompañantes espirituales, el análisis integral[39]
de casos con acento en lo espiritual, para lo cual se hace indispensable dicho
discernimiento o ejercicio de la sabiduría. Esta ciencia trata, por tanto, de un conocimiento "práctico" o
en orden a tomar decisiones, es decir, dirigido más allá del análisis, a la
síntesis[40].
La ciencia del espíritu, o celo con el
discernimiento adecuado, como la llama Pablo en Rom 10,2[41],
incluye, además de un conocimiento de
los verdaderos principios de la vida espiritual, el ejercicio indispensable de
un fino y sano discernimiento de lo
que es y no es la realización del plan salvífico en nuestra vida y en el ajuste
libre al mismo.
Juan Pablo II integra los términos
"conocer y discernir" al hablar de un "conocimiento interpretativo", es decir, ordenado a una diferenciación
o discernimiento para tomar decisiones y vivir
sin engaños la lucha interior, no un
mero conocimiento especulativo o analítico. Se inscribe, por tanto, dentro de
la teología de la experiencia cristiana, vivida o fenomenológica, sin riesgo
alguno de subjetivismo, por cuanto su parámetro es el Espíritu de Cristo y de
su Evangelio quien fundamentalmente discierne “por los frutos” o hechos
concretos que acreditan la presencia de su Espíritu. Ella no niega las ciencias
experimentales ocupadas del “origen” de muchas de las experiencias espirituales
– y pueden incluso aplicar sus “remedios”, válidos en su propio terreno. Por
tanto, no le interesa tanto el origen (psicológico o sobrenatural, inconciente
o subconciente...), sino el sentido que tiene, una vez hecha conciente la
moción o pensamiento: o ayudan en la comunión con Él y son de Dios, o desayudan
en el mismo camino y no son de Dios.
Ahora bien, las pautas ignacianas de
discernimiento, en cuanto son un principio
de reflexión teológica, sugieren propuestas como la de elaborar un modo
teológico de proceder[42].
Buscamos en ellas, por tanto, un principio estructurante de reflexión teológica
para la vida y no una base argumentativa o normativa de argumentación para la
especulación, un cuerpo de doctrina o
una estructura intelectual bien determinada, sino una manera teológica de
proceder.
Por su parte, Rahner considera a los Ejercicios como principio de una posible
teología fundamental. Motivo por el que no nos arredramos en llamar a la teología vivida, un acercamiento
a la misma desde la experiencia conflictiva discernida en la fe, porque
entendemos que no se puede emprender un camino teológico sin ser atravesado por
la experiencia espiritual que la funda[43].
En nuestro caso, esto se debe al hecho de que los Ejercicios, en sus meditaciones
estructurales, se configuran como una única teología del discernimiento de
espíritus, cuyas pautas son el núcleo teológico de los mismos[44]
y clave del presente modo teológico ignaciano de proceder, como así también, un
principio de estructuración de toda teología sistemática a partir de la
experiencia.
La teología vivida configura de este
modo, un marco cultural inserto en la vida real dentro de la historia. Este es
el motivo por el que finalmente su dialéctica teológica encuentra elementos
propios en los diferentes procesos personales conflictivos. Más aún, su
dialéctica – centrada en la elección (ya sea de estado de vida, de reforma de
vida o cualquier otra de orden espiritual) – corresponde a la estructura de la
libertad humana[45]
Por
otro lado, la teología vivida es la manifestación de lo sagrado de tipo
descriptivo, según la comprenden las ciencias empíricas de la religión[46],
las que eventualmente pueden recibir – como constatación del contexto histórico
del fenómeno religioso – las aportaciones de otras ciencias humanas, sobre todo
si han usado el método fenomenológico.
Por su parte, son muchos los autores
que intentan interpretaciones “científicas” del factor religioso – de índole
histórica, sociológica o psicológica – excluyendo de antemano su contenido
espiritual sustancial, entendido como conflicto interno existencial, y reduciéndolo
a la función que ejerce en el conjunto de la historia, de la sociedad o de la
persona. Tales investigaciones tienen un valor innegable. Gracias a ellas vamos
consiguiendo un conocimiento más preciso y riguroso en los aspectos bien
determinados del fenómeno religioso a que se aplican. Pero ninguno de ellos, ni
una suma enciclopédica de los mismos, suple el conocimiento global del hecho
religioso como tal que ofrece la fenomenología.
En efecto, por sí solo el estudio
científico de la teología no tiene por qué tener por fruto un verdadero
conocimiento teológico. Un ateo puede bien hacerse con este tipo de
conocimiento, y Dios seguir siendo tan desconocido para él como antes, pese a
su competente dominio de la dogmática. Dado que para el teólogo todo conocer
deviene experiencia de la salvación, participación en el misterio del Logos
encarnado, el conocimiento puramente científico no puede constituir el núcleo
de la teología.
La descripción fenomenológica integral
(somática, psicológica y espiritual) en cambio, que la teología vivida ofrece
en los procesos existenciales de nuestros ensayos, ayuda a relativizar el hecho
de la secularización moderna al descubrir procesos semejantes a lo largo de la
historia humana y al situar debidamente el alcance de los mismos en el conjunto
del fenómeno religioso, prestando elementos para una más justa valoración del
mismo.
Nuestro marco hace hincapié sobre todo
en la descripción de algunos de los caracteres que la fenomenología empírica de
la religión describe. Por ejemplo, pondrá su atención en la índole mediadora
del relato religioso y en el discernimiento racionalmente crítico del mismo. Es
por esto que inspirada en las pautas de discernimiento, la teología vivida une
en sí la fenomenología, la teología especulativa y la pragmática de los hechos.
Son además dichas pautas - desarrollo de
la exhortación a la vigilancia hecha por Jesucristo en Getsemaní (Mt 26, 41) - generadoras
no sólo de una teología conforme al carisma de la Compañía de Jesús, sino
también, por eso mismo, de una teología puesta al servicio de la Iglesia y la
humanidad, especialmente apta para responder, discernimiento mediante, a las
confusiones que caracterizan especialmente nuestra época. Como así también, lo son
de una teología que pone a la reflexión teológica a la altura de la doctrina de
los Ejercicios.
Es nuestra intención, por tanto,
proponer por un lado, una teología que desde las pautas de discernimiento de
espíritus interprete y explique las mociones internas en conflicto que hacen a
la realidad existencial. Y por otro lado, ayudar de este modo a una más seria y
profunda interpretación de las realidades humanas hacia una encarnación cada vez
mayor de la vida de fe en los miembros del instrumento salvífico que es el
pueblo de Dios. De ahí que el discernimiento no puede hacerse sin atender a las
circunstancias histórico-sociales y personales, pues es en medio de ellas que Dios
hace sus llamados particulares. De este
modo, proponemos volver a encontrar la fuerza de dicha encarnación, que a la vez
inserte a la teología en el destino del hombre contemporáneo hecho de tomas de
decisión cada vez más graves, tal como enseña el Concilio Vaticano II[47],
tarea para la que el discernimiento en general, y el de espíritus en
particular, es imprescindible[48].
Es
así que la teología vivida deviene experiencial allí donde reconquista la
dimensión de lo autobiográfico y participa, en cierto modo, de la riqueza de
temas y subtemas que suelen darse en una sistematización teológica, pero no la
sistematiza según un esquema conceptual, sino que la va presentando a medida
que la necesita, no para especular o profundizar teóricamente, sino para
practicarla en uno mismo o en ayuda de otros. Sólo aquel que no intente huir de
sí mismo podrá encontrar en las experiencias auténticamente humanas (como el
amor, la libertad, la fidelidad, la búsqueda de un sentido último de la vida y
para toda la historia humana, etc.) señales indicadoras de la trascendencia de
nuestro ser.
Más
aún, podemos llamar a la teología vivida: “práctica”, tal como lo hacen Fiorito
y Lonergan[49].
Llamada así porque se ocupa de la comunicación efectiva del mensaje de Cristo,
es decir, de la detección de su presencia y acción discernida en el conflicto
existencial, de las que sabe dar razón. Ello se debe al hecho de que Cristo es
un fenómeno empírico concreto y no la manifestación de una Idea eterna, ni sólo
un nombre.
La teología vivida es por esto, muy
vital y poco “científica”, es decir, no cree que sólo pueda ser teología cuando
trata histórica o especulativamente de cosas que a su vez sólo pueden interesar
a científicos de la teología, sino que es muy “teológica” de manera sincera y
radical con los problemas humanos auténticos y últimos. Para esto precisa de
teólogos que den curso a su reflexión partiendo de la experiencia y de la
praxis del seguimiento, y puedan así dar razón del mismo en las huellas
discernidas del Dios vivo.
En consecuencia, su meta más que
saberla definir, es saberla vivir: porque no se trata meramente de una vivencia
sin reflexión – y menos de anti-intelectualismo o pragmatismo apostólico - sino
de la conciencia refleja de una vivencia, no precisamente en beneficio de la
misma reflexión, sino para poder asegurar, y sobre todo comunicar a otros la
misma vivencia.
Guillermo
Randle S. J.
PRIMERA
PARTE: LA EXPERIENCIA COMO PUNTO DE PARTIDA
La
experiencia permite acceder a un modo superior de conocimiento llamado
sabiduría.
Jean-Claude Dhôthel S. J.
1.1.
La
intuición inicial
Dos hechos nos hicieron sentir la
necesidad de llegar a conceptuar de alguna manera nuestro marco o modo
teológico existencial de proceder. El primero, fue captar personalmente en
Europa el año 1975, la acusación que se hizo durante esos años contra el
déficit de experiencias en teología, tanto más grave cuanto que es a esto a lo
que debe conceder importancia[50].
El segundo fue considerar, luego de escritos nuestros ensayos en los que
aplicamos intuitivamente dicho marco, que valía la pena intentar explicitarlo como
un servicio a la teología y al Pueblo de Dios.
Esto quiere decir que durante la
elaboración de aquellos no implementamos nada preconcebido, sino que el marco se
reveló a medida que los fuimos concretando.
Este tomó forma, no como ciencia abstracta y especulativa - pues como dice
Heidegger, refiriéndose en este sentido a la teología: “probablemente no debe serlo de ninguna manera”[51]
- sino como fenomenología existencial o de la experiencia cristiana.
En otras palabras, durante la producción
de dichos ensayos nos convencimos cada vez más, por una parte, que las pautas
ignacianas de discernimiento nos abrían a un saber auténticamente teológico y espiritual
– y aun psicológico – acerca de la interioridad de los "lugares teológicos"
elegidos, por cuanto aquéllas dicen a la
teología especulativa algo que de otra manera ella misma no puede descubrir. Y
por otra parte, que allí donde un incompleto concepto de la vida espiritual tiende
a eliminar, falsa y peligrosamente, toda interferencia en la relación del
hombre con Dios, el discernimiento ignaciano toma deliberadamente esta
experiencia conflictiva, no sólo como razón de ser del mismo, sino como auténtica
señal de vida espiritual y de apertura a otro modo de conocimiento de Dios[52].
Por ello es un error creer que en el libro Ejercicios
Espirituales de Ignacio de Loyola no se puede encontrar ya nada más de lo
que hace ya mucho tiempo tiene estudiado la teología especulativa. Por el
contrario aquéllos, como dice Rahner:
pueden constituir un objeto para la teología… pudiendo ser en
cierto modo para ella una fuente… en el sentido de que todo lo que más en
concreto sea una realización del cristianismo, no deducible adecuadamente…
tienen que decir a la teología, algo que de otra manera ella no puede
descubrir…
En efecto, los Ejercicios no son sólo un objeto para la teología, sino más aún,
una fuente inspiradora para la misma, en el sentido de ayudar a descubrir algo
que de otra manera ella no puede detectar. Nos referimos en concreto a sus
pautas de discernimiento, inspiradoras del presente modo teológico de proceder.
El hacer así
de los Ejercicios objeto de la teología,
es decir, interrogarlos como teólogo, para explicar de hecho que ellos son
fuente de enseñanza, y no sólo explicarlos por lo que uno sabe por otros, es
algo extremadamente difícil para el teólogo por la sencilla razón de que los
Ejercicios se expresan en un lenguaje que no puede menos de excitar el orgullo
de la teología, impidiéndole ver lo que en ellos se oculta por parecerle que es
cosa archisabida o, cuando más, dándole pié para creer que sólo le toca
dilucidar a la luz de su propia sabiduría teológica los pasajes oscuros y las
expresiones un tanto desaliñadas [53]
La “extrema dificultad” para expresar existencialmente
los procesos conflictivos de la vida interior - cierta para el teólogo de la primera mitad
del siglo XX - hoy está salvada, porque desde la segunda mitad de dicho siglo, hallamos
estudios teológicos profundos y valiosos, sobre todo tras el Concilio Vaticano
II - momento histórico del desarrollo de la teología - que hacen hoy más
factible lo que era “extremadamente
difícil” hasta dicha época. Más
aún, es esto lo que motiva nuestro deseo de intentar de alguna manera “organizar el estudio de la teología para
que ella no degenere en neutralidad académica”, como nos dijo Ratzinger, en
el sentido de que al menos ella no soslaye o rehuya, la realidad interior
conflictiva de la persona humana y cómo discernirla, para lo cual es necesario
penetrar en el alma (con sus pensamientos, deseos, afectos, pasiones,
inclinaciones, sugestiones, mociones internas), más allá de la conciencia con
sus pecados. Porque el estudio propuesto se desarrolla primordialmente en el
ámbito del espíritu, no de la moral.
La primera intuición de nuestro modo
teológico de proceder nació en 1980, al comenzar nuestro ensayo La guerra invisible - que luego finalizaríamos
en Roma y Madrid - sobre el inédito
tema hasta ese momento, del discernimiento de espíritus como experiencia y como
doctrina en las Obras completas de santa
Teresa de Jesús. Su desarrollo nos hizo descubrir en las pautas de
discernimiento de Ignacio, no sólo “un
objeto o tema de reflexión teológica”[54],
como dice Fiorito, sino una fuente y la clave de un modo teológico ignaciano
de proceder.
Este es uno de los caminos que hoy creemos
debe transitar la teología (mañana no lo sabemos), si quiere hacerse
inteligible al hombre confundido y desconcertado de nuestro tiempo y dialogar
con él. Esto es: partir de las experiencias del mundo interior del hombre, y
con la ayuda de dichas pautas[55]
como linterna de ruta, interpretar objetiva e integralmente lo que pasa por el
alma y descubrir en consecuencia, por medio de ellas, la presencia y acción de
Dios, como así también, la del adversario de la naturaleza humana, a fin de
saber dar razón como hombres maduros (1 Cor 14, 20), de la diferencia de ambas operaciones
y por dónde encaminarnos en la vida.
Ahora bien, este marco entendemos que
debe ser extensivo de alguna manera a toda la teología, como ya lo propiciaba
en 1946 Jean Daniélou (1905-1974) en el artículo "Les orientations présentes de la pensée religieuse"[56]al
defender una necesaria e inmediata renovación del pensamiento cristiano, en
tres direcciones: a) un retorno a las fuentes esenciales del pensamiento
cristiano: Sagrada Escritura, Padres, liturgia; b) una toma de contacto con las
corrientes del pensamiento contemporáneo; c) una relación más cercana con la
vida y con las necesidades de las almas. Asimismo Malevez veintidós años
después, tras el Concilio Vaticano II afirmaba, y así lo creemos, que “lo que se exige al teólogo de hoy es que
manifieste la relación de los misterios cristianos con el hombre”[57].
O como dijo Bonhoeffer:
Yo no quiero
hablar de Dios en los límites, sino en el centro; no en los momentos de
debilidad, sino en la fuerza; esto es, no a la hora de la muerte y del pecado,
sino en plena vida y en los mejores momentos del hombre… La Iglesia no se halla
allí donde fracasa la capacidad humana, no en los límites, sino en medio de la ciudad[58]
Dicho en positivo, tratamos de hablar
de Dios en el centro de la fuerza y la plenitud de la vida del hombre, abierto
a un descubrimiento objetivo y renovado de Dios. En esta perspectiva constatamos en nuestros ensayos, que no se
acaba nunca de conocer al hombre y que todos tienen al menos en común un fondo
de inquietud y el deseo de encontrar la verdad profunda de su ser, que ninguno
posee totalmente en herencia.
La experiencia o conocimiento vivido
que tiene el creyente de su encuentro con Dios en medio de la realidad conflictiva
que es la vida y el mundo interior, envuelto entre cosas que ayudan y desayudan
a dicho encuentro es, como venimos viendo, un conocimiento inmediato de cosas
concretas y contrarias, en oposición a una ciencia abstracta y discursiva. O
como dice Gelabert: La experiencia tiene
que ver por una parte con la realidad, y por otra parte con la manera de vivir
esa realidad"[59].
Ahora bien, vivir esta realidad es tomar conciencia de su conflictividad
interior, la que condujo necesariamente a Ignacio en Loyola al discernimiento de
lo que pasaba por su alma y de allí al trabajo teológico. Por esto es que, en
la teología vivida tratamos de la experiencia que entra de lleno en la vida espiritual
y adquiere categoría teológica. En efecto, si el recurso a la experiencia es un
elemento necesario para la comprensión de todos los ámbitos humanos, en el
terreno religioso esa necesidad resulta inaplazable para evitar una
presentación intelectualista y abstracta de la vida de fe, al margen de un
contacto íntimo con el ser y la vida del hombre.
Llegamos así al centro de la teología
vivida: la singularidad absoluta de
la experiencia de Dios - no en sí mismo, sino en las huellas o mociones
internas que, discernidas, nos orientan en su prosecución, - singularidad que
reclama su carácter universal, es decir, común,
accesible a todos, sin ninguna discriminación elitista.
El Nuevo Testamento no cesa de buscar
palabras para expresar la actualidad de esta experiencia, siempre singular y al
mismo tiempo universalmente expandida por el Espíritu. No es exagerado subrayar
la fuerza de esta paradoja fundamental de la teología vivida, es decir, que la
experiencia de Dios es siempre incomparablemente
personal y justamente propuesta como tal a todos.
Por otra parte, la teología espiritual,
dentro de la cual la teología vivida se encuadra, no deja de ser un punto
crítico para la dogmática eclesial. Nos referimos en concreto, a la ya
mencionada separación de la espiritualidad por la teología y viceversa,
ocurrida en el siglo XIII[60].
Esta condujo a la teología poco a poco a una crisis, en el sentido de que llegó
a ser a fines del siglo XIX y primera mitad del XX un ámbito inhabitable,
irrespirable para muchos, que hizo a algunos fieles buscar otros espacios para
su fe[61].
Sin embargo podemos decir positivamente
que dichas circunstancias provocaron una reacción que partió de la misma
teología. Alrededor del año 1950 el punto crítico estaba enfermo pero llegó la
gran generación de los teólogos del Concilio que operó una transformación
substancial al introducir la preocupación eminentemente concreta del hombre
moderno de fundar su creencia con relación a la experiencia.
1.2.
Enlace
entre fe y experiencia
La teología
fundamental debería proponerse encontrar llamadas, ecos, puntos de enlace entre
el mensaje de la fe por un lado y la experiencia humana con los proyectos de
los hombres de hoy por otro[62]
.
F.
Ardusso
Antes de proseguir tengamos presente
que para la teología clásica era suficiente tratar la cuestión de los
fundamentos de la fe en forma de preámbulo, porque la fe cristiana era
sustentada en la sociedad global por una evidencia primordial y por una inercia
socio-religiosa. Una vez establecida la
credibilidad de la creencia cristiana, uno podía introducirse en una
explicación de los diferentes misterios de la fe sin preocuparse de la cuestión
de su admisibilidad.
Hoy en cambio, la fe es vivida como proceso
y estamos obligados, por tanto, en cada etapa de la vida a poner su mensaje y
la experiencia humana a la altura de las circunstancias o corremos el peligro
de que nuestra vida de fe se esclerotice o infantilice.
Por otro lado, si bien se comprende que
Rahner y von Balthasar defiendan con
vigor la unidad entre la teología dogmática y la teología fundamental, sin
embargo, esta unidad no puede realizarse sino por medio de la teología
espiritual que es para ellas el “lugar práctico” donde se gesta la teología
vivida, en la que se forma y se transforma sin cesar el acto espiritual de la
vida humana y la inteligencia que forma parte. De lo contrario corren el riesgo,
la dogmática y la fundamental, de quedar estáticas en el tiempo. La teología
vivida en cambio, es sensible no sólo a las grandes estructuras de la vida en
el Espíritu sino también a las necesidades del hombre moderno de fundar su fe
en referencia a su propia experiencia y al modo de encarnarla. Es por ello la
teología vivida, el punto en que la teología fundamental encuentra un punto de
empalme, "entre el mensaje de la fe…
y la experiencia humana", tal como proponía en los años 70 del siglo
XX el teólogo Franco Ardusso.
Ahora bien, la experiencia de la vida
de fe se presenta conflictiva en razón de nuestra condición humana y requiere,
por tanto, discernimiento de las partes en conflicto. Esto deja al descubierto
que una descripción de la vida espiritual donde Dios es el único protagonista,
es la mitad de la verdad, por cuanto aquélla se presenta de acuerdo a la
experiencia existencial y la Escritura, interferida no sólo por nuestras
tendencias negativas o raíces de pecado, sino también por quien se aprovecha de
ellas y a quien Jesucristo llama en Jn 8,44 "padre de la mentira".
Este conflicto interior se revela en el ámbito profundo del espíritu, entre estados
de confortación y desolación espiritual, no en la esfera psíquica en el que lo
ven todos, ni tampoco en la simple diferencia moral entre "lo bueno"
y "lo malo".
Por tanto, presentar la vida interior sólo
como un idilio con Dios, no sólo la convierte en un concepto abstracto, sino
que elude el medio apropiado para descubrir su presencia y acción, por
contraste con la de no-Dios, como asimismo, el medio para alcanzar la madurez
espiritual que radica en el hecho de serlo “en
cuanto al discernimiento” (1 Cor 14,20). Es por ello que al realizar este, su
principal efecto es el fortalecimiento en el hombre interior, la transformación
y la renovación de la personalidad en su centro más profundo.
Este discernimiento no se identifica con
un código abstracto o estático de leyes dado de una vez para siempre, o con un
código moral. Por el contrario, se caracteriza por un trabajo dinámico de
docilidad y sumisión a la voluntad divina que hay que buscar y hallar en cada
circunstancia mediante dicho discernimiento, cuyas implicancias no se pueden
medir de antemano porque se trata de seguir a Alguien que es la Vida y fue más
allá de la ley (Lc 18,18-23).
Al partir de la realidad conflictiva de
la vida espiritual, quedan en claro para la teología vivida dos cosas: la
primera, es que son tres los protagonistas que intervienen en aquella: Dios, el
hombre, y el enemigo de la naturaleza humana. La segunda, es que recién cuando
se da una contraposición entre pensamientos que conducen o no a Dios, podemos comenzar
a hablar realmente de vida espiritual y de discernimiento, o sea, de diferenciación
entre dos opciones, y no cuando hay nada más que "florcitas", como
dice Teresa de Jesús, es decir, cuando todo aparentemente no es más que Dios y
sólo Dios, donde no hay nada que discernir y mucho para caer en engaños e
ilusiones.
Vemos de este modo que la consecuencia de
considerar a la vida espiritual como sólo la relación con Dios es riesgosa existencialmente
hablando. La teología vivida en cambio, es una tentativa para llegar a la
íntegra y teológica verdad de la vida interior tal como se presenta, al detectar
no sólo la presencia y la acción de Dios, sino también la de nuestro adversario, a fin de poner a la reflexión
teológica a la altura de la doctrina evangélica de la “vigilancia” (Mt 26,41), de la "lucha"
en Pablo (Ef 6, 12), y de “las dos
banderas” en Ignacio de Loyola (EE 136-148). Este discernimiento que la
práctica de la vigilancia impone, ayuda a vivir serenos y no sobresaltados,
como así también, a descubrir que es de Dios la serenidad y no el sobresalto.
No hay en esta experiencia nada llamativo o tumultuoso. Podría incluso pasar
desapercibida a hombres que no estuvieran atentos al curso y al latir de su
mundo interior.
De esta manera, la teología vivida se
presenta concreta, no abstracta, esencialmente vital, con alma, no fósil. Es una
hermenéutica o interpretación de la existencia y de la historia del hombre a partir
de la dimensión de fe como decisión por Cristo; a la luz que el ejercicio de
esta dimensión proyecta sobre el conjunto de la historia; y desde los
descubrimientos que la propia experiencia brinda. Quiere de este modo integrar
fe y experiencia, y conducir hacia la madurez viril del espíritu, al apoderarse
del elemento caótico del alma, para disciplinarlo
y conducirlo a un fin elevado. El término "vivida" puede ser que
tenga un carácter fuertemente evocador, pero conceptualmente es bien
determinado por las pautas ignacianas de discernimiento.
La teología vivida, en cuanto
fenomenológica, existencial o de la experiencia cristiana es sobre todo, un
intento de llegar a "lo que pasa por el alma", a la vida del
espíritu, o sea, a la realidad de fondo y no meramente a las "ideas" que
pueden no reflejar necesariamente esa realidad. Nace, por tanto, de la
exigencia de describir la experiencia tal como se da. Donación del fenómeno que
constituye el dato fundamental. Positivamente defiende un modo teológico de
proceder en donde la apertura del alma desvele todo el contenido que le
pertenece y es mucho más que la simple confesión de los pecados. Sólo el
retorno a este sustrato precategorial, podrá remediar la crisis de una teología
y de una vida espiritual pobre en este aspecto.
Como consecuencia de lo dicho, en la
teología vivida los enunciados teológicos, por un lado, están formulados de tal
modo que podamos percibir cómo enlazan lo que ellos expresan con la comprensión
de uno mismo, adquirida por la propia experiencia. Por otro lado, al vincularse
la reflexión con la experiencia, se introduce la totalidad de la vida en el
marco teológico. Esto ayuda a detectar la acción de Dios al entrar en el quehacer
de los hombres. En una palabra, la teología vivida habla el lenguaje de la
vida, por cuanto se hunde en el trasfondo común de toda experiencia: el tironeo
de tendencias positivas y negativas, la complejidad, la confusión y el
conflicto entre realidades opuestas, lo que evita caer en escolástica decadente
y fórmula vacía.
Por esto, la teología vivida abre
nuevos caminos, actualiza la Palabra y la interpreta en situaciones concretas,
al discernir en estas la luz y las tinieblas. Ayuda a crecer en la veracidad y
la libertad interior, como así también a experimentar la novedad de Dios en lo
de siempre del hombre. La ausencia en teología de la problemática humana, en
cambio, explica por qué "nuestro
mundo actual sin Dios, es en parte una consecuencia de haber predicado un Dios
sin referencia al mundo"[63]. Por ello, la teología vivida se da si hay
atención para discernir las huellas que el Dios vivo muestra, fundamentalmente por
contraste en la alternancia de las mociones de consolación y desolación
espiritual. Fe y vida quedan así íntimamente relacionadas.
Dos principios rigen el camino que la
teología vivida abre para vivir esta identidad cristiana en nuestras
circunstancias: la fidelidad viva, sin claudicaciones ni concesiones, al
espíritu de Cristo y de su Evangelio, en Iglesia. Y la fidelidad a la
integración no resignada sino gozosa en el mundo propio, por medio de la
participación activa en sus condiciones culturales, sociales y políticas. De
esta doble fidelidad surgirá una forma histórica actual de ser cristiano,
influyente creativamente en la marcha de la historia humana. Si experiencia en
fin, es lo que se logra andando, el camino de la teología vivida y de la propia
identidad cristiana, se logrará sólo al final de la andadura fiel y generosa
del camino, hecha con Cristo.
Es por lo dicho, que en la teología
vivida, "el teólogo nada será sin
una larga experiencia de esas fuentes de vida que sólo brotan en el silencio;
nada sin lenguaje personal que él crea o renueva cuando la necesidad le urge a
exponerse diciendo lo que sabe y lo que vive"[64].
En otras palabras, hará teología según el modo ignaciano de proceder quien
posea una experiencia personal y reflexiva para advertir y diferenciar lo que
pasa por el alma. Y la comunicará quien ante todo la viva. Porque quien no la
vive no puede poseer su significación constitutiva, y no puede llevar a nadie a
compartir lo que él mismo no posee. Por esto, los que comunican su significación
eficiente, deben ponerla en práctica en las decisiones existenciales.
Es por esta razón experiencial que Rahner
en sus Escritos de Teología decía
tras el Concilio Vaticano II, que en adelante la teología no podrá "limitarse a acumular vastos
conocimientos sobre cuestiones históricas, especulativas y teológicas, sino que
habrá de esforzarse, hasta donde alcancen sus fuerzas, en arrojar luz sobre las
verdaderas condiciones reales de la existencia humana"[65].
Esta luz la brinda el discernimiento de las condiciones existenciales que, en su gran mayoría implican confusiones, razón
de más para discernirlas. Asimismo esta luz es necesaria cuando, por diversas
circunstancias se intensifica en algunas personas la consideración del ámbito
espiritual y surge un período especialmente significativo a dicho nivel, que
guarda una homogeneidad propia y
conforma lo que entendemos por proceso de cambio o conversión. A lo largo de
éste la persona, de un modo progresivo, intenso, significativo, dinámico,
fuerte, realiza algo trascendental con referencia a su propio sentido de la
vida.
El objetivo final de la teología vivida
es precisamente descubrir y saber dar razón durante dichos procesos, de la
presencia y acción de Dios. Esto motivó a J. C. Scannone a decir al comienzo,
que la teología vivida “desemboca en un replanteo
teológico-fundamental, al menos al
afirmar que se trata de un saber dar razón por experiencia de la acción y presencia
de Dios, desde la experiencia religiosa discernida en la fe”. En otras
palabras, es un estímulo para la teología y para la vida interior del pueblo de
Dios.
Es así que la teología vivida, expresada
en el “fenómeno” de una auténtica vida de fe, propone una teología
fenomenológica que recupere integralmente los tres niveles de realidad de la
persona humana (somático-psicológico-espiritual) con sus dos dimensiones
(individual y social). Su tarea consiste en saber interpretar o "leer"
en todo lo que es humano e histórico la presencia y acción del Dios vivo, con
una atención diacrítica, convencida por esto mismo, que la Iglesia puede verse
ayudada - o desayudada - por el mundo en la preparación del evangelio. De aquí
la importancia también, de la conciencia crítica en la praxis pastoral. Sin
esta conciencia sobre el mundo, la teología vivida se cerraría al evangelio.
Por tanto, ella es tal, sólo cuando considera los problemas del mundo
discernidos en la fe[66].
Más aún, cuando asume la complejidad de la historia, lo cual supone para la
teología vivida: docilidad a la Palabra, es decir, buscar y aceptar la verdad
donde sea que ella esté. Algo muy distinto a un cerrarse o a un ceder a las
modas de turno.
En otras palabras, la tarea de la
teología vivida, es la síntesis final de toda operación teológica; una tarea
consistente en no clausurarse arbitrariamente en el ámbito de la objetividad
cristiana y en lo estrictamente espiritual, y abrirse en cambio, simultáneamente
a la comprensión de una vivencia total de la fe en los tres niveles de realidad
y en las dos dimensiones de la persona humana.
1.3.
Hacia
una definición de la teología vivida
En nuestro Prólogo nos aproximamos a
una definición de la teología vivida al hablar de su función y acercamiento a
la teología fundamental, y la describimos como una integración entre la
reflexión teológica y la experiencia espiritual, como así también entre ésta y los
ámbitos psicológico y somático, hasta
hacerse teología existencial o fenomenológica, donde el término fenomenología está tomado en
un sentido amplio de descripción de la experiencia espiritual personal, más que
en su acepción filosófica. Así llegamos ahora a expresarla en los siguientes
términos:
La teología vivida es existencial,
fenomenológica o de la experiencia cristiana porque, por un lado, es la
conciencia refleja de lo experimentado interiormente por el ser
espiritual-encarnado que es historicidad y tiempo. Y por otro lado, es
conciencia puramente descriptiva de las mociones espirituales positivas y
negativas que se manifiestan en ella, ya sea saliendo de la misma o viniendo de
fuera.
Por su parte, para Scannone:
Se trata de
una verdadera teología que no quiere reemplazar otros medios teológicos, sino
acercarse más a la vida espiritual. Es teología porque es una reflexión de fe
sobre Dios creador y salvador – hecha a la luz de la Palabra de Dios y los
Ejercicios, inspirados en la misma y en la experiencia de Ignacio, discernida a
su luz - , Dios actuante y actuando en diversas vidas e itinerarios
espirituales.
La teología vivida, por tanto, de rasgos
indudablemente existenciales, tiene en cuenta, por un lado, la realidad humana
en su paradójica conflictividad interior. Por otro lado, por sus mismos rasgos,
resulta ser más descriptiva que sistemática, más intuitiva que reflexiva, más
meditativa que metódica. Pese a que un desarrollo más sistemático podría
conferir a la exposición mayor profundidad y peso especulativos, creemos que
mantiene toda la coherencia y la solidez exigidas a la reflexión teológica
gracias a la vigorosa y consistente teología de Ignacio de Loyola. Esta se
trasunta en las pautas de discernimiento aplicadas a la fenomenología
conflictiva del hombre en su vida de fe.
Consideramos, por tanto, que el valor
mayor de la teología vivida, radica en el descubrimiento de la experiencia
como "lugar teológico". Esto quiere decir que no se trata de una
teología sobre la experiencia espiritual del cristiano, sino de una teología
desde la experiencia conflictiva interior de todo cristiano con auténtica vida
espiritual. Ello implica un acercamiento mayor de la teología a la vida y a la persona, que es sujeto de la experiencia espiritual, y a la historia, como lugar en el que se
hace experiencia viva. En otras palabras, es una teología del proceso vital de
la experiencia espiritual, dentro de la historia, en Iglesia, y bajo la acción
del Espíritu. La llama también Scannone “teología
del discernimiento de situaciones personales ambiguas (porque se dan a veces
con confusión) – que hay que iluminar – y en conflicto”.
Con Chenu O. P. podemos también decir en nuestro caso que: “Una teología digna de este nombre es una
espiritualidad que ha encontrado instrumentos racionales adecuados a su
experiencia religiosa”[67].
Instrumentos que ciertamente la teología vivida posee con creces en las pautas
de discernimiento ignacianas, no sólo adecuadas, sino descubridoras de dicha experiencia.
Por su parte, Pierre Gervais S. J.[68]
opinaba hace unos años lo siguiente, con motivo de uno de nuestros ensayos:
Tengo el
sentimiento que constituye en cierta manera la expresión sintética de la
teología fenomenológica que usted busca poner en práctica luego de una decena
de años en sus numerosos escritos, libros o artículos, de espiritualidad. Trata
de una síntesis que, teniendo en cuenta el mundo de hoy y los discernimientos a
los cuales conduce, quiere dar su lugar tanto a la teología que constituye la
vida de los santos como a la profesión propiamente dogmática.
Esta síntesis
entre mundo y teología, se origina en la manifestación de la vida espiritual
como “combate” (Ef 6,10-18) entre “las tinieblas” y “la luz” (Rm 13,12), entre
los engaños del “padre de la mentira” (Jn 8,44) y la vida verdadera que muestra
Jesucristo (Jn 14,6), transposiciones dramáticas del título de las pautas para “sentir y conocer las varias mociones que se
producen en el alma: las buenas para recibirlas y las malas para rechazarlas” (EE
313).
Daniel Gil Zorrilla S. J., por su
parte, en lograda síntesis, describió de la siguiente manera nuestro modo
teológico ignaciano de proceder:
Consiste en
desentrañar el sentido espiritual, relacionado con la experiencia personal o
‘lugar teológico’ elegido; en mostrar el ‘argumento’ de fondo que se está
desarrollando y enunciarlo en las reglas ignacianas, clave de dicho
desentrañamiento[69].
En este sentido, podemos decir que la teología vivida es la “casuística”
del itinerario conflictivo humano hacia una mayor comunión con Dios. Por esto,
en la consideración de cada caso, observamos en nuestros ensayos si el
protagonista hace una mera narración anecdótica, si comunica simplemente ideas
o si manifiesta lo que interiormente le pasó, más aun, si lo discernió, si lo
hizo correctamente o no, y si finalmente llegó a las síntesis o tomas de decisión.
En terminología de von Balthasar, podemos decir que la teología vivida es una “fenomenología sobrenatural” que propone
un modelo de solución al problema de las relaciones entre la “experiencia”
(entendida como atención y descripción de un dato concreto, histórico, vivido)
y la teología especulativa. Para esta labor, nuestras categorías no pertenecen
a un sistema, sino a la religión. Creemos estar en el mundo del sentido común y
no en el de la técnica, creemos profundizar, pero no ser sistemáticos. Creemos
ir en la dirección de lo dicho por Bruno Forte:
Se necesita una
teología más teológica, es decir, de mayor relación con la vida espiritual…
Reside en la posibilidad de experimentar una relación personal con la Verdad,
nutrida por la escucha y el diálogo con el Dios vivo[70].
En efecto, se necesita "una teología más teológica… de mayor
relación con la vida espiritual", esto será en la medida que tenga en
cuenta la realidad conflictiva que la vida espiritual implica, o sea, que
considere, por un lado, una relación personal con la Verdad encarnada, y por otro
lado, la interferencia del antitético “padre de la mentira”. Es en este ámbito
real que interpretamos la búsqueda de algunos cristianos que viven
profundamente su fe y procuran por esto mismo, acompañantes espirituales discernidores
de Dios, entreverado en el conflicto existencial, para saber dar razón de Él,
mediante el discernimiento de "los
signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios"[71]
En términos de Geffré, la teología
vivida “quisiera ser inseparablemente una
hermenéutica de la palabra de Dios y de la existencia humana”, es decir, un
modo de interpretación integrado. Más
aun, agrega el mismo autor: “No existe
revelación en el sentido pleno de la palabra si el don de una palabra inédita
de Dios no coincide con una revelación del hombre a sí mismo”[72].
Y añade:
Así, hoy, si bien una
justificación racional de la fe es siempre legítima, no se llevará a cabo
solamente a partir de pruebas extrínsecas sobre los orígenes divinos del
cristianismo, sino por una elucidación de la existencia creyente en el seno de
la Iglesia y del mundo[73]
Es por esto que la teología vivida
acredita la fe, más allá de una justificación racional, al clarificar la
existencia creyente por medio del discernimiento de espíritus o mociones
internas en medio de la problemática en que se debate hoy la Iglesia y el mundo,
para saber dar razón de su esperanza. En consecuencia, el equilibrio lógico de
un sistema metódico y deliberado cede aquí el puesto a la profundidad
existencial del tema.
SEGUNDA PARTE: EL DISCERNIMIENTO COMO CLAVE
DEL MODO TEOLÓGICO IGNACIANO DE PROCEDER
La inteligencia ya madura
comprende al fin que todas nuestras pérdidas y derrotas, lo mismo que nuestras
ganancias y victorias, son la condición de nuestra vida interior.
Erich Przywara S. J.
2.1.
El dinamismo de la existencia cristiana
El
elocuente pensamiento de Przywara nos muestra la condición conflictiva de nuestra
vida interior: entre pérdidas y ganancias, derrotas y victorias. El mismo
conflicto que, a su vez, nos hace comprender la instancia del discernimiento de
espíritus nacido de la experiencia que el cristiano realiza de su vida de fe como
lucha interior y decisión por Cristo. Además, es por esta condición humana de
la vida interior que dice Rahner, “No
deben asustarse los cristianos porque la experiencia del Espíritu se dé también
en una mística diaria fuera del cristianismo institucionalizado y que no resulte
rara en el trato de hermanos y hermanas no cristianos e incluso en la historia
de las religiones en general"[74]
Sea como fuere, la complejidad de las
situaciones en que, dentro y fuera del cristianismo, es llamado el hombre a
vivir y obrar para llevar a cabo el plan de Dios respecto a sí mismo y a los
demás, le imponen una atenta consideración de las mociones espirituales que le
inducen a opuestas opciones.
Dios llama a
cada hombre y a cada grupo de personas reunidas en su nombre con un llamado particular,
que se inserta en el contexto de la misión que él confía al pueblo que se ha
elegido. Lo que es bueno para uno no es bueno para otro, y lo que es mejor para
uno no siempre lo es para otro. De ahí nace el problema: ¿cómo reconocer los
signos de Dios en una determinada situación frente a contrarias opciones?
Así como la vida es
movimiento, la existencia cristiana es una realidad dinámica, más aún,
conflictiva. Es vida y, como tal, posee todas las características de la misma.
La vitalidad cristiana la experimentamos en nuestra vitalidad existencial,
constituida por pensamientos, sentimientos, actividades, tendencias personales y
relaciones con los demás, con las cosas, con el mundo y con la sociedad. La
existencia cristiana tiene en nosotros su nacimiento y su desarrollo continuo.
Ahora bien,
este desarrollo no es lineal sino con altibajos, no sólo porque la vida en su
cualidad dinámica es movimiento, sino más aún, porque es conflictiva. Esto impone
la tarea de atender a su desarrollo para discernir el Camino frente a las
disyuntivas de la vida. Este discernimiento es sencillo hacerlo en el ámbito
físico, pero no tanto en el espiritual, más aún cuando debemos hacerlo entre
dos cosas positivas. Esta circunstancia marca la diferencia entre el nivel moral
y el espiritual, en el sentido de que a este nivel no da lo mismo una cosa que
otra porque ambas sean moralmente buenas, sino que una de las dos es mejor, y
esta es la que importa discernir. Ello se consigue gracias al ejercicio del don
del Espíritu de Cristo llamado Sabiduría, agente divino, principio dinámico y
parámetro de nuestro accionar, como así también, gracias a la actitud imprescindible
que lo hace posible, hecha de disponibilidad, libertad interior, o preferencia
por Él.
Es aquí donde
se integran la vida de fe con el seguimiento y se evita de este modo el divorcio
entre ambos. En este sentido, la teología vivida obliga a pensar partiendo de
dicho seguimiento, y es teología únicamente cuando éste, entendido como proceso
permanente de conversión, define el lugar de la reflexión que le es propia y
cuando la reflexión es ella misma la puesta en práctica de dicho seguimiento.
De este modo, más que impartir enseñanzas, la teología vivida aprende de la
praxis misma del seguimiento, dando así expresión a un saber de carácter
"práctico" o diestro en el discernimiento de lo que pasa por el alma
para detectar por dónde encaminarse y tomar las decisiones pertinentes.
En esta
andadura, el espíritu divino entabla con el espíritu humano un diálogo personal
que obliga al hombre a una continua confrontación para dar una respuesta dócil
que lo lleve a un constante proceso dinámico de transformación interior y de
renovación, capaz de reconocer la huella que de su obrar deja Dios, para dar
razón de Él y seguirlo.
Gracias a esta
diferenciación continua, el cristiano pasa de la edad infantil de la fe, a la
del hombre maduro (1 Cor 14,20). No es el discernimiento, por tanto, algo que
puede indistintamente estar o no presente, o pertenecer sólo a determinada
espiritualidad, sino al cristianismo a secas, pues fue Cristo quien exhortó a ello
en Getsemaní al decirnos "vigilen y
oren" (Mt 26, 41).
2.2.
El discernimiento entre
las tensiones y las ambigüedades de la vida
Lo esencial está en las decisiones concretas en que se juega un destino
personal.
Karl Jaspers
De acuerdo a
lo dicho hasta aquí, la existencia cristiana se desarrolla en su autenticidad y
profundidad, en la medida que comienza a tomar conciencia de mociones
espirituales contrarias, es decir, de la vida propiamente a nivel del espíritu
y no sólo de la psiquis o la moral.
Si esta toma
de conciencia de lo que pasa por el alma se realiza a menudo, termina
haciéndose connatural o intuitiva y Dios pasa a ser cada vez más una presencia detectable
en su acción por medio de dichas mociones, y por esto mismo, fascinante en la
revelación de "su modo de ser" y de nuestro camino personal hacia Él.
Este es el sentido último y profundo de la teología vivida y de la exhortación a
vigilar de Jesús en Getsemaní: descubrir ese camino que es Él mismo y no una
ruta predeterminada en un mapa. Esta vigilancia se logra con la misma actitud con
que naturalmente distinguimos en la vida corriente, sin dudar ni poder dudar, al
que llega a nuestra casa, sin necesidad de verlo ni de oír su voz, sino por el
modo en que se abrió y cerró la puerta y el taconeo.
Análogamente,
si queremos como el vigía o centinela, detectar, distinguir y diferenciar o discernir
a Dios en la vida, hemos de dirigirnos a la filosofía de la existencia en
Ignacio de Loyola, a fin que de un modo fenomenológico y experiencial, mediante
sus pautas de discernimiento de espíritus, podamos advertir lo que pasa por el
alma y discernirlo en lo que nos conduce a Él, es decir, en lo que nos ayuda en
ese sentido. Esto implica sumar y no restar su filosofía de la existencia a la filosofía
del ser, o de la realidad del hombre como ser creado y del Ser absoluto, por
cuanto obviamente este es el parámetro con relación al que discernimos.
A los
comienzos de la vida interior, no es fácil diferenciar la acción de espíritus o
mociones internas contrarios. Ante todo, porque no acostumbramos generalmente,
a entrar en nosotros mismos (condición primera para un cambio interior), y
además porque la vida interior del hombre es compleja, y este, por error, puede
considerar como una manifestación de lo absoluto algo que, de hecho, no es más
que fruto de una elaboración subjetiva. La dificultad proviene también de que,
estando el espíritu divino presente en
nuestro espíritu humano, el mal espíritu, de la negación y de la nada intenta imitar
al espíritu de Dios para apartarnos del plan de salvación. Pero generalmente la
mayor dificultad en el discernimiento de dicha imitación ladina radica en nosotros,
al querer averiguar estérilmente el origen o de dónde nos viene tal o cual
pensamiento, mientras que el discernimiento se hace simple si observamos cuál
es su sentido o fin a que induce, en qué termina o cómo nos deja. Ahí sabremos
sin dudar, por el efecto o el fruto, quién transita por nuestra vida, si Dios,
o no-Dios.
El valor
clásico del discernimiento sufrió en la historia una merma, cuando
paulatinamente a partir del medioevo, se separaron la teología y la
espiritualidad, separación cada vez más notable a partir del siglo XVIII, con
el predominio en cambio, de un enfoque moralizante en la vida interior. Por el
contrario, de mediados del XX y sobre todo gracias al Concilio Vaticano II, la
espiritualidad cristiana trata de reconquistarlo para avanzar en una fe y un seguimiento maduro. En otras palabras,
trata que la espiritualidad sea más teológica y la teología más espiritual.
La
"cátedra primera" de discernimiento fue la experiencia de Jesús en el
desierto, que se repite en la vida del cristiano. Allí sintió un poder que
intentó separarle de Dios, sacarle de su plan o al menos disminuir su capacidad
de obrar el bien. Por eso Pablo exhorta a los cristianos de Éfeso: “Revístanse de la armadura de Dios” porque “Nuestra lucha no es contra la carne y la
sangre” (Ef 6,11-12), sino contra “el
padre de la mentira”, como lo llama Jesucristo en Juan 8,44.
Su acción es a
veces, sutil y engañosa, encaminada a proponer acciones o actitudes a primera
vista positivas, pero para llevar a consecuencias contrarias, siguiendo la
táctica de la exageración. Por ejemplo: abusar de la propia libertad por el
hecho de ser don de Dios; exagerar en la penitencia o en el trabajo para llevar
luego al cansancio y al rechazo de la vida espiritual; dejarlo todo y a todos,
radicalizando la enseñanza evangélica para exonerar de responsabilidades
personales y sociales; usar para la propia gloria los dones recibidos de Dios
para la edificación de la Iglesia, etc. Este adversario, por ser “padre de la mentira”, nos lleva a la
confusión, es decir, a lo contrario de lo que es discernir “el espíritu de la verdad y el
espíritu del error” (1 Jn 4,6), a fin de mantenernos en dicha confusión y
seguir adelante con sus intenciones.
Lo negativo, que puede ciertamente salir de nuestro
querer y libertad, también puede venir de fuera, como pensamientos sugeridos
por el adversario, que se aprovecha de nuestras tendencias negativas o raíces
de pecado. Además, a veces se disfraza con formas de proceder de la naturaleza humana (EE 325-327),
aunque en realidad es de otra naturaleza, y tanto, que por ello Ignacio de
Loyola lo llama: “enemigo de la naturaleza humana”. “Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar al infierno”
(Lc 12,5). El mismo ser por el que san Juan dice en su primera carta que: “para
deshacer sus obras el Hijo de Dios se manifestó" (1 Jn 3,8).
Por tanto, hablamos de él con “nombre y apellido” y no vaga
y peligrosamente de “el mal” a favor suyo, es decir, como un efecto sin causa
conocida, su estrategia más exitosa[75]. Acota con
agudeza al respecto J. Guitton: "Los
exegetas, que son tan susceptibles acerca de la exactitud… han degradado al
Maligno para reducirlo al mal. Y han, sin duda, satisfecho a este camarada
sutil que adora los disfraces y que es tan feliz al persuadir a los sabios de
este mundo de que él no existe"[76].
En otros términos, así como hay un Dios que se revela y dialoga con el hombre,
así también experimentamos un ser, aparte de nosotros mismos, que interfiere
nuestra relación con Dios y hace que los protagonistas de la vida espiritual
sean tres. Este ser le dijo “no” a Dios y es permanente.
Preguntar si este adversario es una “persona” es
improcedente, por cuanto su “no” permanente a Dios lo convierte en homicida (Juan
8,44) en primer lugar de sí mismo; y es también un error responder que
ciertamente no es un ser personal, por cuanto se experimenta su acción, por
ejemplo, en los pensamientos que no salen de nosotros y nos desayudan,
perjudican o hacen mal.
Resumamos lo dicho con el siguiente
texto de la Constitución Gaudium et Spes
n° 37 del citado Concilio:
A través de toda la historia humana
existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los
orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final (Mt 24,13;
13,24-30 y 36-43). Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar
continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la
ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo.
Es obvio que si hablamos de batalla o pelea, quiere decir que hay un
adversario. El problema no es el conflicto, sino el no tomar conciencia de su
realidad. Aquí es, de paso, donde fallan por la base las deserciones en la vida
de fe: por la ausencia de una toma de conciencia de la vida interior como lucha y por no
vivirla como tal, ni fortalecerse en ella. Ahora bien, la primera estrategia es
diferenciar dónde están “los nuestros” y dónde están “los otros”, es decir, lo
que nos ayuda y lo que no, a fin de no confundirnos y decidir mal, o creer que existe
el no decidirse por nada, o creer que luchamos solos. Esto no quiere decir que
nos convirtamos en insobornables, sino en francos luchadores - cubiertos de
polvo y sudor por perder tal vez algún combate, pero no la guerra - a fin de dar
razón de la presencia del Señor, que siempre está en lo que nos ayuda y hace
bien, aunque claramente no lo sintamos.
Esta tarea continua de caer y volver a caminar, de restablecer la alianza
o, en una palabra, de vivir en la verdad de nuestra condición humana y pecadora,
es el medio por el que se va logrando paulatinamente la “unidad en nosotros mismos”, esa que nos capacita para vencer y
cerrar el círculo de la existencia en Quien es Principio y Fin de la misma, donde
cobra su sentido auténtico y último.
2.3.
El discernimiento ignaciano como clave
del marco teológico
Sin el discernimiento se podrá ser
moralista, pero no director de almas.
Karl Rahner
Las pautas de
discernimiento de espíritus, clave del
modo o marco teológico ignaciano de proceder, son fruto maduro de la
experiencia de la vida interior en Ignacio[77].
Su contenido son fundamentalmente, la
detección en la vida cotidiana de lo que ayuda y desayuda en el seguimiento de
Cristo, como así también otras que requieren un hilar más fino, porque vienen disfrazadas
bajo apariencia de bien, fuente preciosa de datos que el teólogo tiene que
recoger para interpretar el desarrollo del plan salvífico en sí mismo y en los
demás[78].
¿Cómo se realiza este discernimiento?
Como se realiza en toda creación auténtica, es decir, conjugando el don y la
fuerza del Espíritu con la racionalidad humana. En otras palabras, cuando se
une a la experiencia la diferenciación de lo que interiormente pasa; cuando el
contenido de verdad no se confunde con sus apariencias gracias al
discernimiento; cuando la fidelidad procede de un proceso liberador y no de
sistemas normativos; cuando el Espíritu sumerge en las fuentes de la
espiritualidad cristiana, y a la vez pone en conexión con los signos de los
tiempos, con las corrientes subterráneas del presente. Como una obra de arte,
esta lectura de la experiencia se hace al principio a-temáticamente, por
intuición; más tarde, se reflexiona sobre ella y se formulan explícitamente las
disparidades, y de este modo se discierne por dónde transita el itinerario
salvífico y por dónde no. Descifrar esta génesis, este obrar divino, describe el
modo teológico ignaciano de proceder y el sentido de la teología vivida.
Esto es posible concretamente con la
aplicación de las pautas ignacianas, que aunque escritas en el siglo XVI,
gracias a su fecundidad nos ayudan a descubrir en el siglo XXI un modo teológico
de proceder fenomenológico y existencial, conducente al descubrimiento de la
acción de Dios y de nuestro adversario en el ámbito personal, eclesial y del
mundo, de una manera objetiva y verificable, por disparidad entre ambos, por el
sentido o adónde conducen, y por los frutos o efectos. Ellas requieren, en el
análisis de casos, un fiel ajuste a los textos autobiográficos de los “lugares
teológicos”, a fin de apoyar en ellos y con ellos lo descubierto con su ayuda.
El discernimiento de lo conflictivo existencial lleva de esta manera la
espiritualidad a su centro más íntimo.
Es este modo el que nos permite aportar
hoy una forma propia de proceder en teología, como así también, de concretar la
forma histórica actual de ser cristianos en un mundo particularmente
confundido. Afirmamos esto en razón de que la contribución del discernimiento
ayuda a obtener una precisión y eficiencia intelectual en un dominio donde la
fluidez del término “espiritual” puede caer en vaguedades o subjetividades. Su
orientación es netamente teológica y funcional, o en orden a tomar decisiones
para encaminar la vida, más que transmitir ideas.
El objetivo de la teología vivida es
mostrar entonces, con la ayuda de dichas pautas, tanto las patentes como las ocultas
o no explicitadas vivencias espirituales de los "lugares teológicos",
que a veces disciernen, a veces no, y a veces erróneamente. Esto quiere decir
que dichos "lugares" no los elegimos por ser "modelos",
sino por ser personas que a través de una rica y conflictiva vida interior nos
enseñan en la vida qué es discernir. Esto ayuda a comprender de la mejor
manera, es decir, por experiencia, en qué consiste dicho discernimiento. Cumplen
así las pautas el rol fundamental de estimular y enriquecer el diálogo
ecuménico, intercultural e interreligioso, al
integrar experiencias en búsqueda de la verdad, e impedir al mismo
tiempo que se eternice la misma, por cuanto el discernimiento implica finalmente
tomas de decisión. Sin embargo, no procura por esto un mero convencimiento
intelectual, sino ayudar a que el otro vea y acepte libremente, de cara a las
disyuntivas, lo objetivamente discernido o diferenciado. De lo contrario, no
hay convencimiento que valga. Como ocurre, por ejemplo, al ver esta página que
leo, en la que diferencio el blanco del papel y el negro de la tinta, y mañana no
es al revés porque subjetivamente se me ocurra que la página es negra y la
letra blanca.
Podemos correr el riesgo de subestimar
dichas pautas por el prejuicio de haber sido elaboradas hace cinco siglos,
ignorando la profundidad y sabiduría que brindan hoy a la teología y aún a la
psicología[79].
En efecto, al ser ellas una auténtica vivencia de la fe como decisión, son un
filón que permiten roturar un campo teológico y psicológico fecundo al
adentrarse en las problemáticas humanas. Como así también, al clarificar éstas,
nos hacen ver no sólo el sin sentido de una contraposición entre teología y espiritualidad,
sino más aún, otro modo de conocimiento de Dios[80].
En cuanto a la razón, ciertamente interviene
en el discernimiento pero iluminada por la gracia, como potencia activa del
hombre. Ella capacita para identificar
los engaños de lo sensible como de lo imaginario. Era por ello, la facultad
situada globalmente por los contemporáneos de Ignacio como intermediario entre
imaginación e intelecto.
De lo dicho hasta aquí podemos concluir
que el discernimiento como clave de interpretación diferencial vivida
nos hace pasar de lo ya conocido en cierta manera a un conocimiento más
profundo, a un cambio radical de enfoque que nos ayuda a descubrir el revés de
la trama de lo superficial y anecdótico, a tener el punto de vista de las cosas
desde Dios, gracias al don de su Espíritu que ilumina el alma y, levantada por
encima de la razón natural, ver lo que antes ignoraba. En él la oposición o
diferencia es de orden espiritual y más vital que moral, porque se trata de discernir
lo que ayuda en la prosecución de Cristo, de lo que desayuda; lo que es mejor
en concreto o realmente bueno, de lo simple o aparentemente bueno, y no de
discernir sólo ni meramente lo bueno, de lo malo.
El discernimiento es también clave para
la diferenciación e interpretación acerca de los tres protagonistas de la vida
interior en los diversos casos. En primer lugar el protagonista elegido como
“lugar teológico”; en segundo lugar Dios, protagonista principal en la vida; y
en tercer lugar, nuestro adversario que tercia y dificulta la relación con Él.
En otras palabras, no todos los pensamientos positivos o negativos salen de
nuestro querer y libertad, sino que hay otros dos que vienen de fuera, como ayuda
o desayuda. Luego, si no salen de nosotros, ni vienen de Dios, porque no es de
Él lo negativo, son de un tercero, que se presenta como adversario nuestro o “enemigo de la naturaleza humana”. De la
misma manera, si no salen de nosotros, ni vienen del enemigo, porque no es de
éste lo positivo, luego son de un tercero que se presenta como Camino, Verdad y
Vida.
En resumen, la detección de la presencia y acción de Dios y del
adversario, es decir, de la vida espiritual integralmente considerada como
conflicto real y continuo, es lo que ayuda a descubrir el modo ignaciano de
proceder en cada “lugar teológico”, al mismo tiempo que evita el peligro del subjetivismo
en la consideración del mismo, si tenemos en cuenta el criterio evangélico de
discernir por “los frutos”, implícito en las pautas de san Ignacio de Loyola.
En cuanto a la continuidad del conflicto, no quiere decir que sea imposible la
paz interior, sino que esta se logra en la medida que se discierne en medio del
mismo. Se la pierde en cambio, cuando se huye del discernimiento y se cae en
confusión.
2.4.
La
existencia de las mociones interiores y cómo discernirlas
Qué pocos hombres disciernen los movimientos profundos que les arrastran.
Henri De Lubac
Esto
suele decir la gente del campo:
Cuando no se
ve el sol, podemos señalar los cuatro puntos cardinales como lo hacían los
aborígenes. Esto es fácil de explicar, por muchas cosas. Las ramas de los
árboles en el hemisferio sur suelen ser mayores por el lado norte, por ejemplo.
El liquen de los troncos es limpio y seco por el lado sur; por el norte es más
blando y puede estar un poco podrido. Hay muchas pequeñas señales; juntalas
todas y te indican la dirección.
Estas “muchas pequeñas señales” es lo
que, con otros términos, llama Ignacio "experiencia
de consolaciones y desolaciones" y "experiencia
de discreción de varios espíritus" (EE 176) o mociones internas que
nos inducen en sentidos contrarios (confianza y temor, paz y turbación, alegría
y tristeza, etc.), en cuya variedad Dios se manifiesta en el contraste de
dichas mociones y nos ayuda a dar razón de Él en las decisiones a tomar de
acuerdo a lo discernido. Según el ejemplo dado, ocurre lo mismo cuando se suman
las consolaciones, ellas indican desde dónde llama para ir a Él, como así también lo hacen
negativa o indirectamente las desolaciones.
Las “muchas pequeñas señales", es
lo que también llama Newman “probabilidades
acumuladas”.
El que nos ha
creado ha querido que, en matemáticas, lleguemos a la certeza por medio de
rigurosa demostración; pero en la indagación religiosa hemos de llegar a la
certeza por medio de probabilidades acumuladas[81].
Ellas
son, por un lado, “el medio” para llegar a una certeza que está más allá de
nuestra razón, o de una demostración de tipo científico. Newman se sirvió del
ejemplo del cable, que se compone de numerosos hilos distintos, cada uno de
ellos débil, pero juntos alcanzan la firmeza de una vara de hierro.
Por
otro lado, este medio, continúa diciendo Newman, “nos capacita para que hagamos lo que Él quiere que hagamos y, por poco
que nuestra voluntad coopere con la suya nos conduce a una certeza que se
levanta por encima de la fuerza de nuestra conclusiones lógicas”[82].
¿Qué es lo que en el fondo nos capacita
para descubrir “lo que Él quiere que
hagamos” con “una certeza que se
levanta por encima de la fuerza de nuestra conclusiones lógicas”?: el don de la sabiduría, cuyo ejercicio
es el discernimiento de espíritus. Cuando, por el contrario, no hay más que
vagas ideas sin discernimiento, ni la sal de la experiencia, estamos como esos
visionarios que creen saber los caminos a todas las ciudades, y se extravían
yendo a casa.
Si
prestamos atención en cambio, a las “muchas pequeñas señales”, positivas y
negativas que se dan en nuestro interior, podremos notar en ellas la existencia
de dichos movimientos o mociones en forma de pensamientos o sentimientos: de alegría
o tristeza, ánimo o desánimo, confianza o desconfianza, etc., que a veces van
acompañados de ciertas “frases” que mueven a actuar en sentido negativo: “no te
metas”, “no puedo”, o bien positivo: “anímate”, “es mi deber”, y así por el
estilo. Evidentemente que para percatarse de estas señales o movimientos
interiores se requiere entrar dentro de uno mismo; y expresarlos a quien
acompaña en la experiencia espiritual para ser ayudados a discernir el sentido
o los efectos de dichas mociones y evitar así caer en subjetividades. Suele
pasar que es más fácil sentir estos movimientos interiores que expresarlos,
porque los sentimos aunque no queramos; pero para expresarlos necesitamos hacer
un esfuerzo de introspección. Menos difícil es diferenciarlos en sus efectos
concretos en la vida.
Consideremos de paso al respecto, lo
que nos dice la doctora de la Iglesia Teresa de Jesús a propósito de la
importancia de la entrada en uno mismo para percatarnos de lo que nos pasa: “Tengo por mayor merced del Señor un día de
propio y humilde conocimiento, aunque nos haya costado muchas aflicciones y
trabajos, que muchos de oración” (F 5,16) ¿Por qué? Porque sin entrar en
nosotros mismos, sin conocimiento de nuestro interior, estamos como quien posee
sólo el contorno de un mapa, sin saber cómo movernos dentro de él.
En consecuencia, continúa diciéndonos: “No es pequeña lástima y confusión que por
nuestra culpa no entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos” (1 M
1,2). Y agrega: “la puerta para entrar en
este castillo es la oración y consideración, porque la que no advierte con
quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo
oración, aunque mucho menee los labios” (1 M 1,7). En otras palabras, la
puerta para salir de la confusión interior es orar o tratar con el Señor, y
"considerar", examinar o discernir con relación a Él, lo que pasa por
el alma. Oración y vigilancia, por tanto, van juntas, porque sin vigilancia a la
primera “no la llamo yo oración, aunque
mucho menee los labios”, ya que al no considerar interiormente lo que le pasa,
no sabe qué tratar con Él.
Esta
“lectura” interior implica lo que Ricardo de San Víctor llama el camino del
ahondamiento para entrar en nosotros mismos[83].
En efecto, ¿cómo se va a tener la osadía de pretender conocer lo que está sobre
uno mismo, si antes no se es capaz de conocerse a sí mismo? De la misma manera,
¿Cómo vamos a ayudar espiritualmente a otros si primero no entramos en nosotros
mismos y aprendemos a interpretar lo que pasa por nuestra alma? Para esta labor
ayuda, en alguna manera, la psicología, pero ésta no llega al nivel más
profundo que es el del espíritu, porque no se trata sólo de analizar meramente
lo pasado, sino sobre todo de discernir el sentido de las cosas del presente,
donde sólo el Infinitamente Real está y actúa, para llegar a las síntesis o
tomas de decisión con respecto al futuro.
¿A qué tipo se refiere propiamente este
“conocimiento de sí mismo”? A un conocimiento intuitivo, una experiencia
interior, no un conocimiento logrado solamente por el razonamiento, sino por
éste iluminado por la gracia.
El camino para llegar a este
conocimiento de sí mismo es pedir el don del espíritu de Cristo llamado
sabiduría. Su ejercicio, que es el discernimiento, puede ser realizado de tres
maneras: por contraste (como es anotar a dos columnas las ayudas y desayudas);
por el sentido; y por los frutos. Otro medio puede ser subrayar a dos colores las
mociones de ambos espíritus en apuntes personales de lo vivido en Ejercicios,
como así también, los pensamientos y sentimientos contrarios en los
protagonistas de alguna novela humanamente profunda. Este adiestramiento, al mismo tiempo que nos
introduce en el conocimiento interior, es otro modo de conocimiento de Dios, no
en sí mismo, sino presente y actuante en lo detectado como positivo.
Todos tenemos experiencia de "pensamientos"
o estados de ánimo contrarios. Discernirlos es el arte de detectar cuáles nos
ayudan a caminar más cerca de Dios y cuáles no, a fin de optar por los primeros.
No se trata de hacer meramente una “lectura psicológica” o “moral”, sino espiritual,
al descubrir en ellos su querer y el del “padre de la mentira” (Jn 8,44), según
sea su sentido o cuáles sean sus efectos. Así es como seremos “doctos” en la
teología vivida, que es práctica y experimental. Con esa certeza que nos dan
las pautas de discernir espíritus tan maravillosamente resumidas por san
Ignacio, más la ayuda imprescindible de una persona espiritual, es decir, capaz
de discernir los efectos del bueno y del mal espíritu, no un mero director,
moralista o consejero.
Algunas
de estas mociones, como ya vimos, salen de nuestro querer y libertad y otras
vienen de fuera, pero tanto en un caso como en otro, todas son positivas o
negativas, es decir que no hay neutralidad. Son blancas o negras, a no ser que
optemos por el gris, que es confusión entre ambas. No es que seamos "blancos"
o "negros", sino "a rayas" como las cebras.
"Rayas" que pasan por nuestro propio corazón.
Hay por tanto, vivencias del alma que
sobrevienen a la conciencia y deben atribuirse a Dios porque nos ayudan a
seguirlo más de cerca. Esto es saber dar razón de Él. Otras vivencias en cambio
no son atribuibles a Él, porque nos desayudan en el mismo sentido. Para discernirlo
es más importante, como quedó dicho, tener en cuenta el fin, el sentido, adónde
conducen los pensamientos, y no el origen, ya que también puede consolar el mal
espíritu, al que se descubre finalmente porque actúa “por contrarios fines”[84]
que el bueno.
Disentimos, por tanto, con Karl Rahner
al respecto, cuando afirma: “Para san
Ignacio lo que importa por encima de todo, para ver si un impulso es o no
bueno, es saber ante todo de dónde
proviene”[85]. El motivo de
nuestro disenso estriba en que nos apoyamos justamente en cuatro de las pautas
para discernir, del mismo Ignacio (EE 331-334), donde tiene en cuenta
dialécticamente el sentido o los “contrarios
fines” del bueno y del mal espíritu (EE 331, 1) y no de dónde provienen.
Por ello tiene en cuenta, por ejemplo, la finalidad o tendencia de la acción
del enemigo que busca “salirse con la
suya” (332, 2), e invita por esto a advertir "cómo acaba” su discurso (333, 2), el sentido o “mal fin a que induce” (334, 1).
Asimismo, invita a prestar atención al “segundo
tiempo” de la consolación sin causa (336, 4-6), es decir, al sentido y al
efecto final, y no en cambio “saber ante
todo de dónde proviene”. De la
misma manera, nos apoyamos en la anotación 19 del texto autógrafo de los Ejercicios Espirituales, donde señala
Ignacio que la función principal de quien los da, es “ayudar a discernir los efectos del bueno y del mal espíritu” y no
de dónde vienen los pensamientos, sin negar por ello absolutamente que, en
algún caso, pudiera tal vez en alguna manera ser una ayuda tener en cuenta
también la procedencia o de dónde “salen”
o “vienen” los dichos pensamientos,
como dice en EE 32, 2-3.
En el fondo el criterio irrebatible de
Ignacio es, como el de Cristo, discernir por los “frutos” o efectos (Mt 7, 16-20); y eventualmente en algún caso,
como queda dicho, tener en cuenta el origen de las mociones, pero esto no
siempre ni “por encima de todo” y “ante todo”, como afirma Rahner, ya que
el origen puede ser bueno, pero no necesariamente por esto también el fin. Como
acontece en el caso del consolado bajo apariencia de bien (EE 332-335) donde en
un comienzo no sabemos si esa consolación es o no del buen espíritu. Entonces, para
salir de la perplejidad, san Ignacio averigua el discurso de los pensamientos,
y según sea el buen o mal fin a que inducen, discernirá de qué espíritu son las
consolaciones que los acompañan[86].
Por este motivo, no compartimos tampoco
su expresión taxativa y sin matices: “Querer
distinguirlas sencillamente, como ya dijimos, sólo por sus `frutos’, es decir,
querer allanar la cuestión prescindiendo de los impulsos en cuanto tales, es
algo que no pasa por las mientes a san Ignacio”[87].
Discernir por los frutos o los efectos es, en cambio, utilizar el criterio
fundamental e irrefutable de Cristo que, como es natural y pudimos comprobarlo,
está muy presente en Ignacio. De esta manera se va derecho a la elucidación del
problema, por cuanto “los impulsos” pueden
ser positivos al comienzo, pero no necesariamente al final. De aquí una vez más
la importancia de atender al sentido, hacia dónde conduce, en qué terminan o
cómo dejan. El criterio de "los frutos" evita además, el peligro de
interpretaciones subjetivas basadas sólo en el origen de dichos impulsos[88].
Por esto, se trata en cambio, de saber dar razón de la andadura del
protagonista principal en la vida y no del origen o de dónde vienen las
mociones internas.
2.5.
Importancia
de las mociones espirituales.
¿Qué lugar intermedio hay… en el que
la vida humana no sea una lucha?
San Agustín
El pensamiento filosófico creador es imposible si no existe una esfera de
lo problemático, si no hay esfuerzos dolorosos para resolver problemas nuevos,
si no hay búsqueda de la verdad, que no cae del cielo hecha y fija, si no hay
combates espirituales.
Nicolás
Berdiaev
El
Concilio Vaticano II alude indirectamente a la importancia del aporte existencial
que comunican los textos arriba citados de Agustín (siglo V) y Berdiaev (siglo
XX), al decir que “Toda la vida humana, la individual y la
comunitaria, se presentan como una lucha, y por cierto dramática, entre el bien
y el mal, entre la luz y las tinieblas” (GS 13). Esto quiere decir que los
problemas no sólo se dan a nivel psicológico o somático, sino también y más en
profundidad, a nivel espiritual. En efecto:
El problema
de la experiencia cristiana pone en cuestión no sólo ni en primer lugar unos
fenómenos psicológicos sino, ante todo y sobre todo, el conjunto de los datos
de la fe que definen y realizan la vida cristiana[89].
Es por esto que la teología vivida o de
la experiencia cristiana tiene en cuenta no sólo los niveles de realidad
corporal y psicológica de la persona humana, sino sobre todo el más profundo
del espíritu, donde se dan "el conjunto de los
datos de la fe que definen y realizan la vida cristiana".
Una vez establecida la posibilidad teológica de la experiencia y del
discurso en torno a la misma, nuestra tarea principal como teólogos preocupados
por ella, fue llegar en nuestros ensayos a una tipología de la persona
cristiana como tal, pero sin excluir la confrontación con el "lugar
teológico" estrictamente individual, para alimentarse de él y para
interpretarlo o verificarlo. Ni olvidar que en éste, la gracia de Cristo actúa también
secretamente por encima de las fronteras del cristianismo verbalizado y que
hace participar en el misterio de Jesús al hombre que es fiel a su conciencia,
aun cuando todavía no haya sido alcanzado convincentemente por el mensaje
explícito del cristianismo y sellado por los sacramentos cristianos.
Es así que en nuestros ensayos desarrollamos una fenomenología de la fe
al captar el sentido manifiesto verdadero y diverso de la misma a través de los
distintos “lugares teológicos” elegidos, a fin de poner en evidencia sus
diversas capas de significado o las estructuras expresivas implicadas en su sentido.
Para ello, lo primero fue tener en cuenta no sólo la relación con Dios, sino
también los obstáculos que se interponen en la misma, ya sea con motivo de las
debilidades del propio temperamento, como de las tendencias negativas o raíces
de pecado, o de las dificultades interpuestas por el “padre de la mentira” (Jn
8, 44) que se aprovecha para sus engaños de dichas tendencias. Lo segundo, fue
interpretar y discernir los aspectos positivos y negativos de lo que pasa por
el alma, es decir, en cuánto ayudan unos o desayudan otros, a dicha relación
con Dios. Y finalmente, observar cuáles son las decisiones tomadas según lo
discernido.
El
criterio, principio o parámetro para esta interpretación y discernimiento
es el espíritu de Cristo y su Evangelio en Iglesia. Esto quiere decir que para
discernir, la ley común no es de gran ayuda. No es la bondad intrínseca de los
diferentes “objetos” propuestos para elegir, lo que pueda determinarlo. Como
quien dijese frente a dos cosas moralmente buenas, que entonces da lo mismo una
que otra. Por el contrario, el criterio será saber cuál de las dos es mejor en
concreto, o más conducente al fin para el que somos creados, y no en abstracto.
Un buen ejemplo es el de Teresa de
Jesús en el Libro de la vida 3, 5 y
6, al deliberar sobre su estado de vida acerca de dos cosas buenas, como son el
sacramento del matrimonio y la consagración en la vida religiosa. Sin embargo,
una de las dos era en concreto mejor para ella en orden a alcanzar el fin para
el que era creada. Así fue cómo discernió: “aunque
no acababa mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi era mejor y más seguro
estado (para mí); y así poco a poco
me determiné a forzarme para tomarle. En esta batalla estuve tres meses”. Su
discernimiento fue concreto, no abstracto, como sería decir: “lo mejor es ser
monja: entonces, yo monja”, sino que tiene en claro cuál es el fin: Dios
nuestro Señor y el servicio a Él en los demás, para lo cual los dos estados de
vida son sólo medios, de los cuales: "ser
monja, vi era mejor y más seguro estado (para mí)"
Además aprovechemos el testimonio de
Teresa para ver, por un lado, cómo el problema no era sentir “inclinación a no ser monja”, sino si se
hubiese dejado llevar de dicha inclinación sin discernirla, por cuanto, al ser
negativa con respecto a una consagración a Dios, indirectamente ayudaba a dar
razón de Él en lo contrario, puesto que es contradictorio pensar que Dios pueda
inclinar a la repulsa de una vida consagrada. En todo caso, si Él quisiese hacer
ver que el camino no era este, lo haría positivamente presentando el del
matrimonio, pero no diciendo que no y dejando en el aire.
Por otro lado, cuando efectivamente
ella “vio” qué era mejor, como
consecuencia de discernir los estados de vida simplemente como medios para alcanzar
el fin, es cuando con disponibilidad y libertad interior asumió lo que Él le
ponía en voluntad hacer. Cuando después de “esta
batalla” - que no es otra cosa que una señal de auténtica vida espiritual - se comprometió a ello y fue confirmado
eclesialmente el llamado con su admisión como novicia en el Carmelo, todo se
aclaró, se ordenó, y alcanzó la paz interior, manifestada en las siguientes
mociones espirituales: “gran contento” y
“grandísima ternura” (4. 2) que nunca
la abandonaron y de este modo confirmaron el llamado.
2.6.
Conocer
y discernir
El
Concilio Vaticano II en su Constitución Gaudium
et Spes (41), descubre al hombre “el sentido de la propia existencia, es
decir, la verdad más profunda acerca del ser humano". Este sentido de
la vida, de la propia identidad, del “para qué” somos creados, no podemos
soslayarlo y con él se enfrenta necesariamente el hombre. Ahora bien, ¿cómo
puede éste discernirlo, excluyendo al máximo el subjetivismo y la proyección de
sus deseos, como voluntad de Dios? Mediante el conocimiento del sentido de las
mociones internas, es decir, de su bondad o malicia espiritual.
¿Qué es lo que se conoce y discierne? Lo
que interiormente pasa, sobre todo en materia de deseos, afectos o pasiones,
más que de "ideas", porque aquellos son los que permiten discernir
sin engaños cuál es el espíritu o moción interna que los inspira y mueve a
obrar en tal o cual sentido. Las ideas o pensamientos, en cambio, pueden ser muy
buenos pero no reflejar lo que realmente pasa al interior de la persona.
¿Cómo se conocen, mediante el
discernimiento, los diferentes espíritus o mociones internas que mueven a
obrar? al comprobar si ponen más cerca o más lejos del parámetro que es Cristo.
Por tanto, ¿quieres saber de dónde vienen dichas mociones?: observa - como ya
vimos a propósito de nuestra discusión con Rahner - adónde conducen. Por ello el
discernimiento radicaliza la diferenciación del sentido, y usa de la
inteligencia, iluminada por la gracia, como un arma de luz contra las tinieblas,
presentes en los afectos o deseos que mueven la voluntad en sentido contrario a
la luz[90].
Más aún, sin producir ideas, la
inteligencia iluminada por la gracia, no es menos investigadora de la verdad,
puesto que el discernimiento trata sobre todo de desenmascarar la apariencia.
Su tipo de conocimiento es "práctico" o en orden a tomar decisiones,
no meramente especulativo. En otras palabras, discernir es vivir sin engaños la
lucha interior, no un mero saber intelectual, o una especie de “técnica del
bien vivir” sino el fundamento mismo de la justa orientación teológica. En
cuanto al conocimiento de Dios que posibilita el discernimiento, no es un
conocimiento que se esfuerza por pensar al Dios que le es dado descubrir, sino que
se esfuerza por vivir con lucidez en prosecución de su rastro, “diferenciado” del
adversario y de uno mismo.
El discernimiento no es ciertamente el
único camino para detectar la acción de Dios, pero es válido en todo camino. Por
esto, de hecho no hay santo canonizado que no lo haya poseído en menor o mayor
grado, sino no lo sería (cf. Sab 9,18). La disyuntiva es cierta: discernimos o
nos confundimos cada vez más. Es un camino auténtico para conocer a Dios por
experiencia de su fidelidad.
Esta es precisamente la finalidad de
este conocer y discernir: movernos a amarlo, al detectar su acción beneficiosa
y asumir lo que Él propone, a fin de saber dar razón de su presencia y acción,
y vivir maduramente la fe como decisión por Él. Es lo contrario de lo que llama
santa Teresa de Jesús una “piedad boba” o dirigida a un Dios de quien no se
detecta su tránsito por la vida.
¿Cuál es el resultado de esta reflexión
teológica? Un modo teológico de proceder donde el discernimiento de espíritus actúa
como ayuda para descubrir su presencia y acción, como así también, para captar el
revés de la trama de la vida, es decir, lo que pasa interiormente y en
profundidad. En otros términos, es un modo de integrar teología y espiritualidad,
de modo que la primera se haga más espiritual y la segunda más teológica.
Esto significa, no sólo salir de una
división fatal entre ambas, sino hacer de la fe un acto de decisión maduro e
integrado con la vida, antídoto de todo sentimentalismo, subjetivismo, turismo
espiritual, vagabundeo afectivo, confusión y desconcierto típico de una época que
por esto mismo llama hoy a la madurez en el discernimiento. En una palabra, es
vivir el modo histórico de ser cristiano que el tiempo presente exige, donde
nada se presupone por costumbre o inercia socio-religiosa, ni se valora por la
cantidad o las formas, sino por ese saber dar razón objetiva de Dios[91],
y por un vivir cualitativamente la piedad como vigilante detección del rastro
del Señor que transita por nuestra vida, la del mundo y la de la Iglesia.
Este “dar razón” no es una tarea que
pueda considerarse realizada una vez para siempre, como si la fe y la esperanza
cristiana fuesen algo intemporal, sustraído a las vicisitudes del tiempo y de
la historia. Por el contrario:
No terminará nunca,
como tampoco puede terminar ningún trabajo teológico, ya que ese Dios al que
intentamos conocer cada vez mejor y comprender lo más adecuadamente posible
sigue estando siempre más allá de nuestros pensamientos y de nuestra historia
itinerante [92]
Es por esto que no existe el
“especialista” en discernimiento, sino una actitud de apertura a nuevos
descubrimientos, y a una fe que a pesar de su gratuidad, es al mismo tiempo una
decisión libre y totalmente humana. En efecto:
Como acto humano, la fe
no puede ser nunca, no debe ser, una decisión arbitraria. Tiene que ser
reconocida como algo con pleno sentido humano intelectualmente sincero y
responsable. De lo contrario, no sería digno ni de Dios ni del hombre. Por esto
la fe no puede ser nunca un mero elevarse sobre el mundo que pase por encima de
él sin tenerlo en cuenta para nada. Una tal – sólo aparentemente – fe “pura”
sería sólo una huida o escape y tarde o temprano se desvelaría como vacía e
irreal… No basta con desgastar la autoridad formal de Dios o de la Iglesia,
sino que se trata de facilitar y ayudar la llegada a una decisión madura de la
fe. Cosa que sólo es posible si le damos a la decisión de la fe un lugar en la
experiencia humana. Sin este “punto de contacto” y sin un acceso acorde con la
experiencia, todos los restantes argumentos teológicos están colgados en el
aire[93]
La fe es
en efecto, una "decisión madura",
si le hacemos lugar “como algo con pleno
sentido humano intelectualmente sincero y responsable", es decir, con
raíces en una personalidad humana y no en un espiritualismo desencarnado. En otras palabras, si sabemos dar
razón de la presencia y acción de Dios por medio del discernimiento, cuyo
último paso es precisamente una "decisión de la fe",
en la medida que le demos a ella "un
lugar en la experiencia humana", a fin de que se de un "punto de contacto” entre ambas,
que encarne los argumentos teológicos. Así podremos dar razón de Dios como
Alguien presente y actuante en nuestra vida, sin necesidad de "desgastar la autoridad formal de Dios
o de la Iglesia" y evitar el peligro de caer en un divorcio, bastante
frecuente, entre fe y experiencia humana con un resultado poco convincente para
nosotros y los demás.
2.7.
Actitudes
para discernir y modos de dar razón de lo discernido
Actitudes
para discernir
1.
Con relación a un parámetro
Sólo
podemos discernir espíritus si lo hacemos con relación a un criterio, principio
o parámetro que nos permita captar la diferencia de las mociones internas que
nos inducen a tomar decisiones en sentidos contrarios.
El criterio
es el espíritu de Cristo y de su Evangelio en Iglesia. Si por el contrario, el
parámetro es sólo la sensualidad, querer o interés propio, la libertad se
convierte en arbitrariedad, en rebelde autoafirmación del hombre, donde todo
vale. Una manera de mentirse el hombre a
sí mismo, origen de todos sus problemas.
2. Con relación al fin para el que somos
creados
El año de 1543 en carta a Ascanio
Colonna, explica Ignacio de Loyola que se discierne con relación a lo que nos
conduce al fin para el que somos creados, de la siguiente manera: “siéndonos buena alguna cosa en esta vida,
cuanto nos ayuda para la otra eterna, y tanto mala cuanto nos estorba”. Lo
bueno y lo malo no son, por tanto, un “porque sí”, ni un juicio subjetivo, sino
que se disciernen por el sentido o adónde conducen.
De ello se hará eco san Roberto
Bellarmino S. J., obispo y doctor de la Iglesia (1542-1621), en su Tratado sobre la ascensión de la mente hacia
Dios: “Debes considerar como
realmente bueno lo que te lleva a tu fin, y como realmente malo lo que te
aparta del mismo”. Donde
"el fin" es otra manera de referirse a Dios, para quien somos creados
y parámetro para discernir.
3. Con disponibilidad o libertad interior
En la
búsqueda del sentido de su misión personal en la vida, a Ignacio le fue
imprescindible la actitud de libertad interior o disponibilidad, sin la que es una
utopía pretender hallarlo. Ello aconteció en Jerusalén, cuando pasó de
"proponer" a "entender" o discernir qué era lo que el Señor
le proponía a él.
Esto
le hizo comprender la preferencia, libertad interior o disponibilidad que debía
tener para con el parámetro con relación al cual discernir. Por el contrario,
sin aquella actitud terminaría haciendo lo que le placiese, no siempre
coincidente con lo mejor en concreto.
A
partir de su peregrinar a Jerusalén comprendió Ignacio que conseguir esta
actitud de libertad interior era una tarea permanente y no un estado adquirido
de una vez para siempre, por el hecho de que la vida es lucha y la espiritual
también. Por ello hablará más tarde, con todo realismo, de la necesidad no de
ser, sino de “hacernos indiferentes” (EE
23,5) disponibles o interiormente libres, con ayuda de la gracia, llegada la ocasión de una elección.
Esto le permitió, por un lado, descubrir que la verdad no puede estar en dos
cosas al mismo tiempo, aunque las dos sean positivas. Y por otro lado, que un
mero planteo moral queda corto, por cuanto el hecho de que dos cosas sean
buenas no quiere decir que sea lo mismo elegir una que otra, puesto que la
verdad está en la que personalmente en concreto conduce más al fin.
Modos de dar
razón de lo discernido
1. Por
contraste
Pongamos
un ejemplo: el ánimo y el desánimo experimentado por alguien frente al llamado
del Señor a seguirlo en una vida consagrada enteramente a Él. Estos estados de
ánimo contrastantes ayudan a ver que es de Dios el primero y no el contrario. Por
tanto, ayuda al discernimiento quien manifiesta ambos estados de ánimo. No ayuda
en cambio, quien solamente afirmase lo primero, y no expresase dificultad
alguna en contra, porque de este modo no brindaría ocasión de contraste alguno
para discernir y sí, en cambio, para engañarse.
Por
eso la ayuda espiritual es sólo posible cuando además de las consolaciones, se
comunican también las desolaciones, a fin de poder discernir por disparidad, y descubrir
así por dónde continuar caminando y por dónde no.
2. Por el
sentido
Ignacio
es heredero de la enseñanza de san Bernardo, quien en un sermón sobre la discreción de espíritus
dice: "A mi parecer, no siempre es
fácil discernir si es nuestro espíritu quien nos habla, o bien alguno de los ya
mencionados” – el bueno y el mal
espíritu que "vienen de fuera" como dice Ignacio - . “Mas” - continúa diciendo Bernardo – “¿qué importa, para el caso, conocer la persona
que nos habla” - la propia psicología o las mociones que "vienen de
fuera" – “constándonos de antemano
ser pernicioso lo que nos dice? Si conocemos que es nuestro enemigo, hay que
resistirlo y rechazarlo varonilmente, como a tal; y si fuese tu mismo espíritu” - o sea, tu psicología – “quien te aconseja mal, vuélvete contra él”[94]
Por
esto sabe Ignacio que para discernir, lo que ayuda sobre todo es observar el
sentido de los pensamientos, si llevan a Dios o no. Esto lo podemos comprobar
en los textos del propio Ignacio y Roberto Bellarmino que comentamos más
arriba, donde algo es bueno o no, según conduzca a la vida eterna o estorbe a
dicho fin. Otros ejemplos análogos: cuando se espera un medio de locomoción ¿importa
de dónde viene o adónde va? En un automóvil ¿importa más el espejo retrovisor o
el parabrisas?
3. Por los efectos o frutos
El
ejemplo es de Ignacio de Loyola en 1521, con motivo de sus "deseos de imitar los
santos" (9). Que estos deseos fueron de Dios se pudo constatar, no
tanto por el hecho de “imitar”, más mimético
que discreto por aquel tiempo, sino porque dichos deseos no sólo "se confirmaron con una
visitación" de la Virgen con el Niño, sino sobre todo y en concreto
por el efecto que de la tal visitación se siguió en su vida.
Quedó
con tanto asco de toda la vida pasada, y especialmente de cosas de carne, que
le parecía habérsele quitado del ánima todas las especies que antes tenía en
ella pintada. Así, desde aquella hora hasta el agosto de 1553, que esto se
escribe, nunca más tuvo ni un mínimo consenso en cosas de carne; y por este
efecto se puede juzgar haber sido la cosa de Dios (10)
Con el
mismo criterio de discernir por los efectos, en otra ocasión descubre
indirectamente la acción del Señor en él cuando, "su hermano como todos los demás de casa fueron conociendo por lo
exterior la mudanza que se había hecho en su ánima interiormente" (10).
Otro
ejemplo lo encontramos en una carta a su sobrino Beltrán de Loyola, de 1539, en
la que muestra cómo a pesar de: “tantas
adversidades, contradicciones y juicios varios, ha sido aprobado y confirmado
por el Vicario de Cristo N. S. todo nuestro modo de proceder”[95], es
decir, la Compañía de Jesús.
Vale también al respecto lo acontecido
a santa Teresa de Jesús, cuando se le presentó una monja diciendo que había
visto a la Virgen. Para discernir lo narrado por aquélla, la Doctora de la
Iglesia le mandó limpiar los retretes del monasterio y aquélla se marchó de mal
humor, con lo que quedó en claro que la tal visión había sido una ilusión.
4. Por evidencia: "Sin dudar, ni
poder dudar" EE 175, 2
Las
siguientes son especiales experiencias en las que Dios nuestro Señor así movió y atrajo la voluntad de
Ignacio que, sin dudar ni poder dudar, siguió lo que le era mostrado o
propuesto. Es esta una manera ciertamente intuitiva o connatural de discernir,
que manifiesta el espíritu propio de un contemplativo también en la acción. La
primera, de 1522, se refiere a Manresa.
Perseverando
en la abstinencia de no comer carne, y estando firme en ella, que por ningún
modo pensaba mudarse, un día a la mañana, cuando fue levantado, se le
representó delante carne para comer, como que la viese con ojos corporales, sin
haber precedido ningún deseo de ella; y le vino también juntamente un grande
ascenso de la voluntad para que de allí adelante la comiese; y aunque se
acordaba de su propósito de antes, no podía dudar en ello, sino determinarse
que debía comer carne. Y contándolo después a su confesor, el confesor le decía
que mirase por ventura si era aquello tentación; mas él, examinándolo bien,
nunca pudo dudar de ello (27)
Lo que
salvó esta experiencia de la subjetividad, fue comunicarla a su confesor y el
discernimiento al que este le invitó hacer para ver si era gracia o tentación,
y cómo Ignacio, analizando bien, nunca pudo dudar de ello.
También
lo es la famosa visión de La Storta, camino a Roma, acontecida en 1537, donde
Ignacio recibe la confirmación final de su misión personal al sentir un cambio
en su alma y ver dónde era puesto, lo cual, para probar que no tuvo nada de
subjetivo dicho sentimiento y visión, es que lo acontecido se concretó en la
fundación de la Compañía de Jesús y en la aprobación eclesial de la misma en
1540 por Pablo III.
Estando un día, algunas millas antes de llegar a Roma, en una iglesia,
y haciendo oración, sintió tal mutación en su alma y vio tan claramente que
Dios Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de
esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo (96)
Nuevamente
aquí el peligro del subjetivismo quedó de lado, al decir no sólo que “sintió tal mutación en su alma”, sino que
dicha mutación quedó corroborada por los frutos de su vida apostólica
subsiguiente, como así también, por la ya mencionada aprobación y posterior
confirmación eclesial de la Compañía de Jesús.
Este
discernir por evidencia, suele acaecer también después de un largo proceso de
consolaciones y desolaciones y experiencia de discreción de varios espíritus.
5. Por el
bien más universal
Este criterio
del bien más universal lo explicita Ignacio en las Constituciones de la Compañía de Jesús donde dice que: “nuestra vocación es para discurrir y hacer
vida en cualquier parte del mundo donde se espera más servicio de Dios y ayuda
de las ánimas”[96]. Palabras que no
sólo resumen bien el hallazgo del sentido de su vida y misión personal, sino que la "ayuda de las almas" fue el
criterio que lo inclinó a prepararse con sus estudios para la misma. Esto lo hallamos al regreso de su
peregrinación a Tierra Santa en 1524, "bisagra" de su vida:
Después
que el dicho peregrino entendió que era voluntad de Dios que no estuviese en
Jerusalén, siempre vino consigo pensando qué haría, y al final se inclinaba más
a estudiar algún tiempo para ayudar a las almas, y se determinaba ir a Barcelona
(50)
En
efecto, a partir de Jerusalén Ignacio no dejó de discernir los proyectos que
Dios le ponía en voluntad asumir para ayudar a los demás. Así fue que se
preguntó reiteradas veces qué opciones debía tomar en la inmensa variedad de
circunstancias de su ajetreada vida, en la que no dejó de buscar porque no
quería perderle rastro para seguirlo más de cerca.
Vemos
así que ser cristiano para Ignacio no es limitarse al cumplimiento de lo que
universalmente es bueno para todos, sino descubrir los llamados particulares
del Dios vivo, que van conformando el propio itinerario en su seguimiento. Esto
fue haciendo de él un cristiano maduro y por ello no asoma jamás en su vida la
más mínima sombra de resentimiento para con nada ni con nadie, porque comprendió
cómo se entretejía el plan salvífico de Dios nuestro Señor para con él, el
sentido de su vida.
No es
pues extraño que el magisterio de Ignacio se haya identificado a través de los
siglos con un magisterio de discernimiento, entendido como otro conocimiento de
Dios en ese constante "buscar y
hallar la voluntad divina" (EE 1,7) en actitud oyente. Esto prolongó
en él la vida de Jesús con los rasgos nítidos y fuertes de sus llamados
particulares y, en definitiva, lo que hizo de él un santo, es decir, alguien
que descubre y responde a dichos llamados particulares, en edición inédita,
única e irrepetible, y no un repetidor aburrido de cosas buenas en abstracto.
6. Por lo que más agrade a Cristo
En
carta de 23 de noviembre de 1538 al portugués Diego de Gouvea - principal del
colegio de Santa Bárbara, durante sus años de estudiante en la Universidad de
París - responde Ignacio a una invitación que le había hecho por su intermedio,
el rey de Portugal Juan II, pidiéndole que enviase algunos padres a la India.
Ignacio le indica que él y sus compañeros están en primer lugar a las órdenes
del Papa y que por medio de él se hará: "lo
que más agrade a Cristo", a través de su Vicario en la tierra. Obvio
es resaltar aquí una vez más, el habitual sentido de Iglesia en Ignacio y la
Compañía de Jesús.
Otro
caso es cuando en carta de 1543, con motivo de una consulta hecha por Sor
Teresa Rejadell sobre si comulgar cada día o no, le ayudó a discernir de la
siguiente manera:
El
bueno y entero testimonio es el propio dictamen de la conciencia, es a saber:
después que todo os es lícito en el Señor nuestro, si juzgáis (o sea, si
discernís), apartada de pecados mortales claros, o que podáis juzgar por tales,
que vuestra ánima más se ayuda y más se inflama en el amor de vuestro Creador y
Señor, y con tal intención os comunicáis, hallando por experiencia que este
santísimo manjar espiritual os sustenta, aquieta y reposa, y conservando os
aumenta en su mayor servicio, alabanza y gloria, no dudando, os es lícito, y os
será mejor comulgaros cada día.
En un
lenguaje propio de nuestro tiempo, comienza Ignacio diciendo que: "el bueno y entero testimonio es el
propio dictamen de la conciencia", anticipándose en tres siglos a John
Henry Newman, para quien ésta es "el
principio de conexión entre la criatura y el Creador" [97]
En
segundo lugar, el criterio de discernimiento es concreto, no abstracto, es
decir que, si al comulgar todos los días ella, Teresa Rejadell, constata de hecho que su alma “más se
ayuda y más se inflama en el amor de vuestro Creador y Señor”,
y que con tal intención comulga, hallando además por experiencia, que este
sacramento la “sustenta, aquieta y
reposa” y haciéndolo así “aumenta
en su mayor servicio, alabanza y
gloria”, no duda Ignacio en afirmar que es lo mejor espiritualmente para
ella, y lo mejor es de Dios.
2.8.
El
discernimiento: un modo de integración teológico-espiritual
Lo
dicho hasta aquí muestra, por un lado, cómo el modo teológico ignaciano de
proceder implica un conocimiento diestro y práctico, más que especulativo, de lo
que es la discreción o sabiduría, llamado discernimiento de espíritus. Por otro
lado, muestra cómo la fe es una decisión por Cristo, último paso de dicho
discernimiento. Y finalmente, cómo éste es otro modo de conocimiento de Dios,
al dar razón de Él en todo lo que ayuda en su seguimiento.
Por tanto, para que la fe como decisión
por Cristo no sea algo en el aire, la tarea que ocupa el saber en la teología
vivida es la de conducirnos al encuentro con Él a partir de la detección y
diferenciación de todo aquello que objetivamente ayuda a ese encuentro. Por
tanto, el conocer del que hablamos, parte de algo que se manifiesta o aparece y
no es construido por el teólogo que piensa, sino que es fruto de un saborear
internamente lo que pasa por el alma. Esta experiencia permite diferenciar lo
que es de Dios y lo que no, de las tres maneras ya consideradas: por contraste,
por el sentido, o por los efectos en la vida.
Es en este descubrimiento de la
presencia y de la acción del Señor que es Espíritu - y no sólo un concepto
adherido intelectualmente - que aflora la riqueza cristiana en forma viva y
original y nos permite ir tras un seguimiento concreto y no sólo declamado. Así
caemos en la cuenta que el cristianismo es la consecuencia de un fenómeno
empírico concreto: Cristo, y no la manifestación de una Idea eterna. Y que ser
cristiano no es ser sólo un convencido sobre ciertas verdades reveladas, sino
un convertido a ellas en la vida. Es vivir lo sabido; es captar qué espíritu
anima las razones; es ser sabio, en el sentido de poseer un “paladar” capaz de “saborear”
lo que es de Dios y lo que no, en lo animoso y no en lo "amargo", por
ejemplo. Esto no significa ser miembro de una elite , sino comprender que "sólo
así supieron los hombres lo que a Ti te agrada" (Sab 9,18), y que este
saber es posible al "culto" como al "inculto".
Por tanto, el Cristo por el que nos
decidimos en nuestro acto de fe es un cuerpo en la historia, una “carne”,
detectable en las señales que lo identifican en todo lo que nos ayuda en su
prosecución. Esto es lo que logra el discernimiento de espíritus, un modo de
conocer a Dios sin pensar en Él en sí mismo. Esta es la teología cristianamente
significativa, no sólo la interesada solamente en hechos dogmáticamente
objetivados o deducibles adecuadamente de los principios abstractos.
Por esto, sólo es significativa la fe
que en medio de la confusión del mundo ayuda a encaminarnos en la vida a medida
que diferenciamos el sentido de las cosas o hacia adónde nos conducen, y tomamos
las decisiones del caso. Es por esto que el pueblo cristiano deseoso de madurez
en su fe, busca hombres y mujeres que ayuden en esta tarea, mediante el
discernimiento a modo de linterna de ruta. Por el contrario, como nos dijo Karl
Rahner, “sin el discernimiento se podrá
ser moralista, pero no director de almas”.
En este cometido, la teología vivida trata
de aproximarnos a una teología integrada con la espiritualidad y con el tiempo
actual, en el sentido de ayudar no-directivamente a crecer y madurar al hombre
y la mujer de hoy al enfrentarlos con las disyuntivas y confusiones, para que
al diferenciar los términos confundidos tomen con responsabilidad las
decisiones que ayudan a crecer como personas humanas y en la fe.
Este es el motivo por el que nos dirigimos a Ignacio de Loyola
con su filosofía de la existencia, presente en sus pautas de discernimiento, y porque
además con von Balthasar entendemos que:
No serán
eficazmente vivas en la historia de la teología sino las teologías que conlleven
su espiritualidad, no al lado de ellas, sino en ellas, incorporadas a su centro
más íntimo… Sólo una
teología así integrada tiene posibilidad de presentarse, de una manera
convincente, en el diálogo ecuménico[98]
Es a esta integración teológico-espiritual
en fin, que Ignacio nos ayuda
en el presente modo teológico de proceder, más
práctico y directamente orientado a la acción que especulativo, y más descriptivo que nocional, que trataremos todavía de explicitar
en la tercera parte.
TERCERA PARTE: UN
MODO TEOLÓGICO IGNACIANO DE PROCEDER
Que se
prepare a estar atento el Cristianismo no por la lectura de libros ni por las
perspectivas histórico-mundiales, sino por la profundización en la existencia.
Kierkegaard
Post-scriptum
3.1.
El marco o modo teológico ignaciano de proceder
Para comprender mejor la teología
vivida y su modo teológico ignaciano de proceder, conviene tener presente
algunos argumentos que lo motivan.
El primero, es la constatación, a
partir del siglo XIII, de la paulatina desintegración de la simbiosis que
comenzó a operarse entre espiritualidad y teología, la que pasó de este modo a
ser un estudio “científico”. Más o menos en el tiempo en que se dio a conocer
el pensamiento de Aristóteles, se operó un profundo cisma entre la vida y la
doctrina, entre el sistema teológico y la experiencia religiosa, entre la
dogmática y la mística. Esto tuvo como consecuencia que la teología ya no fue
fecundada por el testimonio de vida de santos, los cuales pasaron a vivir su
vida en una suerte de alienación con respecto al pensamiento teológico entonces
en curso.
La ruptura que aquí empezó a anunciarse
entre vida y doctrina, afectó al núcleo mismo de la teología, porque sus
principales conquistas fueron siempre resultado de una teología científicamente
"mestiza"[99].
La fisura, en fin, entre teología y espiritualidad no fue beneficiosa para
ninguna de las dos, por cuanto una teología separada de sus fuentes
espirituales se convierte en una ciencia abstracta, y una espiritualidad sin
estructura teológica corre el riesgo de ir a la deriva. La decadencia de esta
última consistió concretamente, en la paulatina pérdida de capacidad de
discernir espíritus, uno de los pilares de la espiritualidad cristiana, cuya ausencia
constató y lamentó Juan Pablo II al hacer un examen de conciencia sobre la
Iglesia del presente[100].
El segundo motivo, es la a menudo relegada
realidad “bélica” de la vida interior, y por consiguiente, del discernimiento
de sus partes en conflicto, lo que ayuda a la confusión y a la inmadurez, una
de las características de nuestra época. Por el contrario, su consideración
abre la espiritualidad a virtualidades teológicas olvidadas o encubiertas y
ofrece una manera específica de ejercer hoy nuestro oficio pastoral y nuestra
vocación de teólogo.
El tercero, es la realidad conflictiva que
convierte al discernimiento de espíritus en clave para un modo teológico de
proceder, y además valioso en un momento en el que la teología presenta a
veces, como contenido de la vida espiritual, a sólo Dios. O con un criterio
moral, como si su contenido fuese sólo pecado[101]
El cuarto motivo, es la posibilidad de
analizar experiencias personales o "lugares teológicos", sobre los
que reflexiona la teología vivida. Estos permiten, por un lado, acceder, gracia
mediante, a un modo superior de conocimiento llamado sabiduría espiritual y,
por otro, recuperar lo total y universal en dichas experiencias.
El quinto, son las necesidades del
hombre moderno de fundar su fe en referencia a su propia experiencia y poder
entablar un diálogo desde ésta con el mundo.
El sexto motivo, es porque en general,
constatamos en la formación de los futuros pastores una mayor impronta en lo
moral y, tal vez, en lo psicológico, que no en la misma proporción, en la
formación de la persona espiritual, es decir, conocedora en los efectos, de los
engaños del adversario y la Vida verdadera.
El séptimo, es porque el modo teológico
ignaciano de proceder ofrece un fundamento para una catequesis donde Dios sea un
descubrimiento existencial, valorado en todo aquello que objetivamente ayuda en
su seguimiento, y no sólo una verdad correctamente comprendida y asimilada como
si fuese geografía o historia[102].
Tras estas siete motivaciones, conviene
también tener presente que cuando prevalecía la noción clásica de cultura, la
teología era concebida como una realización acabada y entonces se discurría
sobre su naturaleza. Cuando en cambio la cultura se concibe desde mediados del
siglo XX en forma empírica, la teología se enfoca como un proceso evolutivo y
entonces se escribe sobre su método, que en nuestro caso preferimos llamar marco,
camino o modo teológico de proceder, destinado a favorecer la creatividad y
la colaboración con otras disciplinas[103]
y no simplemente un conjunto de reglas aplicadas mecánicamente que degeneren en
neutralidad académica[104].
¿Cuál
es la diferencia entre marco o modo teológico de proceder y método? La diferencia
estriba en que el marco está destinado a favorecer el hacer teológico mediante
un modo inteligible y articulado por medio de pautas interpretativas de
discernimiento, apropiadas para descubrir y describir la realidad conflictiva
de la vida interior. Mientras que el método es un cuerpo de doctrina o
estructura intelectual bien determinada a aplicar mediante reglas programáticas
que hay que seguir.
Es por esto que el modo teológico ignaciano
de proceder se adapta mejor a la relación hondamente dinámica entre Dios y el
hombre, un continuo de momentos siempre originales y muchos de ellos
imprevisibles, que escapan a la inercia de lo repetitivo y estructurado, al
hallarse llenos de impulsos de novedad y creatividad.
¿Qué requiere este modo teológico de
proceder que busca profundizar en la existencia como experiencia conflictiva?
Requiere lo que curiosamente nos dice en el siglo XVI un teólogo dominico,
llamado Pedro Ibáñez, en su “Informe
sobre el espíritu de Santa Teresa” contemporáneo de la misma:
En esto que
tratamos, y acerca de cosas de ánima, que no son contratos, sino tentaciones
espirituales, no se tiene buen parecer con sola teología escolástica, sino que
se requiere alguna noticia de cosas espirituales y de perfección, que no se
disputan en escuelas, sino que tienen particular dificultad en sí, y para
entenderlas es menester haber tratado o leído cosas de vida espiritual; y sin
haber pasado por ellas no se entienden, por muchos argumentos que se estudien.
Esta otra ciencia es afectiva y va por sus principios, que no se pueden
declarar, sin los experimentar; y así muy poco importa que teólogos que no
saben por experiencia cosas de oración, hablen o reprueben esto que tratamos[105]
En primer lugar, por “cosas de ánima” entiende Ibáñez lo que llamamos
hoy de modo más abstracto “vida espiritual o interior”, es decir, lo que pasa por
aquella: gracias y tentaciones. En segundo lugar, en respuesta a nuestra
pregunta, el modo teológico ignaciano de proceder requiere “haber pasado por ellas", es decir, haber tenido esa experiencia
que confiere un conocimiento "diestro" o capaz de discernirlas en
orden a tomar decisiones que ayuden a encaminar la vida. De lo contrario, sólo
con un conocimiento especulativo, estas “cosas
de ánima… no se entienden, por muchos argumentos que se estudien”, es decir,
si no media la experiencia en el discernimiento de las mismas en la vida.
Esta experiencia satisface el alma, en
la medida que "saborea" y diferencia lo que pasa por ella, no en
cambio, el “mucho saber”. En otras palabras,
"esta otra ciencia… va por sus principios, que no se pueden declarar, sin
los experimentar”. Pablo la llama "ciencia del espíritu" (Rom
10,2), o celo de Dios con discernimiento. Por tanto, presta atención más a los
afectos, inclinaciones, pasiones o deseos por los que se determina la persona a
actuar, y sobre los que propiamente se puede discernir, que a las "ideas",
que pueden ser muy preciosas pero no responder a lo que pasa interiormente. Aquí
radica el salto o la diferencia entre una teología vivida o práctica y una teología científica o
especulativa.
En
cuanto al marco o modo teológico ignaciano de proceder, propio de la teología
vivida, responde a la experiencia requerida por este y aclara el sentido de la
misma en el ámbito de la fe, o contexto de lo que hoy llamamos teología
fundamental. Entonces, por un lado, la vertiente inspiradora del mismo, procede
de la mediación proporcionada por las pautas para discernir. Y por otro lado, la
hondura espiritual que estas aportan en una medida considerable, se debe a que
al actuar a modo de linterna de ruta, posibilitan adentrarse en la vivencia
profunda del mundo interior del hombre.
En
síntesis, el modo teológico ignaciano de proceder trata de detectar la acción
de Dios que es Espíritu, como así también, un aproximarse a la teología
fundamental desde la experiencia existencial conflictiva discernida en la fe. De
esta manera responde, sobre todo después del Concilio Vaticano II, a un nuevo
modelo de teología, caracterizado por la valoración del polo antropológico, que
culmina en una intuición espiritual, vital y global, de naturaleza
contemplativa en la acción. Marco que aportamos a la teología en su calidad de
proceso evolutivo e inteligencia crítica de la fe.
3.2.
Característica
del marco o modo de proceder
Es
claro hasta aquí, que las pautas de discernimiento de espíritus inspiran el modo
de proceder de la teología vivida. Estas son un conjunto de operaciones que
incluye, no sólo las estrictamente lógicas o tendientes a consolidar lo
alcanzado, como es describir, formular problemas, deducir implicaciones, sino
también, las no-lógicas, que hacen que lo alcanzado se mantenga abierto a
ulteriores progresos, como son la investigación, observación, descubrimiento,
verificación, y sobre todo a la renovación de la intelección de la fe como
asentimiento de toda la persona. La conjunción de ambas operaciones es lo que
hace de ellas el motivo inspirador de un modo teológico de proceder como
proceso abierto y dinámico.
En otras palabras, tras cada
experiencia, las pautas de discernimiento brindan una sucesión continuada de
descubrimientos y efectúan una síntesis de cada nueva intelección. Es así que
el modo ignaciano de proceder, por un lado, profundiza la experiencia
espiritual como proceso conflictivo y evolutivo, y por otro lado, funda la
comprensión de la misma en una interpretación del dato a través de una
convergencia, que combina la teología histórico-empírica, con el discernimiento
de espíritus, en un círculo hermenéutico
entre el Evangelio y la experiencia espiritual.
El discernimiento favorece el modo
teológico porque, por una parte, ayuda a explicitar las experiencias
espirituales relacionadas entre sí, constitutivas de procesos conflictivos y
progresivos como son las conversiones, y por otra parte, conduce a un
conocimiento indirecto de Dios, al detectar las mediaciones que se nos ofrecen
en todo lo que ayuda en su seguimiento. Este conocimiento, por tanto, nada
tiene que ver con un saber enciclopédico, sino que, si de saber se trata, es de
un saber actuar.
Asimismo, el discernimiento de
espíritus ayuda al modo de proceder porque
lleva de hecho en sí la fuerza crítica necesaria para empujar a los
estudiosos de la teología espiritual a reorganizar su discurso, tanto en lo
referente al contenido como al método, estableciendo como término de
comparación la antropología teológica y no la teología moral.
Es por esto que, finalmente, el
discernimiento de espíritus permite un desarrollo por encima de una pura y
simple antropología cristiana, como así también, de la psicología, sin por ello
obviar a esta, pero sabedores al mismo tiempo que el plano más profundo y
explicativo existencial es el del espíritu. Vemos así cómo el marco de la
teología vivida incentiva a la misma y la hace capaz de comprender la
experiencia espiritual cristiana tal como emerge de la historia, con la ayuda
de las pautas dichas y cómo la estructura particular de la experiencia de los
“lugares teológicos”, exige que la teología se dirija a esta para
“comprenderse” y saber dialogar con el mundo.
El proceso del discernimiento pone tres
condiciones a este modo teológico de
proceder:
1. La necesidad de un parámetro, con relación al que diferenciamos los términos
confundidos. Este es el espíritu de Cristo y del Evangelio.
2. Un
orden en la presentación de lo discernido como positivo y negativo, de modo
que aparezca una unidad vital y orgánica, que no se justifica
por meras razones lógicas o conceptuales, sino según es el espíritu que las
anima, discernido éste por contraste, por el sentido o por los frutos.
3.
Finalmente, y como consecuencia de los dos pasos anteriores, ha de hacerse
presente finalmente una eficacia o gracia
especial que mueva a la aceptación por
evidencia acerca de lo discernido, a fin de tomar decisiones sobre ello.
Recordemos al respecto lo que sobre el marco
teológico nos dijo J. C. Scannone al comienzo, refiriéndose a nuestros ensayos:
Más que de un
método inductivo - deductivo, se trata de un círculo hermenéutico entre el
Evangelio y la experiencia espiritual de cada santo, en su mutuo iluminarse e
interpretarse, como en un círculo que, sin embargo, no parte de cualquier punto
del mismo, sino del Evangelio[106].
En otras palabras, se trata de un modo
hermenéutico o interpretativo de experiencias espirituales con ayuda del
discernimiento. Es un modo de proceder descriptivo-experiencial que observa,
analiza, y discierne de un modo objetivo, mediante la ayuda de las mencionadas pautas,
cuál es el espíritu que anima los fenómenos subjetivos, las experiencias
psicológicas y las somatizaciones, positivas o negativas, atestiguadas por los
"lugares teológicos", protagonistas de una auténtica vida interior.
Este modo de proceder tiene presente
las verdades reveladas, las del patrimonio común de los teólogos y de los
espirituales en torno al dinamismo evolutivo de la vida espiritual. Por vía de
reflexión se establecen y se organizan en sistema lógico nuevas conclusiones
contenidas en los principios y se intenta determinar sobre todo el sentido y el
efecto de los fenómenos experimentados a nivel corporal, psicológico y
espiritual, a fin de analizar cada caso, como así también pastoralmente, ver cuáles
serían los procedimientos prácticos más convenientes en cada uno.
La teología vivida es, por tanto, fundamentalmente
hermenéutica o interpretativa debido a que, por un lado, lee diacríticamente lo
vivido por los "lugares teológicos", en coherencia con la condición
epistemológica propia de la teología. Y por otro lado, debido a que deduce, gracias
a las pautas de discernimiento, líneas estructurales justificadas siempre teológicamente
y organizadas lógicamente con relación al dato cristiano.
Todo esto sumado, es lo que hace del modo
teológico ignaciano de proceder algo distinto. Una especie de fenomenología
sobrenatural que parte de las misiones suscitadas por Dios en la tierra y capta
en el fenómeno concreto de los "lugares teológicos", la “esencia”, la
“forma”, lo inteligible sobrenatural en lo sensible. En otras palabras, hace
una “radiografía” de lo que pasa espiritualmente y no un mero desarrollo
narrativo o psicológico.
Este marco adquiere una especie de
rigor sistemático, siempre que se proceda en coherencia con su clave
existencial de interpretación, como son las vivas y no mecánicas pautas de
discernimiento ignacianas. Por medio de éstas el marco se abre al estudio de la
interioridad existencial y de la historia. En otros términos, por medio de ellas
tratamos sobre una tarea que hoy consideramos importante para la teología, más
aún, condicionante de su vitalidad y hasta de su posibilidad.
Al retomar lo dicho hasta aquí podemos decir, que dentro de la Teología
Espiritual, nuestro marco o camino teológico está destinado a favorecer la
creatividad y la colaboración interdisciplinaria. Su clave descubridora de lo que pasa por el alma favorece,
por un lado, dicha creatividad, al ayudar a desentrañar la experiencia
cristiana como conflicto interior, único, irrepetible e inédito en cada
protagonista o lugar teológico, más aún, al mismo Dios en su accionar. Por otro
lado, favorece la clarificación del concepto dinámico de experiencia "bélica"
que es la vida interior[107],
como así también, resalta la docilidad al Espíritu como actitud indispensable
para ir, desde nuestra condición limitada, en búsqueda de la verdad hasta las
últimas consecuencias. No se trata, por tanto, de la aplicación de un juego
mecánico a experiencias espirituales personales, sino del acceso a un modo
superior de conocimiento, llamado discreción, prudencia o sabiduría espiritual,
cuya función es como dice Lonergan, fundamentalmente discernir entre:
La religión... totalmente dirigida a
lo que es bueno, al genuino amor al prójimo y a la abnegación de sí mismo... (y) lo demoníaco, hacia una exultante destrucción de sí mismo y de los
demás.[108]
Esta oposición existencial y paradójica del ser humano es en el fondo la
oposición muy definida entre autenticidad e inautenticidad. No es, por tanto,
un forcejeo entre cualquier contrario, sino una oposición en el interior de la
realidad humana de los individuos y de los grupos. Pero no sólo la sabiduría discierne
entre realidades opuestas como las mencionadas por Lonergan, sino también y
principalmente entre dos realidades favorables o positivas, donde sin embargo, una
es mejor en concreto que la otra y esa es de Dios.
En la teología vivida el modo ignaciano de proceder y la experiencia
cristiana se integran. Esta experiencia posee una consistencia específica y
viva, tal como aparece en las pautas, y sin embargo, es aplicable a infinitas realizaciones
personales. Motivo por el que podemos decir que hay teología de las experiencias
personales en la medida que estas verifican las líneas esenciales de dichas
pautas. Al mismo tiempo se encuentran en universos espirituales en los que todo
es singular e inconmovible. Y en la medida que cada una de estas experiencias
hunde sus raíces en el misterio del llamado personal para un seguimiento más
cercano, pasan a ser algo muy íntimo entre el alma y Dios, una especie de "lenguaje
confidencial” entre ambos, pero objetivo en los hechos.
Por tanto, entendemos el modo ignaciano
de proceder como un camino destinado a
descubrir y detectar el rastro de Dios en los "lugares teológicos", y
asimismo aplicado a favorecer la creatividad y la colaboración interdisciplinaria.
No es, en consecuencia, la teología vivida un tratado teológico, ni un conjunto
de normas que cualquiera puede seguir meticulosamente. En este sentido, el
método se concibe con frecuencia como un conjunto de reglas que, incluso cuando
alguien las sigue ciegamente, no deja de producir resultados satisfactorios,
mientras que en el modo ignaciano de proceder esta concepción no es aceptable
ni eficaz, porque los resultados son una sucesión continuada de descubrimientos
que se van interpretando y sintetizando, como ocurre en el caso de los
protagonistas históricos de nuestros ensayos.
Por
esto es importante considerar una vez más, cómo si bien el marco teológico
adquiere en dichos ensayos un cierto rigor sistemático y objetivo por su
referencia constante a las pautas de discernimiento, estas, sin embargo, por ser
reflejo de la vida misma, lo abren con flexibilidad al descubrimiento del
Espíritu que irrumpe en cada uno por encima de la fuerza de
nuestras conclusiones lógicas.
3.3.
Las pautas de
discernimiento como expresión de la vida misma
Hemos dicho hasta aquí que las pautas
de discernimiento ignacianas son la
clave del presente modo teológico de proceder, y que la característica de las
mismas es ser linterna de ruta, porque nos permiten penetrar y ahondar en los
itinerarios espirituales de los “lugares teológicos”, siempre que nos abramos con
flexibilidad al descubrimiento de la acción del Señor que es Espíritu. En una
palabra, las pautas son vida y no sólo doctrina[109],
porque si bien nos instruyen e iluminan, por ejemplo, sobre cómo manejarnos en
tiempo de desolación espiritual (EE 318-322), o en tiempo de consolación bajo
apariencia de bien (EE 332-335), entusiasman sobre todo porque nos permiten el
descubrimiento y seguimiento concreto del Dios vivo al integrar el carácter
cognitivo y afectivo de la experiencia de Dios en sus huellas.
Al mismo tiempo evitan que la teología sea sólo ciencia que un
no-creyente puede enseñar, y ayudan a comprender que la piedad, en un sentido
profundo, es la detección del paso del Señor en la propia vida. Más aún, sitúan
a Ignacio de Loyola en el universo teologal, por cuanto para él Dios no es un
concepto, sino una Presencia que no sólo funda y transfigura todo concepto,
sino que se descubre en todo lo que nos hace bien y ayuda en su prosecución.
Como que a Ignacio le interesa más la acción de Dios que el ser del mismo. En
otras palabras, para él la teología y la persona son espirituales si conocen y
ayudan a descubrir por los efectos, su acción y la del adversario de la naturaleza
humana, en una palabra, la vida espiritual en su total realidad teológica y existencial
conflictiva. Son las pautas, por tanto, no sólo un medio privilegiado para
desentrañar la realidad y cambiarla con la ayuda del Señor, sino también un
modo existencial de proceder en teología.
Ellas introducen en el mundo interior y ayudan a la intelección de los
“lugares teológicos”, como así también, a ver las cosas desde Dios, por ser más
interpretativas que programáticas o en orden a una acción
previamente concertada. No obstante, también ayudan a ésta en algún caso, como
vimos más arriba, por cuanto aplicadas en el orden que convenga a las circunstancias,
son una herramienta eficaz para la estrategia y el fortalecimiento en la vida
interior. Son superiores finalmente a lo que dispersamente podemos hallar en autores
como Pastor de Hermas, san Antonio abad,
Juan Casiano o san Agustín, por lo sintético, completo y sistematizado de
su presentación. En otras palabras,
si tratásemos de confeccionar las mismas con el aporte de estos autores sería
un trabajo ímprobo y prácticamente imposible por cuanto además media en ellas, la
experiencia del mismo Ignacio.
Por tanto, si bien ya en la más antigua
tradición de la ascética y mística cristianas existieron algunas pautas
dispersas para la discreción de espíritus, no obstante, se puede uno preguntar
si se consideraron tan explícitamente como medios para buscar y hallar la voluntad
de Dios. Se puede decir en líneas generales, que en la antigua tradición se
concebía el conocimiento de la voluntad de Dios prácticamente como un
acontecimiento más o menos prodigioso de una revelación o inspiración celeste,
de un impulso sentido como divino independientemente de todo examen ulterior, sin
cuidarse mayormente de pautas de discreción de espíritus por considerar que no
eran necesarias, o se conocían algunas y se enseñaban, pero sin reconocerlas ni
aplicarlas como medio para una buena y sana elección.
Ahora bien, dado que las pautas de
Ignacio de Loyola son un trasunto de la experiencia personal del mismo y
también un acopio de la herencia de los siglos anteriores, su intelección y asimilación
sólo es posible y provechosa en la medida que hayamos experimentado en nuestra
vida algo semejante, en parte o en todo, a lo que ellas nos transmiten. Esto
nos ayudará a interpretarlas, a caer en la cuenta de su profundidad y
universalidad, a interpretarnos y a interpretar a otros; de lo contrario no se
entienden, puesto que son la vida misma y no mera teoría. Las llamamos
“clásicas” porque trascienden toda espiritualidad particular[110].
3.4.
Las
pautas de discernimiento: objeto y fuente de la teología.
Consideramos que Karl Rahner en su obra
Lo dinámico en la Iglesia, publicada
en Alemania el año1958, marcó un
viraje en el estudio de la teología. En ella
subrayó el valor que, para el futuro de esta, tiene una de sus fuentes principales,
los Ejercicios Espirituales de
Ignacio de Loyola. En efecto, su contenido:
es algo que, según nos parece, es ejemplar de una manera
completamente primigenia para unos tiempos que están todavía alboreando. Si no
nos equivocamos al afirmar esto, entonces también los Ejercicios pueden
constituir un objeto para la teología del día de mañana… pudiendo ser en cierto
modo para ella una fuente… en el sentido de que todo lo que más en concreto sea
una realización del cristianismo, no deducible adecuadamente de los principios
abstractos de la teología, tiene que decir a la teología algo que de otra
manera ella no puede descubrir[111].
Hoy, más de medio siglo después, tras
la alborada del Concilio Vaticano II, no sólo nos sentimos vivir en el futuro
del que habla Rahner, sino experimentar concretamente a las pautas de
discernimiento contenidas en dicho libro (EE 313-336), más que como un objeto
para la teología, como una riquísima "fuente"
u origen de un desarrollo de la misma "no
deducible adecuadamente de los principios abstractos de la teología",
sino de un principio concreto y vital como son dichas pautas. Más
aún, como fuente de otro modo de conocimiento de Dios.
¿Qué actitudes supone este modo
teológico de proceder?: una mente abierta y dócil a la acción del Espíritu,
seguridad psicológica y madurez espiritual en el discernimiento (1 Cor 14,20).
Al mismo tiempo, las citadas palabras
de Rahner acerca de que los Ejercicios tienen
algo que decir "a la teología del día
de mañana", nos invitan a citar el siguiente texto de san Vicente de
Lerins en el capítulo 23 de su Conmonitorio:
¿Es posible
que se dé en la Iglesia un progreso en los conocimientos religiosos?
Ciertamente que es posible y la realidad es que este progreso se da.
En efecto,
¿quién envidiaría tanto a los hombres y sería tan enemigo de Dios como para
impedir este progreso? Pero este progreso sólo puede darse con la condición de
que se trate de un auténtico progreso en el conocimiento de la fe[112].
Esta
cita la traemos a colación por dos motivos. El primero, porque hay quienes se
inquietan temerosamente, bajo capa de una prudencia mal entendida, al oír
hablar de “un modo teológico de proceder”, o de “hacer teología”[113],
y mucho más al oír hablar de “progreso”, olvidando que santo Tomás de Aquino,
por ejemplo, con ser tan respetuoso para con los demás y tan tradicional,
apareció ante sus contemporáneos como un novador y casi como un revolucionario
en Filosofía y Teología, al construir sobre la base aristotélica todo el
edificio del saber filosófico en una síntesis personal, ciertamente genial para
lograr una síntesis coherente y no una amalgama de elementos contradictorios[114].
Por nuestra parte, más sencillamente,
la construcción del presente modo de proceder se fundamenta en las pautas de
discernimiento de un santo, fundadas a su vez, en la experiencia de los
profetas, de Jesucristo, de los Padres, y del medioevo. Si algún resquemor pudiera
suscitar el mismo, tal vez sea en el fondo motivado por el discernimiento en
cuanto búsqueda de la verdad donde ella esté, amparado dicho recelo en un
prejuicio de subjetividad, la cual no tiene cabida, por cuanto el
discernimiento ignaciano está sustentado en el criterio irrebatible de Cristo
que discierne “por los frutos”.
El
otro motivo de la cita de Lerins, es porque el modo teológico ignaciano de
proceder brinda ciertamente la oportunidad, como dice san Vicente, “de un auténtico progreso en el conocimiento
de la fe", en el sentido de una profundización en la experiencia de la
misma y no de una búsqueda de novedades.
Esto es así porque, aunque en Jesucristo está dada toda la verdad como tal, hay
sin embargo en la historia de la fe una profundización o comprensión siempre
nueva de esa verdad inagotable y, por ende, también la necesidad de continuar
la exposición e interpretación de la misma.
3.5.
Las
pautas como linterna de ruta
Si hay hoy una función urgente y
propia de la espiritualidad, diría que es aquella de un “saber orientador”, de
una sabiduría de vida y de esperanza, en el contexto de situaciones complejas y
ambiguas.
Bruno Secondin
Las pautas de discernimiento o linterna
de ruta del marco teológico ignaciano, participan de la riqueza de temas y
sub-temas que suele darse en una sistematización teológica, pero no la
sistematiza según un esquema conceptual – que a veces es el mismo que se emplea
en otras sistematizaciones de teología espiritual - sino que la aplica a medida
que se manifiesta la riqueza de la vida, para interpretar lo que pasa y
orientar en orden a las tomas de decisión en que consiste finalmente dicho
discernimiento, y no sólo para especular o profundizar teóricamente en un tema,
ni para teorizar sobre el discernimiento. Esto se debe a que:
La vida única
que se da en Cristo y la Iglesia es el lugar propio de la teología vivida y
manifestada, y ello también en el sentido de un realismo permanente de la vida
real que se da entre perdición y redención, pecado y santificación[115].
Este "realismo permanente de la vida real" es el clima o
ambiente en el que se desarrolla la teología vivida, y por ello es que - como continúa
diciendo von Balthasar - este no sólo “no
es un ‘mundo sapiencial’ sin calor y sin historia, sino la realidad con que la
teología tiene que enfrentarse". Más aún, esta realidad es
conflictiva, puesto que se da "entre
perdición y redención, pecado y santificación". Por otro lado, este es
el motivo por el que la teología vivida está encuadrada dentro de un conocimiento
y de una tentativa a-sistemática o hermenéutica, porque sacrifica la lógica y
el equilibrio del sistema en beneficio de la profundidad interpretativa de lo
que pasa en la vida real entre realidades contrapuestas. A su vez, son estas contraposiciones, no sólo
señal de vida espiritual, sino el motivo por el que el tema del discernimiento de espíritus pasa a
primer término, no en sus múltiples relaciones con otros temas espirituales,
sino reducido por así decirlo, a sus rasgos esenciales. Estos son, no sólo los
obvios, sino a veces los más recónditos y aún inesperados.
Acerca del conflicto de la vida real
con que la teología vivida se enfrenta, traemos a colación algunos ejemplos,
donde vemos cómo no cabe discernimiento alguno si no es dentro de vivencias
contrastantes. El conjunto ha de ser a la vez coherente con otros datos en un
mismo momento, y situado en una trayectoria encadenada, con unidad de sentido
en el proceso de transformación de la persona. Es el caso, por ejemplo, de los varios llamados particulares
experimentados a lo largo de su vida por san Antonio María Claret[116]
donde cada llamado se entiende mejor en relación con los otros.
Otro caso fue la decisión del militar
convertido Carlos de Foucauld (1858-1916) al abandonar todo para irse finalmente
al Sahara. Ella pierde significado para quien no conoce el proceso total de sus
llamados anteriores y las motivaciones no sólo racionalizadas, sino
confrontadas con el espíritu de Cristo y de su Evangelio en Iglesia. También
aquí se aplica el principio de coherencia con relación a una visión de conjunto
más amplia [117]
Estas experiencias nos muestran que
discernir es detectar la huella de Quien sus caminos no son los nuestros. Por
tanto, no es un saber exacto porque no es matemática la vida, y las pautas de
discernimiento son en este sentido, sólo una ayuda para en alguna manera (cf. EE 313) vivir sin engaños la búsqueda del rastro de Dios vivo. Es una
experiencia semejante a la del timonel de un velero, que vira constantemente hacia
babor o estribor, atento al cambio de los vientos sin perder por esto el rumbo.
Es el ejercicio de una sabiduría en
orden a detectar dicha huella que, por su sentido o por sus efectos concretos
en la vida, nos señalan por dónde ir en su prosecución y evitar así de paso, la
tentación teológica o pretensión ridícula de manipularlo.
Estas experiencias nos enseñan
asimismo, los tres modos considerados para discernir por dónde transita Dios en
la vida, el primero de los cuales es hacerlo por contraste; el segundo: por
el sentido; el tercero: por los
efectos o los frutos, es decir, por la transformación que se va operando
paulatinamente en la persona. En ellas se mezclan la intuición que capta lo no
temático (el lenguaje no verbal, por ejemplo); la capacidad de distinguir lo
anecdótico de lo importante; un instrumental racional de análisis integral
(corporal, psicológico y espiritual); el arte de establecer relaciones entre
los múltiples signos, articularlos en una unidad e interpretarlos
dinámicamente, desde la polivalencia significativa característica de lo
auténticamente humano; etc. En este sentido, como ya adelantamos, no hay
“especialista” en discernimiento, sino un aprendizaje continuo, donde a veces
“no se sabe” discernir hasta tanto no haya suficientes señales como para
realizarlo. Como por ejemplo, le aconteció al apóstol Pablo, cuando “no supo”
en un primer momento que era de Dios la tristeza de los corintios provocada por
su segunda carta, sino en un posterior momento, en que pudo discernir que dicha
tristeza era de Dios por el sentido o adónde los condujo, y por el efecto
positivo, patente en el arrepentimiento (2 Cor 7, 8-9). Vemos de paso, que en
el discernimiento se trata de otro modo de saber, donde no hay lugar para apresuramientos,
ni subjetividades en el juicio, sino dejar que el "realismo permanente de la vida real", como dice von
Balthasar, revele lo que pasa.
Es por esto que el núcleo o círculo
íntimo a captar por el discernimiento de espíritus en el corazón de las personas
es lo intencional teologal o manifestación más propia de lo espiritual, lazo
teológico donde se integra, y se transforma sin cesar, el acto espiritual de la
vida humana y la inteligencia que forma parte. Pero precisemos que se trata de
la intencionalidad de la persona inferida
a través de sus actos (el arrepentimiento citado de los corintios, por
ejemplo) que dejan al descubierto lo que pasa, y no la intencionalidad de los
pensamientos o de la intencionalidad racionalizada. Otro ejemplo, es cuando los
maestros espirituales dicen que el fruto de la oración es la disponibilidad o
libertad interior para realizar el querer de Dios y no el sentimiento amoroso.
Con esto están señalando, más allá de la experiencia psico-afectiva, la
intencionalidad de la oración: Dios y el deseo de hacer su voluntad. Este
trascenderse del espíritu pertenece a su esencia. Cuando es actuado por el
Espíritu Santo produce la intencionalidad propiamente teologal. Otro ejemplo:
no es lo mismo hacer reflexiones sobre la Providencia que percibir
confiadamente la fidelidad de Dios a lo largo de la vida. No es lo mismo sentir
a Dios que amarle oscuramente, en obediencia de fe o en la enfermedad.
A continuación incluimos otro tipo de
ejemplo para ver además cómo el discernimiento no sólo atañe a lo íntimo y
personal, sino también a los espíritus que motivan hechos socio-políticos, como
por ejemplo, las guerras. No dudamos en reconocer que ver las cosas desde Dios
implica un cambio radical en el ángulo de visión.
Con
alguna frecuencia ocurre que conversamos o discutimos sobre quiénes ganaron o
perdieron alguno de los tantos enfrentamientos que tiñeron y tiñen de sangre la
historia de la humanidad. Vale esto también para conflictos menores en otros
ámbitos de la vida. Si, en cambio, miramos las cosas desde Dios, con discreción
o sabiduría espiritual, más allá del limitado horizonte humano y recorremos la
Historia, maestra de la vida, observamos que ninguna de las partes en conflicto
ganó, sino que ambas perdieron, en mayor o menor medida, en beneficio de un
enemigo común, que tercia en los conflictos humanos procurando su única
finalidad: la destrucción y la muerte, de ambas partes a cualquier precio.
Por esto es llamado por
Jesucristo: “homicida desde el principio”
y “padre de la mentira”; por
Pablo: “Poder de las tinieblas”, sin
rostro, ni bandera; y por Ignacio de Loyola: “enemigo de la naturaleza humana”. Al repetir éste siempre el mismo
tema: destrucción y muerte, no tiene progresión histórica, sino sólo
variaciones sobre el mismo, con las que denigra nuestra condición humana. Sus
instrumentos son a lo largo de la Historia, con distintas variantes según el
período histórico, los mismos del grupo de poder del tiempo de la Pasión de
Jesucristo para llevarlo a la muerte. Estos son: los medios de comunicación (un traidor, Judas), el dinero (treinta monedas de plata, por entregarlo), y las armas (espadas y palos, para detenerlo).
Por su parte, el papel que han
cumplido y cumplen las partes que se traban en lucha es el de engañados por dicho enemigo común, mal que le pese a la soberbia y al
amor propio humanos, y se recubra de solemnes reuniones internacionales con
hombres de caras muy circunspectas y gruesos portafolios.
La transformación de esta
realidad, es el Reino que pedimos todos los días que venga, porque no ha llegado,
y comenzará en cambio el día que lleguemos a la madurez espiritual que nos
permita discernir al verdadero enemigo común de la Batalla, solapado en los
enemigos de las bataholas que figuran en los medios de comunicación y en los
libros de Historia. Esto implica sabiduría espiritual, no mera razón natural, como
así también, dejar de lado la soberbia, la vanagloria y la ambición.
Para fomentar los conflictos,
nuestro enemigo común se vale de estas tendencias negativas, sobre todo de la
soberbia u orgullo, raíz de todas las demás. Estas ofuscan y sofocan las
tendencias positivas y no permiten discernir cuál es el espíritu que mueve las
razones. De paso vemos una vez más, que para discernir no alcanza la mera
inteligencia humana, sino la sabiduría espiritual, que sabe leer el revés de la
trama de los hechos, el espíritu que inspira las razones. Como prueba de que el
adversario tapa la posibilidad de esta “lectura”, tenemos el rótulo que le
pusieron a Cristo en la cruz: “Rey de los judíos”, es decir, como si hubiese
muerto por ponerse en contra del César. Mientras que el motivo de fondo en
cambio, era que moría por ser fiel a la misión que el Padre le había
encomendado para la salvación de todos. Por esto Él es paradigma de sus
testigos o mártires, que mueren por Él y no por alguna histórica facción en
conflicto. Cosa que se buscó para desvirtuar su testimonio, y buscan hoy hacer
aparecer los grupos de poder en los testigos actuales.
Algunos de estos grupos a lo
largo de la historia, montados en la soberbia, han pretendido encarnar el Bien
que lucha contra el Mal (el eterno argumento de la novelística). Pero esto no
es más que una señal de nuestra condición de engañados, puesto que el Mal está en el hecho del conflicto mismo que
se debate fundamentalmente en nuestro propio corazón y se refleja en las
confusas y engañosas bataholas humanas.
El día que los poderosos - y no
la trama gruesa de la historia a lo largo del tiempo y víctima de las guerras -
habiendo rechazado la soberbia y la ambición, se digan uno al otro: “bajemos
las armas porque hay un tercero que quiere nuestra destrucción y nuestra
muerte”, habrá llegado la señal indudable de la sensatez y de la sabiduría
espiritual, y por ende del comienzo del Reino. De paso, podemos apreciar cuánto
falta a la historia humana para llegar a ese día, hasta tanto no hayamos
vencido nuestras tendencias negativas, incentivos de la batahola, de donde se
desprende que la Paz es una tarea continua y trabajosa, con Cristo, hasta el
fin de los tiempos[118].
Esto es a lo que la teología
vivida trata de ayudar, es decir, a ver las cosas desde Dios y no caer
ingenuamente en discusiones interminables y disociadoras, otro éxito del
enemigo que se frota las manos – valga la expresión antropomórfica - al vernos
confundidos y engañados. Este punto de vista y esta toma de conciencia serán al
menos, de alguna manera, signos de una preparación remota y anticipo del comienzo
del Reino.
En otras palabras, el
discernimiento como linterna de ruta, se ofrece al creyente para: reconocer los signos del Misterio en que
estamos inmersos; revelar el revés de
su trama y la miopía que impide su manifestación; y ayudar a crecer, por medio de un discernimiento clarividente y esclarecedor, para salir del engaño al ver las cosas desde Dios, un modo de dar razón del
mismo.
3.6.
Pasos
en el análisis de “lugares teológicos”
El saber cristológico no se compone de conceptos, tampoco se transmite
por medio de ellos, por lo menos no primariamente, sino por medio de historias
que tienen por objeto un seguimiento, de ahí que tenga necesariamente un sesgo
práctico-narrativo.
J. B. Metz
Estas
palabras de Metz vienen a propósito de la teología vivida, si bien el modo ignaciano
de proceder es más "radiográfico" que simplemente narrativo. Su
"materia prima" son los procesos interiores vividos por los varios
protagonistas de nuestros ensayos, no necesariamente santos canonizados, aunque
es verdad que corresponde lógicamente a estos una significación especial, por
cuanto su autoridad gana en relación con la teología una significación
gnoseológica, pero sí al menos personajes que revelen lo que pasa por su mundo
interior y no solamente ideas. La "radiografía" espiritual de estos
hombres y mujeres se convierte de esta manera en una suerte de aproximación al
misterio de Dios.
En
cuanto al modo teológico de proceder sobre los mismos, al ser existencial trasciende,
como las pautas de discernimiento, un sistema abstracto de conceptos y echa por
tierra todo intento de sistematización, al no poder dar respuesta sólo con el
pensamiento a lo que está más allá del mismo.
Dichas
"radiografías" implican tres momentos o pasos estrechamente unidos
entre sí[119].
Son los mismos del proceso de cambio interior del hijo en la parábola del padre
misericordioso (Lc 15, 17-18), y los del título de las pautas de discernimiento
(EE 313).
1. Entrar en el "lugar
teológico" para advertir lo que pasa por el alma y asumir la
conflictividad que presenta el caso.
2. Diferenciar los términos en
conflicto con la ayuda de las pautas de discernimiento ignacianas, por
contraste, por el sentido o por los efectos.
3. Observar cuál es el sentido de las
decisiones finales.
1. Primer momento: Reconocer principalmente
los contrapuntos entre consolación y desolación espiritual, y además, la
mundanalidad en todo el juego inasible de las relaciones históricas que lo
caracterizan. Significa aceptar y soportar el peso de no tener diagnósticos y
terapias predeterminados, ni leer la historia a partir de un esquema ideológico
preestablecido, o de exaltaciones que ignoren los conflictos. Nadie pretenderá
ciertamente estar privado de prejuicios, pero es precisamente esta conciencia
honrada la que debe disponernos para la vigilancia y el esfuerzo de dejarnos
alcanzar y marcar por la pesada objetividad de lo real. La conflictividad es en
este sentido un desafío, es el duro cepo de las historias concretas, que impide
toda conciencia falsamente tranquilizante, todo proyecto utópico, toda memoria
consolatoria, toda exaltación.
Quien se introduzca mediante el modo
teológico ignaciano de proceder en el mundo interior de un "lugar
teológico" tiene que aprender continuamente de nuevo a asumir la
conflictividad espiritual, a respetarla incluso en su carácter obstinado, a
estar con ella humildemente y con espíritu de compartir, a soportarla en la
paciencia. Sólo a este precio la teología vivida deja de convertirse en
ideología, en lectura fácil y prefabricada del mundo, en conciliación ideal que
ignora la verdad y las perennes limitaciones de la realidad. Es aquí donde el
teólogo, más allá de esta actitud espiritual fundamental, siempre necesaria, de
atención y de amistad con todo lo que es humano, tiene además, necesidad de
servirse de la mediación cultural y socio-analítica, valiéndose de los
resultados del conocimiento histórico, de la psicología, de la sociología, de
la antropología, de la literatura, de la hermenéutica, de la filosofía y de
todas las otras ciencias humanas, capaces de ofrecerle un conocimiento más
amplio y articulado del mundo y de su lenguaje. No presumirá entonces de
sustituir a los expertos en los diversos terrenos, pero tampoco vacilará en
dejarse provocar por ellos. Lejos de encerrarse en un castillo de fáciles
certezas, la teología vivida, como conciencia crítica de los signos de los
tiempos, vive en la brecha de la
historia, en el diálogo y en la compañía exigente y fecunda con los hombres que
van tejiendo esa historia real en la que también la Iglesia está colocada.
Este asumir dicha conciencia crítica, lleva
consigo el riesgo inevitable de tener que vérselas con la ambigüedad de la historia,
con las luces mezcladas con las sombras, con la generosidad y los egoísmos, el
sufrimiento inocente con las causas individuales y estructurales de la pasión
del mundo, las esperanzas con los engaños y desilusiones. En una palabra, con
la paradoja, más aún, con el misterio del ser humano. Siempre acecha la
posibilidad de dejarse confundir por las seducciones del espíritu de la época y
de las modas, como así también del argumento de "tener razón", pero
ignorar en cambio qué espíritu mueve a esta. Por eso mismo el teólogo necesita
un criterio para discernir, y no podrá encontrarlo más que en la Palabra.
El primer momento del proceso de
discernimiento es, por tanto, introducirse con la ayuda de dicha linterna, en
lo profundo del “lugar teológico” y allí
tomar conciencia de que pasan cosas por el alma, en coherencia con la
condición epistemológica propia de la teología vivida, es decir, de un proceso
existencial conflictivo, que plantea a la atención refleja la observación de
una experiencia ambivalente.
2. Segundo momento: Es el momento propio del discernimiento o
interpretación del sentido de las
contrarias mociones interiores, a fin de poder pasar luego a las decisiones en las
que el discernimiento termina. Ahora bien, experimentada la conflictividad, no se
buscará en dichas pautas soluciones ya prontas ni respuestas fáciles, sino una
orientación interpretativa. Por esto, quien se interne con ellas en un
"lugar teológico", aceptará escucharlas con fidelidad y obedecer en
la paciencia, a itinerarios de comprensión no siempre breves y luminosos. Aplicará
a ellas la historia real, las preguntas abiertas, las luces entrevistas, los
dones reconocidos, los senderos interrumpidos y las caídas. Las pautas le darán
la luz suficiente para orientar el camino y sostener la lucha, para tomar
posición y decidir en donde sea necesario y posible; para aguardar y tener
paciencia donde no se ve en un primer momento con claridad, como es el caso, ya
considerado, del sentido de la tristeza provocada a los corintios por la carta
de san Pablo en 2 Cor 7, 8-9. De esta manera ellas brindarán la ocasión de
advertir y diferenciar por el efecto final, la presencia y acción de Dios, o la
contraria de nuestro adversario. El sensibilizarse a ambos efectos existenciales
concretos es lo que verdaderamente importa, como así también reparar en el
espíritu que inspiran las palabras o frases utilizadas[120]
Dicho de otro modo, en este segundo
momento se trata de discernir o
diferenciar e interpretar lo que pasa por el alma, ya sea por disparidad,
por su sentido o por sus “frutos”, o efecto final, y observar las líneas de
comportamiento que se siguen, justificadas siempre mediante la cita de los testimonios
de los protagonistas y organizadas de acuerdo a la lógica interna de los datos.
Es una lectura o interpretación diacrítica o discernidora de dicha experiencia
interior ambivalente, que en la gran mayoría de los casos, por no decir en
todos, implican confusiones, las que por esto mismo hacen imprescindible el
discernimiento de las partes confundidas. Para dilucidarlas vienen en ayuda las
pautas para descubrir cuáles son las actitudes acordes con la lógica interna que
el “lugar teológico” aporta, y mediante éstas, llegar a las tomas de decisión que se habrán de efectuar en el tercer
momento. Este descubrir lo que pasa, diferenciar los términos implicados y tomar
decisiones explica en fin, el término "ignaciano" del presente modo
de proceder.
En este segundo momento se trata, por
tanto, de tomar conciencia no simplemente de que pasan cosas, como en el primer
momento, sino de sus ambivalencias, tales como: consolación-desolación espiritual
(EE 316-317), luz-tinieblas (Rm 13,12), vida verdadera-engaños (EE 139), etc, y
diferenciarlas, como quedó dicho, por oposición, por los frutos, o por el
sentido. Lo que hace en realidad el teólogo es “aprender” de estas ambivalencias
a desarrollar de forma autónoma su propio tipo de investigación sobre lo
“vivido” y sus expresiones; e interpretar con la ayuda de las pautas ignacianas
ese dato que brinda el "lugar teológico" y que no puede ser
construido a priori.
3. Tercer momento: Se trata de ver si el discernimiento llega a su fin en un
compromiso o queda a mitad de camino, lo cual no deja de ser una decisión más,
porque la neutralidad no es posible en medio del conflicto que hace a la vida
interior. En una palabra, se trata de pasar del análisis del segundo momento, a
la síntesis o tomas de decisión.
En esta última instancia, es importante
considerar las actitudes de aceptación de lo positivo y de rechazo de lo
negativo, y cómo sólo el rechazo de lo negativo sin una decisión por lo
positivo, posibilita la reincidencia en lo negativo. Esta decisión por lo
positivo es la fe, cuyo contenido humano fundamental es creer en el buen
sentido de la vida y del mundo, a pesar de todas las experiencias en contra, y
espiritualmente implica en la persona renunciar a apoyarse en sus pensamientos
y sus fuerzas, para abandonarse a la palabra y al poder de Aquel en quien cree
y por quien se ha decidido. Ahora bien, este acto de fe es propio de personas
interiormente libres, no de apegadas, vacilantes,
"bizcas", o de quienes "miran para otro lado" sin dejarse
interpelar por la bondad de Dios.
Estos tres momentos "radiográficos" provistos por el
discernimiento ignaciano, muestran en fin, el modo de manifestarse Dios gracias
al contraste alternativo de las mociones de consolación-desolación espiritual. Por
esto mismo, preferimos hablar de “momentos” dinámicos de un camino, y no de
“líneas estructurales”, como si fueran partes del esqueleto de un edificio, ni
momentos isócronos como los del péndulo. En otras palabras, estos momentos
presentan la unidad existencial que aparece en las pautas ignacianas, al mismo
tiempo que infinitamente diversas en sus realizaciones personales. Hay ejercicio
de este modo de proceder en la medida que verificamos los tres momentos que
estamos considerando, a veces entreverados entre sí. A veces diversificados
desde dentro y tan estrechamente irreductibles como las personas mismas. Se
encuentran en universos espirituales en los que todo es singular.
A través del tratamiento de casos, la
teología vivida aparece como la “casuística” del itinerario interior
conflictivo, como la teología de la experiencia cristiana. Según von Balthasar:
"esto último requiere un método
distinto: no tanto un desarrollo biográfico-psicológico desde abajo cuanto una
especie de fenomenología sobrenatural, que partiendo desde arriba, estudie las
grandes misiones suscitadas por Dios en la tierra"[121].
Ahora bien, este "método distinto"
es precisamente la propuesta "radiográfica" que presentamos en este modo
teológico existencial de proceder que, con ayuda del discernimiento ignaciano, interpreta
las cosas desde Dios, y posibilita una manifestación integral de la vida
interior.
En cambio, suele pasar con alguna
frecuencia en las biografías de los santos, por ejemplo, que estas muestran más
lo anecdótico, lo narrativo y lo psicológico, que una lectura espiritual de lo
que pasó en el itinerario hacia Dios. Es porque estas carecen, como bien
remarcó von Balthasar, de “un método distinto”,
de una “fenomenología sobrenatural” que lea desde Dios lo vivido
interiormente, con la ayuda del ejercicio de la sabiduría espiritual que es el
discernimiento. Esto es lo que la teología vivida, mediante su modo ignaciano de
proceder, trata de captar en el “fenómeno” existencial conflictivo de
cualquiera con auténtica vida espiritual, la intencionalidad objetiva que allí
se manifiesta, el misterio que se participa. En otras palabras, captar y comprender
el sentido de sus vidas y de sus misiones, distinguiendo entre la misión propia
y verdadera y las realizaciones limitadas. Pero no en el sentido de una
discriminación, desde el momento que esta misión se encarna en una vida con
valor en sí misma, por ser única, irrepetible e inédita; ni tampoco en el sentido
de una abstracción de la vida, en una despersonalización de lo que es personal,
único e irrepetible, sino dentro de un marco fenomenológico, que al dirigirse
al interior de las personalidades humanas capta en cada fenómeno la “esencia”,
la “forma”, lo inteligible sobrenatural en lo sensible. Sólo que lo inteligible
es algo sobrenatural y su contemplación supone ciertamente la fe y hasta una
empatía con la misma vida del "lugar teológico".
3.7.
El
análisis de “lugares teológicos” una propuesta sugestiva
No dudamos que el análisis integral de
“lugares teológicos” con énfasis en lo espiritual desde el discernimiento es una propuesta inspiradora, hasta el
punto que la teología desde su lugar propio, llega a identificarse con la
hagiografía teológica que se abre al estudio de la vida y de la historia entera.
Para este análisis, es imprescindible por
un lado, referir los diferentes aspectos que componen los "lugares
teológicos" a la intención que los informa, y para ello se requiere, como
dijimos en el capítulo anterior, un mínimo de empatía o de “congenialidad” del
teólogo con esa intención peculiar. Por otro lado, es necesario aplicar la
ayuda del discernimiento, a fin de llegar a una verdadera comprensión-detección de los hechos, en el sentido de captarlos y
diferenciarlos entre sí por el espíritu que los anima[122].
Esta consideración fenomenológica se
caracteriza, en oposición a la explicación causal que persigue la ciencia, por
buscar la especificidad de un hecho a partir de sus manifestaciones históricas.
En otras palabras, se caracteriza por ser una “ciencia comprensiva” que busca no
sólo la significación de los hechos, sino sobre todo, el espíritu que los anima
o el sentido de los mismos. La fenomenología subraya de este modo, cómo ningún
fenómeno se agota en los elementos que puede descubrir un análisis puramente empírico
del mismo, por el hecho de que se inscriben en un mundo determinado por la intención que el sujeto
pone en relación con ellos.
Este último aspecto del método fenomenológico
requiere atender a la dimensión intencional de los hechos, que convierten a la
descripción fenomenológica en verdadera comprensión-detección
del mismo. Esto quiere decir, que no basta con la fidelidad de un
espectador neutral que desde fuera analiza objetivamente todos sus aspectos y
realiza el recuento empírico de los mismos, sino que se requiere una capacidad
de comunión del intérprete con la intención determinante del mundo en el que se
inscriben todas sus manifestaciones.
Los tres momentos o pasos, ya
considerados, del modo ignaciano de proceder en el análisis de casos, nos
ayudan a describir la teología vivida como fenomenológica, o interpretación
descriptiva de la vida como lucha interior, mediante la "comprensión-detección"
de su composición conflictiva.
Asimismo, en la medida en que este
“comprender-detectar” se configura como discernimiento de las partes en
conflicto (con parámetro en el espíritu de Cristo y de su Evangelio), en esa
medida hay que decir también que los tres momentos tienen una dimensión
operativa, en el sentido que finalizan con tomas de decisión acerca de lo
discernido.
A partir de la "comprensión-detección",
la interpretación fenomenológica puede aspirar a constituir una “hermenéutica reveladora”,
en el sentido de que puede procurar el descubrimiento de nuevos mundos que
revelen al propio intérprete y a la época en que este vive dimensiones ya
olvidadas o en camino de serlo, o dimensiones aun no descubiertas de la propia
conciencia y de la propia situación. Este espacio existencial diacrítico es el
propio de la teología vivida.
Al analizar de esta manera cada caso, se
manifiesta un modo teológico de proceder del cual podemos decir, que más que
saberlo definir, se trata de saberlo aplicar: porque no se trata meramente de
una vivencia sin reflexión, sino de la conciencia refleja de una vivencia, no
precisamente en beneficio de la misma reflexión, sino para poder asegurar – y
sobre todo comunicar a otros – la misma vivencia[123].
Es por esto que la llamamos teología vivida, existencial, de la experiencia
cristiana o fenomenológica.
Al teólogo le corresponde, por un lado,
detectar el meollo del problema, es decir, dónde se capta en una misma persona,
la presencia y la acción de Dios, como así también la de nuestro adversario. Y
por otro lado, le corresponde actuar como
persona espiritual, en el sentido de detectar o descubrir en los efectos ambas
acciones, y no como historiador, moralista, psicólogo, o exegeta, si bien
eventualmente ha de usar de estas disciplinas en sus análisis de casos para un
tratamiento integral de los mismos, a fin de evitar caer en un pseudo
espiritualismo.
-
Estoy enamorado de una mujer casada y
no se qué hacer para lograr la paz interior.
-
Para lograr esta paz interior ¿cuál
es la actitud que te ayuda, que te hace bien o es mejor? ¿seguir saliendo con ella
o no?
Estas preguntas de tipo alternativo es lo
primero y elemental a realizar, porque ayudan a que el otro caiga en la cuenta no-directivamente
- esto es lo importante - de la situación ambivalente o confusa en que se
encuentra, donde no da lo mismo una que otra alternativa, sino que una es mejor
(y lo mejor es de Dios), es decir, en la medida que ayuda y hace bien, y no en lo
contrario. Sólo entrando en sí mismo podrá tomar conciencia de la diferencia
entre ambas, y podrá ponerse en marcha hacia una decisión conciente y libre para
salir de la confusión, que es el problema de fondo. La presentación alternativa
de la cuestión es importante además, porque hace caer en la cuenta de la
responsabilidad que asume el otro al tener que deliberar sobre dos cosas que no
dan lo mismo y tener que elegir, lo cual ayuda a madurar, y no recibir en
cambio, pasivamente directivas o consejos. En su conciencia sabe qué es lo
mejor. Ese no es el problema, sino que sabiéndolo vive a contramano de la misma
y por esto sufre. Por tanto, no existe el "no se" o el decidirse
"por nada".
Si el parámetro para discernir es el
espíritu de Cristo y su Evangelio, y la persona es fiel a su conciencia,
responderá: Lo mejor es no seguir
saliendo con él. Entonces llega el momento de comenzar a poner medios para
concretar la decisión a fin alcanzar la paz interior buscada y no quedarse sólo
en buenas intenciones.
Si el parámetro en cambio es su propio querer,
interés o sensualidad y se miente a sí misma, responderá lo contrario, montada
en una falsa paz. Entonces cabría preguntarle si actuando así alcanza la paz
interior buscada. Si respondiese en la verdad que no, esto haría ver una vez
más que la actitud contraria es la positiva o de Dios, es decir, la que le
ayuda y hace bien.
Una tendencia bastante común es la de
moralizar los casos, preguntando si tal cosa está bien o está mal, si es pecado
o no, con el fin de esperar una respuesta directiva que exima de la responsabilidad
de una toma de decisión. Esta actitud no ayuda a crecer y madurar, sí en cambio,
la no-directiva, es decir, cuando a nivel espiritual se discierne qué es mejor,
qué ayuda o hace bien, a fin de que el otro tome una decisión conciente y libre
como corresponde a una persona humana, y así crezca como tal y en la fe que es
esa decisión.
Otro ejemplo del mismo tipo pero un
poco más complejo e igualmente tomado "de la calle" es el siguiente:
Llevo cinco
años casados con una mujer maravillosa con la que tengo una niña. Siempre he
estado loco por ella, incluso ahora que estoy confuso. Hace un año entró una
chica nueva en mi trabajo. Enseguida conectamos y al poco tiempo comenzamos una
relación que todavía mantenemos. Ella me pide que deje a mi mujer, pero yo las
quiero a las dos, aunque no quiero hacerles daño ni que piensen que las estoy
utilizando. ¿Qué puedo hacer en esta situación?
Ante
todo es bueno que la persona tome conciencia que en algún momento de la vida
podemos ser tentados en contra de nuestra misión, en este caso la de marido y
padre, o sea, que la vida es lucha y la espiritual también.
Ahora
bien, lo primero que debemos atender para discernir el caso es a nivel de sus deseos
o afectos, es decir, a lo que pasa por su alma y no a las ideas muy buenas que pueden
pasar por su mente pero que no traslucen lo que le pasa interiormente. En
cambio, aquellos afectos son los que permiten discernir sin engaños, porque nos
dicen en primer lugar, que: “Siempre he
estado loco por ella, incluso ahora que estoy confuso”.
En
segundo lugar, los afectos revelan el problema de fondo: “estoy confuso”, confusión que hace imprescindible el
discernimiento, si es que no queremos seguir confundidos, o caer en “dimes y
diretes”, como cuando por ejemplo dice: 'conectamos y comenzamos, me pide y no
quiero', etc. A la pregunta: “¿Qué puedo
hacer en esta situación?”, respondemos con la aplicación de los tres pasos
considerados en el capítulo anterior.
1.
Que tome conciencia y no guarde secreto alguno al declarar al acompañante
espiritual los términos entre los que está confundido, o sea: la chica y su
mujer. De esta manera el “padre de la mentira”, al ser descubierta la confusión
engañosa, huye de la escena porque deduce que al ser descubierto no podrá salir
con la suya (EE 326,5-6)
2.
Responderse a sí mismo las siguientes preguntas para conocer de qué espíritu
son sus deseos y poder decidir en adelante: ¿Qué es mejor? ¿Dejar su mujer o
serle fiel? Si el parámetro es su propia conciencia, esa que dice en su
interior: “Siempre he estado loco por
ella, incluso ahora que estoy confuso”, dirá que lo mejor está en serle fiel,
y lo mejor es de Dios. Si por el contrario, el parámetro para discernir es su
propia sensualidad, querer e interés dirá que es “mejor” dejar la mujer, lo
cual, en el fondo de su conciencia es mentirse a sí mismo, porque “Siempre he estado loco por ella, incluso
ahora que estoy confuso”. Por tanto, delante suyo está "el fuego y el
agua", adonde quiera puede llevar su mano, y en su decisión conciente y libre,
no arbitraria o caprichosa, crecerá como persona y en la fe, que es la decisión
por lo positivo.
3.
No hace falta que alguien le diga de un modo directivo lo que tiene que hacer.
Esto además, no lo ayudaría a crecer ni a madurar, porque no terminaría de
hacerse cargo de su rol de esposo y padre, y porque el problema no está en que
no lo sepa, sino en vivir a contramano de su propia conciencia ("El
vicario de Cristo", como la llama Newman) y sus afectos. De aquí el
malestar que puede ciertamente llegar a repercutir a nivel psicológico y
corporal si no se determina a favor de su conciencia, donde está la paz
interior que en el fondo desea, porque en ella está Él, la paz encarnada[125].
El modo de proceder en ambos casos
considerados, vemos que ha sido por un lado, no-directivo, al modo de
Jesucristo[126],
en orden a que el otro reflexione, tome conciencia de que es libre, de que si
comete errores es porque quiere, y se responsabilice y decida, es decir, que
crezca y madure. Por otro lado, ha sido ir, gracias al discernimiento de
espíritus, directamente al centro del problema: la confusión, sin perdernos en
datos anecdóticos que aparentan querer alcanzarlo, pero en el fondo alejan y distraen
del mismo. Se cumple así, en el modo teológico ignaciano de proceder, lo presagiado
hace más de medio siglo por Karl Rahner acerca del porvenir de la teología:
La teología vital del
futuro será muy poco “científica”, es decir, no creerá que sólo pueda ser
teología cuando trata histórica o especulativamente de cosas que a su vez sólo
puedan interesar a científicos de la teología, será en cambio muy “teológica”
de manera nueva, sincera y radical con los problemas auténticos y últimos[127]
En
efecto, hoy podemos decir que el modo teológico ignaciano de proceder es
efectivamente vital y muy
teológico, porque integra teología y espiritualidad y porque tiene en claro
que el nivel del espíritu es el más profundo de la persona humana, sin dejar de
lado el psicológico y el somático. Como así también, porque se sumerge, por un
lado, en la vida interior o espiritual como sustancialmente es, es decir,
conflictiva, y por otro lado, porque ayuda no sólo a desentrañar esta verdad
fundamental - sin la cual no tiene sentido hablar de discernimiento, ni se
puede vivir sin resolverla - sino también, a tener presente el centro de su
problemática conflictiva: la confusión. Esto es lo que motiva que nos hayamos dirigido a Ignacio de Loyola con su
filosofía de la existencia y hayamos desembocado en un modo de proceder
inspirado en el mismo.
Este
punto de vista existencial supone en los análisis de casos, no sólo la
presencia de un ser creado, sino también
la realidad del Ser absoluto o Ser-en-sí, ya que si no partiésemos de tales
presupuestos “realistas”, acabaríamos moviéndonos en el vacío y no podríamos
discernir o diferenciar nada, pues nos faltaría el parámetro necesario para
ello. Pero no por esto nos quedamos estáticos en la filosofía del ser, sino que
nos dirigimos también a la filosofía de la existencia, implícita en las vivas y
no teóricas pautas de discernimiento ignacianas. Estas permiten, por una parte,
la "comprensión-detección" de las partes en conflicto, como así
también, un análisis integral del mismo, con énfasis en lo espiritual, y, por
otra parte, enriquecen el modo de ayuda personal al posibilitar el diálogo con
el hombre como dato real y no como producto del pensamiento.
Por el contrario, una teología que no
tome en consideración la situación real de los hombres, no merece ser tomada en
serio; y una teología, hecha al margen o de espaldas a los problemas que
angustian a los hombres, difícilmente podrá suscitar interés alguno. Por eso proponemos
el modo teológico ignaciano de proceder de la teología vivida, como un modo de aunar
a esta con la vida.
Queda de este modo en entredicho la
validez de los contenidos teológicos si no conectan con la situación. No basta,
pues, con repetir viejas y estereotipadas fórmulas. Si la teología es urgida
por la caridad y quiere ser la buena nueva deberá emplear un lenguaje
comprensible; y a fin de que las respuestas teológicas sean eficientes, ha de
guardar relación con las preguntas existenciales. Esto es lo que intenta la
teología vivida y su marco teológico ignaciano, en diálogo permanente con el
hombre y con el mundo, por cuanto mediante el discernimiento se establece una
reciprocidad entre las partes en conflicto y se busca la salida de los mismos
para encaminarnos en la vida.
3.8.
Un
modo de proceder integral, teológico e ignaciano
Según
lo dicho hasta aquí podemos afirmar, a modo de resumen de esta tercera parte, que
el modo teológico ignaciano de proceder, en primer lugar es integral, porque tiene presentes los
tres niveles de realidad de la persona humana y porque completa la teología
especulativa con la experiencia, y la filosofía del ser con la de la existencia.
Integración que al perderse paulatinamente a partir del siglo XIII, como ya fue
dicho, tuvo como resultado a fines del XIX y comienzos del XX, una teología
poco espiritual y una espiritualidad poco teológica, que derivó en términos
generales, en un concepto de la vida espiritual como un idilio entre Dios y el
hombre, sin interferencia alguna y donde, por tanto, no hay nada que discernir
y mucho para confundirse y engañarse. O presentarla como sólo pecado, con la
consecuencia de una vida interior negativa, tensa, apocada, intrascendente, a
la defensiva, peligrosamente superficial
y teológicamente incompleta, puesto que nada favorece más al “padre de la
mentira” que no saber dar razón de su contraparte: la misericordia divina.
En segundo lugar, el modo de proceder
es teológico, porque como dijo J. C.
Scannone al comienzo: “Es una reflexión
de fe sobre Dios creador y salvador - hecha a la luz de la Palabra de Dios y
los Ejercicios inspirados en la misma y en la experiencia de Ignacio discernida
a su luz - , Dios actuante y actuando en dichas vidas e itinerarios espirituales”.
Y además, porque el criterio de discernimiento es el espíritu de Cristo y de su
Evangelio y no ideologización alguna del mismo, así venga disfrazada bajo
apariencia de bien.
Es teológico
además, porque tiene permanentemente presente el misterio interferente de
la relación entre Dios y el hombre a manos del enemigo de la naturaleza humana,
cuyas obras vino Jesucristo a destruir (1 Jn 3,8), y de quien delatamos su
presencia y acción cada vez que afirmamos que un pensamiento negativo “me vino”
y no “salió” de nuestro querer y libertad. Asimismo es teológico porque posee como principio
de unificación la experiencia de la
lucha interior o espiritual y dentro de ella, de la experiencia de Dios no,
como ya dijimos, en sí mismo, sino en sus signos o señales objetivos, como es
todo lo que nos ayuda a caminar en su seguimiento. Esta experiencia “bélica” en
algunos autores de teología espiritual está ausente, en otros está supuesta,
pero no explicitada, para nosotros en cambio, se impone hoy claramente a
nuestra conciencia histórica y teológica el hacerla patente en medio de la
confusión y el desconcierto que caracterizan el siglo XXI.
En tercer lugar, el modo teológico de
proceder es ignaciano ante todo,
porque como quedó dicho, su clave son
las pautas de discernimiento de espíritus de Ignacio de Loyola, pero además por
los siguientes tres motivos:
1. Por el interés en el Espíritu que
obra en todas las cosas y requiere a veces la ayuda de algunas ciencias humanas
como son la psicología o eventualmente incluso la medicina.
2. Por la presencia del discernimiento
del sentido de la vida, o del "para qué" somos creados, abierto a
situaciones únicas, con Jesucristo como parámetro.
3. Por ser en fin, una teología que se
apoya con realismo, tanto sobre la experiencia teologal de la presencia y acción
de Dios, como así también por oposición, en la presencia y acción de no-Dios,
de lo negativo y de la nada, presentes ambos en los auténticos itinerarios
espirituales.
Otro rasgo aún, que lo convierte en un
modo teológico ignaciano de proceder, es por ser más práctico que especulativo, más
descriptivo que nocional, más
directamente orientado a la acción que a la enseñanza, más no-directivo que directivo, por cuanto está ordenado a ayudar a
crecer y madurar como personas humanas y en la fe como decisión, frente a las
alternativas de la vida. Se centra en la visión de la realidad espiritual
cristiana como un fenómeno vivido y funda la comprensión del mismo en una
interpretación del dato a través de las pautas para discernir (nivel espiritual),
como así también, de las ciencias empíricas como la psicología (nivel
psicológico) y de la medicina (nivel corporal o somático).
El
modo teológico de proceder es también ignaciano porque las clásicas y objetivas
pautas de discernimiento procuran la apertura del alma, donde se efectúa
propiamente el mismo, como así también, porque abren hacia otro conocimiento de
Dios, donde sin pensarlo, se le conoce existencialmente, no en sí mismo, sino indirectamente
en las mociones que revelan su modo de obrar, detectables en los efectos objetivos
y concretos que acercan a Él. Y
finalmente, es ignaciano porque integra y no separa la especulación y la
experiencia, hasta convertirse en teología fenomenológica o existencial.
CUARTA PARTE: LA DIALÉCTICA TEOLÓGICA COMO
LÓGICA EXISTENCIAL
4.1.
La
dialéctica: Una operación primordial
El modo teológico ignaciano de proceder
“se ocupa" - como dice Lonergan al
hablar de la dialéctica - "de lo
concreto, de lo dinámico y contradictorio”, cuya materia prima “son pues, en primer lugar, los conflictos”[128].
Sin embargo, no toda oposición es dialéctica. Hay diferencias que serán
eliminadas descubriendo datos nuevos, pero ciertamente al menos, toda elección
implica una deliberación entre dos partes a discernir y elegir.
Dichos conflictos son los que además modifican
profundamente la mentalidad de quienes los sufren, y solamente pueden ser
canalizados no negándolos, porque es darles un poder destructivo, sino
aceptándolos y discerniendo las partes implicadas en ellos, para llegar a la
mejor toma de decisión. La función dialéctica del discernimiento es, por tanto,
aportar luz a las partes en conflicto a fin de objetivar las diferencias
subjetivas y promover un cambio de mente y de corazón. Para Lonergan, “Tal objetivación de la subjetividad tiene
el estilo de un experimento crucial” [129], por cuanto no sólo posibilita superar
conflictos, sino que "esta
objetivación hace de la conversión su tema, y promueve así su realización"[130].
En otras palabras, este experimento decisivo es el intento del presente modo teológico
de proceder, en orden a un cambio de factibilidad en el enfoque de los procesos
de conversión.
Antes de proseguir, conviene despojar
al vocablo “dialéctica” de toda resonancia hegeliana, en el sentido de un
sistema sin espacio para la existencia (libertad que se auto-determina), sino ver
en él en cambio, la expresión de una interacción mutua de realidades. En
segundo lugar, ver en él cómo la lógica del conocimiento en la persona humana
es dialéctica concreta. Este conocimiento
exige de la mente una tensión comprensiva, de conjunto, necesaria para ver las
partes en función del todo y el todo en función de las partes, en la conciencia
de que en todo conjunto dialéctico – y tales son los fenómenos vitales y
espirituales de la persona humana – no se puede pasar de las partes al todo ni
viceversa, por la elemental razón de que no es posible comprender una parte sin
estar captando de algún modo el todo con el cual está vinculada, y al revés. Es
labor de conjunto, simultánea, comprensiva, que engendra la certeza antes que
la ciencia, no siendo esta última más que un intento de poner, lo mejor posible
en forma, su razonamiento humanamente válido.
Lo que dificulta la recta intelección del
marco dialéctico es la tendencia a partir del principio de que sólo lo objetivo-físico
es real, mientras que el estilo de pensar comprensivo se dirige sobre todo a la
captación de las realidades no objetivas. Motivo por el que algunos creen de
antemano que no se trata de algo riguroso y serio. Además esto ocurre porque a
fines del siglo XIX y comienzos del XX falló la comprensión de los valores
específicamente humanos, debido al desequilibrio existente entre la ciencia del
espíritu y el grado de desarrollo a que habían llegado las ciencias de la naturaleza[131].
Es por esto que para interpretar lo que
estamos diciendo, suponemos algo fundamental ya dicho, por cuanto obviarlo trae
como consecuencia una espiritualidad con pies de barro. Nos referimos a lo que
la experiencia y la Sagrada Escritura nos muestran, es decir, a la vida
interior como lucha o dialéctica conflictiva. Esta hace necesario el uso de la distinción de
los términos en conflicto, y para ello vienen en nuestra ayuda las pautas de
discernimiento. En otras palabras, en el marco de la teología vivida hay ciertamente
un momento y una operación primordiales para describir esta realidad
conflictiva: el momento es el dialéctico que conforman los conflictos, y la
operación es el discernimiento de los mismos, la búsqueda de sus sentidos
opuestos y la eliminación de las oposiciones inútiles.
Con
esto completamos la lógica del conocimiento existencial de san Ignacio en Karl
Rahner[132],
que no es dialéctica, sino trascendental, en el sentido que mientras él toma como
criterio para el conocimiento de la voluntad individual de Dios sólo a la consolación
espiritual como experiencia de la trascendencia por gracia, nosotros sumamos a
ésta la experiencia alternante de consolación-desolación para dicho conocimiento.
En otras palabras, la sucesión contrapuesta de ambas, hace de la dialéctica un
instrumento comprensivo y ecuménico que avanza hacia su objetivo, que es
clarificar las confusiones, no sólo al poner a la luz tales mociones contrarias,
sino más aún, al llegar a discernir mejor la acción de Dios vivo contrapuesta a
la desolación.
4.2.
La
dialéctica como diácrisis o discernimiento de espíritus
Las
contraposiciones que constituyen la vida espiritual no son abstracciones
contradictorias. Hay que entenderlas en forma concreta, como momentos opuestos
de un proceso en marcha; hay que aprehenderlas en su carácter dialéctico
propio. El desarrollo humano y el espiritual que aquél involucra, se operan en
suma, mediante la resolución de conflictos que en el campo de la conciencia
intencional básicamente se definen por la oposición entre posiciones y
contraposiciones, en razón de la paradoja que en definitiva es el ser humano.
En efecto:
La
autenticidad humana no es una cualidad pura, no es una especie de libertad con
relación a toda omisión, a toda equivocación, a todo error o pecado. Consiste
más bien en un adherirse a lo auténtico y en un apartarse de la in-autenticidad
o del sin sentido, y este apartarse nunca llega a ser una realización
definitiva. Es algo siempre precario que hay que estar realizando
continuamente, y que en gran parte consiste en descubrir aun más omisiones, en
reconocer aun ulteriores deficiencias que hay que entender, en corregir aún más
errores, en arrepentirse más y más profundamente de los pecados ocultos[133].
Esto quiere decir que la realidad
humana no se realiza en un ámbito sin problemas, sino más bien en un tironeo
continuo entre lo verdadero y lo falso. Por tanto, sólo mediante la orientación
fundamental hacia lo auténtico o “sentido de la vida”[134]
como parámetro, es que se puede discernir el contrario sin-sentido o
in-autenticidad y salir de las confusiones. Efectivamente:
Sólo mediante
dicho discernimiento puede esperar el teólogo apreciar todo lo que ha habido de
inteligente, verdadero y bueno en el pasado, incluso en las vidas y en el
pensamiento de sus antagonistas. Sólo mediante dicho discernimiento puede
llegar a reconocer también todo lo que hubo de mala información, de
incomprensión, de error y de mal, incluso en aquellos con quienes está ligado[135]
En otras palabras, es mediante el
discernimiento de la antítesis de lo verdadero y lo bueno, por un lado, y el
error y el mal, por otro, que pasa por el alma, que la teología vivida muestra la
diferencia y observa, más allá de las “razones”
intelectuales y psicológicas y de un enfoque moral, cuál es el espíritu que mueve
los términos antitéticos en un sentido o en otro, si Dios o no-Dios. En este
contexto, “llegar a reconocer”,
quiere decir comenzar a salir de las confusiones mediante el discernimiento de los
términos opuestos, no como mero juego especulativo, sino en orden a dar razón de
Dios, presente en lo verdadero y lo bueno, y a saber, en consecuencia, tomar
decisiones en la vida.
Esta acción de discernir lo que pasa
por el alma, es además recíproca. Porque así como la orientación fundamental
del teólogo hacia el sentido de la vida es la que lo hace capaz de conocer
cuidadosamente a los otros y juzgarlos imparcialmente, así también, a la
inversa, es mediante el conocimiento y la apreciación de los otros como llega a
conocerse a sí mismo, y a completar y a refinar su percepción de los valores.
Por esto, al avanzar en la
investigación de un "lugar teológico" y para ello reunir, completar,
comparar, reducir, clasificar y seleccionar los términos conflictivos, en la
misma medida van saliendo a la luz las oposiciones que permiten discernir. A
medida que ello ocurre se van aclarando las confusiones, se van suministrando
recíprocamente los elementos de prueba necesarios para emitir un juicio acerca
de la realización personal, de la orientación fundamental hacia el sentido de
la vida. Así se revelan los diferentes “yo” que hacen a la investigación (el
protagonista y el teólogo que analiza), y así se proponen las interpretaciones,
se estudia la historia y se emiten apreciaciones de valor.
Esta "objetivación de la subjetividad", experiencia crucial,
como la llama Lonergan, brindada por el discernimiento, por un lado, ofrece a
los espíritus abiertos la ocasión de plantearse ciertas cuestiones
fundamentales, como es la realidad de la vida interior como lucha y cómo
descubrir por dónde encaminarnos en la vida. Por otro lado, hace de la
conversión una tarea permanente que nunca llega a ser una
realización definitiva, sino un nuevo punto de partida, que la explica como
proceso.
En lo que hace a los resultados de la
investigación en los "lugares teológicos" no serán inmediatos y
deslumbrantes, porque la conversión es, por lo general como queda dicho, un desarrollo
lento de maduración, compuesto de renovados comienzos. La lectura dialéctica que
el discernimiento ofrece, contribuye a alcanzar este fin, al señalar las
diferencias últimas; al ofrecer el ejemplo de otros que no difieren en el fondo,
de uno mismo; al brindar la ocasión para una reflexión y una toma de conciencia
cuidadosa de la lucha constitutiva de la vida espiritual, como así también de
la teología vivida y su modo de proceder como camino hacia la intelección e
interpretación de lo que pasa por el alma, del propio destino, del mundo y de
la historia.
4.3.
La
dialéctica del desarrollo religioso
La orientación fundamental del hombre
hacia el sentido de la vida implica en sí misma, por un lado, una tensión entre
uno mismo en cuanto trascendente y uno mismo en cuanto trascendido. Por otro
lado, el desarrollo religioso no consiste simplemente en que el estado dinámico
de la persona enamorada de Dios sin restricciones, se despliegue en todas sus
consecuencias. Porque ese amor es la cima de una costosa tarea de orientación del
hombre hacia dicho sentido siempre precaria.
Por tanto, la autenticidad humana, nunca
es una posesión pura, serena, segura, sino una labor y conquista permanente. Siempre
es un apartarse de la in-autenticidad o sin sentido, y todo apartarse que tenga
éxito sólo descubre la necesidad de seguir apartándose de ella y de adherirse a
Quien es dicho sentido. Es así que estamos obligados a vigilar o discernir permanentemente
para no caer en confusiones y engaños. No se nos ocurren, respecto a dicha
tarea-proceso, mejores ejemplos que el desarrollo de las experiencias vividas
por los protagonistas de nuestros ensayos, porque como dice Jacques Servais: “una vida de fe viva no puede ser jamás… otra
cosa que una dialéctica ‘de experiencia y de no-experiencia’, como se ve en los
arquetipos bíblicos”[136].
En efecto, la vida de fe, como llevamos visto, es dialéctica, más aún "bélica" entre binomios existenciales
en conflicto, signos de una real vitalidad espiritual de la que la teología
vivida quiere ser un reflejo, y su modo teológico ignaciano de proceder, una
ayuda para vivirla y realizarla como tal.
Es por esto que cuando afirmamos que la
vida es lucha o el desarrollo religioso es dialéctico, queremos afirmar, como
dice Lonergan, que “se ocupa de lo
concreto, de lo dinámico y contradictorio”. Pero sin embargo, no es un
forcejeo entre cualesquier contrarios, sino la oposición muy precisa entre
autenticidad e in-autenticidad, entre verdadero y falso, entre sentido y sin
sentido de la vida. No es solamente como la oposición que existe entre
proposiciones contrarias, como son simplemente estar contento o estar triste,
sino una oposición en el interior de la realidad humana de los individuos y de
los grupos, como son los estados de confortación y desolación espiritual.
Tampoco está confinada esta oposición sólo a las que hemos esbozado, sino que a
lo largo de las edades se extiende a través de diversas manifestaciones de la
infinita variedad del desarrollo, de la decadencia y del resurgimiento personal,
institucional, cultural y religioso.
___________________________________
CONCLUSIÓN
UN ACERCAMIENTO A LA TEOLOGÍA
FUNDAMENTAL
Conoce el
buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, Israel no conoce, mi pueblo no
discierne (Is 1, 3)
¡Con que saben discernir el aspecto
del cielo y no pueden discernir las señales de los tiempos! (Mt 16,3)
5.1. Dar razón de la presencia y acción de
Dios
¿De qué modo
se manifiesta la realidad, y en concreto el conocimiento de Dios, por
razonamientos o por un acto de fe? ¿Y qué es más antiguo, la fe operante o la
demostración por los razonamientos?
San Antonio el Grande
Siglo IV
En sus palabras introductorias, nos
dijo J. C. Scannone que la teología vivida o del discernimiento de situaciones
personales ambiguas "desemboca en un
replanteo teológico-fundamental, al menos al afirmar que se trata de un saber dar razón por experiencia de la
acción y presencia de Dios". En el mismo sentido afirma Paul Ricoeur:
Un cristiano es alguien
que profesa una adhesión primordial a la vida, las palabras, la muerte de Jesús… esta adhesión
suscita el discernimiento, la inquietud de dar razón, de proponer el mejor
argumento en las situaciones de confrontación[137].
En otras palabras, un cristiano es
alguien que profesa una adhesión fundamental al parámetro que es Jesucristo, quien
despierta el deseo de discernir sus huellas,"el
mejor argumento" en las situaciones ambiguas para descubrirlo. Por
esto, Ricoeur va más allá y concluye:
Sólo pueden sobrevivir
las espiritualidades que tienen en cuenta las responsabilidades del hombre….
Tendrán que morir las espiritualidades de evasión… En términos generales pienso
que las formas de espiritualidad que no puedan dar razón de la historia del
hombre deberán sucumbir bajo la presión de la civilización técnica[138]
Esto quiere decir que sólo sobrevivirá un
modo histórico de ser cristiano en el que éste sea capaz de responder o dar
razón de la acción de Dios vivo en medio de las circunstancias, a menudo
ambivalentes de la vida, sin adoptar modos evasivos que lo dejen irresponsablemente
frente a un Dios al que sólo sabe declamar, o probar
"científicamente" su existencia. En otras palabras, sólo sobrevivirá una
espiritualidad que sepa volver por sus fueros, mediante una fe operante que
discierna por dónde transita Aquél, en medio y no fuera de los entreveros del
alma y de la historia. De lo contrario, según Ricoeur, la espiritualidad se
extinguirá "bajo la presión de la
civilización técnica".
Ahora bien, por las características
peculiares del modo teológico ignaciano de proceder, saber dar razón resulta
obligado. Porque si hay algo típicamente ignaciano es adherirse a la historia
del hombre. En nuestro caso, ésta es el “lugar teológico” de las epifanías no
interrumpidas de Dios y de las respuestas vacilantes o generosas del hombre.
La teología vivida encarna a la vez el
presente con toda la fuerza germinadora de futuro que entraña, y discierne en
lo que ocurre en cada momento, la huella del querer de Dios.[139]
En este mismo presente vivido con pasión - del que sin cesar toma la teología vivida innumerables
preguntas - es que a golpes de “discernimiento-experiencia”, las convierte en
camino hacia el futuro, en el que se adentra a paso de inmersión experiencial
en la realidad, con el deseo de buscar y hallar el modo histórico de ser
cristiano hoy.
5.2. La lógica del conocimiento
existencial
Lo dicho hasta aquí sirve para
comprender que no sólo la dialéctica ocupa un lugar importante en el modo de
proceder de la teología vivida, sino también en su lógica del descubrimiento de
la presencia y acción de Dios. Esta lógica no es la lógica de una moral de
principios deductiva (necesaria y presupuesta), sino una lógica del
conocimiento existencial concreto y objetivo que nos ofrece el discernimiento.
Esta lógica del conocimiento
existencial pone a la teología vivida en relación con la fenomenología de la
fe, y da como resultado un tipo de literatura espiritual que va por delante de
la reflexión teológica, en el sentido de ser anterior y más original que ésta,
más sabia y experimentada - espiritualmente hablando - que la sabiduría de las
escuelas; una literatura en la que la fe de la Iglesia, la palabra de Dios y la
acción del Espíritu Santo se manifiestan con más originalidad que en los
tratados de los teólogos.
El modo teológico ignaciano de proceder
procura de este modo, una asimilación de la manifestación de Dios vivo en el
ser humano, y no una disolución de la teología para ponerla al alcance del
común de la gente devota, como tampoco vulgarizar la fe de la Iglesia y la
palabra de Dios. Creemos que para dicha asimilación la teología vivida está
suficientemente equipada por medio de las pautas ignacianas de discernimiento al
ayudar a interpretar y explicar dichas manifestaciones de Dios, porque es
gracias a aquéllas que capta la lógica del conocimiento existencial dialéctico
concreto, y por su intermedio descubre a Dios en todo lo que ayuda en su
seguimiento, y al adversario en lo contrario. Es por esto que el modo teológico
ignaciano de proceder es una fuente manante en el sentido de una realización no
deducible adecuadamente de los principios abstractos de la teología, sino que tiene
que decir a ésta, desde la manifestación de la vida, algo que de otra manera no
puede descubrir.
En este sentido, nuestros ensayos de
teología vivida o "radiografías" existenciales hacen variar la
posición de la teología, porque disipan las apariencias de lo obvio y trivial,
de cosas corrientes hasta el fastidio y plantear cuestiones profundas que
remueven el fondo de cosas supuestas y fundamentales pero no encaradas, como es
presentar sin tapujos el claro y simple concepto de la vida espiritual como
lucha, con todas las consecuencias teológico-pastorales que se siguen de la presencia
o ausencia del mismo.
Finalmente, gracias a cómo conocer aquello
por lo que debo optar y no es posible deducir de normas universales -
principalmente cuando se trata del querer de Dios - fue que pudimos ver la
importancia de la lógica del conocimiento existencial en las pautas de discernimiento,
pero no sólo con este fin, sino también como otro conocimiento de Dios e incentivo
para un modo teológico de proceder propio y peculiar. Por esto ellas son en
definitiva, las que hacen posible la teología vivida como acercamiento a la
teología fundamental desde la experiencia conflictiva discernida en la fe.
5.3. La vida de fe como discernimiento
del Dios vivo
Como consecuencia de lo dicho hasta
aquí, pertenece al teólogo dentro del modo ignaciano de proceder, la tarea de
tratar los conflictos interiores desde el discernimiento de espíritus. Ello le
exigirá, por un lado, poner de manifiesto su diversidad y señalar en el “lugar
teológico” sobre el que trata, los elementos de prueba que permitan sacar a la
luz ante todo, el sentido de los mismos. Y como pastor, le requerirá una experiencia
personal en la que se integre la ciencia del espíritu como adiestramiento con
análisis integral de casos y como dimensión funcional de la teología espiritual.
Ello dará como resultado que su labor como pastor sea netamente espiritual, es
decir, no-directiva o en orden a ayudar a que el otro descubra lo que pasa por
su alma, lo diferencie por sus efectos en relación con el espíritu de Cristo y
del Evangelio, y tome decisiones.
En
otras palabras, si bien el hombre es un ser para Dios y Dios es para él en
Cristo, de quien no podemos dejar de hablar, a no ser que no hubiese existido –
Dios y hombre en quien se puede dar el encuentro – su itinerario hacia Él no es
una trayectoria rectilínea, sino con altibajos y a veces con aparentes retrocesos,
que hacen necesario su discernimiento. Es por esto que, una vez establecida la
posibilidad teológica de esta experiencia y de un discurso en torno a dicho
itinerario, la tarea principal del pastor y del teólogo es diferenciar por
dónde transita Dios y por dónde no. Así llegamos, de alguna manera, a una
tipología de dicho itinerario, confrontada con el dato estrictamente individual
de cada "lugar teológico", para alimentarse de él e interpretarlo o
verificarlo.
Por ello, la teología vivida o fenomenología
de la fe como decisión por Cristo, es el ejercicio de la sabiduría espiritual en
medio de la lucha interior, y por medio de este, hacia el descubrimiento de la
forma histórica de dar razón de nuestra esperanza, en medio de las confusiones
propias de la vida y del desconcierto de este siglo.
Esto explica por qué el modo teológico ignaciano
de proceder, se funda en el discernimiento o “vigilancia” a la que exhortó en
Getsemaní, y nos ayuda a entrever que el
modo histórico de ser cristiano hoy, es discernir como hombres maduros, su paso
en el entrevero de la vida y de la historia y saber dar razón de Él, o caminar
confundidos en seguimiento de un Dios ausente.
APÉNDICE
MODOS DE OBRAR DEL SEÑOR Y ESTRATEGIAS
DEL ENEMIGO, EN LAS PAUTAS "PARA EN ALGUNA MANERA SENTIR Y CONOCER LAS
VARIAS MOCIONES QUE SE PRODUCEN EN EL ALMA, LAS BUENAS PARA RECIBIRLAS Y LAS
MALAS PARA RECHAZARLAS" (EE 313).
MODOS DE OBRAR DEL
SEÑOR (EE 314-336).
314,3: En las personas que van de mal
en peor “el buen espíritu usa contrario
modo (que en las personas que van de bien en mejor), punzándoles y remordiéndoles las conciencias por el recto uso de la
razón” para motivar el cambio.
315,3: Es propio del Señor
“dar ánimo y fuerzas, consolaciones,
lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos,
para que en el bien obrar proceda adelante”.
316: Son señales de la presencia
y acción del Señor “cuando en el alma se
causa alguna moción interior, con la cual viene el alma a inflamarse en amor de
su Creador y Señor; y en consecuencia, cuando ninguna cosa creada sobre la faz
de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo,
cuando lanza lágrimas movidas por amor de su Señor, ahora sea por el dolor de
sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Señor, o de otras cosas
derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente… (es) todo aumento de esperanza, fe y caridad, y
toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia
salud de su alma, quietándola y pacificándola en su Creador y Señor”
318, 1-2: En tiempo de desolación,
mueve el Señor a no hacer nunca cambios, porque es un tiempo de oscuridad,
turbación, inquietud y tentaciones, sino en cambio, a estar firmes y constantes
en lo determinado el día antecedente a la tal desolación o en la antecedente
consolación, es decir, en tiempo de claridad y paz interior. En otras palabras,
se ha de esperar a que claree para tomar decisiones, no antes.
320,
1-3: “El que está en desolación considere
cómo el Señor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que
resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el
auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta;
porque el Señor le ha quitado su mucho fervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole sin embargo gracia suficiente
para la salud eterna”.
A partir del número 329
las pautas son con el mismo fin que las anteriores, pero “con mayor discreción de espíritus", es decir, que hilan más
fino.
329,1: “Propio es de Dios y de sus ángeles, en sus
mociones, dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y
turbación que el enemigo induce”
330, 1-2: “Sólo es de Dios nuestro Señor dar consolación
al alma sin causa precedente; porque es propio del Creador entrar, salir, hacer
moción en ella, trayéndola toda en amor de su divina majestad. Digo sin causa,
sin ningún previo sentimiento o conocimiento de algún objeto por el cual venga
la tal consolación mediante sus actos de entendimiento y voluntad”.
331, 2: Por medio de
alguna causa también el Señor consuela “por
provecho del alma, para que crezca y suba de bien en mejor”.
333,1: “Debemos mucho advertir el discurso de los
pensamientos; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo
bien, señal es de buen ángel”.
335: "En los que proceden de
bien en mejor, el buen ángel toca a la tal alma dulce, leve y suavemente, como
gota de agua que entra en una esponja". En los que proceden de mal en
peor, el buen ángel toca agudamente y con sonido e inquietud, como cuando la
gota de agua cae sobre la piedra.
336: No por estar espiritualmente confortado se ha de pensar que todo lo
que se decida es de Dios, sino que se han de examinar bien y mucho los
pensamientos, antes que se les de entero crédito.
_____________________________
ESTRATEGIAS DEL ENEMIGO (EE 314-334)
314,
1-2: En las personas que van de mal en peor “acostumbra
comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar
delectaciones y placeres sensuales, por más conservarlos y aumentar en sus
vicios y pecados”.
315,
2: En las personas que van de bien en mejor “propio
es del mal espíritu morder, entristecer y poner impedimentos, inquietando con
falsas razones para que no se pase adelante”.
317, 1-3: Son señales
de la presencia y acción del adversario cuando reina “oscuridad del alma, turbación en ella, moción a las cosas bajas y
terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a
desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste
y como separada de su Creador y Señor”
318,
1-2: En tiempo de desolación mueve el enemigo a hacer cambios contrarios a las
determinaciones en que estaba la persona el día antecedente a la tal desolación
o en la consolación anterior, con cuyos consejos no podemos tomar camino
acertado. Por el contrario, se ha de estar firme y constante en dichas
determinaciones hasta que pase la oscuridad.
325, 4-7:
“Es propio del enemigo enflaquecerse y
perder ánimo, dando huída sus tentaciones cuando la persona que se ejercita en
las cosas espirituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo,
haciendo lo diametralmente opuesto; y por el contrario, si la persona que se
ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no
hay bestia tan fiera sobre la tierra como el enemigo de la naturaleza humana en
prosecución de su dañada intención con tan crecida malicia ”
326,
4: “Cuando el enemigo de la naturaleza
humana trae sus astucias y persuasiones al alma justa, quiere y desea que sean
recibidas y tenidas en secreto”, porque al hacer lo contrario, es decir, al
comunicarlas a una persona espiritual que conozca sus engaños, deduce aquél que
no podrá salir con la suya.
327, 3-4: “El enemigo de la naturaleza humana,
rodeando, mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y
morales, y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud
eterna, por allí nos bate y procura tomarnos”. De donde se ve la importancia
del conocimiento personal.
A partir del número
329, las pautas son con el mismo fin que las anteriores pero “con mayor discreción de espíritus".”
329, 2: Del enemigo, “es propio militar contra la tal alegría y
consolación espiritual, trayendo razones aparentes, sutilezas y asiduas
falacias”.
331, 3: Por medio de
alguna causa el enemigo puede consolar, pero con el fin de perjudicar el alma, "y ulteriormente para traerla a su
dañada intención y malicia", por tanto, se lo descubre por los frutos
o efecto final.
332: Es propio del
enemigo "que se forma bajo
apariencia de ángel de luz, entrar con el alma devota y salir consigo, es a
saber, traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal alma justa, y
después poco a poco procura de salirse con la suya trayendo al alma a sus
engaños cubiertos y perversas intenciones”. En otras palabras, el proceso
del “poco a poco” suele darse generalmente así: habiéndose la persona alejado
de Dios, comienza a cambiar de criterios y de éstos a los hechos hay medio
paso.
333,2-4:
“Si en el discurso de los pensamientos
que trae, acaba en alguna cosa mala, o distractiva, o menos buena que la que el
alma antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba al
alma quitándole su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es
proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna”. Son
señales, por tanto, del adversario: el despropósito, el debilitamiento
interior, la inquietud y la perturbación.
334,
1-4: Al principio del discurso el enemigo trae buenos pensamientos y poco a poco procura hacernos descender
de la suavidad y gozo espiritual en que estábamos, hasta traernos a su
intención depravada. Esto quiere decir que no siempre va al choque o como un
relámpago, sino que a veces ataca insensible y lentamente, y a veces también, engañosamente
bajo apariencia de bien. De donde la importancia, una vez más, de la
vigilancia.
335: "En los que proceden de bien en mejor… el mal ángel toca
agudamente y con sonido e inquietud, como gota de agua que cae sobre la
piedra". Por el contrario, en
los que proceden de mal en peor, el mal ángel toca a la tal alma dulce, leve y
suavemente, como gota de agua que entra en una esponja.
Breve comentario final: tres son los
modos por los que podemos dar razón de Dios y de nuestro enemigo. El primero, por
el modo contrario de accionar uno y otro. El segundo, por los efectos o
"frutos" concretos en la vida. El tercero, por el sentido de las
mociones.
__________________________________
ENSAYOS DE GUILLERMO RANDLE SOBRE
TEOLOGÍA DESDE LA EXPERIENCIA DE LA VIDA EN EL ESPÍRITU
"Sería
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________________________________
[1] Lo titulamos así porque fue escrito como simple
comentario de un primer esbozo sobre el presente tema. Es publicado con el consentimiento
del autor.
[2]
Se refiere J. C. Scannone a las obras de nuestra autoría puestas al final del
libro.
[3]
Vocablo utilizado por Zubiri. Tiene el sentido contenido en la frase de san
Ignacio “No el mucho saber harta y
satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente” (EE
2, 4).
[4]
Cf. bibliografía del autor al final del libro.
[5] Cf. Gaudium et spes, Conc. Vat. II,
44, 11 y 4.
[6]
I. de Loyola, Ejercicios Espirituales, 313-336.
[7]
Juan Pablo II, Mientras se aproxima el
tercer milenio, Carta, n. 36. La frase es clave para entender la Carta y
fuerte de contenido, por cuanto carencia de discernimiento es, en lenguaje
paulino, falta de madurez (1 Cor 14, 20).
[8]
"En apariencia, los teólogos dejan a
partir de este momento, de conceder importancia a las experiencias de los
santos… el especialista se pronuncia siempre a favor de la dogmática". M.
Schneider, Teología como biografía. Una
fundamentación dogmática, Desclée De Brouwer, Bilbao, 2000, 14.
[9]
Cf. G. Randle S. J., Dos caminos. El
discernimiento en Jesucristo. San Benito, Buenos Aires, primera edición
2003, segunda edición 2004. Comentario de J. Rademacher en NRTh, enero-marzo
2007.
[10]
Como creyó en cambio el monje agustino Martín Lutero.
[11]
Tal fue el ambiente general que vivimos a fines de la década de 1950. En él se
valoraba más la inteligencia que la sabiduría, lo especulativo-científico que
lo intuitivo, el criterio moral sobre el espiritual, en el fondo por haberse
descuidado dicha sabiduría o capacidad de interpretar la vida a este nivel. Por
otro lado, el tema de la experiencia cristiana en teología estaba poco
desarrollado, a causa de las exageraciones cometidas por el protestantismo, el
modernismo y las sectas.
[12]
Cf. M. A. Fiorito S. J., Apuntes para una
teología del discernimiento de espíritus, Separata de “Ciencia y Fe”, XIX,
1963, 2.
[13]
Decimos "radiografía" en el sentido de entrar en contacto con la
"realidad real", el orden escondido de las cosas, el revés de la
trama de la vida y del mundo, la lucha interior, oscurecida en el estado normal
por capas opacas.
[14]
Entendemos por tales, las personas y el género literario que privilegian las
experiencias que conforman el contenido conflictivo de la vida interior.
[15] J. Mouroux, A travers le monde de la foi, Coll. Cogitatio fidei, 31, Cerf,
Paris, 1968, 259-260.
[16]
Dice al respecto J. H. Newman en su sermón VIII, 9, del 12 de septiembre de
1830 en Santa María Virgen de Oxford: “¿Es
la religión la que sugiere esta visión de las cosas? No, es la experiencia, es
obra del mundo, es un hecho del cual
no podemos escapar, aunque la Biblia no dijera una palabra”.
[17]
Mt 13, 28a y Gal 5, 7-8, respectivamente. Enemigo nuestro, no de Dios, quien no
tiene antípoda.
[18]
B. Lonergan, Método en teología,
Ediciones Sígueme, Salamanca, 1994, 128.
[19]
Idem 128.
[20]
Idem, 143.
[21]
H. U. von Balthasar, Sorelle nello
Spirito, Milano, 1974, 22.
[22] Cf. G. Randle S. J., “Las pautas de discernimiento ignacianas como marco para hacer teología
y modo de conocimiento de Dios”, Boletín de Espiritualidad, Compañía de
Jesús, Argentina, 178, julio-agosto 1999, p. 1-13. “Por una teología más espiritual y una espiritualidad más teológica”,
Boletín de Espiritualidad, Compañía de Jesús, Argentina, 172, julio-agosto
1998, p. 1-19.
[23]
A juicio del teólogo Franco Ardusso, “una
disciplina en busca de su identidad”.
[24]
Cuando hacemos mención de "lo ignaciano" nos referimos a un valor
clásico de la espiritualidad cristiana no a una espiritualidad exclusiva ni
excluyente.
[25]
Aclaramos de paso que dejamos de lado la consideración de lo fenomenológico
desde el punto de vista filosófico.
[26]
Cf. G. Randle S. J., La ciencia del espíritu
(Rom 10, 2). Adiestramiento integral para acompañantes espirituales. Dimensión
funcional de la Teología Espiritual. San Benito, Buenos Aires, 2006.
[27] Cardinal Joseph Ratzinger, Les principes de la théologie catholique,
Esquisse et matériaux, Tequi, Paris, 1985, 361.
[28]
Sirva como ejemplo de integración de los tres niveles, el texto de las
tentaciones del Señor en el desierto. En él podemos constatar hambre, a nivel
físico; conflicto interior, a nivel psicológico; y tentación, a nivel espiritual.
Hacer un juicio de discernimiento de espíritus, por tanto, no es sustituir
explicaciones científicas sobre el origen o la modalidad de las experiencias
interiores, sino completarlas con una nueva explicación, perteneciente al orden
espiritual.
[29] Cardenal Joseph Ratzinger, o. c.
[30]
Cf. G. Randle S. J., La ciencia del
espíritu (Rom 10,2). Adiestramiento integral para acompañantes espirituales.
Dimensión funcional de la teología espiritual. San Benito, Buenos Aires,
2006, y G. Randle S. J.-H. Muñoz
Larreta, El discernimiento como ayuda
espiritual y psicológica, San Benito, Buenos Aires, 2005).
[31]
En ellas, Ignacio de Loyola ve: “un
elemento esencial de los Ejercicios, hasta el punto de considerarlas como su
verdadero descubrimiento, sin el cual no existirían tales Ejercicios”. K.
Rahner, Lo dinámico en la Iglesia, Barcelona,
Editorial Herder, 1963, 105. Cf. S.
Robert, Une autre connaissance de Dieu. La
discernement chez Ignace de Loyola, Les Éditions du Cerf, Paris, 1997,
175-179.
[32] J. Ratzinger, Natura e Compito de la Teologia, Milano, 1993, 55.
[33] K. Rahner, o. c., 95.
[34] I. Iparraguirre S. J., Prólogo a
L. González S. J., El primer tiempo de
elección según san Ignacio, Studium, Madrid-Buenos Aires, 1956, 5-6.
[35]
idem, 6 y 12.
[36]
M. A. Fiorito S. J., o. c., 1.
[37]
M. A. Fiorito S. J., “Apéndice
bibliográfico de espiritualidad ignaciana”, Separata de Ciencia y Fe, XIX,
1963, 48.
[38] Ejercicios n. 363. Ignacio entendió que la vida
interior no tenía necesariamente que despreciar ni la “ratio” escolástica, ni
la “opera externa”, ni la “institutio ecclesiastica”. Se trataba, más bien, de
buscar su relación adecuada. Más aun, el conocimiento y aprecio que de la Suma tuvo se advierte especialmente si
se tiene en cuenta que él mismo ordenó en las Constituciones de la Compañía que
en Teología se estudie “El Viejo y el
Nuevo Testamento y la doctrina escolástica de Santo Tomás”. Aquí, por tanto,
de nuevo la presencia de lo escolástico junto a lo positivo. Cf. R. García
Mateo S. J., “Los estudios teológicos de
Ignacio de Loyola y su experiencia espiritual”, en A. A. V. V., Esperienza e
Spiritualità, Editrice Pomel, Roma, 1995, 171-193.
[39]
Por tal entendemos la consideración de los tres niveles de realidad de la
persona humana: físico, psicológico, y espiritual, el más profundo de los tres.
[40] Damos así, un paso más allá de la sola presentación
teórica del discernimiento. Cf., Ch. A. Bernard, Teología Espiritual. Hacia la
plenitud de la vida en el Espíritu. Sociedad de Educación Atenas, Madrid, 1997,
p. 380-400.
[41]
Cf. K. Kertelge, Carta a los romanos, Barcelona,
Editorial Herder, 1979, 178.
[42]
Esto se debe a que “Se pueden considerar
los Ejercicios como `acto primero’ existencial, sapiencial, práctico de
teología vivida, que luego la reflexión teológica puede explicitar teóricamente
en una suerte de `acto segundo’” J. C. Scannone S. J., “Los Ejercicios Espirituales: lugar teológico”, Stromata, año XLVII,
julio-diciembre 1991, nª ¾, 237.
[43]
Esto fue lo que, en forma de interrogante, planteó Jean-Claude Dhôtel S.
J. al comienzo de la Sesión
Pluridisciplinar del Centro Sèvres, Paris, septiembre 1991.
[44]
Por cuanto son ejercicios para discernir los espíritus en orden a buscar y
hallar la voluntad de Dios.
[45]
Esto lleva a considerar a Emilio Brito los Ejercicios
Espirituales no solamente como fuente de vida espiritual cristiana, sino
también de reflexión, tanto teológica como filosófica. Cf. E. Brito S. J., “Ejercicios ignacianos y libertad moderna”, en
I. Ellacuría - J.C. Scannone (eds.) Para
una filosofía latinoamericana, Bogotá, 1992. G .
Fessard, La dialectique des Exercices
Spirituels de saint Ignace de Loyola, Théologie, 35, Paris, 1956.
[46]
Como por ejemplo, J. Martín Velasco, Introducción
a la fenomenología de la religión, Madrid, 1978, empíricamente descriptivo.
[47] Gaudium
et Spes, Conc. Vat. II, n. 43.
[48] “Cada día de
vida representa para cada uno de nosotros una determinada cantidad de desafíos.
Hemos de decir “sí” o “no” a un cierto número de decisiones que arrastrarán en
pos de sí un encadenamiento de consecuencias. Hay quienes titubean; hay quienes
rehuyen la decisión, lo cual es también una forma de decidirse”. Thorton
Wilder, Los idus de marzo. Emecé
Editores, Buenos Aires.
[49]
Cf. M. A. Fiorito S. J., "Notas para
una teología de los Ejercicios espirituales", Ciencia y Fe (hoy
Stromata), 15, 1959, 253-281. B. Lonergan,
o. c., 347. Respondemos así a la exhortación de Juan Pablo II a los
teólogos, de realizar "una reflexión
de la que emerja la dimensión especulativa y práctica de la ciencia
teológica" Fides et Ratio 105.
[50]
Cf. J. Alonso García, Fe y experiencia
cristiana. La teología de Jean Mouroux, EUNSA, Pamplona, 2002.
[51]
M. Heidegger, “Teología y filosofía”, Stromata,
año XLVII, julio-diciembre 1991, n. ¾, 409.
[52] Cf. S. Robert, o. c., 253ss.
[53]
K. Rahner, o. c., 96-97.
[54]
M. A. Fiorito S. J., Apuntes para una
teología del discernimiento de espíritus, Separata de Ciencia y Fe, XIX, 1963,1.
[55]
Núcleo primitivo de los Ejercicios, según
von Balthasar. Cf. J. Servais, Théologie des Exercises spirituels. H.U. von
Balthasar interprète saint Ignace. Culture et Vérité, 1996.
[56]
En "Études" 249, 1946, 5-21. A este respecto cf. también Y.M.Congar, Situación y tareas de la teología hoy, Sígueme,
Salamanca, 1970, 15-29.
[57] L. Malevez, « Présence de la théologie à Dieu et à
l’homme ». NRTh 90, 1968, 785.
[58]
D. Bonhoeffer, Resistencia y sumisión, Esplugues
de Llobregat, 1969, 162-163.
[59]
M. Gelabert, Valoración cristiana de la
experiencia, Sígueme, Salamanca, 1990, 157.
[60]
Para Vandenbroucke se sitúa a fines del XIV. Cf. F. Vandenbroucke, “Le divorce
entre théologie et mystique”, NRTh, 72, 1950, 372-389.
[61] Por otra parte, quede en claro que la teología
teórica ("dogmática") y la teología práctica ("vivida") no
pueden trabajar objetivamente ni desarrollarse sino es en la más estrecha
interacción. Una dogmática que degenera en un raciocinio ajeno a la vida, lo
mismo que una moral que se diluye en una casuística alejada del evangelio, se
apartan del centro hacia la periferia y se desfiguran.
[62]
F. Ardusso, “Teología fundamental”, Diccionario teológico interdisciplinar I,
Ediciones Sígueme, Salamanca, 1982, 187-210.
[63]
W. Kasper, Fe e historia, Salamanca,
1974, 191, cf. 173-192.
[64]
J.-P. Jossua O. P., "Teología
¿carisma del Espíritu?", Concilium, Noviembre 1974, 48. Sus palabras
nos recuerdan a Sertillange O. P. cuando en su libro La vida intelectual, habla de la importancia de una "zona de silencio".
[65]
K. Rahner, Escritos de Teología, vol.
IX. Taurus, Madrid, 1971.
[66]
Cf. W. Kasper, Per un rinnovamento del
metodo teologico, Brescia, 1969, 41s.
[67] M. D. Chenu, Le Saulchoir. Una
scuola di teologia. Marietti, Casale Monferrato 1982, 59.
[68] Pierre Gervais (ex director de la Nouvelle Revue Théologique (Facultad de
Teología de la Compañía de Jesús–Bruselas), en correspondencia personal con
motivo de nuestro libro Interioridad de
Carlos de Foucauld. Desde el discernimiento de espíritus. Una fenomenología
teológica. De la misma manera J. Rademacher al comentar nuestro libro “Dos caminos. El discernimiento en
Jesucristo”: “Una verdadera
experiencia cristiana bajo la guía de Ignacio” (NRTh, enero-marzo 2007).
[69].
En correspondencia personal. Es autor de Discernimiento
según san Ignacio. Centrum Ignatianum Spiritualitatis, Roma, 1983.
[70]
B. Forte, “En el umbral del tercer
milenio”, Revista Criterio, año LXXX,
nª 2333, diciembre 2007, 681-690.
[71] Cf. Gaudium et Spes, Conc. Vat. II, 11.
[72]
G. Geffré, “Historia reciente de la
teología fundamental. Intento de interpretación”. Concilium 46 (1969),
347-348.
[73]
G. Geffré, o. c., 344. Cf. W.
Johnston, Being in Love, Harper &
Row, Publishers, San Francisco ,
1989, 149.
[74]
"Esto
sólo pone de manifiesto que Dios, el Dios de Jesucristo, que quiere la
salvación de todos los hombres, ofrece a todos su gracia como liberación dentro
del misterio incomprensible; que la gracia de Cristo actúa secretamente por
encima de las fronteras del cristianismo verbalizado y que hace participar en
el misterio de Jesús al hombre que es fiel a su conciencia aun cuando todavía
no haya sido alcanzado convincentemente por el mensaje explícito del
cristianismo y sellado por los sacramentos cristianos. Esta observación no sólo
no está prohibida al cristiano, sino que incluso tiene que esperar, porque su
fe se lo impone, que la salvación por parte de Dios sea universal” K.Rahner,
Experiencia del Espíritu, Narcea,
S.A. de Ediciones, Madrid, 1978, 59-60.
[75] Por ello Pablo lo llama “el Malo” (Ef
6,16), y también Agustín en su traducción al latín del “Padre nuestro” (“sed libera nos a Malo”).
[76] J. Guitton, Con
los estigmas de Cristo. El caso de Marthe Robin, Emecé, Buenos Aires, 1987,
234. Esto es patético comprobarlo en algunos sacerdotes.
[77]
Cf. G. Randle S. J., La ciencia del
espíritu, (Rom 10, 2). Adiestramiento
integral para acompañantes espirituales. Dimensión funcional de la Teología
Espiritual. San Benito, Buenos Aires, 2006, capítulos 1 y 2.
[78]Cf.
A. G. Matanic,“L’esperienza spirituale
come fonte conoscitiva in spiritualità. Elementi e riflessioni”, V.V., Esperienza e Spiritualità, Editrice
Pomel, Roma, 1995.
[79]
Cf. G. Randle S. J. - H. Muñoz Larreta, El
discernimiento como ayuda espiritual y psicológica. Teoría y práctica. San
Benito, Buenos Aires, 2005.
[80] Esta posibilidad de conocer a Dios existía antes que
se operase la separación de teología y espiritualidad. La época patrística la
llamó con los verbos “sentir y conocer”, o advertir y discernir lo que pasa por
el alma.
[81] J. H. Cardinal Newman, Apologia Pro Vita Sua, Oxford , Clarendom Press, 1990, 180-181. Cf.
G. Randle S. J., La lucha espiritual en
John Henry Newman, Descclée De Brouwer, Bilbao, 2000, 126-132.
[82] J. H. Cardinal Newman, o. c., 181,
2-7. Dice al respecto: “La lógica
es una pobre retórica ante la multitud. Ensayad dispararla en todas
direcciones, y es posible que desesperéis de convertir a la gente con un
silogismo”. Discussions and Arguments on Various Subjects. Longmans,
London, 1924. Este pasaje es citado en la Grammar 90.
[83]
El cristiano entra en sí mismo con el sólo fin de comunicarse con el Maestro
interior que lo invita a crecer uniéndose con Él por amor. En el A. y N.
Testamento, entrar en uno mismo no quiere decir abstracción intelectual
mediante la concentración en el yo profundo, sino conversión del corazón, al darnos
cuenta de que nos hemos alejado de Dios y su evangelio. Convertirse es volverse
hacia uno mismo y hundirse en uno mismo para hallar a Dios en lo más íntimo de
mi intimidad, pues está en nosotros y con nosotros pero nos trasciende en su
misterio. Cf. P. José María Verlinde, Experiencia
prohibida. Del ashram a un monasterio. Monte Carmelo, 2003.
[84] Cf. EE 331,1. En estas palabras de Ignacio citadas
entre comillas, está la clave para discernir al mal espíritu disfrazado del
bueno.
[85]
K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia,
Editorial Herder, Barcelona, 1963, 128. Al respecto conviene tener presente
algo importante que advierte Fiorito: “el
estilo de Rahner lo lleva a veces a hacer tabla rasa con todo lo que, aun
remotamente, puede ser un estorbo para su planteo”. M. A. Fiorito, Apuntes para una teología del discernimiento
de espíritus, Separata de Ciencia y
Fe, XIX, 1963, 15.
[86]
Cf. D. Gil, Discernimiento según San
Ignacio, CIS, Roma, 1983, 315.
[87] Cf. K. Rahner, o. c., 132. La
misma postura de Rahner es la de Ch. A. Bernard, que tampoco compartimos, al
hablar de “la cuestión del
discernimiento” y decir que es “reconocer
el origen”. Ch. A. Bernard, Teología
Espiritual. Hacia la plenitud de la vida en el Espíritu. Sociedad de
Educación Atenas, Madrid, 1997, 380.
[88] Una experiencia de quien discierne en su labor
pastoral suele ser como la que acontece a un médico cuando descubre la raíz de
un mal y el paciente continúa hablando,
mientras el médico redacta órdenes para
un chequeo. La impresión del paciente es la de no ser escuchado y sin embargo sí
lo ha sido en lo que realmente importa y hay que atender, lo demás no agrega
nada esencial. "El hacha" para llegar a la raíz en pocos golpes es el
discernimiento.
[89]
J. Mouroux, La experienza cristiana,
Brescia, 1956, 48.
[90]
Cf. D. Bertrand, “Il ruolo
dell’intelligenza nella vita spirituale. Evagrio Pontico y Ignazio di
Loyola », en Ch. A. Bernard,
L’antropologia dei Maestri Spirituali, “Actas
del simposio del Instituto de espiritualidad de la Universidad Gregoriana, 28
abril-1 mayo 1989” ,
Milan, Éd. Paoline, 1991.
[91]
Este es el motivo por el que Juan Carlos Scannone dice que la teología vivida “desemboca en un replanteo
teológico-fundamental, al menos al afirmar que se trata de ‘un saber dar razón
por experiencia de la acción y presencia de Dios’ ". Cf. J. L.
Rouillon Arróspide, Antonio Ruiz de
Montoya S. J., Silex del Divino Amor,
Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 1991, LXXXVIII.
[92] R. Saint-Jean, L’apologétique philosophique. Blondel 1893-1913, Paris, 1966, 13.
[93] W. Kasper, Introducción a la fe, Salamanca, 1976, 35-36.
[94]
San Bernardo, Sermón XII sobre la
Discreción. Cf. G. Randle S.J., La
ciencia del espíritu (Rm 10,2). Adiestramiento integral para acompañantes
espirituales. Dimensión funcional de la Teología Espiritual. Editorial San
Benito, Buenos Aires, 2006, 151-154.
[95]
O sea, la Orden de la Compañía de Jesús, "doctorada" en persecuciones
como su fundador, san Ignacio, en sus más de 450 años de existencia.
[96] Const. n. 304.
[98] H. U. von Balthasar, Retour au centre, Présentation de Vincent Holzer, Desclée de
Brouwer, 1998, 56.
[99] Cf. J. B. Metz, "Karl Rahner-Ein theologisches
Leben", StdZ 99, 1974, 313. Citado por M. Schneider, Teología como biografía. Una fundamentación
dogmática. Desclée De Brouwer, Bilbao, 2000, 14.
[100] Juan Pablo II, Carta TMA n. 36.
[101]
Cf. Invitación al examen de conciencia en el rezo de Completas de la Liturgia
de las Horas. ¿Dónde queda en primer lugar "dar
gracias a Dios nuestro Señor por los beneficios recibidos" (EE 43,2)
para movernos a amarlo, como enseñan san Ignacio de Loyola y la doctora de la
Iglesia Teresa de Jesús? Una oportunidad perdida para tomar conciencia de la
realidad ambivalente de la vida interior y madurar en la misma.
[102]
Cf. G. Randle S. J., “Por una teología
más espiritual y una espiritualidad más teológica”, Boletín de
Espiritualidad, Compañía de Jesús, Argentina, 172, julio-agosto, 1998, 1-19.
[103]
Cf. G. Randle S. J., La ciencia del
espíritu (Rm 10, 2.Adiestramiento integral para acompañantes espirituales.
Dimensión funcional de la teología espiritual. San Benito, Buenos Aires, 2006. G .
Randle S. J. - H. Muñoz Larreta, El
discernimiento como ayuda espiritual y psicológica. Teoría y práctica. San
Benito, Buenos Aires, 2005.
[104] Debemos reconocer que hasta la primera parte del
siglo XX en la misma Compañía de Jesús se consideró a los Ejercicios Espirituales como incapaces de despertar el interés del
teólogo. Y aun cuando en la segunda mitad del siglo XX se comienza a
reflexionar sobre la teología de los mismos – pensamos en E. Przywara, G.
Fessard, los hermanos Rahner, H. U. von Baltasar, y otros – no se llega
verdaderamente a preguntarse si los Ejercicios, y más ampliamente la espiritualidad
y el Instituto de la Compañía, conducen a un modo propio de proceder en teología.
Como en cambio lo hizo M. A. Fiorito S. J., “Apuntes
para una teología del discernimiento de espíritus”, Separata de Ciencia y Fe, XIX, 1963, 401ss. Y más tarde Chr. Theobald
S. J., "Une manière ignatienne de
faire de la théologie", NRT, juillet-septembre 1997, 375-396.
[105]
Obras de S. Teresa de Jesús, editadas
por el P. Silverio de S. Teresa, Biblioteca Mística carmelitana, tomo II,
Relaciones espirituales, El Monte Carmelo, Burgos, 1915, p. 143.
[106]
Según G. Frosini, Spiritualità e
Teologia, Edizioni Dehoniane, Bologna, 2000, 30: “Se trata de un proceso dialéctico, de ósmosis y de mutua inmanencia
entre la teoría y la práctica, entre la vida y la reflexión”.
[107] Por ejemplo: al constatar no sólo la presencia y
acción de Dios estáticamente en la consolación espiritual (EE 316), sino
también, por contraste, en la alternancia con su contraria, la desolación
espiritual (EE 317).
110
B. Lonergan S.J., o. c., capítulo 4, 5 Dialéctica del desarrollo religioso,
112. Es por esta experiencia de la presencia y acción opuesta de Dios y de
nuestro adversario que Ignacio no “prueba” la existencia de ambos sino que las
muestra.
[109]
En cambio, “De una doctrina que no es más
que doctrina difícilmente surgirá el entusiasmo ardiente, la iluminación, la fe
que mueve montañas. Pero puesta esta incandescencia, la materia en ebullición
se colará sin esfuerzo en el molde de una doctrina, o llegará a ser esta
doctrina al solidificarse” H. Bergson, Les
deux sources de la morale et de la religión. PUF, 1942, 251-252).
[110]
Para un comentario más extenso sobre las mismas nos remitimos a nuestro libro La ciencia del espíritu (Rom 10,2).
Adiestramiento integral para acompañantes espirituales. Dimensión funcional de
la teología espiritual. San Benito, Buenos Aires, 2006, 39-41 y 255-256.
[111]
K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia, Barcelona,
Editorial Herder, 1963, 96.
[112]
En el mismo sentido reza la oración litúrgica en la conmemoración de san
Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia: “Concédenos a nosotros aceptar de tal forma su magisterio que, por
medio del progreso de las ciencias, lleguemos a conocerte y a amarte mejor”.
[113]
Dice al respecto el dominico Chenu: “(Querríamos
dar) en buena lógica, un alimento a los cristianos de nuestro tiempo, deseosos,
dentro de su fe conciente, de hacer teología”. M. D. Chenu O. P., ¿Es ciencia la teología?, Editorial
Casal I Val, Andorra, 1959, 10.
[114]
Cf. Introducciones a la Suma, de
Santigo Ramírez O. P. e Ismael Quiles S. J., en sendas ediciones de la BAC,
1947, 80-81, y del Club de Lectores, 1951, 22-23.
[115]
H. U. von Balthasar, “Teología y
santidad”, en Ensayos teológicos I, Madrid,
1964, 263.
[116]
Cf. G. Randle S.J., Discernir en el
desconcierto. Una experiencia: Claret (1807-1870), Publicaciones
Claretianas, Madrid, 1993.
[117]
Cf. G. Randle S.J., Interioridad de
Carlos de Foucauld. Desde el discernimiento de espíritus. Una fenomenología
teológica. Publicaciones Claretianas. Madrid. 1995.
[118] Cf. Gaudium et Spes, Concilio Vat. II, 13
y 37.
[119]
Por "momentos" no ha de entenderse forzosamente una sucesión
cronológica de estadios, sino más bien una serie de componentes absolutamente
necesarios que la fe debe conllevar, tarde o temprano y en orden variable, para
alcanzar su plena madurez.
[120]
Es típico del mal espíritu, por ejemplo, un lenguaje negativo, desorientador y
sin matices: nunca, nadie, nada, todo, siempre, etc.
[121] H.Urs von Balthasar, Sorelle nello Spirito, Milano, 1974, 22.
[122]
Cf. J. Martín Velasco, Introducción a la
fenomenología de la religión, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1978.
[123]
Es lo que llama M. A. Fiorito “teología
kerigmática” o de la salvación, al servicio de una predicación puesta al
día, más fructuosa y eficaz, capaz de llegar al hombre de hoy y a su crisis de
fe, más práctica y vital que especulativa o científica.
[124]
Tal era el deseo del teólogo Chenu hace cincuenta años: “Después de varios siglos de distanciamiento, ¿el teólogo no volverá,
por fin, a encontrarse con el hombre de la calle?”. M. D. Chenu O. P., ¿Es ciencia la teología?, Editorial
Casal I Val, Andorra, 1959, 8.
[125]
Para más ejemplos, nos remitimos a nuestros ensayos publicados. Cf. final del
libro
[126]
Cf. G. Randle S. J., Dos caminos. El
discernimiento en Jesucristo. San Benito, Buenos Aires, 2003 y 2004.
[127]
K. Rahner, Escritos de teología, tomo
VII, Taurus Ediciones-Madrid, 1969, 552.
[128] B. Lonergan, o. c., 128.
[129] B. Lonergan, o. c., 246.
[130]
idem
[131]
Un ejemplo de esto es el título que Hans Sedlmayr dio a su libro Verlust der Mitte (La pérdida del
centro) traducida como El arte
descentrado. Las artes plásticas de los siglos XIX y XX como síntoma y símbolo
de la época. Expresión simbólica de tendencias desequilibrantes en la esfera
total del hombre. Cf. G. Randle S. J., El
hombre: sentido de la arquitectura y del urbanismo, Nobuko, Buenos Aires,
2008.
[132]
Cf. K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia,
Barcelona, Editorial Herder, 1963, 166-181.
[133]
B. Lonergan, o. c., 245.
[134]
Esto hace referencia al hecho intrínseco de que el ser humano siempre se
orienta hacia alguien o hacia algo distinto de él mismo.
[135]
B. Lonergan, o. c., 246.
[136] Jacques Servais, Théologie des Exercises Spirituels. H. U. von Balthasar interprete
saint Ignace. Culture et Verité. Bruxelles, 1996, 281.
[137]
P. Ricoeur, Vivo hasta la muerte, Fondo de Cultura Económica, 2008.
[138] P. Ricoeur, “Taches de l’education politique”, Esprit, julio-agosto 1965, 92.
[139]
A este presente, "es justo… tratarlo
como una especie de sacramento, que santifica por su propia virtud a las almas
que no le ponen obstáculo". Cf. J.
P. de Caussade S. J., Tratado del santo
abandono a la Providencia divina, Apostolado de la Oración. Buenos Aires,
1983, 54.