Guillermo Randle
Teología desde la
experiencia de la vida en el Espíritu
0TRO MODO DE PROCEDER
La
clave y el instrumento
"Tal teología constituiría una
verdadera tarea"
Karl Rahner
INDICE
PRÓLOGO
3
NOTAS PRELIMINARES
5
INTRODUCCIÓN 9
PRIMERA PARTE: otro modo de proceder 24
1. UNA TEOLOGÍA DESAFIADA 24
2. UNA RESPUESTA 32
3. EL DESTINATARIO 40
4. UN MODO POSTERGADO: LA CLAVE Y EL INSTRUMENTO 56
5. UN AUTÉNTICO
PROGRESO EN EL CONOCIMIENTO DE LA
FE 78
6. UN FILÓN REVITALIZADOR 85
7. DE LO NARRATIVO A LO DIACRÍTICO
Y RADIOGRÁFICO 98
8. UN MODO ENCARNADO EN LA EXPERIENCIA EXISTENCIAL
102
9. LA EXPERIENCIA CRISTIANA
UN LUGAR TEOLÓGICO 108
10. UN LLAMADO A LA
MADUREZ EN EL ESPÍRITU 111
SEGUNDA PARTE: otro modo de conocer 119
1. DISCERNIR EL OBRAR DE DIOS
119
2. UN CONOCIMIENTO VERDADERO 133
3. OTRO MODO DE CONOCER 139
4. DIOS EMERGE Y SE INTEGRA EN LA VIDA 150
5. EL MODO DE PROCEDER EN ACCIÓN 156
CONCLUSIÓN
196
EPÍLOGO 201
EL MODO DE PROCEDER, ACTUADO EN LOS
LIBROS DEL AUTOR
203
BIBLIOGRAFÍA 205
En
agradecimiento a los teólogos Christoph Theobald, Sylvie Robert, Joseph Moingt
y Patrick Goujon, de la
Facultad de Teología de la Compañía de Jesús de
Paris, por los fructíferos encuentros personales de abril y mayo de 2011.
PRÓLOGO
En esta ocasión nos interesa ubicarnos
con relación al panorama teológico posterior al post Concilio Vaticano II[1]. Desde
esta perspectiva el presente ensayo "abre… para la reflexión teológica una
tarea urgente que supone un delicado discernimiento"[2]
Es una invitación a asomarnos a un
cambio de horizonte sobre el hacer teológico, provocado por los logros positivos
del pensamiento moderno, la necesidad de una renovación teológica, y la
exigencia de un acercamiento al creyente o no de hoy. Estos motivos requieren superar el modo que a veces, por excesivamente
especulativo y abstracto, no empalma con la idiosincrasia del hombre
contemporáneo deseoso de verificaciones existenciales.
En efecto, la teología exige hoy una
reflexión sobre la relación entre la fe cristiana y el mundo como lugar
teológico. Esto entraña una verdadera revisión del hacer, puesto que debe ser
creador de nuevas posibilidades de existencia y de nuevas inteligencias de la
fe que nos proponen otros mundos culturales.
Nuestro homenaje a los pioneros de esta
renovación, a partir de la segunda mitad del siglo XX, tanto en América Latina,
con Miguel Ángel Fiorito, como en Europa, con Karl Rahner, y tantos otros, a
los que sumamos esta nuestra limitada y perfectible colaboración.
Finalmente advertimos al lector que durante
su desarrollo reiteraremos algunos tópicos porque cierta experiencia pedagógica
nos enseña que conviene hacerlo en beneficio del lector cuando la materia es
nueva. Como así también, volver a menudo sobre los tópicos "clave" e
"instrumento", por estar íntimamente relacionados entre sí.
Guillermo Randle S.
J.
Teología desde la experiencia de la vida
en el Espíritu
Es lo que otros llaman "teología
espiritual"[4].
Dentro de ella se inscribe el presente modo de proceder.
Es teología a partir de la experiencia[5] de
ciertos "lugares teológicos", es decir, desde la persona y la
historia en la que se vive la experiencia. Se trata de evitar así que los
enunciados dogmáticos aparezcan como esotéricos o míticos. Cuando en cambio
esta relación entre persona y experiencia se da, hay complementariedad y no contradicción
ni antagonismo entre un credo dogmático y una religión existencial.
Esta relación se da en el marco
diacrítico[6]y
radiográfico del presente modo de proceder. En él, la teología valora la
temporalidad y la problemática de toda experiencia humana y religiosa con sus
etapas infinitamente diversas y jamás recuperables en un sistema, por cuanto es
la reactualización creadora del Mensaje evangélico en función de los grandes
interrogantes del presente cambio histórico.
Para corroborar qué es y cómo se realiza
este modo de proceder, presentamos al final el análisis de dos casos y la lista
de nuestros ensayos sobre diversos lugares teológicos, cada uno de los cuales
es "capítulo" de una teología
desde la experiencia de la vida en el Espíritu.
Vida en el Espíritu o según el Espíritu[7]
Es la vida interior, vivida según el espíritu
de Cristo y de su Evangelio. El camino existencial hacia Él con gracias y
dificultades causadas por nuestras tendencias antagónicas, o por el adversario
de la naturaleza humana, que las aprovecha y se interpone en el camino[8].
Dificultades o tentaciones: se dan por
el antagonismo, latente o en potencia, de las tendencias dichas (Rm 7, 21-23).
En el discernimiento de las mismas está implícito el modo diacrítico de
proceder y otro modo de conocer a Dios, que actúa y obra, infinitamente interesado
en la salvación del hombre. No un Dios
abstracto, inmutable y eterno que reposa en sí mismo, sino vivo, glorioso y resucitado,
que no muere más, Jesús de Nazaret, el testigo de Dios que ama al hombre.
Lucha: se da entre las tendencias
positivas y negativas, o con nuestro adversario. "¿Qué lugar intermedio
hay… en el que la vida humana no sea una lucha?" (San Agustín).
Los protagonistas son, por tanto, tres:
Dios (sentido final de las tendencias positivas). Nuestro adversario (sentido
final de las tendencias negativas). Y cada uno de nosotros, con nuestras
tendencias positivas y negativas.
En palabras del Concilio Vaticano II, la
vida en el Espíritu es: "una dura batalla contra el poder de las tinieblas
que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el
día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para
acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia
de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo" (GS 37).
Esto nos hace comprender que una presentación
de la misma sólo como la relación del hombre y Dios sin dificultades algunas,
es no sólo la mitad de la verdad, sino que nos incapacita para discernir,
madurar y vivir intensamente la conflictiva realidad, a fin de ir en prosecución,
cierta y sin engaños, de Dios vivo. Esta vida en el Espíritu así entendida, es
un lugar teológico único para experimentar sus huellas o rastros que, bajo
diversas formas, nos ayudan a descubrirlo.
Ello implica, por un lado, la necesidad
de la diácrisis o discernimiento de espíritus, porque no todo en la vida
interior es de Dios, y por otro lado, la necesidad de un conocimiento mediado:
porque no tenemos de Dios ninguna intuición expresa, ninguna definición. Por
esto "en la teología apelamos a la inteligibilidad de los efectos
naturales o sobrenaturales de Dios como medio para conocerlo"[9]. En
otras palabras, hablamos como la revelación bíblica, a partir de su acción por
nosotros, y no de Él en sí mismo. "Inteligibilidad de los efectos" o
de su acción, posible desde la experiencia de la vida en el Espíritu con ayuda
de una clave diacrítica y de un instrumento interpretativo y radiográfico, como
es el brindado por las pautas para tal fin, de Ignacio de Loyola[10].
INTRODUCCIÓN
La posibilidad
de una teología creativa es tanto mayor, cuanto más la fe se convierte
realmente en experiencia[11].
J. Ratzinger
Al entrevistarnos con algunos teólogos en Paris el año 2011, nos
manifestaron, en coincidencia con ellos, que la teología siente hoy que ha
tocado techo, por falta de contacto con la realidad y de un marco destinado a
favorecer la creatividad. En el fondo de esta problemática está el hecho de
"pagar las consecuencias", como dice Schillebeeckx, de que "el
término hoy clásico de 'teología' nació indudablemente bajo el signo exclusivo
de la teología especulativa"[12] y de
que perdió el sentido del misterio, es decir, a "Dios como único objeto y
razón determinante de la teología. En consecuencia no había una clave para
salvaguardar la unidad"[13].
Frente a este panorama, Claude Geffré deseaba todavía en 1991,
"encontrar algunas claves de esta hermenéutica del cristianismo"[14]. Ahora
bien, una de ellas es uno de los pilares de la espiritualidad cristiana y
objeto de la teología, estimado como tal recién a partir de la segunda mitad
del siglo XX[15].
Nos referimos al discernimiento de espíritus y un instrumento hermenéutico del
mismo, como son las ya citadas pautas para tal efecto de Ignacio de
Loyola.
En cuanto al "signo exclusivo de la teología
especulativa" se prolongó hasta mediado el siglo XX, a pesar de sanas
inquietudes de las que eran protagonistas el año 1946, Jean Daniélou[16] e Yves
M. Congar. En efecto, este último relataba lo siguiente en su Journal d'un
théologien: "Se trataba de restituir a la teología su dimensión histórica
y su dimensión de conocimiento religioso vivo". A este deseo le siguió quince
años después, la vitalidad que ciertamente insufló el Espíritu Santo en el
Concilio Vaticano II. Sin embargo, tras el período post conciliar, comenzamos a
experimentar el ya referido sentimiento
de haber llegado a un tope en la posibilidad de una teología creativa.
Esta situación es al mismo tiempo, un reto positivo para una
interpretación original de la experiencia cristiana que, por el hecho mismo de
su relación con un Origen siempre vivo, permanece abierta hoy a un porvenir
inédito.
En efecto, el discernimiento de espíritus, como clave, y las
pautas para discernir, como instrumento, no sólo salvan el objeto único y la razón
determinante de la teología, sino que dan origen a otro modo de proceder:
diacrítico, en razón de la clave, y radiográfico, en razón del instrumento. Es
así cómo este modo de proceder, al formar nuevos conceptos, ayuda a la teología
a ganar en energía y fecundidad. Decimos "nuevos", pues siempre
resulta así lo que se llega a comprender de una manera diferente.
Dice Álvarez Bolado al respecto: "Porque la teología es
eminentemente histórica, es legítimo y válido que la teología intente estrenar
nuevos modos de lenguaje sobre Dios tomados de los nuevos valores y
significaciones históricos. Debe hacerlo y debe hacerlo con audacia. Pero
siempre partiendo del silencio reticente que salvaguarda en su lenguaje el
misterio de Dios en Cristo"[17]
Recurrir en este intento, al discernimiento y las pautas
ignacianas, no es regresar a la premodernidad, sino poner el acento en un
postergado pilar de la espiritualidad cristiana, como así también, en un relegado
objeto de la teología. Más aun, ambos ofrecen la posibilidad de explorar otro
modo de proceder en una época necesitada de medios eficaces, no sólo para orientarnos
en medio de la confusión y profundizar en la existencia, sino para llegar a una
teología desde la experiencia de la vida en el Espíritu, es decir, más
existencial y fenomenológica que especulativa.
El fundamento interpretativo de dichas pautas es la fe y la
razón iluminada por la gracia. La fe en su aspecto existencial y experiencial, del
que depende la vida individual y comunitaria del Pueblo de Dios, desde la que establece
una relación personal con Aquel que llama y espera una respuesta que compromete
toda la vida. Sin las luces que dicho fundamento proporciona, sólo se ve confusión,
en medio de la que Él nos hace descubrir la luz, con ayuda del discernimiento
instrumentado en dichas pautas.
Clave e instrumento son, por tanto, no sólo un estimulante para
el hacer teológico, sino que propician la posibilidad, como diría Rahner, de "un
planteamiento claro y una respuesta teológica lúcida y científica"[18]
Lúcida, en razón del discernimiento clarificador, y científica, en el sentido
de la seriedad del instrumento.
Ambos señalan además, el verdadero lugar de la teología en un
mundo confundido y enfriado en lo religioso, donde se confronta la escucha del
mensaje evangélico con la cosmovisión de cada uno. Asimismo, junto con Karl
Rahner y Miguel Ángel Fiorito, el día de ayer, y con Christoph Theobald y
Sylvie Robert, el día de hoy, consideramos que la clave y el instrumento
propician un filón fecundo a la teología y un material para "una verdadera
tarea", como señaló Rahner el año 1958, en su libro Lo dinámico en la
Iglesia.
De nuestra parte, es responsabilidad como
teólogo, no dejar pasar el momento, ya que está motivado por dicho entorno
confundido por un quiebre entre experiencia religiosa y marco teológico, más un
cambio histórico resultante en parte, del conjunto de procesos de reacomodación
de la vida de fe, en una sociedad que ya no es y todavía no llega a ser.
Confusión y reacomodación que convocan a la diácrisis y su instrumento, para
implementar un modo teológico de proceder orientador en tal contexto. Por esto es
que deseamos acercarnos más a la vida en el Espíritu que reemplazar otros
marcos teológicos[19];
tratar de clarificar y ayudar en alguna manera al hombre de nuestros días a
encaminarse con y hacia el sentido de la vida, que escribir un tratado para
comunicar ideas.
Con relación a dicho entorno confundido,
sostenía Heidegger que ello ocurre porque Dios ha desaparecido de nuestro
horizonte y estamos a oscuras, es decir, sin parámetro alguno para diferenciar
lo que nos pasa, confusión acentuada por un lenguaje teológico que no empalma
con la realidad y con un pueblo cansado del mismo.
El camino de salida es, por tanto, un
modo de proceder donde se destaca el discernimiento para una clarificación y renovación,
a fin de obtener una respuesta orientadora en una Iglesia evangelizadora, con actitud
no-directiva, en orden a ayudar a crecer y madurar en la fe como opción por
Cristo. En otras palabras, la responsabilidad del momento teológico actual pasa
por tomar en serio intuiciones como son las de otro modo de encarar la teología.
Sin embargo todavía, en alguna medida, transitamos
desde un modo especulativo hacia un concepto de la identidad cristiana abierta
a la acción del Espíritu, y en interacción con la filosofía, las ciencias
humanas y la sociedad, en una especie de deslizamiento tectónico del conjunto
de nuestra cultura de la "modernidad" o de la actividad humana
conciente, hacia un nuevo horizonte "ultramoderno" todavía difícil de
delimitar.
Si de algo está necesitada nuestra
cultura en este panorama es aprovechar la perspectiva histórica con el fin de
ordenar la enorme pero dispersa multitud de la masa cultural heredada, tratando
de ponerla en correlación con las preguntas y cuestionamientos actuales. Por
esto, ella se concibe en forma empírica, no especulativa, y la teología se
enfoca como un modo de proceder, destinado a favorecer la creatividad, la
colaboración interdisciplinaria y la madurez en la fe.
Este modo es fundamentalmente un
conjunto inteligible y articulado, conformado por una clave y un instrumento útil
para describir, no sólo la propia realidad de la vida en el Espíritu, sino
también, la de otros lugares teológicos. Esto no implica la construcción de un
sistema cerrado, sino de un modo de proceder abierto que interpreta, aclara y
coordina las inquietudes, al mismo tiempo que refleja el estado y la altura
histórica de nuestros problemas y preocupaciones.
Esto tampoco exige del teólogo que sea
practicante de otras ciencias, pero sí se le pide hoy, un aprendizaje por
experiencia y no sólo por cursos académicos, que lo disponga interiormente a
dejarse conducir a través de las problemáticas existenciales personales y de
otros, hacia lo que constituye su identidad teológica propia, siempre en vías
de recomposición.
Por su parte, esta tarea hace necesario
comenzar por aclarar, que en la clave y el instrumento del modo de proceder, nos
hallamos frente a una literatura "creadora" y "original",
de primera mano, de la revelación de Dios en Cristo, de herramientas para una
actualización de su mensaje. Nos referimos a la literatura de los Ejercicios
Espirituales (EE) de Ignacio de Loyola, dentro de los que se hallan dichas
herramientas. Pero con la salvedad que no se trata de una literatura de devotas
trivialidades que, si bien muy útiles para algunos, no sugieren nada nuevo al
teólogo, dado que se limita a repetir en manera simplificada lo que se halla en
los manuales clásicos de teología, sino que es inspiradora, más de cuatrocientos
años después, de otro modo de proceder en teología.
En este sentido, lo significativo del
mismo, es que en el análisis de casos, pide muchas veces saber callar antes de
emitir un juicio hasta tanto no se sepa cuál es el sentido final de una moción
interior; atenerse a preguntar, o en todo caso hablar sólo hasta donde una
comprensión auténtica puede acompañar de verdad a las palabras, no en cambio,
hacerlo con seguridad dogmática, ni con afán de decirlo todo.
En efecto, cuando la teología no empieza
por callar mesuradamente sobre Dios, se sustantiviza a sí misma y no puede
hablar adecuadamente sobre Él desde la experiencia de la vida en el Espíritu.
Este silencio es además recomendable - como calidad del propio discernimiento -
en un tiempo de cambio histórico como el presente. El mismo sirve a su vez,
para purificar el habla de la fe e iluminar el tiempo nuevo, y manifestar que
cuando la teología calla, calla sobre Dios y no sobre el vacío; calla porque está
presente a su misterio y deja crecer desde el silencio la palabra a decir, como
testimonio de la seriedad con que escucha en la fe.
Este silencio, por tanto, sólo es
legítimo cuando, por un lado, es indicio fehaciente de que puede ser quebrado
cuando se ha hallado un camino hacia Dios para el hombre de este tiempo. Y por
otro lado, cuando es una moderada concentración sobre la energía de la fe en el
seno de la cultura, que desde la esperanza trata de penetrar diacríticamente el
centro creativo de la nueva cultura, segura, no sólo de encontrar en ella los
vehículos significativos de esa convicción de Dios que abriga en el silencio, sino
también capaz, mediante los mismos, de canalizar la dilatada angostura del
mundo hominizado, con una presencia teológica activa, capaz de diálogo: de
entender y dar a entender.
Por eso el tono del modo es
exploratorio, porque se sabe además, en un período teológico de búsqueda y de
transición, que trata de crear las condiciones de su inteligibilidad. Tiene
cierto parentesco remoto con los dichos de los Padres del desierto en el estilo
de comunicación y en el sentido de no fundar una doctrina, sino solamente
confirmarla o ilustrarla. Y también en el sentido de no razonar tanto sobre la
vida en el Espíritu, sino sobre todo ayudar a vivirla; avanzar resueltamente
por el camino, sin enumerar y describir etapas, sin especular ni sistematizar.
Haciendo un poco de historia, mientras
la sociedad entera estuvo determinada por un último fin religioso y la razón teológica
como capaz de provocar el consenso general, la crisis de identidad de la
teología pudo permanecer dolorosamente encubierta y, aparentemente, sin
experimentar desafío alguno. Pero esta disociación fue haciéndose cada vez más
ostensible.
La experiencia religiosa, la articulación
de la historia vivida ante Dios, fue quedando cada vez más alejada de la fe, hasta
el extremo de relegar progresivamente sus contenidos al campo de las
impresiones subjetivas y, por lo mismo, haciéndose cada vez más incapaz de incorporarlos
a la vida y a la teología, y correr el riesgo de convertirse en un delirio[20]. Es
por esto que la teología dogmática, "barroca" al decir de Jesús
Espeja[21], "muy
ortodoxa, pero no muy viva", según Rahner,[22] fue atrofiándose
en una doctrina abstracta y traduciéndose a menudo en un temor sistemático de
entrar en contacto con la vida, que se le hacía incomprensible[23]. En
otras palabras, pasó a ser una teología segura de sí misma, regla general en la
teología escolar, cuyas excepciones no hicieron sino confirmar lo dicho.
Al respecto podemos decir analógicamente
que, así como nada separa tan radicalmente de Dios como una piedad segura de sí
misma, así también, una teología que conduce a esta seguridad, se separa de su
razón de ser y queda sin esperanza. Esta tendencia tuvo consecuencias nefastas
para la Iglesia y la teología. Por ejemplo, en su posición respecto al mundo
con sus cambios sociales y culturales. En la insensibilidad a las demandas
justas del hombre moderno cada vez más celoso de su libertad y autonomía en el
campo de la ética. En el aislamiento y sordera respecto a otras manifestaciones
religiosas. En la cerrazón finalmente a otras culturas, a otras filosofías y a
otros lenguajes. ¿No será por esto, entre otros motivos, que la teología siente
hoy que ha tocado techo, es decir, que no responde al hombre y al mundo que la
rodea?
Ahora bien, ¿cómo es una teología que
logre recomponer con impulso creador lo que lleva tanto tiempo disociado, es
decir, una experiencia viva de la fe y un ejercicio reflexivo de la razón
iluminada por la gracia? Es una teología que comprende que lo disociado no son
dos tipos de pensamiento teológico, dos disciplinas separadas, sino dos
funciones de una única sabiduría práctica[24]. Esta
es una de las más cruciales condiciones de posibilidad del anuncio del Evangelio.
De lo contrario, resulta problemático.
En este sentido, el modo de proceder no
se limita a acumular vastos conocimientos sobre cuestiones históricas,
especulativas y teológicas, sino integrar hasta donde alcanzan las fuerzas, pensamiento y experiencia, teología y vida,
teoría y práctica, a fin de arrojar alguna luz sobre la existencia humana, hoy
confundida. Esto hace necesario el ejercicio de la sabiduría de la vida en el
Espíritu o diácrisis, clave del modo. Y por otra parte, que el instrumento sea "radiográfico",
o capaz de leer el nivel de realidad más profundo de la persona humana. En
otras palabras, capaz de revelar "sobre la realidad misma algo sobre lo
que nosotros o en absoluto no habíamos reflexionado, o no con el rigor
suficiente"[25],
como el que nos brinda dichas pautas. En este sentido, el rigor científico en
el modo de proceder, se cifra en la capacidad hermenéutica que estas poseen
para discernir la realidad.
La clave y su instrumento evitan además,
subjetividades en el modo de operar, porque fundamentalmente se basan en el
criterio irrefutable de Jesucristo: discernir por los efectos o frutos
concretos en la vida. Es así cómo el modo de proceder hace pensable el mensaje
cristiano en el mundo confundido en que vivimos, sin forzar a nadie a hacerlo
de la misma manera, y sí poder pensarlo en cambio, con los que no lo comparten,
abiertos a la esperanza del hallazgo de "nuestra verdad", no de
"mi verdad", gracias a comenzar por enfocar las cosas desde el
patrimonio común de nuestra condición humana.
Es cierto que este modo sacrifica la
lógica y el equilibrio del sistema especulativo en beneficio de la profundidad
del enfoque diacrítico que pasa a primer término, reducido por así decirlo, a
sus rasgos esenciales; y estos son, no los obvios, sino los más recónditos y
aun inesperados que proporciona la vida y el ser humano.
El equilibrio lógico del modo de proceder
cede aquí el puesto a la profundidad vital del tema: profundidad
teórico-práctica, no guiada por un esquema lógico, como es el caso de la
teología sistemática[26], sino
provocada por una inquietud intelectual que descubre, en el abordaje
existencial e imprevisible de lugares teológicos, problemas pendientes, resueltos
a menudo a la ligera, o descuidados por ciertos autores.
En esta armonización histórico-existencial
de teoría y praxis, el modo de proceder se articula como radiografía de la vida
de fe, como historia de su realización diaria, sin grandes cambios y
transformaciones, sin especiales iluminaciones y conversiones. En ella se ponen
de manifiesto cómo puede deletrearse la historia de la gente, la experiencia
religiosa diaria y corriente, incluso la rutinaria experiencia colectiva. Sólo
se presuponen experiencias ordinarias que hacen a la vida de fe. Es justamente
por esto, que el modo es para todos una manera de descifrar sus experiencias
interiores, sin temor al contacto con la vida cotidiana, aburrida,
"normal", y al mismo tiempo en ese descifrar lo que pasa, descubrir
la presencia y la acción de Dios vivo.
¿Quién se halla más necesitado, en
efecto, de tal modo de proceder que el cristiano, a quien tan difícil le
resulta "encontrarse" realmente en la doctrina teológica, sentirse
aludido e interpelado por ella, verse deletreado en ella y ver descifrada su
propia vida en el Espíritu, de la que ni él mismo por lo general es conciente?
¿Y cuándo va a tener más necesidad que en la sociedad actual, desalmada, y en
consecuencia deshumanizada, por creer que ha expulsado a Dios, por deplorar la
frágil identidad humana, en una sociedad donde todos los modelos de vida
parecen prefabricados y se ceba en las almas el sin-sentido de la vida?
Es por ello que este modo de proceder no
es simple teología de profesores, ni se identifica con la teología de oficio, y
no se encierra en los esquemas de expresión de un lenguaje científico exacto y
reglamentado, sino profundamente vivido. En otras palabras, en él la convicción
vivida y la experiencia aprendida de la fe no pueden fundamentarse
suficientemente con argumentaciones analíticas, sino en un instrumento que,
como el brindado por Ignacio, refleja la vida misma y no teoría alguna. El
mismo puede parecer, por un lado, extemporáneo, arcaico y regresivo a quienes, sin
embargo, se sometieron tal vez largamente a un concepto estandarizado de
ciencia y dejaron domesticar sus pensamientos. Por otro lado, es cierto que el
lenguaje del instrumento, como dice Rahner, "no puede menos de excitar el
orgullo de la teología (especulativa), impidiéndole ver lo que se oculta por
parecerle que es cosa archisabida o, cuando más, dándole pié para creer que
sólo le toca dilucidar a la luz de su propia sabiduría teológica los pasajes oscuros
y las expresiones un tanto desaliñadas"[27]. Nosotros
sin embargo, reconocemos lo que revela y no renegamos del mismo, sino que lo
valoramos en su justa medida, por cuanto se integra perfectamente como
clarificador en la confusa situación presente gracias a una profundidad y
sabiduría existencial que no pasa, la que sin embargo, recién a partir de la
segunda mitad del siglo XX se comenzó a descubrir como objeto de la teología.
Hoy, gracias al Concilio Vaticano II, a la
situación del mundo y de la Iglesia, es susceptible la apertura a una teología
inspirada en Ignacio de Loyola, de virtualidades teológicas y medios
específicos hasta ahora escondidos, para incursionar por medio de la misma, en
otro modo de proceder.[28]
PRIMERA PARTE: otro modo de proceder
1. UNA TEOLOGÍA DESAFIADA
Decía Bultmann en 1970, "Vivimos en
una época sin lugar para hablar de Dios. De aquí se sigue la imposibilidad más
y más grande de pensar sobre Dios, así como el mutismo teológico, aun cuando
esté disimulado bajo un cúmulo de palabras. La teología está mal"[29]. Hoy
en cambio, estamos mejor, no sólo porque estamos en la salida del mutismo, sino
en la entrada de un campo donde más que hablar de Dios o sobre Él, tratamos de
hablar desde la experiencia de su presencia y acción, a fin de salir de un
espacio y un lenguaje sólo para ella, hacia otro apto para entablar un diálogo
con el hombre de nuestros días, en quien despunta otra vez la pregunta sobre
Dios, a no ser que en nuestra sordera queramos condenarnos a una repetición mortífera.
Lo primero que hay que tener en cuenta
para enfrentar este desafío es que "La mera racionalidad no alcanza para
producir una gran teología cristiana. Tampoco una piedad temerosamente encerrada
en sí misma no puede, por cierto, conducir a una expresión en la que la fe
reciba nueva evidencia y se convierta nuevamente en mensaje más allá de sus
fronteras para los hombres en busca de la verdad"[30]. En
otras palabras, ni dicha teología, ni dicha piedad, alcanzan para lograr esa "expresión
en la que la fe reciba nueva evidencia y se convierta nuevamente en mensaje",
a no ser que irrumpa desde la experiencia de la vida en el Espíritu con una
clave y un instrumento netos, que ciertamente en un primer momento dislocan a la
teología especulativa, aunque en realidad son un complemento revitalizador de
la misma.
Tampoco sirve para este empeño "Una
teología esclerotizada, una religiosidad anémica, unas instituciones eclesiales
rígidas y miopes, enrocadas en posiciones ultradefensivas", como dice Ruiz
de la Peña, sobre las que a su vez se interroga: "¿no estarán en la raíz
de la progresiva desconfianza con que el mundo de la cultura y de la ciencia
contempla y evalúa el hecho religioso?"[31]. Más
todavía, ¿no será dicha teología, religiosidad e instituciones, en parte al
menos, causa indirecta de la no referencia a la Trascendencia del mundo de hoy?
Hay que tener presente además, que "el
desnivel entre el plano fáctico de la teología católica y el de las exigencias
religiosas de la época es mucho mayor de lo que debía ser, a pesar de toda su
erudición, sobre todo histórica"[32].
Estas palabras, si bien escritas antes
del Concilio Vaticano II, todavía hoy tienen vigencia, entre otros motivos por la
carencia, en medio de la supuesta erudición, más científica que sapiencial, de una
clave teológica sólida en una época perturbada y confundida, en torno a la que la
teología se exprese con cierta articulación entre la experiencia de fe y el
discurso racional.
Desde ya que a partir del siglo XX,
sobre todo en su segunda parte, se habló de la Escritura como parámetro, y fue
un paso grande haber integrado la experiencia, pero careció de una clave que permitiese
aclarar el panorama cada vez más confuso y avanzar en profundidad, al mismo
tiempo que situase, tanto a la historia de las racionalidades modernas, como
así también, a las tradiciones religiosas y de la fe cristiana, en el seno de
un sistema de relaciones, donde la interrogación mutua jamás definitivamente
detenida, asimismo invitase a cada uno de los interlocutores a cuestionarse sobre
lo que constituía su propia identidad, el centro de su desarrollo.
Por esta carencia, no se apreció la
posibilidad de elaborar un modo de hacer teología que invitase a la articulación
e integración de la experiencia de fe con el discurso racional, y sí en cambio,
a teologías que confrontaban ciencia y religión, o se independizaban, como
Bultmann, o coincidían con otras disciplinas, como fue, por ejemplo, el caso de
Teilhard de Chardin en la Process Theology o el de Moltmann que tendió a
relativisar la frontera moderna entre ciencia, mito y religión. Teologías que
finalmente tocaron techo, y terminaron lejos de la gente.
La suma de todo esto se convirtió en un
desafío para buscar una salida en servicio, no sólo de los creyentes, sino
también de aquel que al menos piense en serio y se tope, sino con la fe, al
menos con la trascendencia - dimensión humana que el ser humano no puede negar
- como antesala de aquélla. Más aun, este reto es en beneficio de nuestra
madurez, al hacernos tomar conciencia de que "la teología es un desafío
que el hombre necesita porque nos empuja a abrir nuestra razón interrogándonos
sobre la misma verdad, sobre el rostro de Dios"[33]. Apertura
feliz de la razón que para interrogarse sobre la verdad hace necesaria la libertad
interior, a fin de poder discernirla e ir dónde se encuentre, sin pretender que
ella venga a nosotros.
Para esta apertura no basta la teología
de tratado, doctrinal, de manual, o profesionalizada, como tampoco para cumplir
su tarea al servicio de los creyentes de hoy, pues no responde a las exigencias
ni de nuestra lectura de la Escritura, ni de nuestra antropología, ni de
nuestras mentalidades historiadoras, ni a los interrogantes del hombre de hoy.
Sin embargo, comprobamos con satisfacción, que los teólogos no se consideran ya
como simples transmisores del magisterio cabe los fieles, sino que se dirigen a
los hombres de su tiempo, creyentes o no, respetando las mismas reglas de
lenguaje, como testigos de la fe, como gente que busca aprender de aquellos
mismos a los que son enviados y no como maestros de la verdad.
Dijimos que la teología se siente desafiada,
aunque en realidad siempre lo está, en el sentido de no tener un lugar santo,
un puesto fijo, sino que la auténtica habita todos los lugares donde se busca
el sentido de la vida[34]. Al
mismo tiempo, el desafío la libera de las disputas del dogma, de los campos
cerrados de lo religioso, de los enajenamientos de la piedad, y le ayuda en
cambio, a asumir la historia de los otros allí donde se la vive, a buscar la
cuestión de Dios en la problemática humana, hecha de angustia y esperanza, de rebelión
e interrogantes del hombre de nuestro tiempo[35]. En
una palabra, o la teología acepta la invitación a comunicarse con el hombre de
hoy, o corre el peligro de extinguirse como un murmullo inaudible. Otro riesgo que
corre, es porque "No hay duda tampoco de que la autoridad eclesiástica
está en peligro de dejar de lado las voces proféticas porque son incómodas. En
este sentido, todos debemos dejarnos cuestionar atentamente, una y otra vez,
por tales llamados y permanecer abiertos a la presencia del Espíritu, que
realmente puede ser molesta"[36], como
pasa al asumir la teología un modo de proceder en el que la clave es el
discernimiento de espíritus, cuya función es buscar y hallar la verdad donde
sea que se encuentre.
No se trata, por tanto, que el hombre
esté lejos, sino que a veces el lenguaje del mensaje no llega, por muy
verdadero que sea su contenido, sino se "encarna" o se aventura en
esta búsqueda. Esto no significa nivelar la teología por lo bajo, sino ayudar a
entender y descubrir por medio de experiencias humanas, profundidades a las que
basta asomarse, y es rol de otro derrotero de la teología sumergirse en ellas
para descubrir allí la presencia de Dios.
En este rumbo, la teología se presenta como
historia del "hablar de Dios en la vida", desafiada y provocada para
dar razón de Él en una especie de apología vivida, o también, como un
"escuchar la revelación", es decir, las manifestaciones de la acción
de Dios en la vida ordinaria y no sólo en la Escritura.
Esta "escucha", al revelar los
signos del obrar divino, desencadena una crisis en el hombre, porque lo
enfrenta a la posibilidad de una opción fundamental, que hace necesaria una
decisión efectiva. Tal es la nueva situación del hombre que se encuentra en la
necesidad de elegir entre la fe o la incredulidad, o tal vez sería mejor decir,
entre la fe o la idolatría, ya que nadie deja de "creer" en algo o en
alguien.
Esta "escucha", es lo que cada
día sucede en todo conocimiento humano auténtico, en el sentido que conocemos
al otro en cuanto él se nos manifiesta o revela en sus maneras como diferente
de otros. Así todo conocimiento de Dios no sólo es religioso, sino también
revelado, en cuanto que se da él mismo a conocer por medio de signos que
corresponden sólo a Él. Esta revelación no se impone, ni puede imponerse, pero
sí pro-ponerse para ser discernida.
Esa "escucha" diferenciada compromete
a todo el hombre guiándole y redimiéndole, y hace que la teología no pueda ser
una ciencia meramente "teórica", es decir, una ciencia en la que no
se participa existencialmente. En consecuencia, no puede ser encerrada en los
cuadros y formalidades de tratados o manuales, sino abierta a la vida como un
modo de proceder que nos aproxima, de alguna manera, al misterio de Dios y del
hombre.
Esto constituye más un testimonio que un
saber, más una escuela de sabiduría práctica que una escuela de ciencia
teórica, y recurre más a la Palabra que al
intelecto, a la interpretación que a la doctrina, testimonio que desearíamos
pudiera la Iglesia hoy efectivizarlo por medio de la teología. Para esta tarea
se ha de tener presente que lo propio de dicha Palabra, desde el origen, es justamente
diferenciar la luz y la tiniebla, ayudarnos a buscar la primera y rechazar la
segunda, aun en el caso que la tiniebla se presente bajo la forma engañosa de
nube luminosa, pero descubierta finalmente por su tendencia o sentido.
Por esto es que dicho testimonio trata
de un saber abordar la realidad existencial para actuar mediante la vigilancia sobre
la misma, última exhortación de Cristo en Getsemaní. Esto hace que esta manera
de abordaje configure un modo de proceder o camino, no una doctrina o sistema[37], y no
pretenda agotar ni la realidad humana y mucho menos la divina. En otras
palabras, un modo de proceder que respeta la incomprensibilidad del misterio de
Dios y el dinamismo inherente de nuestro pensamiento. Un modo que por ser
tal, no termina en los enunciados y en
los conceptos, sino que siempre tiende y está abierto a la realidad que es su
"materia", y al interés sobre la misma, sin la que los problemas no
se franquean realmente. Si esta apertura e interés existe, entonces se da
espontánea y necesariamente otro modo de hacer teología y su marco está
destinado a favorecer la creatividad y el trato existencial de lugares
teológicos. Un motivo en fin, por el que interesan más al mismo, las
operaciones realizadas por los teólogos que los temas tratados por ellos.
2. UNA RESPUESTA
La ausencia de
utopía provocadora de la Iglesia y de la teología me parece preocupante, y sin
embargo ¿hemos enfrentado las cuestiones más agudas?
J. P. Jossua
Congreso de la revista Concilium 1990
Entre las ausencias teológicas insinuadas
por Jossua, se halla sin lugar a dudas, la que produjo un especial pesar a Juan
Pablo II cuatro años más tarde, al exclamar: "Cómo no sentir dolor por la
falta de discernimiento"[38], al
observar ciertos testimonios eclesiales en nuestro tiempo, frase que a tenor de
san Pablo en su 1ª carta a los Corintios 14,20, es como haber dicho, cómo no
sentir dolor por la falta de madurez de la Iglesia y por ende, de la teología.
En efecto, esta carencia plantea a la
teología un especial desafío por hallarse en un mundo confundido, es decir,
opuesto al discernimiento, en una cultura que además, no habla el lenguaje
cristiano, ni la lengua de su cultura y está enferma de falta de compromiso.
Para la teología esto significa, por un
lado, limitación y empobrecimiento, al verse privada no sólo de uno de los
pilares de la espiritualidad judeo-cristiana, sino también, de un objeto
teológico que incentiva el hacer mismo.
Por otro lado, significa un desafío, al
percibir un llamado a internarse mediante el discernimiento a modo de linterna
de ruta, en la historia de los otros, allí donde se la vive, a buscar el
sentido de la vida y la cuestión de Dios en la problemática humana de nuestro
tiempo, allí donde la gente no pregunta hoy por los detalles exactos de la
constitución de la Iglesia; por la estructuración más exacta y bella de la
liturgia; ni tampoco por las doctrinas teológicas controvertidas; ni por un
régimen más o menos ideal de la curia romana; sino que pregunta si puede la
Iglesia hoy atestiguar la proximidad orientadora del misterio inefable que
llamamos Dios, y esto en forma tan convincente, que el hombre, a pesar de su no
referencia a la Trascendencia, pueda experimentar este misterio como algo que
afecta y da sentido a su vida.
"Atestiguar la proximidad de Dios" quiere
decir tratar de captar su presencia y acción, como lo hacemos, valga el
ejemplo, en la vida ordinaria al recibir las señales que nos da alguien
conocido al llegar a la casa, a quien descubrimos por la manera de abrir y cerrar
la puerta, o el taconeo, sin necesidad de ver la persona, ni de oír su voz.
Estos no pudieron ser temas inmediatos
del último concilio, y quizá no pueden siquiera ser tema de un concilio. Pero
son tarea del Pueblo de Dios que se desprende del Vaticano II, ya que fueron
siempre, o debieron ser, una de las tareas esenciales del cristianismo, como es
saber dar razón de nuestra esperanza. Por este motivo las respuestas y
soluciones de dicho Concilio no pudieron ser sino un comienzo muy remoto del
quehacer teológico de hoy. Así enfocados, los trabajos y el resultado del
Vaticano II, adquieren hoy un significado incalculable para salir del callejón.
Ahora bien, para poder dar testimonio de
la proximidad orientadora del misterio inefable que llamamos Dios, sobre quien se
interroga en el fondo la gente, a pesar de algunos con una aparente indiferencia,
o por esto mismo, juzgamos necesaria hoy la presencia de un modo teológico de
proceder, no de un tratado o doctrina, que permita dar razón de Dios mediante
el discernimiento de su presencia y acción en uno, en el mundo y en la
historia.
Para este cometido y en orden a
responder al desafío que la hora presente nos propone, no hallamos mejor camino
que acudir a Ignacio de Loyola[39] por
su actitud integradora de corrientes teológicas que en su época iban
polarizadas, tales como, por un lado, la "teología positiva" de san
Jerónimo, san Agustín, san Gregorio, etc., y por otro lado, la "teología
escolástica" de santo Tomás, san Buenaventura, etc.
La primera ofrece la ocasión de un conocimiento
experiencial de la fe - como el conocimiento que tiene un niño de su madre -
alimento necesario para que la teología especulativa discurra en el exceso del
misterio y en la racionalidad. Ambas corrientes no son dos disciplinas
separadas, sino dos funciones complementarias de una única ciencia que
encuentra su unidad en la colaboración entre la luz de la razón, iluminada por
la gracia, y la vida de fe. Sin las contribuciones de la teología positiva, la
teología especulativa sería impotente, y la teología se desnaturalizaría y
atrofiaría. En otras palabras, en la construcción teológica, la experiencia de
fe permanece como fuente que alimenta toda elaboración racional, como las
raíces alimentan la copa de un árbol.
Es por esto que no se pueden separar
estas dos funciones como si se tratase de dos etapas sucesivas del pensamiento
teológico[40].
Ignacio de Loyola percibió esta separación y presentó una vía de encuentro, que
consiste ponerlas en su justa relación. Es
lo que encontramos integrado en el presente modo teológico de proceder, sobre
todo en su instrumento. Si bien el modo participa, en cierta manera, de la
riqueza de temas y subtemas que suele darse en una sistematización teológica,
no la sistematiza según un esquema conceptual, sino que la va presentando en
las pautas del instrumento a medida que se las necesita, no para especular o
profundizar teóricamente, sino para aplicarla en uno mismo y en ayuda de otros.
Por esto, podemos decir con Miguel Ángel Fiorito en sus apuntes para una teología
del discernimiento de espíritus, que el modo teológico diacrítico de proceder es
"una teología que, más que saberla definir, se la sabe vivir: porque no se
trata meramente de una vivencia sin reflexión, sino de una conciencia refleja
de una vivencia, no precisamente en beneficio de la misma reflexión, sino para
poder asegurar - y sobre todo comunicar a otros - la misma vivencia"[41].
En este sentido, el modo ayuda a salir del
impasse teológico, porque implica
abrevar en el lenguaje humano del momento histórico confuso y caer en la
cuenta de que para dialogar con este es preciso acceder a un modo directo y
experiencial, poco "científico", pero en cambio muy
"teológico" que, de manera sincera y radical, penetra en los
problemas auténticos y últimos con otro modo de hacer teología que el
especulativo, sin negarlo, y aprendiendo incluso de aquellos mismos a quienes
trata de ayudar. No es pura teología de libro o exclusiva de teólogos, sino una
manera de asumir las experiencias que, de forma diacrítica y radiográfica, son
abordadas por su clave e instrumento, hasta llegar a otro conocimiento de Dios
por medio de sus huellas o de nuestras mociones interiores según sea su sentido,
y a una penetración en los problemas auténticos y últimos del ser humano vistos
desde Él. En efecto, Dios ha hablado, se ha manifestado y sigue dándosenos
permanentemente a conocer. Es por esto la revelación el origen y fundamento de
la teología. Pero no todo lo que se muestra en la vida, en sentido amplio, es
divino, motivo por el cual el modo de proceder es diacrítico.
La apertura existencial y teológica, auspiciada
por esta manera de proceder tiende en su instrumento, a la unidad teórico-práctica
de la teología, y acompaña al mismo tiempo a la persona humana en su lucha interior
hacia la unidad en sí misma[42]. Es
así cómo una situación desafiante, sobre todo luego de la etapa post conciliar,
abre, mediante un modo de proceder inspirado en Ignacio de Loyola,
potencialidades insospechadas, al ofrecer un estímulo para hacer teología y
vivirla, por cuanto su instrumento hermenéutico - no normativo, programático,
ni teórico - es la conciencia refleja de una vivencia que mueve a tomar
decisiones en el nivel de realidad más profundo de la persona humana.
En este sentido, no es sólo el creyente
el que opta por creer; asimismo lo hace el no creyente, quien en virtud de una
decisión, apuesta por la pura fundamentación de lo real. Esta cuestión, como la
del sentido de la vida, no la pone el hombre, sino que se le impone. Y tanto
han de dar razón de su opción ambos, uno ante el otro.
Por este desentrañamiento
del mundo interior, al modo de proceder lo llamamos "radiográfico", por
cuanto señala un nivel más profundo que el narrativo o biográfico, y también,
diacrítico, porque no sólo se trata de una experiencia "vivida delante del
rostro velado de Dios", como dice Metz, sino también, frente a la
contraria presencia que interfiere esta vivencia, es decir, la del padre de la
mentira (Jn 8,44) o enemigo de la naturaleza humana, como lo llama Ignacio, cuyas
obras vino Él a deshacer (1 Jn 3,8). Ambas presencias son las que en definitiva
no sólo justifican, sino que hacen imprescindible la diácrisis y ofrecen la
oportunidad de una teología existencial, auténtica e íntegra. Respondemos así a
la cuestión planteada por el mismo Metz en su ensayo de teología fundamental y
práctica: "¿Cómo pueden compaginarse la narratividad y la crítica?"[43]: en
la medida que el hacer teológico encare lo narrativo, con hondura radiográfica,
no meramente relatora, y lo crítico, con profundidad diacrítica o
diferenciadora y orientadora en consecuencia, no meramente censuradora, de lo que pasa por
el alma.
La clave y el instrumento ayudan así, a
"fundar" la fe como decisión dentro de una sociedad que raramente
diferencia y más raramente se compromete, motivo por el que nota Henri De
Lubac, "Qué pocos hombres disciernen los movimientos profundos que les arrastran"[44], en
sentidos contrarios, a veces por miedo a las tomas de decisión que finalmente
implican (y que de todas maneras toman, puesto que la neutralidad no existe), y
al riesgo del compromiso - bastante difundido hoy y signo de inmadurez - en que
dicho discernimiento consiste y termina. Estos movimientos profundos revisten
importancia porque su diferenciación nos da la ocasión, por un lado, de verificar
la presencia y acción de Dios y no-Dios, y auto formular la fe como decisión
por Cristo, desde una perspectiva en la que el modo diacrítico de proceder ayuda
a captar su verdadera "esencia". Y por otro lado, nos da la ocasión de
saber dar razón del sentido de las cosas, no "porque sí", sino en la
medida que nos conducen o nos apartan de Él.
En este aspecto, escribir para nosotros
no significa poner un punto y aparte sobre las preguntas, sino propiciar un
diálogo con el hombre con auténtica vida interior, o al menos un pensamiento serio,
es decir, que reconozca por experiencia las profundas tensiones que pasan por
su alma, allá donde surgen y de la forma en que se expresan. Tratamos de
responder así al aliento dado por el Concilio Vaticano II en orden a poner como
teólogos, un oído en el cielo y otro en la tierra, y dar razón de Dios en el entrevero de la
vida y del mundo.
3. EL DESTINATARIO[45]
La
disyuntiva actual de la teología y del cristianismo consiste en capacitarse
para dialogar con el hombre actual o caer en una logomaquia.
¿Quiénes son los destinatarios de este
modo de proceder? El hombre que vive un cambio histórico, el hombre común, portador
de libertad de espíritu, del gozo de una
reconciliación universal, de un espacio nuevo abierto a todos para la
convivencia. Un espacio que los cristianos no comparten todavía del todo, a
pesar de que el Concilio Vaticano II cayó en la cuenta que el discurso es
radicalmente inepto si no se comunica con el mundo a quien quisiera
transmitirle su mensaje, atribuyéndose a veces la totalidad del pensamiento.
De no haber esta comunicación, la
eclesial forma romana, por ejemplo, entra en el pasado, en lo mitológico, lo
curioso, lo increíble. Por captar esta incomunicación dijo Ratzinger al
respecto, meses antes de asumir el papado: "La gente ve en la Iglesia más
una institución que un lugar de encuentro con Cristo"[46]
¿Cómo será el paso de una a otro? No se sabe. Pero lo que está claro es que las
palabras capaces de revitalizar nuestra conciencia como paralizada, podrán
serlo sólo en otra estructura, en otro medio ambiente. Este paso o ruptura del
pensamiento, como dice Walter Kasper, "corresponde a la mejor tradición
teológica"[47],
puesto que la ruptura no es mortal, sino revitalizadora.
Desde esta auténtica y viva tradición,
el modo diacrítico de proceder inspirado en Ignacio de Loyola, nos hace
comprender, por un lado, que el verdadero lugar de la teología es la pasión de
los hombres, no las ideas, sino lo que pasa por su mundo interior, esa realidad
que el modo permite penetrar, interpretar, clarificar, y descubrir en ella la
acción de Dios. Y por otro lado, nos hace entender que la teología es siempre
fruto de la participación en el ámbito eclesial de las maravillas de Dios que
la vida de fe ha experimentado y experimenta. Más aun, que la teología puede
seguir siendo históricamente significativa si este ámbito es existencial y
productivo.
Vemos así que, a diferencia de la
historia, la producción de sentido en teología no surge solamente de la
diferencia entre pasado y presente, sino de la apertura al futuro, a un
porvenir inédito gracias a la relación con un Origen siempre vivo y revelado a
través del ámbito eclesial, a condición, como dijimos, de que este sea
productivo. Producción de sentido que hace a la teología habitable en todos los
lugares donde se busca dicho sentido.
Desde este punto de vista, el presente
modo de proceder implica una reinterpretación del pensamiento cristiano, de su
tipo de funcionamiento y de producción de ese pensamiento, tanto por su
carácter diacrítico, en razón de su clave, como radiográfico, en razón de su
instrumento, los que muestran a Ignacio de Loyola no sólo como auténtico
teólogo, sino además, como poseedor de un lenguaje existencial y fenomenológico
apto para comunicarse con el fuero interno de ese ser bidimensional, plano,
privado de su profundidad como es el hombre de hoy, en quien ha quedado solamente
el alma, pero el espíritu se ha desprendido de él.
Queda así planteado un verdadero desafío
a un modo de exponer particular, no doctrinal, no profesional, no de manual y
sin suficiencia, sino sólo como una forma de ayudar "en alguna
manera" como dice el mismo Ignacio en EE 313, es decir, con la misma
actitud no-directiva con que vemos actuar a Jesús, quien no impuso a sus
discípulos la autoridad única y definitiva de su propio discurso, totalmente
acabado, sino una palabra de libertad, una libertad de palabra no-directiva que
está en el origen de la novedad cristiana, y supone en el oyente al menos una
capacidad para captar lo que pasa por su alma.
En este sentido, cuando uno compara el
discurso de algunos teólogos con el modo de proceder de Jesús, uno es llevado a
pensar que algunos hombres modernos están más cerca de comprenderlo a Él, que
el discurso teológico que continúan hablando algunos.
Dijimos en el capítulo anterior, que no
todo lo que se muestra en la vida es divino. Ahora bien, este discernimiento es
realizado por un hombre dotado de una experiencia profana, históricamente
condicionada, que repercute en el acto mismo de la escucha. Por tanto, la
confrontación del mensaje evangélico con la idea del mundo que tiene cada
hombre es un momento intrínseco de la teología.
Sin embargo, hoy esta capacidad de escucha
es deficitaria, y hace que haya algo en la teología que la hace sentir como encerrada
en sí misma, y a la experiencia de vida según el Espíritu en el Pueblo de Dios,
como sofocada o casi inexistente. Con la conciencia de este momento histórico,
el modo diacrítico de proceder trata de ayudar en alguna manera al teólogo y al
hombre común, abastecido con su experiencia profana históricamente
condicionada, a entender el acto mismo
de la escucha, experiencias comunes, profundidades a las que basta asomarse, las
que el modo de proceder trata de bucear para distinguir y diferenciar en ellas la
presencia y la acción de Dios y no-Dios. Esto es posible para quien con
humildad se esfuerza por penetrar en sí mismo y en los secretos de la realidad,
si bien con la contra de estar inmersos en un mundo en gran parte "sin
referencia a la Trascendencia"[48].
Este mundo supone una disolución de la
conciencia religiosa, es decir, de la posibilidad de conexión de la criatura
con el Creador que se da en ella. Es así cómo la persona humana queda incompleta,
al tener sólo presente los niveles somático y psíquico. El nivel de realidad de
su vida en el Espíritu sin embargo, no es indiferente a su ser humano, como si
se pudiera omitir o esquivar a voluntad, sino más bien, tiene carácter de
ineludible, como lo tienen los niveles antedichos.
En efecto, el hombre que no se conforma
con lo dado, se halla esencialmente abierto al ser en general, de modo que su
esencia se da originariamente en la experiencia trascendental. Podrá suceder
que algunos duden o nieguen dicha experiencia; sin embargo, ella forma parte
irrenunciable de su ser humano, y por más inadvertida u oculta que se muestre,
ella se halla siempre presente, aunque sólo sea como ingrediente secreto, por
cuanto, por ejemplo, en el conocimiento y en la libertad el hombre es de forma
absoluta, trascendencia ilimitada.
Por tanto, el desarrollo de la persona en
el devenir relacional libre finaliza como necesidad psico-espiritual y
cognoscitiva, y como sublimación de su evolución, en un "más allá"
concreto, en la relación yo-Tú, en la respuesta al Ser Personal Perfecto, el
Totalmente Otro, sentido de la vida y objeto final de la felicidad, de la
libertad y de la paz interior, que se hace encontradizo para aquellos que lo
buscan y en quien el hombre vuelca su conciencia y aquieta su voluntad. Un
elocuente testimonio de este fenómeno es, por ejemplo, la manifestación
arquitectónica de espacios que albergan a este Ser bajo diversas nominaciones,
presentes en todas las civilizaciones a lo largo de la historia, tanto en
Oriente como en Occidente.
Para responder a la pregunta acerca de
la fenomenología de este hecho comenzamos diciendo que la afirmación del yo en
su interioridad, implica paradójicamente el paso hacia la trascendencia, hacia
“lo que está más allá” del yo. En efecto, una vez realizado el paso hacia
adentro, hacia la intimidad del yo, paso constitutivo del yo en cuanto tal, al
profundizar en la realidad de ese mismo yo, al analizar las estructuras más
profundas de su existencia, lo hallamos en íntima conexión con el mundo
exterior, con las demás personas y con lo divino que “está ahí”.
Decimos que “está ahí” por cuanto se manifiesta
o aparece como un hallazgo de algo presente en su conciencia, no creado por
ella. Esa Presencia que produce en el hombre una tensión ambivalente entre lo
tremendo y lo fascinante. Lo sagrado, por tanto, es algo que emerge en nuestro
mundo y hace real nuestra existencia. A tal punto que tiene el hombre libertad
para rehusar la fe, pero no está capacitado para vivir sin trascendencia. Y si
la niega, lo paga con la frustración, porque aparece puesta en cosas
contingentes, es decir, que son pero pueden no ser. Prueba indirecta de que lo
divino “está ahí” es que se trata de “sofocarlo” por todos los medios. Cosa que
no se haría sino existiese. Y sino existe, es paranoica la actitud de sofocar
lo inexistente. Es por ello el hombre un ser juzgado por la experiencia de la
trascendencia de un ser divino superior. Esta hierofanía o manifestación de lo
divino, es un fenómeno inmensamente complejo y rico en sus formas, del cual el
hombre tiene conocimiento y experiencia como de algo que aparece totalmente distinto
de lo profano y que se concreta como tal, por ejemplo, en una arquitectura
propia, llamada por esto sagrada[49].
Nos preguntamos al respecto con Truhlar:
¿no será la falta de introspección, lo que fomenta una "atrofia universal
actual del sentido religioso, la dificultad de percibir la trascendencia de
nuestro espíritu… en la experiencia religiosa"? [50]. Prueba
de ello es que el cambio interior en el hijo de la parábola del padre misericordioso,
por ejemplo, comienza cuando aquél dio un paso fundamental al entrar en sí mismo
(Lc 15,17), y al hacerlo, tomó conciencia de lo que le pasaba, lo diferenció, y
efectivizó lo discernido como mejor.
La no referencia a la Trascendencia es
un sentimiento de que Dios no forma parte de la imagen del mundo[51]. Sin
embargo, esta desviación, que no excluye la buena fe, es inherente a una crisis
que, si bien debe ser superada, encierra al mismo tiempo paradójicamente, una
inquietud escondida en el hombre acerca de Alguien que "está ahí" y
con la que todavía la teología busca arreglárselas, en el sentido de no estar suficientemente
articulada con un modo de pensar y hablar que ayude al diálogo con aquél.
Esta crisis, según se interprete, puede
suponer una disolución de la conciencia religiosa, un simple replanteo de los
presupuestos culturales, o un camino hacia la reafirmación de dicha conciencia
a un nuevo nivel.
Nosotros creemos que tiene algo de lo
segundo y lo tercero. Un camino ciertamente arduo, por cuanto considera que el
mundo es el mundo del hombre, campo de su libre investigación, creación y
planeamiento, un mundo desacralizado. En este mundo así entendido, la fe
religiosa, la fe en Dios, no tiene en general lugar alguno para el hombre de
hoy. Por tanto, el único valor es el "mundo secularizado", del que
hace un absoluto y al que le ha transferido los atributos que otrora se
adjudicaban a la divinidad.
Sin embargo, a pesar de esto, el cambio
histórico actual es una medida de la Providencia para obligar a la humanidad, a
los cristianos, y sobre todo a los teólogos, a purificar el habla de la fe e iluminar el
tiempo nuevo, a volvernos hacia un modo de pensar en Dios articulado con
experiencias existenciales, y con otro modo teológico de proceder que llegue a
la conciencia del hombre de hoy.
Más aun, este mismo mundo, aparentemente "sin
referencia a la Trascendencia", paradójicamente se muestra de pronto con una
cierta inquietud sobre Dios, trasuntada en diversas manifestaciones de la
cultura. ¿Supone entonces una pérdida o una ganancia el haber pasado del
"siglo de la Iglesia", como se lo llamó al XX, al de la
"pregunta sobre Dios", como se lo llama al XXI?
Una cosa es segura: la pregunta sobre
Dios es más importante, más central, más amplia que la pregunta sobre la
Iglesia. Una cuestión tan profunda muestra la grandeza y la seriedad del
momento histórico actual, y cómo a pesar de la no referencia a la
Trascendencia, lo divino emerge. La pregunta sobre Dios no convierte ni mucho
menos en superficial la pregunta sobre la Iglesia, o sobre Cristo, y evita, ciertamente, que la Iglesia se tome a
sí misma con demasiada importancia en el sentido de "nada más que la
Iglesia". Ella queda así liberada del peligro aislacionista, de la
introversión, de la autoedificación. Se confronta así con su origen, su destino
y su meta. Reconoce que está, no en la categoría de un fin, sino en el orden de
medio y de vía, a la que se recurre en la pregunta sobre Dios. Ella es una
gracia y un misterio en el Espíritu Santo que hoy, gracias al desafío de un
mundo en cambio - porque todo es gracia
y colabora para el bien de aquellos que lo aman - presenta una oportunidad y
una responsabilidad ecuménicas, pues este desafío atañe a todas las Iglesias y
confesiones. La pregunta sobre Dios, por tanto, ha movilizado también a la teología,
señalando otras vías de aproximación a Él y al hombre en lo que aparentemente
era un callejón sin salida.
Así es cómo la teología comprende hoy
que sólo una fe que reconoce la creación del mundo por un Hacedor soberano,
libre y trascendente, que discierne entre Él y el mundo, que acepta la
autonomía del mundo y su carácter finito, que ordena el mundo al hombre, como
ser con vida en el Espíritu, libre y responsable del destino de la creación,
que concibe además al mundo en devenir histórico, en busca de un objetivo, sólo
con esa fe, que cree además en Jesucristo como vencedor de los "poderes y
potencias", brinda las condiciones de posibilidad de hallar, no sólo la
forma histórica actual de la teología, sino del cristiano en un mundo en cambio,
es decir, una forma de ser diacrítica o madura en la fe como decisión por
Cristo.
Por ello, asumir un modo diacrítico de
hacer teología, dada la confusión como característica de nuestra época[52], es
asumir su antídoto presente en la clave, para descubrir por dónde encaminarnos.
Vaciado de esta, el modo de proceder y el ser cristiano se reducen a un nombre[53]. Cuando
está presente en cambio, implica un riesgo existencial, por cuanto es buscar y
hallar el querer divino, sea donde sea que se encuentre, para ir a él.
En otras palabras, la forma histórica de
ser cristiano hoy, es vivir el mundo como la experiencia de descubrir a Dios
encarnado en él. Tenemos señales de su presencia y acción a lo largo de la
historia. Por ejemplo, las que comunicó Benedicto XVI en Friburgo el 25 de
septiembre de 2011. Estas son: las expropiaciones de bienes de la Iglesia, la
cancelación de privilegios, el despojo de su riqueza terrena, la liberación de
su fardo material y político, tal como pidió en el mismo sentido su antecesor
Pablo VI: "Por una Iglesia sin deseos, ni vinculaciones de poder", el
día del doctorado de santa Teresa de Jesús.
Esto quiere decir que cuanto más el
mundo, la historia, y el hombre son ellos mismos, más es Dios él mismo[54],
como así también, que en virtud del realismo de la encarnación, debemos
aprender a descubrir a Dios aun en lo más crudo y sangriento de la realidad del
mundo, soportada desde la cruz, no "permitida" por Él. ¿O es que
nunca vamos a hacernos cargo de nuestras responsabilidades?
El misterio de Dios en su Encarnación no
fue la entrada de lo sagrado en lo profano o de lo divino en lo pagano, sino la
posibilidad de que el hombre fuera más hombre, es decir, más unido a su origen,
a su propia hondura esencial de ser creado, a la fuente de su verdadera
humanidad, y la posibilidad de que Dios sea el que es. En efecto, el cuadro de
la revelación es, por una parte, la historia, el mundo, y por otra parte, la
respuesta humana a la iniciativa divina es histórica y "mundana" (inserta
en el mundo, en el siglo).
Por esto, pretender separar revelación e
historia, dos facetas de una sola realidad y que impere una sola, es no haber
llegado en el fondo a aproximarnos al misterio de dicha Encarnación o mestizaje
de Dios. Tal vez porque nuestro
"puro" concepto de Dios nos pone en guardia contra lo que parece ser
contingente humano, pero debe reconocerse que en ello estriba la esencia del
cristianismo.
El Dios, por tanto, que imperó en un
mundo pretendidamente sacralizado y triunfalista en determinadas circunstancias históricas, murió
en la cruz. Dios vivo por el contrario, transita por el mundo, como en
Jerusalén perdido entre la multitud ("no temas, soy yo"). Discernir
sus huellas o sus mociones interiores es el desafío que se nos presenta como
cristianos y como teólogos, si queremos evangelizar y sacar a la teología
adelante. Es Él el que nos inspira otro modo de proceder, que nos permite
atestiguar por medio del mismo la proximidad orientadora del misterio inefable
que llamamos Dios, que nos salva de la inercia
y nos libera del miedo que habla de "frenar" el cambio histórico, en
lugar de discernirlo y encauzarlo para descubrir qué nos revela Él en el mismo,
porque a pesar de la desolación en el espíritu que provoca en algunos, Él está,
aunque claramente no se lo sienta. La condena rápida e indiscreta, por el
contrario, hace resonar a hueco frases como "encontrar a Cristo en medio
del mundo", ¿de qué mundo, si nos divorciamos de él en una actitud de
repliegue, manifiesta en la incapacidad de comunicación, de captación y diferenciación
de lo que pasa, y de un lenguaje inteligible?
En este sentido, causa extrañeza hoy en
algunos cristianos, una mezcla de universalismo triunfante y de repliegue
inquieto sobre una tradición muerta, al permanecer intacta por temor al aliento
del Espíritu que a veces "arrasa bastiones" como dice el profeta Isaías.
Ese miedo es señal de que el paso de la Antigua a la Nueva Alianza siempre debe
de ser realizado. Con mayor razón ahora, en que el discurso ha detonado en la
nueva cultura de la modernidad resueltamente secularizada. En ella, el discurso
teológico ha de saber dar razón de ese Totalmente Otro que llamamos Dios, pero por
experiencia, no por fórmulas.
En esta cultura algunos cristianos tienen
miedo de blasfemar al abrevar en fuentes presumiblemente impuras. Como
aconteció a Gregorio IX, quien denunció como intolerable "novedad
profana" la incorporación de la filosofía griega en el discurso teológico
de Tomás de Aquino. Tomar conciencia de este miedo, de que es él el que conlleva
la muerte, es reinscribir en el presente del cristianismo la perpetua novedad
del acontecimiento que lo fundó, es decir, cuando comienza la aventura de la
encarnación cristiana en el mundo bajo sospecha[55]
La siguiente experiencia sirva como
ejemplo de lo dicho. La tuvimos en una de las visitas a la catedral Notre Dame
de Paris, inundada por el flujo interminable durante todo el año de "turistas"
de todas partes del mundo. Fue este flujo una manifestación reveladora de la
Encarnación o nueva entrada silenciosa de Dios en el mundo de hoy, de la
interrelación de Dios y mundo, no separados o pretendiendo invadir o imperar
uno en el otro, sino invitándose mutuamente y dejando ser en libertad para
asumirse con madurez. En otras palabras, fue captar no sólo un secularismo ciertamente
sin referencia a la Trascendencia, sino también otro, resultante del conjunto
de procesos de reacomodación de la vida de fe en esta otra sociedad, con alguna
filtración de lo trascendente y sin señal de una pérdida total de lo religioso.
Este contexto nos interpeló acerca de cuál es el gran problema del cristianismo
hoy, ¿es sólo la indiferencia religiosa y moral, o también, la falta de
sintonía para dialogar con los hombres en ese proceso de reacomodación?
Bienvenido por tanto, ese momento histórico,
donde Dios y el hombre se manifiesta como son. Impotente y despreciado como en
la cruz, el primero, y confundido "como ovejas sin pastor" el
segundo, en un mundo desalmado por caminar sin Él como parámetro. Estas visitas
a aquella catedral, a modo de ejemplo, no son finalmente sólo a la de un extraordinario
espacio arquitectónico, sino también la manifestación de la búsqueda, conciente
o inconciente, de un sentido diferente de la vida, o de una toma de conciencia de
que el hombre no es una isla, o de su necesidad de ser contenida por Alguien[56].
Y
bienvenido también, porque motiva y
desafía un relanzamiento de la teología y un reencuentro de Dios y el hombre,
no como adversarios, sino de Dios como Amor al comunicarse de manera silenciosa
con el hombre, y recomenzando este a ponerse a la escucha, libremente, como necesitado
de Él, tal vez sin saberlo. En efecto, el Vaticano II reconoce que "en
todos los hombres de buena voluntad… actúa la gracia de modo invisible", aun
en el que vive aparentemente sin referencia a la Trascendencia, pero con
"potencial religiosidad", como dice el arquitecto Rogers, por lo que,
"debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que…
se asocien al misterio pascual"[57]
De lo que se trata entonces, es de descubrir
esa religiosidad en potencia, y comunicarse con ella mediante un lenguaje
comprensible y una experiencia común a todo ser humano con vida interior, puesto
que "la verdad como tal es dialogante", dice Ratzinger, a fin de que
toda futura y posible expresión religiosa o teológica, pueda nacer viva y no
como repetición tediosa y desencarnada.
Esto urge, porque la crisis de verdad
objetiva y la imposibilidad de un consenso ético para la convivencia hoy
globalizada, están sugiriendo condiciones nuevas para proclamar la buena nueva
de Jesucristo como el Trascendente, en quien todo lo verdaderamente humano
encuentra consistencia, y a quien podemos encontrarlo si ampliamos el horizonte
de lo verdaderamente humano.
Conviene recordar al respecto, que el
cristianismo comenzó como una dispersión por el mundo a partir de la
Encarnación del Hijo de Dios, que vino para enviarnos a aquél y para darle
sentido con su estilo propio, a fin de que Dios y el hombre ocupasen plena y
auténticamente su lugar. De la misma manera, en este tiempo de una nueva
inteligencia del mundo, esta exige una reflexión sobre cómo ir a él para que lo
descubra presente y actuante y cómo ayudar al hombre en el intento. Un tiempo
privilegiado para un reencuentro de la comunidad de los creyentes con el mundo
y para elaborar un modo creador de otras posibilidades teológicas de existencia[58].
4. UN MODO POSTERGADO: LA CLAVE Y EL INSTRUMENTO
No te vayas por
las ramas de las abstracciones y contempla a los hombres.
Georges Bernanos
Diario de un cura rural
El tiempo al que nos acabamos de referir,
nos desafía por hallarnos en una cultura que no sólo no habla más el lenguaje
cristiano, sino también por hallarnos en un mundo que no habla más el lenguaje
de su cultura[59].
Este mundo alterado urge al pensamiento teológico a que haga uso de una clave
clarificadora y creativa. Esta función en el modo diacrítico, es cumplida por
el discernimiento de espíritus o mociones que nos mueven a tomar decisiones en
sentidos contrarios. Este constituye la clave del modo de proceder y busca interpretar
el presente mediante una lectura que penetre, ilumine y diferencie lo que pasa
en el mundo interior, tal como se refracta en las diversas voces de la cultura.
Esta lectura interpretativa tiene tres pasos.
El primero, es tomar conciencia de las disyuntivas
que plantean las inclinaciones o tendencias interiores, también a nivel de fe
como decisión por Cristo.
El segundo, es diferenciar o discernirlas,
en el sentido de ver cuál es más conducente en concreto, para alcanzar el fin
para el que estamos siendo creados.
El tercero, es llegar a la síntesis o decisión.
Este tercer paso conduce circularmente a los dos primeros porque, por un lado, hace
tomar conciencia de la vida interior como un camino hacia Dios con gracias y
dificultades, y por otro lado, ayuda a comprender el modo teológico de proceder
como conjugación de fe y praxis.
Este ritmo dinámico que va del análisis
a la síntesis, irriga de alguna manera sin proponérselo, las diversas
disciplinas teológicas. A su vez, este movimiento arrastra a cada una de ellas
y les imprime una marcha fluida que impide la inmovilidad del discurso
teológico. El modo de proceder es, por tanto, una vía asumida no a guisa de
fórmula total, sino como inspiración y orientación de un camino posible y
fecundo hacia otro modo de discurso teológico.
Tratamos de esta manera de responder a
la necesidad de un nuevo encuentro entre "fenómeno" y
"fundamento". En efecto, lo fenomenológico se halla presente en el instrumento,
es decir, en las interpretativas pautas ignacianas para discernir las
manifestaciones de la vida en el Espíritu, mientras que el fundamento es la
diácrisis, clave del modo, en quien el instrumento se apoya y nutre. En el
trabajo conjunto de ambos, se expresa la naturaleza del modo de proceder y de
la vida interior a través de un lenguaje vivencial, no teórico. En otras
palabras, el modo de proceder por medio de su clave e instrumento, posee una
mirada capaz de captar lo esencial[60] y conducir
a síntesis que hacen de la teología una unidad.
Es "otro" modo de proceder, no
el único, porque en realidad cada generación tiene necesidad de enfrentarse a
la cuestión de "qué es la teología" si desea avanzar en su comprensión
de Dios y del hombre. Pero ciertamente es "otro", porque pone de relieve
la experiencia del discernimiento, cuya falta lamentó Juan Pablo II al examinar
el testimonio de la Iglesia en nuestro tiempo[61]. Es "otro",
porque enfatiza una clave necesaria hoy para avanzar en un mundo confundido,
como así también, para comprender la relación de Dios y del hombre, y no
suponerla en el mundo plural de las teologías.
Es un modo teológico, porque es Dios
revelándose por signos con ayuda de su instrumento. Es así cómo el Innombrable,
el Ignoto, el Incomprensible, el Indefinible, el Misterio se trasciende, se
abre y se manifiesta. Como palabra creyente, razonable y verdadera, el modo es
posible porque ha habido una palabra de Dios al hombre en Cristo. Esta evita que
el modo se ensimisme en pormenores institucionales, ideológicos o teológicos,
como si pudiera ser comprendido como un asunto cerrado, lo que lo abocaría a perder
su objeto salvífico, y asimismo poder acceder a toda la realidad: al hombre, al
mundo, a Cristo, a la salvación, al destino del mundo, al sentido de la vida,
etc.
Es por esto que al modo de proceder se
le pide que recuerde el Origen, que señale la Patria, que inquiete el presente
denunciando a los ídolos y las caídas en negaciones de Dios sin esperanza, que hable
en cambio con humildad de criatura, tendiendo a Él como peregrino, sin
seducciones de cumplimiento y de posesión, que se abra a la libertad sin
pruebas de fuerza, que no esté seguro de sí mismo para no separarse de su
Creador.
No se le pide, por tanto, que diga todo
o que explique todo: si lo hiciese, sería otro producto de la ideología
moderna, sino que esté dispuesto a ayudar a ver la luz, a abrirse a las
sorpresas, a veces "incómodas" de Dios, y no cerrarse en el campo de
la razón absoluta.
El modo de proceder tiene ciertamente presente
a la razón, pero iluminada por la gracia, a fin de ofrecer una certeza e
inteligibilidad propias de la vida en el Espíritu y no simplemente la certeza
racional del pensamiento discursivo, técnico o científico. Es así que se da
otro conocimiento de Dios - sobre el que trataremos en la segunda parte - no
sólo por el objeto conocido, sino por el dinamismo propio que el modo de
proceder crea en el sujeto cognoscente. Este ayuda a reconocer que el mundo puede
ser también portador de verdad, de sentido y de revelación para la reflexión
teológica, y por ello asume la delicada tarea de ser diacrítico.
El mismo disloca ciertamente a
mentalidades sistemáticas o estructuradas, que tienden a controlar y encauzar
los nuevos acontecimientos desde sus categorías y desde su verdad poseída de
una vez para siempre, sin admitir ningún cambio. Sólo por el contrario, cuando
la realidad compleja y dinámica de la vida entra en el corazón, se hace posible
captar el modo y se "lee" de otra manera lo que pasa, se perciben
nuevos aspectos del acontecer, y su discurso impulsa la creación de nuevos
odres para el vino nuevo.
Es evidente, de acuerdo a lo dicho, que
nos interesa más averiguar lo que pasa existencialmente y elaborar un modo de proceder,
que delimitar una doctrina o sistema, como podemos apreciarlo en los dos casos que
presentamos hacia el final de este libro. Tratamos de superar así tópicos abstractos
y de lograr en cambio una fenomenología de la fe o una teología fenomenológica.
Para esto es necesario acceder al conocimiento existencial hasta lo radiográfico,
como el que nos brinda su instrumento. Este hace que el modo sea un renovado acceso
cognoscitivo a lo divino y lo humano e implique un nuevo estilo de proceder, un
legítimo acceso a lo trascendente y a la vida de la fe, a lo de suyo
indemostrable, pero "que se muestra en lo que se muestra", al decir
de J. L. Marion.
Este modo facilita una experiencia de
apertura al mundo interior propio y de otros, más aun, posibilita atestiguar la
proximidad orientadora del misterio inefable que llamamos Dios mediante el
ejercicio de la sabiduría - que es la diácrisis o discernimiento de espíritus -
cuya preocupación mayor es encaminar la vida, no transmitir "ideas". Para
Ghislain Lafont es un modo fundamental del discurso teológico[62]. "Plato fuerte" de la teología inspirada
en Ignacio de Loyola y no "postre existencial afectivo". Mediante el
mismo se descubre la relación y manifestación permanente de Cristo en cuanto
hombre-en-la-eternidad, con el "yo-en-relación" que es el ser humano,
aspecto teológico-fenomenológico central en este modo de proceder[63].
Es por ello que coincidimos en el fondo
con G. Routhier, en el sentido de que el modo de proceder es "un discurso
que se relaciona con Dios y con su obrar salvífico en la historia"[64], es
decir, con su presencia y su acción. El asunto es, por tanto, cómo detectar ese
obrar[65],
revelador del sentido de la vida y los valores plenamente valorados, reconocidos
y queridos como tales. No responder a esto sería fallar la teología a su propia
misión, por cuanto entendemos que está llamada a cultivar una dimensión
práctica, orientadora y profunda de la vida en el Espíritu, la que hallamos
mancomunada en el instrumento del modo de proceder. Este no fue atendido en el
pasado como objeto de la teología por un predominio de lo especulativo o
"científico", más "seguro" que la libertad de buscar la
verdad de manera madura mediante la diácrisis, donde sea que ella esté.
En el modo, en cambio, el objeto se
despliega como tal, no sólo en lo que se relaciona con Dios y su obrar, sino
también con todo lo que ayuda a unificar la existencia humana en su nivel más
profundo, cualquiera sea el contexto cultural o religioso. En otras palabras,
el modo de proceder está más preocupado por las múltiples facetas elementales
de cada itinerario humano, susceptibles de llegar a ser signos de una Presencia
para aquel que busca a Dios en todas las cosas, que por una especificidad evangélica
a guardar pura.
Esto es hacer potable la teología y no
añadirle al hombre una superestructura que lo agobie y la haga incomprensible,
quitándole incluso a veces, la alegría del tesoro hallado en Cristo. Esa que
junto con la experiencia, no abundan hoy en el Pueblo de Dios. Se trata
inclusive, de pensar con los no creyentes, a partir de la experiencia humana
que trata de superarse, con los que peregrinan hacia la verdad. No una
teología, por tanto, sin los otros, sino mostrar que hoy es posible pensar la
salvación universal por la sangre de Cristo sin convertirla en una verdad
totalizadora, ni sectaria, sino misionera, es decir, enviada hacia los demás.
En efecto, el cristianismo es universal porque nos dispersa a través de todos
los pueblos, no porque reúna en sí a todos los hombres, puesto que llamó a sólo
doce "para enviarlos". Es vocación a la dispersión, no a la posesión,
ni al dominio. Su buena nueva es un estilo de vida, motivo por el que el
Nazareno no escribió nada. Este estilo interroga hoy al teólogo sobre su
identidad, sobre qué es la teología,
cuál su finalidad, a quién va dirigida, y cuál es el modo más conducente
de proceder para transmitir hoy el mensaje.
a) La clave
La teología debe
hacer un uso crítico y creador de las posibilidades de pensamiento de una época
y traducir la fe cristiana al lenguaje y a la problemática de una época de tal
forma que no dé lugar con ello a ningún tipo de cristianismo domesticado y
adaptado, sino que ponga en vigencia la provocación de lo cristiano.
Walter
Kasper
Es función de la clave, o sea, de la diácrisis
o discernimiento de espíritus, distinguir y diferenciar. No es un mero
ejercicio intelectual, ni siquiera uno más afinado, propio de una elite de
"sabios de este mundo" (1 Co 1,19-21), sino un ejercicio de la
libertad cristiana. Este no da lugar a ningún tipo de "cristianismo
domesticado y adaptado", como tampoco a la arbitrariedad, puesto que su
función es buscar, hallar y asumir la Verdad donde ella se encuentre, en una
suerte de "provocación de lo cristiano"[66], en lo
que tiene de desafiante la fe como decisión por Cristo.
La clave va de lo extensivo a lo
intensivo, de la multiplicidad a la unidad, "al único necesario",
parámetro que conduce más allá de la simple diferenciación de lo bueno y lo
malo, hacia una mayor discreción entre lo que ayuda y lo que no, para un
seguimiento más cercano de Dios vivo.
En ella se da una articulación entre
discurso intelectual y experiencia y conduce a un modo de proceder, no a un tratado doctrinal, sino a una relación
con lo real de tipo "práctico". Salimos así de un formalismo
conceptual sin espacio para la trascendencia del misterio y de un discurso
teológico científicamente más informado y crítico, pero falto de un lenguaje
existencial, de una dimensión de la vida según el Espíritu y de modestia ante
el misterio.
Para encarar esta tarea es necesario
tener presente los estados de ánimo a los que estamos enfrentados con cierta
frecuencia, fundamentalmente los de confortación y desolación en el espíritu.
Su detección ayuda a la traducción de la vida de fe al lenguaje de nuestra
cultura, al aterrizaje en la
problemática de fondo de la misma y a las tomas de decisión. Sin olvidar que este
trabajo convierte al modo, en incómodo a la pereza, a los miedos y a los
apegos. Por este motivo decía Dostoievski:"El hombre prefiere la paz y
hasta la muerte, a la libertad de discernir entre el bien y el mal". Sin
embargo, reparemos de paso que propiamente trata, no de un discernir puramente
moral entre lo bueno y lo malo, sino de otro más profundo y sutil, como es
realizarlo entre dos cosas positivas donde una, sin embargo, es mejor en
concreto, no en abstracto, y esta es referible y conducente a Dios[67].
Este modo y forma de proceder lleva a
una verdadera incursión, diacrítica y radiográfica en la vida según el Espíritu[68], no
meramente psicológica y narrativa o biográfica. Más aun, es un traslado del
plano de la experiencia de la vida en el Espíritu, al de la reflexión práctica
a la luz de la Palabra, parámetro de todo juicio y discernimiento. Se comprende
así, que el modo de proceder no sólo parte de la praxis, sino que al no separarse de ella, ayuda a
captar, no sólo los argumentos de razón, sino sobre todo, a discernir cuál es
el espíritu que los inspira y motiva, haciéndolos valederos o no.
Es evidente finalmente, que la clave anima
el trabajo teológico, en el sentido que ayuda a descubrir filones de
investigación y profundización acerca del conocimiento de Dios y del hombre.
Para Ignacio es del dominio de los "quehaceres", término que bajo su
pluma quiere decir "práctica", o manera con que el hombre se
relaciona con lo real, como así también, significa liberación de
sentimentalismos religiosos y camino hacia una vida de fe madura, como
respuesta comprometida de cara a las alternativas existenciales.
b) El instrumento
El
aspecto del evangelio que hay que destacar para una renovación de la teología
es el discernimiento, en razón de la situación confusa del mundo y para dar una
respuesta profética en una Iglesia evangelizadora
Jesús Espeja Pardo
La clave del modo es implementada por el
instrumento que nos ofrecen las ya citadas pautas ignacianas para discernir.
Estas son necesarias porque "Los desequilibrios que fatigan al mundo
moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus
raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el
propio interior del hombre"[69], y
pocas las crisis discernidas. Esto ocurre con frecuencia, por no dirigirnos al
nivel de realidad más hondo de la persona humana y no desentrañar lo que pasa.
Las pautas son el farol para
introducirnos en el tejido íntimo de dicho nivel humano y su dimensión divina, a
fin de interpretar lo que acontece en el mismo. Y también para ayudar a hablar
con sentido de Dios y desde Él, como el Totalmente Otro, positivo y personal,
infinitamente distante e indeciblemente próximo, al que llamamos
"Dios" y "Padre", protagonista principal en la vida. En una
palabra, son la herramienta para discernir las mociones interiores con objetividad
y sin engaños.
Ahora bien, esta captación de las
huellas de Dios por medio de las pautas es posible gracias a que interpelan al
ser humano en la dimensión de su vida en el Espíritu, donde lo descubre y
diferencia en los signos positivos que hacen a su presencia y acción en la
vida, en la historia y en la sociedad concreta. Vemos así que el modo
diacrítico de proceder tiene también una necesaria incidencia social, y a este
nivel prueba su verdad evangélica al ser, gracias a su clave, detector de
injusticias. Supera por esto cualquier "privacidad perfeccionista"
Para esta detección no basta simplemente
distinguir unas mociones interiores de otras, sino que además se requiere
captar la "diferencia fundamental" de su variedad[70].
Este logro es fruto de un conocimiento experiencial[71] y de
un modo fenomenológico de hacer teología, que por ser además "radiográfico"
en su instrumento, detecta en profundidad la diferencia de lo que se revela,
manifiesta o se muestra. Esta detección se realiza de modo reflexivo con su
ayuda[72],
cuya finalidad es conocer, en el sentido de darnos cuenta, advertir, captar,
descubrir o detectar, más allá de la existencia misma de las mociones, su
sentido, es decir, adónde conducen. Por este detectar y diferenciar, más la
decisión final que esto implica, el instrumento se articula con la fe como
determinación por Cristo.
El mismo, por ser radiográfico, va más
allá de lo narrativo y es profético en el sentido de interpretar la realidad,
no de transmitir ideas. Por todo ello es apto para elaborar un modo de proceder
que se presenta como antídoto de nuestra época, perfecta en los medios, pero
confundida en los objetivos, como así también propiciador de una renovación de
la teología por ser objeto de la misma. Es por medio de este instrumento que el
teólogo y el fiel con auténtica vida en el Espíritu, pueden captar y dar razón
de las huellas de Dios, único objeto y razón determinante del modo de proceder.
En efecto, él ayuda a articular
positivamente la novedad de la fe cristiana y la experiencia humana, como
también, a constatar su calidad científica garantizada por su seriedad
hermenéutica. Su función es no sólo desentrañar el sentido de lo que pasa en el
mundo interior de ciertos lugares teológicos, sino también, mostrar el
'argumento' de fondo, el misterio de salvación que se desarrolla a nivel
personal o histórico[73].
Con Daniel Gil entendemos que la función
de las pautas que conforman el instrumento es "dar y buscar modo y forma
de proceder, de manera que la libertad se despegue del caos informe sin ser por
esto planchada y almidonada sobre un modelo canónico uniforme"[74]. En
efecto, ellas son un modo de despegar la libertad del caos informe por medio de
un modo que refleja la vida misma y por ello, verificable en la propia
experiencia. No en teoría. Más aun, como objeto de la teología ayuda a elaborar
un "modo y forma de proceder", no un tratado, de manera que supera el
desafío en que la teología se encuentra, sin ser constreñido por él como si
fuese "un modelo canónico uniforme" que impide el diálogo entre
lenguaje cristiano y cultura, sino por el contrario, que lo facilita por medio
del carácter hermenéutico y existencial del mismo.
Su función hace que pueda abarcar otros
campos teológicos, como así también, pasar de una definición formal de la
teología a una descripción concreta de
la vivencia de la fe cristiana en un mundo hostil[75]. En
otras palabras, permite que derive hacia una "teología… al servicio del
sostenimiento y de la clarificación del mensaje cristiano y del movimiento de
la fe confrontada con la situación actual"[76]. Es
decir, hacia un modo teológico clarificador gracias a su carácter diacrítico, y
por ende fortalecedor de la vida de fe, compulsada con la confusa situación
actual.
Puede llamar la atención la referencia a
las pautas que conforman el instrumento, por cuanto nos dijo Kasper más arriba,
que la teología debe traducir la fe cristiana al lenguaje de la época, y
nosotros recurrimos a un texto del siglo XVI. Lo que ocurre es que recién
entrada la segunda mitad del siglo XX estas fueron descubiertas por Rahner
como:
una manera completamente primigenia… un objeto para la
teología del día de mañana… pudiendo ser en cierto modo para ella una fuente…
no deducible adecuadamente de los principios abstractos de la teología… algo
que de otra manera ella no puede descubrir… algo extremadamente difícil para el
teólogo por la sencilla razón de que… se expresan en un lenguaje que no puede
menos que excitar el orgullo de la teología, impidiéndole ver lo que… se oculta
por parecerle que es cosa archisabida o, cuando más, dándole pié para creer que
sólo le toca dilucidar a la luz de su propia sabiduría teológica los pasajes
oscuros y las expresiones un tanto desaliñadas[77].
Esta fuente teológica en una palabra, es
la que sin dudar, nos motiva a hablar hoy de ellas como instrumento de la clave de un modo teológico
de proceder, ciertamente "no deducible adecuadamente de los principios
abstractos de la teología", sino del carácter existencial y fenomenológico
que aquéllas encierran y las hacen totalmente actuales, al mismo tiempo que ciertamente,
someten a "algo extremadamente difícil para el teólogo", especulativo,
como asimismo difícil para "el orgullo de la teología" cuando es encarada sólo de esa manera.
Ellas se presentan como textos útiles,
de uso fácil, frecuente y vasto, en el sentido de no limitarse a la duración de
un período de días de "retiro", ni reservado sólo a personas que han
hecho Ejercicios completos de san Ignacio, o una elección de estado de vida
durante los mismos, sino también a las circunstancias de la vida ordinaria, a
fin de crecer y madurar en el seguimiento de quien podemos, con ayuda de ellas,
dar razón de su presencia y acción.
Es sobre todo este carácter práctico el que
las hace plausibles. Su brevedad es una componente, su sello es neto, sin
redundancia alguna. Son escritas para facilitar su uso a nivel personal según
la necesidad. La brevedad del conjunto ayuda a no perderse. Pero esto no quita
que puedan ser consideradas cada una por separado. O sea, que no es necesario
leer la pauta precedente para comprender. En otras palabras, lo que aparece a
primera vista es una serie sucesiva y no una organización temática, sin embargo
reveladora si uno presta atención, sin que ningún título o subtítulo lo revele.
Son un faro para avanzar en medio de
circunstancias existenciales ambivalentes, útiles en un doble sentido: porque
observan de cerca la experiencia y porque comunican un saber netamente
orientado hacia la práctica, es decir, hacia las tomas de decisión, donde
propiamente la clave queda realizada, y no en la mera deliberación o
especulación. Esto evita además, un cristianismo light o una religiosidad
emotiva, sin convicción, ni conversión.
Su función es además, doble: impedir la
subjetividad, liberándola de los engaños, e instrumentar el presente modo de
proceder, que por su intermedio se hace, más práctico que especulativo, más descriptivo
que nocional, y más directamente orientado a la acción que a la enseñanza[78]. En
una palabra, no son las pautas para saber más, sino, como ya quedó dicho, para
descubrir y dar razón del Dios de Jesucristo, y seguirlo más de cerca,
detectado a través de señales en la vida concreta. Son asimismo una ayuda para
ver que la teología, bajo esta forma, está al servicio de una transmisión del
Evangelio capaz de llegar al confundido hombre de hoy y ayudarle a interpretar
lo que pasa en su mundo interior y no sólo lo que piensa, porque lo primero es
lo que revela sin premeditación y permite discernir en verdad y profundidad, lo
que realmente acontece al interior de la persona.
Ellas nos ayudan también, a descubrir
tres características principales de la teología, subyacentes en el modo de
proceder:
1. Practicidad o selección de verdades
para aplicarlas y no para especular teóricamente, como son por ejemplo, los
"tratados" del desolado (EE 317-322), y del consolado bajo apariencia
de bien (EE 332-335).
2. Unidad existencial y orgánica que se
aprecia y reconoce en su aplicación de acuerdo a la experiencia de la vida en
el Espíritu, más que de acuerdo a razones lógicas o conceptuales.
3. Eficacia, como consecuencia de las
dos características anteriores, en el sentido de invitar al oyente a aceptar
esas verdades no-directivamente, sino según las haya experimentado y las viva.
Estas tres características teológicas
están presentes en el modo de proceder. En primer lugar, porque su enfoque va
dirigido no sólo al análisis, sino también a la síntesis o tomas de decisión
como concreción práctica de lo deliberado y discernido.
En segundo lugar, porque en él la
experiencia de la vida en el Espíritu nos revela una unidad existencial y
orgánica por medio del entretejido de las luchas interiores superadas con ayuda
de la gracia, las que al mismo tiempo, constituyen y revelan dicho orden
existencial que no se justifica por razones lógicas o conceptuales, sino por la
acción de Alguien, presente y actuante, que unifica y es sentido de la vida.
En tercer lugar, porque al apuntar a las
síntesis o tomas de decisión, encierra implícitamente una eficacia especial en
todo proceso de cambio, conciente y libre, de dentro hacia fuera, como
finalización de una conversión vivida y no de un mero convencimiento
intelectual.
Asimismo, al dirigirnos al contenido de
las pautas, vemos ya en su título (EE 313) que este implica los tres pasos ya
considerados y propios del modo de proceder. Al advertir que pasan cosas por el
mundo interior (experimentarlas), al
diferenciarlas (otro modo de conocer) y al obrar (al recibir las positivas y
rechazar las negativas, según sea su sentido o adónde conducen)[79].
Estos pasos nos ayudan a comprender que estamos frente a una pista y una veta
para el desarrollo teológico, deducible de un principio concreto y existencial
de la vida misma leída en profundidad y no de principios abstractos. Más aun,
son fuente de otro modo de conocimiento de Dios. El de un Dios Creador que se
manifiesta en el mundo exterior e interior del hombre. No el Dios escondido de
la teología nominalista y protestante, ni el Dios especulativo de la teología
escolástica, sino Dios en lo concreto y contingente de la historia.
Al mismo tiempo, la función del
instrumento nos revela el fundamento mismo de la justa orientación teológica
del modo de proceder, por cuanto "sólo así supieron los hombres lo que a
Ti te agrada" (Sab 9,18), es decir, mediante el ejercicio de la sabiduría
de la vida en el Espíritu que es el discernimiento.
A continuación presentamos la estructura
de las pautas - sobre las que más adelante nos explayaremos en los capítulos 6
y 8 de esta primera parte - para ayudar a su lectura reflexiva. Para esta, recordamos
la importancia de hacer referencia a la propia experiencia, mayor o menor que
tengamos de la vida interior para su comprensión, por no ser teoría.
Así tenemos, que del número EE 313 al
327 ofrecen los criterios interpretativos para una diácrisis por contraste, de
la siguiente manera:
313: son los tres pasos del
discernimiento y del proceso de ayuda en la vida según el Espíritu.
314-315: lo que pasa en el camino de personas
contrarias, es decir, las que van de mal en peor y las que van de bien en mejor.
316-317: qué son las mociones contrarias
(consolación-desolación).
318-321 y 324,2: "tratado del
desolado". Lo que se debe hacer.
322: lo que se debe saber para actuar.
323-324,1: lo que debe hacer el que está
consolado.
325-327: tres caracterizaciones del
enemigo del hombre
A su vez, del número EE 328 al 336
tenemos las pautas para una diácrisis por el sentido y por los frutos o efectos
en la vida, con un discernimiento más sutil:
328: diácrisis con mayor discreción.
329: protagonistas de la salvación:
Dios, sus ángeles y el adversario del hombre.
330-331: distinción causal de las
consolaciones.
332-335: "tratado del consolado
bajo apariencia de bien".
332: identikit del enemigo del hombre.
333: del mal fin al que induce.
334: del medio que se vale, "poco a poco".
335: del modo de entrar o comenzar.
336: advertencia sobre los peligros de
la post-consolación.
Las actitudes que supone en consecuencia
la práctica conjunta de la clave y del instrumento como un modo teológico de
proceder, son: una mente abierta y dócil a la acción del Espíritu, seguridad
psicológica y madurez en el discernimiento. Por lo demás, no queda sino
lanzarse, por ejemplo, a la lectura atenta de algún lugar teológico, o a la de
propios apuntes personales de alguna experiencia de la vida en el Espíritu,
siempre que comuniquen lo que pasó interiormente y no sólo "ideas", o
bien se tome simplemente una novela, pero donde sus protagonistas comuniquen
realmente lo que acontece por el mundo interior, y con la ayuda de las pautas
experimentar que la teología es, en el modo diacrítico de proceder, una manera
de descubrir las manifestaciones de los tres protagonistas: Dios vivo, presente
y actuante; el hombre, con sus tendencias positivas y negativas, y el
"enemigo del hombre", que se aprovecha de estas últimas e interfiere
la acción del primero.
5. UN AUTÉNTICO PROGRESO EN EL
CONOCIMIENTO DE LA FE
Es interesante considerar, respecto a la
fenomenología aplicada a la teología, lo que ya en 1965 advertía Schillebeeckx:
"En la actualidad muchos recurren con gusto a los análisis
fenomenológicos. Estos análisis son necesarios y pueden ser fecundos para la
renovación de la teología[80].
Pero, en mi opinión, estamos todavía muy lejos de haber encontrado un justo
equilibrio. Y este es, a mi juicio, el punto crítico que decidirá si la nueva
teología representa un auténtico progreso, o bien está llamada a un fracaso"[81].
A cincuenta años de estas palabras,
podemos decir que en el modo diacrítico y radiográfico de proceder aplicado a
nuestros ensayos, el recurso a la fenomenología constituye una auténtica
renovación de la teología, porque no sólo propicia un "justo
equilibrio" entre lo experiencial y lo conceptual - integrados ambos en el
ejercicio de la sabiduría en el Espíritu que es el discernimiento - sino que
este a su vez, al ser objeto de la teología[82], no
sólo salva con creces "el punto crítico" señalado por Schillebeeckx,
sino que ayuda a un auténtico progreso en el conocimiento de la fe como moción
interior de confianza y abandono en Aquel en quien cree.
Por otra parte, la importancia del rico material
que la clave y el instrumento aportan, está en el hecho de ejercer un rol que especialmente
le compete hoy a la teología en un mundo confundido, es decir, "proponer una
orientación y un sentido en el mundo
presente"[83],
problema mayor de la humanidad actual. En efecto, como advertía Kierkegaard en
su Post-scriptum, "Que se prepare a estar atento el Cristianismo no por la
lectura de libros, ni por las perspectivas histórico-mundiales, sino por la profundización
en la existencia". La que intentamos
llevar a cabo, entendida como un ahondamiento en el nivel más profundo de la
persona humana, sin obviar por ello los otros dos.
Más aun, esta profundización nos ayuda a
comprender que el lugar donde opera el discernimiento es la conciencia, porque ayuda
al propio experimentar, entender, juzgar y decidir en medio de dichos
desequilibrios y confusiones: cuádruple experiencia en la que la conciencia y
el discernimiento consisten[84], a
partir de la que el modo de proceder se hace diacrítico y se convierte incluso
en otra forma de conocer a Dios, por cuanto las mociones internas discernidas
permiten descubrir las señales de su presencia y acción. No es el modo de
proceder, por tanto, como ya lo adelantásemos, una mera vivencia sin reflexión,
sino una conciencia refleja de una vivencia para poder comunicarla.
Esta conciencia refleja,
"germen" y "principio" del discernimiento, es el medio de
comunicación de la criatura con el Creador. Ella se desarrolla siempre en la
continuidad de una experiencia vivida y de una tradición que, como dice
Husserl, es "dar al pasado, no una supervivencia, que es la forma
hipócrita del olvido, sino una nueva vida, que es la forma noble de la
memoria". En efecto, la función de la tradición no es sobrevivir, sino
transmitir "nueva vida", la que infunde a la teología el modo diacrítico
y radiográfico de proceder, constituido en "forma noble de la
memoria", gracias a Ignacio de Loyola, inspirador del mismo.
Hablamos de "modo", manera,
forma o medio de articulación o funcionamiento destinado a dar a los lugares
teológicos "nueva vida" mediante la diácrisis radiográfica de lo que
pasa por el mundo interior. Es por esto de relativa ayuda en estos casos la
aplicación de un catecismo moral, o un tratado psicológico: por cuanto el
acceso al mundo interior es al nivel más profundo de la vida en el Espíritu. El
destino de estos lugares, traspasados por las oscilaciones de una atmósfera
conflictiva, es el que hemos investigado y estudiado en nuestros ensayos, y sobre
los que, en alguna manera, hemos podido arrojar luz gracias a la ayuda de la clave
y el instrumento. Mediante estos, sorprendemos al hombre en momentos de
profunda crisis de la vida interior, en ese instante del destino humano donde
se pueden hacer descubrimientos esenciales sobre la naturaleza humana. En
particular, descubrimos almas nuevas nacidas de la experiencia de la libertad,
con dudas nuevas, con un conocimiento nuevo del mal, pero también con nuevos
horizontes, con nuevas perspectivas, con sed de Dios.
Estos descubrimientos son posibles por
medio de este modo inspirado en Ignacio de Loyola quien, sin ser Doctor de la
Iglesia en teología, con su manera existencial y fenomenológica de abordar los
tres niveles de realidad de la persona humana y su dimensión social, se hace
entendible al hombre de hoy. La teología desde la experiencia de la vida en el
Espíritu y su modo de proceder, comienzan y se nutren, efectivamente, de las
experiencias de dichos lugares.
Para esta tarea se requiere la ayuda de
una linterna de ruta como es el instrumento, más la experiencia personal de cada
uno acerca de lo que pasa por el mundo interior, tanto sea para aprender en qué
consiste discernir, como para ayudar a otros, puesto que se trata de un
conocimiento "práctico". Es por esto que la expresión "modo de
proceder" tiene el sentido de indicar que se trata de un acercamiento al
misterio de la fe no sólo por un camino conceptual, sino sobre todo,
experiencial. Por el contrario, como advierte Schillebeeckx: "Cuando la
dimensión conceptual se separa de la experiencia, no tiene ningún valor para
captar la realidad. Por esto, una teología puramente conceptual falla
inevitablemente en su cometido, huye del punto céntrico al prescindir de la
realidad de la revelación y, a la larga, abre una zanja entre la fe y la
teología" [85].
El modo de proceder, en cambio, gracias a su instrumento, une la vida de fe y
la teología, la experiencia y el concepto.
Es así cómo este modo nos ubica delante
de una manera o forma de proceder con la flexibilidad necesaria para tratar
problemas humanos y los caminos de Dios - que no son los nuestros - ductilidad necesaria,
como la del sabio navegante a vela que vira a babor o estribor en razón de los
vientos, sin perder por esto el rumbo. Esto nos hace comprender la importancia
que tiene en el modo de proceder, la docilidad para moverse en la vida según el Espíritu, que como
tal es dinámica, no estática, más aun, a veces sorpresiva. La rigidez, por el
contrario - que además de no estar en el Evangelio, nada tiene que ver con la firmeza
y fortaleza en la fe - es fatal, porque hace perder el equilibrio y entrar en
crisis. Creemos responder así, de alguna manera, a la necesidad del hombre de
hoy, quien en medio de una sociedad cambiante y confundida, se ve precisado a deliberar
y discernir toda vez que se enfrenta con las continuas alternativas de la vida
y tiene finalmente que decidir por dónde encaminarse.
El modo de proceder es, además, una invitación indirecta para caer en la cuenta
que lo que está en desaparición no es la teología, sino una forma histórica de encararla
y hacerla[86].
Forma que olvidó valores positivos y sustanciales, como es el discernimiento, una
de las raíces de la espiritualidad cristiana, mientras por el contrario
enfatizó cuestiones negativas y accidentales, a veces envueltas en temores por
miedo a buscar y hallar la verdad donde sea que esté. A veces también, por obviar
o confundir los movimientos interiores de confortación y desolación de la vida
del Espíritu, con el plano moral o psicológico. O también por confundir conceptos
como el de piedad, cuyo sentido profundo es precisamente no perder, discernimiento
mediante, el rastro de Dios vivo que transita por nuestra vida para seguirlo
más de cerca, y no un derrotero conocido de antemano; o exámenes de conciencia
que tienen sólo presente el pecado, tal como lo entendió el pietismo del siglo
XIX, a lo que la doctora de la Iglesia Teresa de Jesús cuestionaría;
"¿cómo nos vamos a mover a amarlo si no reconocemos sus beneficios?",
¿o es que la vida interior no es nada más que pecado? Esto nos forzaría a
pensar que rozamos lo enfermizo y nos dirigimos hacia la inmadurez, ya que no
cabría discernimiento alguno al enfrentarnos sólo con un término de la verdad
total.
Creer que la teología está en
desaparición, se debe en parte, a una falta de contacto de la misma con esta
verdad total, como así también, a una cierta desarticulación entre el cuerpo
social de la Iglesia y su lenguaje, sin una incitación, al mismo tiempo, a la
creatividad, a una mejor articulación entre el decir y el hacer, a una
clarificación del decir en el hacer, de la fe en la vida, a la elaboración de
un discurso que autorice una praxis. Al respecto acota el Cardenal Angelo Scola,
Arzobispo de Milán:"A veces nuestra propuesta funciona para los jubilados,
pero no para un hombre que tiene familia, que trabaja y que lucha por
sobrevivir. Por esto, creo que un problema sustancial es recuperar este nexo
entre fe y vida". En este sentido, experimentamos que somos hoy como
cristianos, menos un lugar de producción, que un producto, un objeto imaginario
del discurso. Por esto sentimos que el lenguaje del modo diacrítico de proceder
no se articula del todo con su cuerpo social, como si dijésemos lo que no hacemos,
aquello a lo que le escapamos. Otro nexo a recuperar, por tanto, es entre el
Pueblo de Dios y la teología. "Pues una Iglesia sin teología se empobrece
y enceguece; y una teología sin Iglesia se disuelve en lo arbitrario"[87].
Este pensamiento de Ratzinger está
relacionado con el de Pierre Vallin, en el sentido de que "se puede considerar como especialmente
importante la investigación de las producciones teológicas que estén animadas
por una preocupación de la teología práctica, una reflexión que no mire en primer
lugar una aplicación de lo reflexionado en teología, sino una crítica
constructiva de lo vivido en las prácticas eclesiales"[88]. En
otras palabras, compete a esta teología práctica un discernimiento de lo
propuesto por el Hacedor en las prácticas eclesiales, pues es necesario que,
como nos recordó Pablo: "Tomen en serio su salvación, pues Dios es quien
obra en ustedes el querer y el obrar, como bien le parece" (Flp 2, 13). Dicho
de otro modo: el Reino no viene de cualquier manera, sino en respuesta al plan
salvífico propuesto por Él en Iglesia. Esto es una Iglesia con teología y una
teología eclesial.
6. UN FILÓN REVITALIZADOR
Toda oposición
sistemática a las nuevas tendencias que se manifiestan en el tiempo, equivale a
un ataque al desarrollo de la teología.
E.Schillebeeckx
Al interpretar la evolución realizada
por la teología desde mediados del siglo XX, notamos un deseo de superar la
problemática intelectualista del neo-tomismo. Ya no se puede contentar con
desarrollar un análisis de la credibilidad puramente racional porque, si
queremos llegar al hombre de hoy, ella no corresponde al espíritu
contemporáneo. Más aun, si tenemos ambición de "justificar" la fe a
los ojos del no creyente como del creyente, debemos necesariamente tener en
cuenta los condicionamientos filosóficos y culturales, como así también tomar
en serio la historicidad del hombre, sin olvidar que este se halla en una
búsqueda del sentido de la vida, no sólo del último y final, sino también del próximo
en esta tierra. Cuestión propia de todo tiempo y lugar que en momentos de crisis
brota si cabe, con mayor virulencia[89] y hace
necesario el discernimiento.
Es importante e interesante observar al
respecto, cómo ya a comienzos del siglo XX, Ernst Troeltsch (1865-1923),
consideraba que el porvenir de la teología estaba en el desarrollo de "un
pensamiento autónomo y específicamente religioso" de tipo
"práctico", como dicen P. Gisel y J. M. Tétaz en la introducción a sus
obras, en el sentido de ser expresión de una fe encarnada. A los ojos de
Troeltsch, este pensamiento no es como tal científico, si bien puede y debe ser
riguroso[90].
Este se desarrolla en nuestro modo de proceder, sobre todo por medio de su instrumento, expresión de la
vida misma, donde la libertad se despega del caos informe, sin por esto
uniformarse sobre un modelo canónico[91], aspecto
que, como vimos, desubica a algunos teólogos especulativos. Veamos ahora las
notas de autonomía, religiosidad y practicidad, señaladas por Troeltsch, en
dicho modo.
En primer lugar, es autónomo o
independiente, en el sentido de que las pautas de su instrumento se presentan no
sólo como un peculiar objeto de la teología, sino como algo "sumamente
difícil para el teólogo por la sencilla razón de que… se expresan en un
lenguaje que no puede menos de excitar el orgullo de la teología (especulativa)"[92].
En segundo lugar, el modo es religioso,
pero de manera especial, en el sentido de estar dentro de un modo de proceder detector
de señales de la presencia y de la acción de Dios en la vida, no en sí mismo.
Veamos en concreto cómo se revela, sobre
todo, la nota de religiosidad en las pautas ignacianas para discernir. Ellas
nos dicen que: "Es propio del buen espíritu", referible a Dios, "dar
ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando
y quitando todos los impedimentos, para que en el bien obrar proceda en
adelante" (EE 315,3)[93]. En
el mismo sentido:"Propio es de Dios y de sus ángeles, en sus mociones, dar
verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación que el
enemigo induce" (EE 329,1), donde "propio" hace referencia a una
conducta acostumbrada o típica, detectada por experiencia y más fácilmente por
contraste con la tristeza y turbación a la que el adversario incita. Asimismo:"Sólo
es de Dios nuestro Señor dar consolación al alma sin causa precedente; porque
es propio del Creador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en
amor de su divina majestad. Digo sin causa, sin ningún previo sentimiento o
conocimiento de algún objeto por el cual venga la tal consolación mediante sus
actos de entendimiento y voluntad" (EE 330).
Al referirse a la persona espiritualmente
desolada dice que, "El auxilio divino... siempre le queda, aunque
claramente no lo sienta" (EE 320). La experiencia del auxilio será siempre
a posteriori: cuando haya visto cómo lo imposible ha sido posible. Otra manera
de obrar el buen espíritu, referible a Dios, es "punzar y remorder la
conciencia por el juicio recto de la razón" (EE 314,3), puesto que con
dicho remordimiento mueve a un cambio positivo.
Por el contrario, hay señales de "no-Dios",
enemigo del hombre, o "padre de la mentira", en el hecho de que: "Acostumbra
comúnmente… proponer placeres aparentes, haciendo imaginar deleites y placeres
sensuales, por más conservarlos y aumentar en sus vicios y pecados" (EE
314, 1-2). En el mismo sentido: "Propio es del mal espíritu",
referible al enemigo, "morder, entristecer y poner impedimentos, inquietando
con falsas razones para que no pase adelante" (EE 315,2). "Del cual
es propio militar contra la tal alegría y consolación espiritual, trayendo
razones aparentes, sutilezas y continuos engaños" (EE 329,2). Por último,
en el consolado bajo apariencia de bien: "Propio es del ángel malo",
referible al enemigo, "que se forma bajo apariencia de ángel de luz, entrar con lo que gusta el alma devota y
salir con el mal que él pretende, es a saber, traer pensamientos buenos y
santos conforme a la tal alma justa, y después poco a poco procura salir con la
suya trayendo al alma a sus engaños cubiertos y perversas intenciones" (EE
332,1-2).
Es evidente que la nota de religiosidad
se revela sobre la experiencia que autoriza tales afirmaciones y presupone el
conocimiento que da una vida comprometida en la fe, fiel a la alianza de Dios
para con nosotros. No es un simple conocimiento teórico, de contenidos
determinados. Por ello, sólo hay captación de las pautas, si hay capacidad y
apertura para sentirnos interpelados en el hombre interior.
A veces esas señales pueden ser la cosa
más sencilla, pero al mismo tiempo, más absorbente, al movilizar hacia El todas
las fuerzas y aun el pensamiento, como es la experiencia de confortación o
consolación en el espíritu caracterizada, entre otras señales, por un "aumento
de esperanza, fe y caridad, y toda alegría
interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud del alma,
aquietándola y pacificándola en su Creador y Señor" (EE 316,4). En ella importa
observar que la confortación no es una infusión de "ideas", ni de
sentimentalismo, como así también observar, que para discernir espíritus importa
tener presente sobre todo el efecto final (aquietar y pacificar, en este caso),
el cual confirma ser de Dios dicha confortación, no en cambio detenernos a
considerar el "origen", psicológico o sobrenatural, inconciente o
subconciente. "Aquietar y pacificar" es ciertamente de Dios, y se
muestra más claro aun, en contraste con la desolación, que inquieta y quita la
paz interior, lo que hace que a la persona le parezca engañosamente, estar como
separada de su Creador y Señor (EE 317).
El modo y su instrumento son, por tanto,
sin duda religiosos, pero en su orden, sin poner la cuestión en términos
teóricos. Así Dios, como acabamos de ver, es diferenciado de no-Dios o del
sin-sentido por el efecto que su acción opera en nosotros. Es entrar en una
experiencia que lleva a conocer a ambos protagonistas indirectamente, con ayuda
de la razón iluminada por la gracia, no desde la racionalidad pura, carente de
la suficiente capacidad interpretativa, como puede ser la de un escéptico. Es
claro pues, que hacer teología desde la diácrisis o diferenciación de lo que
pasa por la vida en el Espíritu, es hacerlo de otro modo que el especulativo,
por cuanto se sirve sobre todo del conocimiento existencial.
Es por esto que no hallamos mejor modo
de hacer teología para el mundo de hoy, ávido de verificaciones, que aproximarnos
a su misterio - no otra cosa es esta tarea balbuciente que llamamos teología - desde
la experiencia de sus huellas. Por otra parte, lo que se dice de Dios en las
pautas es dado para creer, para vivirlo, no para saber más o conocer de manera teórica.
En tercer lugar, el modo es práctico,
porque su instrumento es reflejo de la vida misma e implica el ejercicio de la
sabiduría de la vida en el Espíritu, clave del modo. Sabiduría de la acción,
para la acción, en la acción. En este sentido, sabiduría sin diácrisis sería indiscreción
o imprudencia. Este instrumento, proporcionado por dichas pautas, se asemeja nuevamente
al proceder de los Padres del desierto en sus dichos, en el sentido de que es práctico[94], y
su forma literaria difiere de los tratados teóricos, por cuanto al igual que los
dichos de los Padres, se refiere sobre todo a los modos de proceder en la lucha
interior que supone la fidelidad a la vida según el espíritu de Cristo y del
Evangelio[95].
Troeltsch se adelantó de esta manera a
lo que entendemos hoy como otro modo de proceder, en el sentido de tender hacia
una unidad teológica interna mediante la integración de lo conceptual y lo existencial
que hallamos en el instrumento, donde el carácter teológico no es establecido a
priori, ni puede serlo, sino que debe ser hallado cada vez, en una especie de compendio
histórico y existencial en cada lugar teológico, que por esto mismo integra conocimientos
acerca de los tres niveles de realidad de la persona humana, más su dimensión
social. Modo de proceder que dinamiza un movimiento de adaptación y
transformación permanente en cada caso.
San Agustín, al final del período
patrístico, tiene importancia con respecto al tema, por cuanto no publicó obra
alguna en que se expusiera sistemáticamente un cuerpo de doctrina sobre el
itinerario del alma deseosa de una mayor comunión con Dios. Es significativo también
en este sentido, que el primer gran debate doctrinal de Occidente tuviera por
tema el problema de la libertad y de la gracia, o la manera teológica de
proceder, no el misterio trinitario, como tratado o doctrina, tal como acontecía
en Oriente, motivo por el que juzga Moingt, que el enfoque de nuestro modo de
proceder, está dentro de una problemática muy occidental: la de hallar puntos
de enlace entre el mensaje de la fe y la experiencia humana. La necesidad del
mismo se debe a que en el tiempo posterior a Tomás de Aquino y hasta la primera
mitad del siglo XX, preponderó una teología especulativa, en detrimento de otra
desde la experiencia de la vida en el Espíritu, teologías a las que santo Tomás
sólo distinguió y diferenció, pero no divorció como hicieron sus herederos,
limitando y empobreciendo el panorama teológico, ya que ambas son
complementarias y sólo se pueden realizar conjuntamente.
Es por esto que para acceder hoy al enlace
entre el mensaje de la fe y la experiencia humana es necesario hacerlo por
medio de un modo de proceder, o correr el riesgo de que el mensaje sea válido
pero no se entienda, o diga poco al hombre de hoy. Para ello contamos con la
clave y el instrumento ya dichos, este último hasta no hace mucho, considerado sólo
como ayuda para quien hace Ejercicios Espirituales de san Ignacio, no en cambio
en la vida ordinaria, y menos aun como objeto para hacer teología, más en
concreto, para plasmar un modo de proceder en la misma. Esta desconsideración ocurrió,
entre otros motivos que sería largo enumerar, porque en dicho instrumento estamos
frente a una literatura que se halla en muy distinta relación con la teología
docta, como así también, en el sentido que va por delante de su reflexión, más
sabia y experimentada que la sabiduría de las escuelas. Una literatura en la
que la fe de la Iglesia, la palabra de Dios y la acción del Espíritu Santo, se
manifiestan con más originalidad que en los tratados de los teólogos y hace
necesaria cierta sensibilidad para descubrir la veta creadora del teólogo
Ignacio, tallado en otra madera que los profesores de cátedra.
Es por esto que concretamente las pautas
ignacianas constituyen un filón fecundo en estos tiempos posteriores al post
Concilio, un objeto para la teología de
hoy y tal vez para la de mañana, y una fuente no deducible adecuadamente de los
principios abstractos. Por esto es sumamente difícil para el teólogo que piensa
que no se puede encontrar en los Ejercicios nada más de lo que ya hace tiempo
tiene estudiado la teología especulativa, o para "el teólogo contento de
sí mismo"[96].
Sin embargo, tienen aquéllas algo que decir, que de otra manera ella misma no
puede descubrir. Por esto nos parece que en lo que tienen de más propio, están orientadas
hacia nuestro presente, desde el que enfocamos otro modo de proceder hacia
adelante.
Por el contrario, el eclesio-centrismo
del Concilio Vaticano I (siglo XIX) y su preocupación de no separar las tres
instancias de la tradición religiosa cristiana: la Escritura, la Tradición y la
Iglesia con su magisterio, retardaron dicho proceso hacia delante, al
identificar Revelación y dogma, tal como lo atestiguan expresiones como
"doctrina de la fe revelada por Dios", "dogma sagrado"
(capítulo IV) o "dogma divinamente revelado" (Pastor aeternus,
capítulo IV), donde lo que es del orden de la forma o de la regla se transforma
subrepticiamente en contenido dogmático, el espíritu en letra que puede matar,
y donde toda elaboración teológica se detiene si es obligada a "conservar
a perpetuidad" un contenido doctrinal determinado "de una vez por
todas" (capítulo IV)[97].
Por este motivo afirma Rahner "que
no es posible disculpar la uniformidad y el estancamiento de los manuales con
la excusa de la invariabilidad del dogma"[98]. En
otras palabras, cuando la teología pierde la energía para formar nuevos
conceptos para un progreso en el conocimiento de la fe se hace estéril. Esta
esterilidad puede, por un lado, como dice el mismo Rahner adelantado a los
tiempos, "no ser meramente una posibilidad abstracta, sino algo que se ha
experimentado ya como realidad", como en el presente período posterior al
post Concilio Vaticano II. Por tanto, continúa diciendo, "No seamos tan
ingenuos que pensemos que esto sólo pudo suceder en los malos tiempos
antiguos"[99].
Por otro lado, conviene tener presente también que, como señala Ratzinger:
"La teología no es simple y exclusivamente una función auxiliar del
magisterio; no debe limitarse a recoger argumentos sobre todo lo que afirma el
magisterio. En este caso, el magisterio y la teología se aproximarían a la
ideología, para la cual se trata sólo de conquista y mantenimiento del poder.
La teología tiene un origen propio"[100], y
este es el espíritu de Cristo y de su Evangelio, al que von Balthasar exhortó
retornar a la teología, hace más de cuarenta años[101].
En efecto, el predominio de la letra
sobre el espíritu, de la forma sobre el contenido, de la teología como función
auxiliar del magisterio, y su aproximación a la ideología, bloqueó el acceso al
hacer teológico, el que procuramos salvar en nuestro modo de proceder, puesto
que su clave y su instrumento, gracias a Ignacio de Loyola, tienen como función
descubrir las huellas de tránsitos inéditos y sorpresivos de Dios vivo, o si se
prefiere, prolongar la historia de salvación por medio de "el
discernimiento de los espíritus, como lo exige la Primera Carta a los
Tesalonicenses (5,19-22)… nuestra constante tarea. A ella pertenecen… los
nuevos caminos que se abren a la Iglesia"[102]
Es así cómo la teología desde la experiencia
de la vida en el Espíritu y su modo de proceder, ayuda a descongelar los
"dogmas", como así también, a comprender que la incredulidad es
cuando el hombre se separa de su Origen, de la propia hondura esencial de
criatura, y con ello de la fuente de su verdadera humanidad, no solamente en
cambio, cuando rechaza intelectualmente ciertos dogmas[103]
Dicho descongelamiento, es impensable
fuera de un acto de recepción histórica y cultural, y menos aun, en medio de un
bloqueo que detenga el hacer teológico."¿Quién envidiaría tanto a los
hombres y sería tan enemigo de Dios como para impedir este progreso?"[104], o crecimiento en la fe, como dice san Vicente de
Lerins.
Es por esto que la síntesis
teológico-existencial del modo de proceder, presenta por un lado, un aspecto de
ruptura revitalizadora con un pasado, y al mismo tiempo, suscita un prejuicio
acerca del instrumento de su clave, por el hecho de ser originario del siglo XVI.
Esto no significa, sin embargo, que reflexionemos sobre un anacronismo o
interpretemos una pieza musical de un lejano ayer, sino que atendemos a su
indudable valor teológico hasta no hace mucho ignorado - sin desdeñar el
psicológico y humano que también posee - más aun, capaz de generar otra manera
de hacer teología abierta al futuro.
Este modo, motivado asimismo por la
confusión característica del siglo XX y comienzos del XXI, genera la necesidad
de que su clave sea diacrítica y aplicada desde la experiencia de la vida en el
Espíritu en el nivel de realidad más profundo de la persona humana, no a nivel
cosmológico (teología patrística y medieval), antropológico (teología moderna),
o político (Metz). Esta clave implica desde ya, la presencia de un parámetro,
con relación al que se discierne. Este es Alguien, Cristo, la Luz encarnada.
En este sentido, el instrumento tiene
por fin ayudar a descubrir dicho parámetro en medio del entrevero del cambio
histórico de este siglo, no un Dios abstracto o ausente, y a mostrar que con Él
y en Él los problemas del mismo tienen un sentido, como así también que la
teología posee un filón revitalizador para superar el actual desafío y abrirse
al futuro.
7. DE LO NARRATIVO A LO DIACRÍTICO Y RADIOGRÁFICO
No
dije a la estirpe de Jacob: "Búsquenme en el vacío"
Isaías 45,19
El modo de proceder en nuestros ensayos,
además de diacrítico, es radiográfico, es decir, revelador gracias al instrumento,
de lo que pasa en el nivel de realidad más profundo de la persona humana y por
debajo de lo descriptivo-narrativo,"amplio recurso de estos últimos
decenios… en teología"[105].
Este enfoque puede ser aplicado también a
otras dimensiones de la vida humana. Por ejemplo, a la socio-política, como es
el caso de una posible guerra en el siglo XVI, entre España y Portugal, que
trata la doctora de la Iglesia Teresa de Jesús en su carta de 22 de julio de
1579 a Don Teutonio de Braganza, arzobispo de Evora[106]. En
ella podemos leer cómo fue más allá de lo narrativo al fondo de la cuestión, al
dejar al descubierto que el espíritu que movía a hacer la guerra al duque Juan
de Braganza, sobrino del arzobispo, no era de Dios. Sus señales están claras en
sus efectos: "grandísimo mal", "gran daño", "tanto
mal", "tantas muertes" y "gran desventura". En efecto, toda guerra es un engaño urdido por
el "padre de la mentira y homicida desde el principio" (Jn 8,44), a
quien son referibles dichas señales, que revelan al mismo tiempo ciertas tendencias
negativas o raíces de pecado de las que se aprovecha dicho homicida para
llevarnos a la destrucción y la muerte, su único y repetido objetivo, bajo
distintas formas, a lo largo de la historia de la humanidad. Vistas así las
cosas desde Dios, los hombres de ambas partes en conflicto, son sólo siempre engañados,
instrumentados por el "enemigo de la naturaleza humana", en un ámbito
donde no alcanza tener razones para ser hombres maduros, sino discernir qué espíritu
las inspira, o cuál es el sentido de éstas, para decidir bien. Eran por el
contrario, señales de Dios: trabajar por la paz y por el concierto de las
naciones, "negocio tan en su servicio", termina diciendo Teresa.
Este enfoque es propio de una teología
desde la experiencia de la vida en el Espíritu y de un modo teológico diacrítico
y radiográfico de proceder, que asumido con libertad interior y con la ayuda de
su instrumento, descubre e interpreta cuáles son ayudas y dificultades en la
realización del mensaje salvífico.
El mismo abre potencialidades y perspectivas
insospechadas a la teología y al mismo tiempo es necesario porque no todo en la
experiencia humana es sólo nuestro o de Dios, sino que hay alguien más que
interfiere esta relación. Esta tarea diacrítica implica un riesgo, porque se
opera dentro de una tradición creyente particular que puede llevar a equívocos o
contentarse con proyectar las propias aspiraciones.
Además, el compromiso que la teología
fundamental adquiere por medio de este modo de proceder entraña, por un lado,
un abocarse a las disyuntivas que los seres humanos encuentran sin cesar, como
así también, a las decisiones que deben enfrentar en los meandros y nudos de su
existencia, con ayuda de las pautas para interpretar y expresar lo que pasa existencialmente
y no sólo lo que se piensa, porque lo primero es lo que realmente ayuda a
discernir sin engaños. Y por otro lado, dicho compromiso conduce a hacer una
lectura de eso mismo que pasa, en consonancia o no con la Palabra como
parámetro. Este modo habla en fin, de la teología misma, como apta para
confrontarla con la realidad, de una manera respetuosa de su propia
consistencia.
La forma de este modo de proceder es ciertamente
relatada, porque sin relato la experiencia de fe permanecería silenciosa, pero
el fondo de la misma, gracias a las pautas, es radiográfico como quedó dicho, no
meramente narrativo o cuentista. Además, el aspecto histórico de los lugares
teológicos exige repensar la razón teológica misma, papel principal de la
teología fundamental. Por este motivo coincidimos con Metz acerca de que:
"Esta cuestión puede ser considerada, sin temor a equivocarse, como un
tema central de la teología sistemática actual. La historia es el lugar de la
realidad, con sus contradicciones y sus conflictos"[107]. Más
en concreto, es tema central de la teología la historia de la persona humana en
camino hacia Dios con sus contradicciones y sus conflictos, que hacen necesariamente
diacrítico el modo de abordar la cuestión.
Este panorama histórico enfocado radiográficamente
desde la experiencia de la vida en el Espíritu, nos evita el riesgo de permanecer
en la superficie del mismo o teológicamente estancos. Por otro lado, el modo es
una vez más teológico, no sólo porque el parámetro para discernir es el espíritu
de Cristo y de su Evangelio, sino también, de modo peculiar, porque en él: "no
puede sencillamente descuidarse o descartarse al hombre, ya que ni siquiera se
daría palabra de Dios si no hubiera alguien que por lo menos en sí se hallara
en condiciones de percibirla"[108].
En este sentido, la función de las
pautas para discernir es ayudar a percibir la acción de su Espíritu en la
historia multiforme de los corazones humanos con sus altibajos en el camino hacia
Cristo y dar peso y rigor a los abordajes de los lugares teológicos.[109]
8. UN MODO ENCARNADO EN LA EXPERIENCIA
EXISTENCIAL
Hablar con
sentido de Dios solamente es posible sobre la base de las experiencias humanas.
E. Schillebeeckx
De acuerdo a lo dicho hasta aquí, el
modo de proceder se aproxima a la teología fundamental desde la experiencia de
la vida en el Espíritu, como así también, desde la necesidad de mostrar al
hombre de hoy el significado del Misterio cristiano en su conjunto y, al igual
que la revelación bíblica, mostrar la Luz, más que hablar sobre ella, a partir
de su acción en y por nosotros, dentro de la historia como lugar de la realidad.
Esto quiere decir, que aun "el
pensamiento especulativo ha de ser concebido como un pensamiento histórico
concreto"[110]. O
sea, que no se puede separar la reflexión sobre el cumplimiento de la
revelación en la historia, de la experiencia en el sujeto creyente. Por tanto,
debemos hablar un lenguaje en el que la actividad significativa del pueblo fiel
de Dios entre a título de elemento constitutivo de la revelación misma. No, por
el contrario, con esquemas extrínsecos sobre la revelación o como comunicación
de verdades sobrenaturales a un sujeto humano pasivo.
En otras palabras, no hay revelación en
sentido fuerte, si el don de la Palabra de Dios no coincide con una revelación
del hombre en sí mismo[111]. O
como dice Paul Ricoeur, "lo revelado como tal, es una apertura a la
existencia, una posibilidad de existencia"[112], no
una posibilidad de ser pensado lo revelado solamente. La inteligencia del
cristianismo es así inseparable de una reflexión sobre el hombre como misterio
de apertura, como búsqueda de sentido.
A este punto de vista existencial se
contraponen todavía, enunciados dogmáticos de la fe cristiana que aparecen como
esotéricos o míticos porque no guardan relación con la experiencia del hombre
en su esfuerzo por interpretarse a sí mismo. En este sentido se pregunta Karl
Rahner: "¿Por qué, por ejemplo, en el tratado "De penitentia" se
estudia ordinariamente, de manera expresa y detallada, el aspecto personal y
existencial del hecho sacramental y por qué, con impresionante naturalidad, se
considera ocioso estudiar este aspecto también en los otros sacramentos o se
los despacha con un par de líneas?"[113]. Porque
en el fondo existe, como nos dijo Angelo Scola, un divorcio entre fe y vida, o
en este caso, entre teología y experiencia existencial.
En este sentido, la tarea del teólogo
por medio del presente modo de proceder, es precisamente integrar el aspecto
personal y existencial en el hacer teológico, manifestar el lazo que existe entre
la fe y la comprensión que el hombre tiene de sí mismo. No hay duda que es esta
una tarea privilegiada, porque al destacar esta integración, muestra al mismo
tiempo que los misterios de la fe cristiana son dignos de creer.
No negamos por esto el carácter
radicalmente "teocéntrico" del modo presentado. Pero para hacer
inteligible la revelación a nuestros contemporáneos, cristianos o no, se ha de
partir de la base de un horizonte de comprensión profundamente "antropológico",
porque "Inteligencia de la fe e interpretación de sí son
inseparables"[114].
Ambos aspectos los encontramos integrados en el instrumento de la clave del modo
de proceder. Por ejemplo, en el "tratado del desolado" que aquél
contiene (EE 317 - 322), donde están las actitudes que ha de tomar quien está
en ese estado de la vida en el Espíritu y ayudan a la interpretación de sí,
como así también, las del proceder de Dios. Este "tratado" va desde
una descripción de la desolación (317), hasta tres causas principales por las
que podemos estar así (322), pasando por las actitudes que hemos de tomar en
tales circunstancias.
Igualmente, en el "tratado del consolado
bajo apariencia de bien" (EE 332 - 335) donde podemos observar las
actitudes del "buen ángel", referido a Dios, las del "ángel
malo", referido al adversario, y las que debemos asumir de nuestra parte,
como es percatarnos del raciocinio de los pensamientos, y sacar experiencia
(333-334). Vemos así cómo la "inteligencia de la fe" no es sólo un
asentimiento intelectual a ciertas verdades reveladas, sino también, la experiencia
de asumir ciertas determinaciones en la vida.
"Toda esta terminología no tiene el
sentido técnico que estamos acostumbrados a concederle en teología", como aclara
con razón Daniel Gil[115], sino
dentro de una teología desde la experiencia de la vida en el Espíritu y con el
lenguaje del teólogo existencial Ignacio
de Loyola, que da hincapié a otro modo teológico de proceder, por cuanto se
refiere a si uno experimenta o no, se da o no se da cuenta, advierte o no en su
conciencia refleja, dichos estados de desolación y consolación en el espíritu,
elementales para comenzar un proceso diacrítico, a fin de descubrir mediante el
mismo, la presencia y la acción de Dios o de no-Dios.
Otro ejemplo de integración de
inteligencia de la fe e interpretación de sí, es observar cómo a la persona
consolada por el mal espíritu, referible al adversario (EE 334, 2-3): "aprovecha…
mirar luego en el discurso de los pensamientos que le trajo y el principio de
ellos, y cómo poco a poco procuró hacerla descender", es decir, ganar en
experiencia. En este caso, la "inteligencia de la fe" es tener
presente en primer lugar, que la fe es una decisión por Cristo en medio de la
lucha que implica la vida según el Espíritu. En segundo lugar, que en esta
lucha uno puede ser embaucado por el "padre de la mentira" (Jn 8,44),
hecho comprobable objetivamente en el "descenso" operado en los
pensamientos del ejemplo dado. Y en tercer lugar, que la "interpretación
de sí" es en este caso, conocer cuál ha sido el proceso del engaño
("poco a poco").
El teólogo es en este modo de proceder,
no sólo testigo de la Palabra en lo que tiene de permanente, sino también
testigo de las cuestiones nuevas de los hombres de cara al contenido de la
revelación. Debe comenzar en consecuencia, por experimentar en sí mismo y
participar en la inteligencia que tiene el hombre de sí mismo y de su mundo para
aportar, a la luz de la fe, verdaderamente una diácrisis sobre los grandes
problemas que solicitan a la conciencia cristiana. De lo contrario ocurre que: "quien
se plantea la cuestión de la inspiración evangélica fuera del contenido
concreto de nuestra propia experiencia de la existencia, plantea en definitiva
una cuestión sin contenido, a la que solamente se puede dar una respuesta
inadaptada, sin impacto existencial"[116].
Ahora bien, el contenido concreto de nuestra propia existencia es ambivalente,
por estar compuesto de realidades contrapuestas, positivas y negativas. Por
esto, si no se tiene presente este aspecto, se "plantea en definitiva una
cuestión sin contenido", o al menos confusa. Tal el desafío que encara el modo de proceder.
Por el contrario, al tener en cuenta al hombre
con su carga concreta existencial, y al enfocar a esta desde la diácrisis para
discernir la presencia y acción de Dios, nos abrimos a su verdadera búsqueda, por
sí mismo en la gratuidad, independientemente de las necesidades sentidas, de
las seguridades buscadas. A la búsqueda de un Dios que no nos dispensa de
afrontar nuestros propios límites, nuestra finitud humana. Dios buscado por sí
mismo, no en sí mismo, yendo hasta el final de las cuestiones percibidas y
compartidas, hasta el rechazo de representaciones tranquilizadoras. Esto es un
camino que nos descubre el sentido fuerte de la Revelación, que es cierta
palabra de Dios sobre sí mismo, pero también sobre la historia de las
cuestiones de Dios acerca del hombre, como de éste acerca de Dios, ayudado de las
interpretativas y existenciales pautas ignacianas aplicadas al "contenido
concreto de nuestra propia experiencia de la existencia" a fin de dar
razón de su presencia y acción en sus huellas.
9. LA EXPERIENCIA CRISTIANA UN LUGAR TEOLÓGICO
La manera cómo el modo de proceder se hace
cargo del capital cristiano es desde la experiencia de todo aquel con auténtica
vida interior en su camino hacia Dios. No se trata de una experiencia elitista ni
a través de sistemas y métodos académicos, sino de la lucha diaria que implica
la fidelidad a la vida según el Espíritu y a la atención sobre ella. De esta
manera el horizonte de una teología renovada se encarna, como quedó dicho, en el
ámbito inteligible de nuestra propia experiencia de la existencia.
Esta experiencia, implícita en el modo de
proceder, consiste fundamentalmente, como hemos visto hasta aquí, en la
detección de las huellas, también en forma de mociones interiores, de Dios y de
no-Dios. Esta diferenciación realizada por contraste, por los frutos, por el
sentido o adónde nos conducen, evita caer en una especie de "espirituanálisis"
al tratar de averiguar de dónde vienen , sino más bien hacer como al esperar un
medio de locomoción, del que nos interesa adónde va, como enseña sabiamente san
Bernardo[117]
Lo que profundiza y da peso a este modo
de proceder es, por tanto, el ya mencionado ejercicio de la sabiduría en el
Espíritu, en que consiste su clave, la que junto con su instrumento son además,
una ayuda eficaz para madurar en el hombre interior, a tenor de san Pablo, y reconquistar
la vida en el Espíritu, con ayuda de la gracia, a fin de lograr la unidad en sí
mismo, es decir, la integración de su tercer nivel de realidad como persona.
En síntesis, el modo de proceder ayuda no
sólo a descubrir a Dios en las huellas de su obrar, sino también en las
mociones que nos llevan a Él, o nos alejan. Como así también, a descubrir que
la experiencia de vida en el Espíritu no puede privarse de la teología, ni esta
de la experiencia, so peligro de desvirtuarse. Ambas se complementan, se apoyan
entre sí, y encuentran su integración en un modo de proceder, no en un tratado,
ni en una teología que pudiéramos llamar ignaciana, sino inspirada en Ignacio
de Loyola.
¿Es posible en este mundo contingente,
cambiante, histórico, una experiencia del Infinito, del Totalmente Otro, del
único perfecto, del Eterno? Es posible gracias a la diferenciación de su rastro
en medio de lo contingente. Decir esto es subrayar que para encontrarlo en
todas las cosas, se debe ir más allá de las perspectivas idealistas o
estéticas. No es ni sacralizando el mundo, ni evadiéndose de él ni de la
historia, ni es contentándose con la contemplación de la grandeza y belleza que
uno encontrará al Dios de la Alianza, sino comprometiendo la inteligencia y la
libertad en la realización del mundo como gesto de fidelidad a su alianza,
abriendo el mundo y la historia a la Palabra creadora que los habita.
Subrayar en la relación de Dios con el
mundo el lugar del Verbo, de la Palabra que crea, mejor dicho, que nos está
creando en este instante, a nivel personal y planetario, es evocar la respuesta
atendida y esperada de la libertad del hombre, creado "para algo".
Poner así delante la diferencia de que no somos Dios, llamados sin embargo, a
la común unión con Él, es confesar un Dios que es él mismo comunión,
intercambio, diálogo; de lo contrario la Alianza sería imposible. Es en esta
Alianza, donde el hombre se humaniza y se diviniza, en la que Dios se hace
presente en la lucha interior que este camino implica, y donde pelea con y por
nosotros.
Para encontrarlo es preciso, como está
dicho, diferenciar su rastro en medio de la vida, haciéndonos cargo de nuestro
destino personal hasta el fin, en solidaridad con los hermanos humanos. Decir
esto es llenar de sentido la revelación explícita de Dios y el "para
qué" estamos siendo creados.
Encontrarlo en el mundo o al mundo como
experiencia de Dios, es el desafío que se nos presenta y por ende a la teología.
Este reto ayuda a superar las tentaciones de repliegue, puesto que, por el
contrario, estamos invitados por la fuerza del Espíritu, al coraje de crecer y
madurar, en la creatividad, en el descubrimiento de otros puntos de vista, en la
renovación del discurso cristiano por el solo motivo de servirlo mejor en el
hombre, servicio que forma parte del ser cristiano, como así también ciertas
decisiones que algunas veces debemos de tomar en contra de la opinión pública, y
pueden subsistir sólo cuando se vive de una experiencia comprometida en la fe. Para
ello es preciso estar atentos a lo que está naciendo en nosotros, en el mundo y
en la Iglesia, donde Dios muestra que lo que quiere lo hace, por sus caminos
que no son los nuestros[118] y nos
llama en el presente a asumirlos, no a restaurar un pasado más o menos
idealizado o a conservar con nostalgia obras de arte en peligro.
10. UN LLAMADO A LA MADUREZ EN EL
ESPÍRITU
De acuerdo a lo dicho hasta aquí, la
aplicación del modo de proceder es posible mediante la integración de praxis y
reflexión, de experiencia y racionalidad. Esto exige un lenguaje como el del
instrumento, que conjura el divorcio entre el decir y el hacer, entre el
discurso y la práctica e invita a reflexionar y desarrollar una conciencia
refleja de lo vivido, lo que a su vez reclama pasar de una manera especulativa de
hacer teología, no apta del todo a la idiosincrasia del hombre de nuestro
tiempo, a otra vivida. Este paso no es una ruptura mortal, sino instaurador de
otro modo de proceder y revitalizador de la misma, así como también, en razón
de su clave diacrítica, clarificador de la característica de nuestro tiempo: la
confusión[119].
Por este motivo, su tarea garantiza la visualización de los cristianos en el
mundo, y el nivel de la reflexión teológica.
Fue Jean Mouroux, teólogo en el Concilio
Vaticano II, quien mostró, apenas comenzada la segunda mitad del siglo XX, el
valor, la ejemplaridad y la urgencia de prolongar esta misión. Al final de su
libro "La experiencia cristiana", de 1952, deseó que éste ayudase y
permitiese entrever "el poder y la fecundidad" de lo que él llama
"principios"[120].
Uno de los cuales es para Mouroux la experiencia íntimamente unida a la fe, de
alto poder y fecundidad teológica. El mismo que motiva nuestro modo de proceder.
Este principio requiere tres cosas.
1. Profundización existencial de los
contenidos de fe. Esto significa expresarlos dentro de una teología desde la
experiencia de la vida en el Espíritu, sin cambiar sus contenidos, pero
comprendidos de una manera diferente. Como, por ejemplo, expresar la fe como un
movimiento interior de confianza y de abandono, por la que el hombre renuncia a
apoyarse en sus pensamientos y sus fuerzas, para abandonarse a la palabra y al
poder de Aquel en quien cree, y no sólo como adhesión intelectual a ciertas
verdades reveladas, que da como resultado hombres más convencidos, que
convertidos.
O también, la fe como creer que para mi
no hay nada imposible con Él, y no simplemente que Dios es todopoderoso, lo
cual no es tener fe, sino tener buen sentido. Como tampoco es tener fe afirmar
que existe, sino creer que Él me quiere tal cual soy.
Si Jesús enfrenta al hombre con la fe
como una decisión por Él, quiere decir que, como revelador del amor divino,
habla al hombre como poseedor de posibilidades existenciales propias, supremas
y positivas, a ser desarrolladas con Él.
2. Unión de fe y experiencia que requiere
además, ciertas rupturas revitalizadoras o instauradoras, "felices
naufragios", en palabra de J-J. Surin, que entretejen el desarrollo de la
tradición y de la historia, por cuanto "el aspecto revolucionario del
cristianismo en la antigüedad fue precisamente su ruptura con la 'costumbre'
por amor a la verdad"[121], la
del Nuevo Testamento con las costumbres del Antiguo. En efecto, como dice
Pablo: "Al presente, hemos quedado emancipados de la ley, muertos a
aquello que nos tenía aprisionados, de modo que sirvamos con un espíritu nuevo
y no con la letra vieja" (Rom 7,6). En nuestro caso, que sirvamos con un
modo teológico de proceder que responda a las necesidades del hombre de hoy.
En efecto, la tradición viva es una
serie de rupturas, como fue dicho paso de la Antigua a la Nueva Alianza, no un
bloque estático, como tampoco una exterioridad reconocible. Sin esta capacidad
de ruptura y cierta creatividad, la tradición no es más que un museo de objetos
de culto y la fe sólo veneración de reliquias del pasado. Ella incluye la
verdad transmitida por Cristo y los Apóstoles, pero desarrollándose en sus
expresiones históricas y en la inteligencia de la misma por parte de la
comunidad cristiana. Es una verdad recibida y actualizada, siempre formulada de
nuevo, que postula un continuo ajuste en la Iglesia.
En efecto, la tradición es un mensaje
transmitido de unos a otros (del verbo tradere: transmitir), no un baúl clavado
en el suelo y con siete llaves, pues no existe sino
"transmitiéndose". Por eso la "tradición viva" es una tarea
de todos los cristianos, y lógicamente también de la teología y, en
consecuencia, de la búsqueda de modos de transmitirla para servir mejor al hombre
en sus circunstancias.
De lo contrario, un cristianismo que no
tenga la audacia de estos riesgos transmite al porvenir sólo su recuerdo. Más
aun dice Ratzinger: "Si la teología se repliega totalmente en el pasado,
deja hoy la fe a oscuras"[122], es
decir, no la transmite y rompe la tradición que es transmitirla y no
replegarse. A lo que añade Rahner: "Y tanto más difícil es reanudar una
tradición viva cuanto más tiempo se encuentre rota por un mero entregar
mecánico"[123], es
decir, por un dar repetitivo y rutinario.
En cambio, como dice el filósofo y
teólogo Berdiaev: "Dios espera del hombre una audaz respuesta creadora… un
pensamiento singularmente audaz, sino sin esta audacia la revelación de la
humana-divinidad estaría desprovista de sentido… Esto se descubre en la experiencia
espiritual del hombre, y no en la especulación teológica"[124], es
decir, en la experiencia de la vida según el Espíritu y por medio de un modo
teológico de proceder fenomenológico y existencial.
O sea, que el panorama se aclara por
medio de un modo que sea capaz de asumir las rupturas que dan a la tradición
cristiana su ley estructurante, la de reproducir el acontecimiento fundador en
una sucesión sin fin de rupturas revitalizadoras o respuestas creadoras a lo
largo de los siglos. Es por esto que la fidelidad al origen, es paradójicamente
al precio de una incesante "conversión" de los lugares y los tiempos,
o como decía el beato John Henry Newman, "ser cristiano es haber cambiado
a menudo".
3. A su vez, la unión de fe y
experiencia requiere una articulación eclesial encarnada en la historia, no
exiliada de la historia real, no un principio ausente de la organización
social, ni de nuestra cultura moderna, en una palabra, no una articulación más
producto que productora, tal como Marie-Alain Couturier la percibía en la
primera mitad del siglo XX, en su libro Arte y catolicismo: "Las causas
esenciales de la decadencia del arte sagrado no son de orden artístico, sino
más bien proceden de lo religioso"[125]. O
como dice Berdiaev: "La creencia no debe ser tan sólo teórica, tiene que
ser también práctica, y llamar a la transformación moral de la vida, impulsar
al trastrueque de los valores"[126].
En este sentido, el modo de proceder se
articula con el mundo y con la historia como lugar de producción. Por ejemplo,
en el abordaje integral de lugares teológicos con ayuda de su clave y del
instrumento interpretativo acerca de lo que pasa por sus mundos interiores, y
no en el manejo de conceptos abstractos. En efecto, por medio de este modo de
proceder damos razón de la presencia y acción de Dios, más que enunciados de verdades oídas hasta el
cansancio, o a probar su existencia con especulaciones intelectuales, no aptas
del todo para dialogar con el hombre de hoy
Así reflexiona Jüngel sobre esta
problemática: "Muchas veces y de múltiples maneras el discurso sobre Dios
ha puesto al espíritu humano en un problema. Al final de una larga historia del
discurso sobre Dios, este problema parece transformado hoy en un callejón sin
salida", porque, "No sólo no se sabe cómo se debe hablar de Dios,
sino más aun, uno se pregunta si se puede en suma hablar de él, y aun, si uno
pudiese, si se debe propiamente hablar de él"[127].
Desde nuestro modo teológico respondemos que se puede y se debe, con sobriedad
y sencillez por estar en un tiempo de cambio histórico, que sirve al mismo
tiempo para depurar el habla de la fe e iluminar, no sin audacia, un tiempo
nuevo. En otras palabras, se puede y se debe hablar de Él en sus huellas
discernidas, en las que Él deja su impronta, ya sea por contraste con lo
negativo, por el sentido, o por los efectos positivos en la vida[128].
No nos perdemos, por tanto, en
cuestiones que hacen a la posibilidad de pensar o hablar de Dios como quien
parte en cuatro un pelo, pero en sentido longitudinal, y hace luego un trenzado
con las cuatro fibras, sino de Dios en sus rastros, donde es discernido de
no-Dios o del sin-sentido de la vida. No buscamos por ello, discusiones
prolijas que agudizan la mente pero sirven muy poco para comprender mejor y
saborear más interna e intensamente el contenido de la fe. Deseamos por el
contrario, rescatar a Dios vivo como único objeto y razón determinante de la
teología, mediante la clave y el instrumento del modo de proceder, a fin de salvaguardar
la unidad entre la experiencia y la fe.
Deseamos, en otras palabras, hacer
creíble y académicamente reconocible, un modo teológico con cierta dimensión
afectiva y experiencial. Tal vez no metafísicamente muy preciso y de lógica
racional impecable, pero en cambio, sólidamente diacrítico en orden a la
madurez y fortaleza del hombre en el Espíritu, sin resabios de una teología
casi al margen de la fe, esa que tuvo amplio crédito y sitio en la programación
de los cursos hasta mediado el siglo XX[129]
Segunda parte:
otro modo de conocer
1. DISCERNIR EL OBRAR DE DIOS
Sin
discernir espíritus se podrá ser moralista, psicólogo, director o consejero,
pero no orientador por experiencia en la vida según el Espíritu.
Sin haber tomado un camino directo que
pudiera ser anunciado como tal, Ignacio sin embargo lo abre y ayuda
indirectamente por medio del mismo a descubrir y conocer a Dios en los rastros
de su accionar. Un proceder que no se toma por el único, pero válido en todo
quehacer, por lo que podemos decir que de alguna manera atañe a toda la teología.
Un camino auténtico para su conocimiento porque ayuda a no confundir nada con
el Creador.
Si para tal fin las pautas para
discernir hubiesen explícitamente puesto el problema del conocimiento de Dios,
ellas habrían necesariamente abandonado el terreno de la práctica. Su eficacia
propia en este dominio le viene precisamente de no poner la cuestión en
términos teóricos. Esto no quiere decir que ellas no la resuelvan. Al
contrario, pero en su orden. Así es cómo el discernimiento, o ejercicio de la sabiduría
en el Espíritu, es conocer a Dios y al hombre por medio de algo que es más que
una técnica, por refinada que sea, de análisis psicológico o de bienestar.
Su valor no es porque sea la única forma
de conocimiento de Dios, sino por ser simplemente otra forma, otra que la de
las confesiones de fe, otra que la de las elaboraciones teológicas. Otra manera
en fin, de hacer teología, en la que se clarifican existencialmente
cuestionamientos de siempre.
Dios es "hallado"
indirectamente por el que discierne, su conocimiento es recibido. Para ello el
trabajo de detección por parte del hombre es indispensable, pero no se ejerce
sobre este conocimiento, ni lo condiciona en ningún caso porque siempre es
revelación que se ofrece. "Indirectamente" quiere decir que se
realiza a través de mediaciones, de acuerdo al orden de la creación; pero
aunque Dios es siempre hallado, no es
localizado en las mediaciones. Por ello, conocerlo es
"diferenciarlo", ya sea de nuestro adversario, de todo lo creado y de
uno mismo, o sea, hacer la diferencia entre Dios y todo lo que no es Él. Este
conocimiento se distingue fuertemente del saber. No es que esté ausente, sino
que se trata de un saber actuar, de tener tacto para el mismo, de una sabiduría
"práctica", con Él como parámetro.
Sus huellas, detectadas con ayuda de las
pautas, generan un tipo de conocimiento fenomenológico, que al poner el acento
sobre el discernimiento para descubrirlas, supera lo subjetivo, la superstición
y la sensiblería religiosa. Tal como el que conoce por medio del discernimiento
lo que Él propone en la vida para colaborar en el desarrollo de su plan
salvífico, y no se aboca simplemente a considerar lo que "yo"
propongo. Esto es, como dice Pablo, tomar en serio la salvación, "pues
Dios es quien obra en ustedes el querer y el obrar, como bien le parece"
(Flp 2,13). Querer y obrar que el modo de proceder nos invita a discernir para
implementarlo con Él en la vida. Por este camino vivido, el sentido interior se
abre a la vida en el Espíritu.
Para explicitar más aun el modo de
proceder en su manera de conocer ponemos el siguiente ejemplo. Así como uno se
hace catador de vinos al probar los diferentes gustos, y no sólo al estudiar
enología, así también uno descubre y conoce a Dios fenomenológicamente mediante
la diferenciación de lo que pasa interiormente, y no sólo al estudiar teología.
Allí lo captamos en todo lo que nos hace bien o ayuda, no en lo contrario, como
Alguien presente y actuante, no como un pensamiento o "idea". Esta
diferenciación es necesaria para la madurez del hombre interior, como así
también, para introducirnos en el modo de proceder, puesto que este se funda en
la atención puesta en la relación diferenciada de las mociones interiores,
según acerquen o alejen de Él, ayudados de su clave e instrumento. En una
palabra, el modo ayuda a descubrirlo desde la experiencia de la vida en el
Espíritu, no desde el discurso.
Esta continua relación diferenciada fue
la que hizo decir al teólogo Jean Mouroux, que la experiencia religiosa es
dinámica por esencia. A su vez, este dinamismo ayuda a comprender que "La
posibilidad de una teología creativa es tanto mayor, cuanto más la fe se
convierte realmente en experiencia"[130]. En
otras palabras, la posibilidad creativa es mayor cuanto más la fe es una opción
existencial por Él y la vida de fe es un descubrimiento de su presencia y
acción en la vida ordinaria.
Este modo abre, por tanto, la posibilidad
de un conocimiento en el que se introduce inicialmente quien entra en sí mismo,
y en su conciencia diferencia las mociones básicas de confortación y desolación
en el espíritu. En este tipo de conocimiento las facultades cognitivas se
activan por medio de la vigilancia o atención acerca de dichas mociones o
inclinaciones de nuestro ánimo en sentidos contrarios.
Dios se da entonces a conocer
indirectamente. Esto está implícito en la exhortación de Jesús a vigilar (Mt
26,41), es decir, atender, observar, distinguir, diferenciar o discernir lo que
pasa por el mundo interior para descubrir su presencia y acción en todo lo
que ayuda en su seguimiento. Primero se
logra de un modo racional y discursivo, con ayuda, por ejemplo, de la reflexión
sobre las pautas de discernimiento y de alguien con experiencia, y luego, con
ayuda de la gracia y la perseverancia en el tiempo, cada vez más de un modo
connatural o intuitivo.
¿Cómo se realiza el "revelado"
de la radiografía de la búsqueda y hallazgo del obrar divino? Cuando se conjuga
el don de la luz del Espíritu con la racionalidad humana iluminada por aquélla;
cuando se diferencian con su ayuda las tendencias interiores que mueven en
sentidos contrarios; cuando el contenido de verdad no se confunde, por el
sentido, con sus apariencias; cuando la fidelidad a la alianza con Él procede
de un proceso liberador y no de sistemas normativos; cuando su Espíritu sumerge
en las fuentes de la vida según el mismo, y a la vez pone en conexión con los
signos de los tiempos y las corrientes subterráneas del presente. Entonces,
como en el revelado de una foto, aparece por dónde transita Dios y por dónde no,
sobre todo patente en el sentido de los afectos y deseos que mueven a tomar
decisiones y son los que importan sobre todo, porque muestran sin premeditación
lo que realmente pasa, y no los pensamientos que pueden ser teóricamente
aceptables pero no reveladores de lo que sucede al interior de la persona, como
tampoco son reveladoras las razones, sino el espíritu que las motiva. Descifrar
esta génesis es tarea del modo de proceder, o de la dimensión funcional de la
teología desde la experiencia de la vida en el Espíritu.
Este "revelado" es posible con
ayuda del instrumento interpretativo de las pautas ignacianas, que aunque
escritas en el siglo XVI, gracias a su fecundidad y profundidad son objeto de la teología, y aun de la psicología[131], y
una ayuda cierta para descubrir en el siglo XXI un modo teológico de proceder
fenomenológico y existencial que
propicia a su vez otra forma de conocimiento de Dios[132].
En el análisis de casos o lugares
teológicos, las pautas requieren un fiel ajuste a los textos autobiográficos a
fin de apoyar en ellos y con ellos la radiografía revelada por su medio. La
diácrisis lleva de esta manera adelante, conjuntamente a la teología y a la
vida en el Espíritu a su centro, como así también a concretar la tarea actual
del cristiano en un mundo particularmente confundido. Afirmamos esto, además,
en razón de que la contribución de este modo de proceder ayuda a obtener una
precisión y eficiencia intelectual en un dominio donde la fluidez del término
“espiritual” y "espiritualidad" puede caer en vaguedades o
subjetividades. Su orientación, en cambio, es concreta, práctica y objetiva,
netamente teológica y funcional, o en orden a tomar decisiones para encaminar
la vida.
De esta manera, ayuda a descubrir tanto
las patentes como las ocultas o no explícitas vivencias interiores de los
lugares teológicos, quienes no disciernen siempre acertadamente. Esto quiere
decir que dichos "lugares" no son elegidos en nuestros ensayos por
ser "perfectos", sino por ser personas de condición humana y pecadora
que a través de una rica, y por consiguiente, conflictiva vida interior, nos
enseñan qué es la vida según el Espíritu y la importancia del discernimiento
para este empeño.
Por su parte, el instrumento cumple el
rol fundamental de estimular y enriquecer el diálogo ecuménico, intercultural e
interreligioso, al integrar experiencias
humanas en búsqueda de la verdad e impedir al mismo tiempo que se eternice la
misma, por cuanto discernir implica finalmente tomar decisiones. No procura por
esto un mero conocimiento intelectual, ni sólo un hablar de la Luz, sino ayudar
a verla y seguirla.
Asimismo brinda un conocimiento
objetivo, como ocurre por ejemplo, al ver esta página que leo, en la que
diferencio el blanco del papel y el negro de la tinta, y mañana no será al
revés porque subjetivamente se me ocurra que la página es negra y la letra
blanca. A esto se suele argumentar que las cosas no son tan así, sino que son
grises. Ahora bien, el gris es la resultante de la "confusión" de
blanco y negro, y suponemos que el lector prefiere no vivir confundido.
En cuanto al rol de la razón,
ciertamente interviene, pero iluminada por la gracia, como potencia activa del
hombre. Ella capacita para identificar
los engaños de lo sensible como de lo imaginario. Era por ello, la facultad
situada globalmente por los contemporáneos de Ignacio como intermediario entre
imaginación e intelecto.
De lo dicho hasta aquí concluimos, que
la clave diacrítica y el instrumento radiográfico de este modo teológico de
interpretación diferencial vivido, nos hace pasar de lo ya conocido en cierta
manera, a un conocimiento más profundo, a un cambio radical de enfoque que
ayuda a descubrir el revés de la trama de lo vivido[133], a
tener un punto de vista de las cosas desde Dios y no sólo sobre Él gracias al
don y ejercicio de la sabiduría en el
Espíritu, que al iluminar el alma la levanta por encima de la razón natural y
ve lo que antes no apreciaba. En él la oposición o diferenciación de las cosas es
de un orden más de la vida según el Espíritu que según la moral, porque se
trata de discernir, más allá de lo positivo y negativo, entre dos cosas buenas
en sí, donde sin embargo una es mejor en concreto, y esa es de Dios.
Asimismo, la clave y el instrumento
ayudan a conocer que son tres los protagonistas del mundo interior, porque no
todos los pensamientos positivos o negativos salen sólo de nuestro querer y
libertad, sino que hay otros dos que vienen de fuera. Luego, si no salen de
nosotros, ni vienen de Dios, porque no es de Él lo negativo, son de un tercero
que se presenta como "padre de la mentira" (Jn 8,44) y “enemigo de la
naturaleza humana", como gusta llamarlo Ignacio. De la misma manera, si no
salen de nosotros, ni vienen de nuestro enemigo, porque no es de éste lo positivo,
luego son de quien se presenta como Camino, Verdad y Vida, y "se manifestó
para deshacer sus obras" (1 Jn 3,8).
El conocimiento de lo que es de Dios en
este modo de proceder se logra, por tanto, por contraste o por aplicar el
criterio evangélico irrebatible de discernir por “los frutos”, porque el
adversario puede comenzar por presentarse bajo apariencia de bien pero al final
siempre se delata. En cuanto a la continuidad de la presencia de los tres
protagonistas a lo largo de la vida, no quiere decir que sea imposible la paz
interior, sino que esta se logra precisamente en la medida que se los
diferencia y se decide en consecuencia. Se la pierde en cambio, cuando esto no
se efectúa, y entonces se cae en confusión.
El proceso por el cual el modo de
proceder conoce a Dios va entonces, de la realidad del mundo a la realidad de
Dios. Un ejemplo lo tenemos, una vez más, en el comienzo del "Principio y
Fundamento" (EE 23), en el que Ignacio constata un hecho: "El hombre
es creado", frase que hace referencia a un Creador sin nombrarlo, y sin
embargo, manifestado como una tácita Presencia
hacedora, no como un concepto. No se habla directamente de Él, pero ayuda a
comenzar a conocerlo la relación implícita criatura-Creador, forma peculiar de
conocer en este modo de proceder. Este conocimiento involucra, por tanto, la
relación existencial con Él, y entraña a su vez, una purificación interior y
atención para captarla. Esto hace por su parte, "incómodo" al
discernimiento, en el sentido de buscar y hallarlo donde sea que esté, lo que revela
a la relación con Dios como un "ir a Él", conciente y libre, y no que
Él venga a nuestros pareceres. Ello indica al mismo tiempo, que su presencia
hacedora está siempre en relación con el hombre, porque ES Amor y este es comunicación.
Por tanto, para conocerlo de manera existencial importa más captar estas
relaciones sostenidas por el amor mutuo, que tener una idea sobre El; importa
más la experiencia de las mismas en lo que pasa por el alma, que no un
concepto. Es por esta experiencia, que la relación con El pasa a ser vida y la
teología otro tanto, no sólo una serie de contenidos determinados. Por ello concluimos
una vez más, que sin pensarlo en sí mismo, conocemos a Dios en la
diferenciación de lo que pasa por el mundo interior.
Privilegiar la relación sobre la idea no
impide un auténtico conocimiento, sino que, como quedó dicho, es otro modo de
conocer, que implica otro modo de hacer teología. Dice Höffding al respecto:
"Nuestro conocimiento se parece a un compás: deben haber dos brazos que se
posan en dos puntos: la relación que hay entre ellos constituye para nosotros
el conocimiento"[134].
Esto es lo que hace posible al mismo tiempo el discernimiento de ambos puntos y
una toma de decisión frente a la alternativa, porque se trata de un modo y de
un conocimiento finalmente "práctico" o en orden a la acción.
El ámbito, por tanto, en el que se mueve el
discernimiento como clave del modo de proceder, es el de las mociones
interiores que inducen a tomar decisiones en sentidos contrarios. Por eso la
importancia de la clave. Esta se mueve en un ámbito práctico, porque la
verdadera naturaleza de la misma no consiste en producir ideas, sino en
diferenciar lo que pasa por el mundo interior, hasta desenmascarar lo aparente.
En este sentido, la función de la inteligencia en la clave es "administrar
armoniosamente todo lo que contribuye a alcanzar nuestro fin"[135], o
sea, ordenar, desfasar, diferenciar o discernir las cosas por su sentido o
adónde conducen: si al fin para el que somos creados o no. Es lo que Evagrio
Póntico llama "conocimiento verdadero", mientras el
"conocimiento falso" nos desvía de dicho fin hacia una vida sin
sentido[136].
Esta diácrisis no es, por tanto, de
orden ético o moral para catalogar simplemente lo bueno y lo malo, sino para ir
más allá de la Ley en seguimiento de Dios vivo, tal como en su respuesta Jesús mostró
al hombre rico, celoso cumplidor de la misma: "Sin embargo todavía te
falta algo" (Lc 18,22), porque se trata de seguir de cerca las huellas de
Alguien vivo, presente y actuante, a quien hay que discernir en la batahola de
la vida para seguirlo, y no simplemente cumplir una letra escrita.
Pensar en Dios, por tanto, no garantiza
que uno lo conozca y lo siga. Por esto Pablo exhorta a los filipenses a
tener:"los mismos sentimientos que tuvo Cristo" (Fil 2,5), lo cual
implica una intimidad e identificación, fruto de "estar con Él" (Mc
3,14), mucho mayor que la que supone simplemente tener los mismos pensamientos
mediante un conocimiento intelectual, como sería el que puede tener un
discípulo de Platón de sus ideas y ser por esto un buen discípulo suyo, pero
sin conocer por ello interiormente su persona. Aquí en cambio, se trata
precisamente de aquello a lo que, en otras palabras, invita Ignacio de Loyola
al hacernos pedir: "conocimiento interno del Señor… para que más lo ame y
lo siga" (EE 104), o sea, un conocimiento que transforma y profundiza las
motivaciones del corazón en orden a un seguimiento efectivo, y no una
especulación intelectual en orden a un saber más. O como dice el mismo Ignacio,
es un "conocimiento para que internamente sintamos" (EE 322,3), es
decir, vivamos, experimentemos, advirtamos y diferenciemos desde esa
interioridad cognitiva, lo que es de Dios y lo que no, a fin de tomar las
decisiones que nos encaminen en su seguimiento.
Este conocimiento, al decir también de
Ignacio, es de "muchas inteligencias sintiendo notables, sabrosas y muy
espirituales"[137]. Es
decir, que se trata de una manera de conocer mediante el saboreo y la vivencia
interior y no mediante una mera asimilación intelectual.
En el mismo sentido, una cosa es tener
una idea de Dios o pensar en Él y otra es tener,"conocimiento de los
engaños del enemigo y conocimiento de la vida verdadera que nos muestra
Jesús" (EE 139), es decir, un conocimiento por experiencia diacrítica de
su presencia y acción en medio de la lucha interior que concierne a la vida
según el Espíritu. En esta diferenciación radica la vigilancia a la que nos
exhorta Jesús y la madurez a la que nos invita Pablo. Más aun, es este
conocimiento, ligado íntimamente a la experiencia de discernir, el que autoriza
a roturar otro modo de proceder en teología.
La manifestación de Dios en este, se
realiza sin que se hable explícitamente de Él. Es una especie de silencio donde
actúa el "sentido interior", que discierne las señales de su
presencia y acción, y que tiene más que ver con la percepción de estas, que con
la elaboración de un discurso. Inquiere al respecto con sabiduría Antonio abad
(siglo IV): "¿De qué modo se manifiesta la realidad, y en concreto el
conocimiento de Dios, por razonamientos o por un acto de fe? ¿Y qué es más
antiguo, la fe operante o la demostración por los razonamientos?".
Conocer a Dios en este modo de proceder,
por tanto, es experimentarlo en todo lo que ayuda a ajustar la relación con la
vida auténtica que nos muestra, más que pretender localizarlo, o encerrarlo en
conceptos. Tal como lo conoció María al afirmar: "El Señor hizo en mí
maravillas". O sea, que lo conoció por el modo de obrar y por lo hecho, no
por conceptos o discursos. Esto quiere decir que la experiencia de la acción
propia y única de su hacer en ella, le hizo conocer quién era el que actuaba y
cómo era su modo de obrar. Este es el motivo por el que decimos que conocer a
Dios es diferenciarlo en su obrar, y también el motivo por el que hablamos de
un proceder teológico capaz de detectar su manera de actuar. El es el Creador,
nosotros la criatura. En una palabra, "hacer la diferencia" es
conocerlo y marcar una aproximación a Él, no un abismo.
Conocer, en este modo de proceder, se distingue
evidentemente de un modo especulativo, porque se trata de saber cómo y cuándo
actuar en circunstancias diversas, y no pasar de un "yo no se nada" a
un "ahora sé", porque abre a permanentes descubrimientos. Por ello también
podemos decir que no existe el "especialista" en discernimiento, en
el sentido de que en cada ocasión hay que estar abiertos y atentos para seguir conociendo y descubriendo la
acción de Dios vivo.
2. UN CONOCIMIENTO VERDADERO
"Nadie jamás ha visto ni ha
conocido a Dios", sin embargo, "él ha querido manifestarse a sí
mismo"[138].
Esto quiere decir que se ha dado a conocer de modo fenomenológico, no sólo como
Dios encarnado, sino también en todo aquello que nos ayuda a seguirlo en el
acontecer ordinario de la vida. O sea que el conocimiento que de Él podemos
tener es a través de dichos vestigios que permiten identificar su accionar como
una relación que sólo la libertad interior puede mantener. Esta presencia y acción
es algo vivido pero no poseído. Su conocimiento se sitúa, por tanto, en un
misterio entre dos, es decir, entre un doble abismo, el del Creador y el de la
criatura.
¿De qué manera se lo distingue y
diferencia en estas manifestaciones? De modo objetivo, por contraste con lo que
desayuda o perjudica en su seguimiento; por los efectos positivos en la vida
concreta; y por el sentido o si somos conducidos más cerca de Él o no. Esto
marca ciertamente la diferencia entre una doctrina y el modo de proceder, en el
sentido que son dos tipos de relación con la realidad: el primero, es conceptual,
el segundo, es práctico o experiencial. Esto no quiere decir que el pensamiento
quede excluido, pero ciertamente involucrado de otra forma en la clave y el
instrumento.
Un ejemplo de relación conceptual con la
realidad lo tenemos en la cristología dogmática de los últimos siglos. Esta insistía,
dentro de una teología especulativa, sobre el ser de Cristo, por pensar que
sólo la recepción de la fe de la Iglesia en su integridad objetiva podía
conducir a la salvación[139]. Mientras
que la cristología en una teología positiva, con sentido práctico, mueve los
afectos para que "nos hagamos mejores" como dice san Buenaventura, y no
cesa de insistir sobre todo en la misión de Cristo, al identificar al máximo su
obrar en el creyente, que no se puede descubrir sino "dejándose
transformar en su imagen… conforme a la acción del Señor, que es Espíritu"
(2 Cor 3,18). Esa misma acción experiencial y transformante que María percibió
en sí misma al decir: "El Señor hizo en mí maravillas", es decir, que
no otro sino Él pudo ser el que obró en ella. Es así cómo dicha teología
positiva conduce a otro modo de proceder y de conocer, no ciertamente conforme
al sólo esfuerzo intelectual, sino a la captación de las manifestaciones objetivas
del obrar divino en el cambio de vida.
Ello quiere decir que en este modo de
proceder el conocimiento se desplaza de la experiencia de la vida según el
Espíritu a la teología, haciendo a esta más real y vivida, y a la vivencia más
teológica. Es el caso entonces de decir que la experiencia llega a ser una
"fuente cognoscitiva" para otra experiencia: la de otro conocimiento
de Dios por medio de una de las más antiguas experiencias cristianas y uno de
los dones del espíritu de Cristo, el discernimiento[140]. Está
claro que no por esto relatamos teología antigua, sino, que con valores ciertos
e indiscutibles, hacemos teología para el hombre y el mundo de hoy. Como se
construye un edificio ultramoderno sobre los consabidos cimientos de siempre.
Por medio de este modo de conocer, sin
pensar explícitamente en Él, lo captamos en su forma de obrar, porque no viene
al pensamiento sino al inscribirse en el devenir cotidiano. Nada de inmediatez,
por tanto, entre el hombre y Dios, sino por medio de sus huellas.
Sobre esta detección y sus mediaciones,
damos un ejemplo en lo acontecido a Ignacio de Loyola en su peregrinación a
Jerusalén, durante su proceso de conversión. Fue allí que Dios actuó por
mediación de un Padre Provincial franciscano, responsable de los peregrinos en
Palestina, al decirle que no podía permanecer más allí. Fue así que tomó
conciencia, de ahí en adelante, que se trataba de discernir lo que Él proponía
indirectamente y no seguir haciendo propósitos de cosas buenas en abstracto,
pero que no respondían a su plan salvífico. Fue Dios de esta manera
efectivamente hallado, pero no localizado en dicha mediación, y conoció experimentalmente
por dónde encaminarse en la vida[141]. Esta
experiencia de Ignacio es posible vivirla hoy mediante el ejercicio del don de
la sabiduría o saboreo diferencial de lo que pasa por el alma, con la ayuda
reflexiva que proporcionan sus pautas.
Conocer entonces lo que Dios propone, es
fruto de un advertir y diferenciar lo que pasa por el alma según sea su sentido,
porque "la Vida se manifestó" (1 Jn 1,2) y se sigue manifestando en todo
lo que nos ayuda a seguirlo. Esto es, además, una muestra de que el
cristianismo es la consecuencia de un fenómeno empírico y no la manifestación
de una Idea eterna.
En efecto, la vida manifestada en Cristo
es un cuerpo en la Historia, una "carne" que reclama una
manifestación para ser conocida. Diferenciar a esta nos conduce a otro modo de
conocimiento y nos ayuda a un seguimiento en el que podemos dar razón de su
presencia y acción. Gracias a este discernimiento podemos llegar a ver las
cosas desde Él, como verdad una, única, indivisible, es decir, desde otro
ángulo diverso al exterior y ordinario de las
"verdades a creer".
A la ausencia de esta sabiduría y su ejercicio se refiere Carl Jung
al decir que: "En una ceguera verdaderamente trágica, hay teólogos que no
se dan cuenta de que no es cuestión de demostrar la existencia de la Luz, sino
de que hay ciegos que no saben que sus ojos podrían ver. Es necesario caer en la
cuenta de que para nada sirve alabar y predicar la Luz, si nadie la puede ver.
Sería necesario desarrollar en el hombre el arte de ver". Este no es otro que
la diácrisis, que más que arte es un don del Espíritu, que hay que pedir y
ejercitar. Para el hombre de nuestros días la cuestión tiene una importancia
capital, no sólo porque vive en una sociedad confundida, sino porque además
parece a veces un pez, que viviendo en el agua - pues fuera de ella no podría
subsistir ("en Él vivimos, nos movemos y somos" Hch 17,28) - no la
percibe y tiene la sensación de estarse ahogando en la playa. Es por esto que
el auténtico pueblo fiel busca hoy a quienes, con vida en el Espíritu, ayuden a
ver la Luz como parámetro en medio de la confusión y señal de la proximidad del
Hacedor, más que oír demostraciones sobre su existencia. En esta tarea no se
trata de convencer intelectualmente al otro. Si este se cierra, es inútil que
diferencie y vea qué es Luz y qué es tiniebla, pero al mismo tiempo es bueno
que al menos caiga en la cuenta que no existe el decidirse "por nada",
porque no es posible la neutralidad en medio de la lucha que implica la vida
interior.
Esta capacidad de ver o de descubrir el
revés de la trama, lo que se oculta a una mirada superficial, nos hace pasar, por
una parte, de las proposiciones de fe a la experiencia del acontecimiento
salvífico, mediante la detección de todo lo que nos ayuda en ese sentido. Y por
otra parte, nos hace pasar del relativismo, donde todo da lo mismo, a la
diferenciación de lo positivo y negativo para no caer en subjetivismos y engaños,
ni mentirnos a nosotros mismos.
En esta operación, el pensar y el saber son
secundarios, por cuanto se parte del fenómeno del obrar del Hacedor que se
manifiesta a sí mismo a partir de sí mismo, por medio de la sobreabundancia de sus
huellas. Esta forma de conocimiento, por tanto, no es construido por el teólogo
que piensa, ni se adquiere en cursos de teología que desarrollan la inteligencia,
sino fundamentalmente en experiencias que rescatan el espíritu, desprendido del
hombre actual, y lo transforman y sensibilizan para captar y saborear su acción.
El conocimiento de Dios ofrecido por el
modo de proceder es, por tanto, un gustar internamente el fruto de un
compromiso con Él. Porque "se da a conocer" por medio de una alianza,
y a su vez, el hombre "conoce a Dios" por una actitud que implica
fidelidad a la misma. Para tal conocimiento, el modo diacrítico nos ayuda a diferenciar
nuestras actitudes con relación a dicha alianza y a caer en la cuenta si hay
ilusiones de nuestra parte o si se profundiza aquélla.
Vemos así, que allí donde el trabajo
teológico no puede desarrollarse sin sumisión a las leyes de la racionalidad[142], el
modo diacrítico de proceder, sin ser normativo, pone orden de otra manera por
medio de su clave y su instrumento. Este último en particular, nos brinda la
oportunidad de contar con un material determinado y preciso, con su coherencia
propia, la que permite obtener una precisión y eficacia en un dominio donde a
veces el término "espiritual" hace correr el peligro de enturbiar las
cosas. Más aun, es un aporte a la cuestión del conocimiento de Dios, y ciertamente
un tipo particular de texto teológico desde la experiencia de la vida en el
Espíritu, como así también, un elemento determinante en la operación cognitiva
por su profundidad, aun psicológica, necesaria para el abordaje de la problemática conflictiva del hombre de
todos los tiempos, y oportuno para abrir un filón fecundo en el hacer teológico
de hoy.
3. OTRO MODO DE CONOCER
El teólogo no es
tanto ni sólo un cristiano bien formado en el conocimiento intelectual de
realidades divinas, "discens divina"; sino un creyente que vive la
experiencia de Dios, "patiens divina".
Tomás de Aquino, II-II, 45, 2
Hemos dicho que la vida manifestada en
Cristo es un cuerpo en la Historia, una "carne" que reclama una
dimensión sensorial para ser conocida. Por su parte, el hombre como
"yo-en-relación" reclama desde lo más hondo de su ser esa conexión fundamental
con su Hacedor.
Ahora bien, en el modo diacrítico de
proceder el vínculo con Él se establece por medio del reconocimiento
diferenciado de sus huellas, mostrándolas (no demostrándolas), en los efectos
positivos en la vida, o por el sentido de las mismas, en cuanto conducentes a
Él. "No hay otro itinerario", dice Ruiz de la Peña. De lo contrario,
agrega:"Su preterición… seguramente ha hecho más por el ateismo que todos
los discursos anti-teos"[143], es
decir, la ausencia del discernimiento para captar la presencia de Dios vivo.
Por el contrario, su reconocimiento diferenciado
enfatiza la hiper-realidad de Dios, la que si fuese demostrable, no sería el
Dios verdadero, sino un ídolo fabricado a imagen del hombre. O como advierte
Heidegger: "Un Dios demostrado sería un Dios no divino, puesto que el
hombre, al demostrarlo, dispondría de Él con su razón"[144]. Tentación
teológica fundamental: la pretensión de que Él venga a nosotros, en lugar de ir
nosotros a Él.
Volvamos al ejemplo del capítulo segundo
de la primera parte para ver qué es, cómo actúa, y cómo conoce el modo diacrítico
de proceder. Supongamos que "Z" vive con "X" y cada vez que
este llega a la casa "Z" se percata de su presencia, sin dudar ni
poder dudar, por el sólo hecho de oír cómo se abrió y se cerró la puerta y el
taconeo al caminar, es decir, sin ver la persona, ni oír su voz, pero
diferenciándolo por dichas señales propias de "X" y no de otro.
Si por conocer entendemos un mostrar por
el ejercicio de las facultades intelectuales las relaciones de las cosas,
podemos afirmar que "Z" conoce a "X" al relacionar sus
señales con la persona, sin pensar en ella. Percibe los signos a la espera de
ver la persona.
De la misma manera, en nuestra relación
con Dios podemos conocerlo sin pensar en Él, al descubrirlo en lo que nos ayuda
en su seguimiento, con lo que nos envuelve en cierto modo y nos proporciona un
conocimiento oscuro pero concreto de su Presencia.
Ciertos autores, como Jean Mouroux,
sensibles a un modelo de conocimiento inspirado en la filosofía personalista,
insistieron en el hecho de que en realidad existe una única credibilidad, fruto
conjunto de la dinámica del sujeto (bajo la influencia imperceptible de la
gracia) y de los signos externos. Todo esto asienta al sujeto en un adecuado
clima interior y prepara a la razón iluminada por la gracia, para la percepción
y diferenciación de los signos. A este ejercicio diacrítico es al que
finalmente nos referimos como otro modo de conocimiento de Dios, que ayuda no
sólo a madurar como personas, sino a dilatar la vida de fe en una percepción, a
veces espontánea y generalmente reflexiva, de su presencia y acción en la vida
ordinaria.
Ahora bien, en el ejemplo dado, ¿conocer
significa captar la naturaleza de la persona "X" en sí misma cada vez
que "Z" oye que llegó? No. Significa captar las manifestaciones o
signos que la relacionan e identifican con ella, en una especie de identikit
que lo da ciertamente la familiaridad con la misma. Este es, por tanto, un
conocimiento mediado y limitado, pero cierto, en el sentido que comporta no
sólo el juicio de la razón acerca de la existencia de "X", sino
también algo acerca de su forma de actuar. Este es, por tanto, un modo de
conocer, sin ser por esto pensada la persona en sí misma, sino simplemente detectada
a través de señales que la identifican.
Este modo fenomenológico es el enseñado
por Jesús al responder a los discípulos de Juan el Bautista, enviados para
averiguar si era él quien debía venir o si debían esperar a otro: "Vayan y
cuenten a Juan lo que oyen y ven" (Mt 11,4). O sea que se identificó
mediante la manifestación de hechos concretos, no por medio de definiciones, conceptos
o ideas. Lo mismo manifiesta el apóstol Juan en su primera carta: "Lo que
hemos visto y oído os lo anunciamos" (1 Jn 1,3), es decir, un conocimiento
por experiencia personal que revela, en relación con los hechos, quién es el
anunciado. De la misma manera el mismo Juan cuando dice, sin dudar, "es el
Señor" el que está en la orilla del lago, al ver la señal de la red con inesperados
ciento cincuenta y tres peces después de una noche sin pescar nada (Jn 21). Y
nuevamente Jesús, al manifestarnos que "cuanto hicieron a uno de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron" (Mt 25,40). O sea, que se
da a conocer en la identificación concreta con ellos, no con una idea a ser
pensada[145].
Es de este Dios indemostrable por
hiper-real de quien dan razón, entre tantos otros, los beatos Charles de
Foucauld, y John Henry Newman, como así también, Pieter van der Meer de Walcheren,
el beato Pierre Favre, el rey David e Ignacio de Loyola. Estos testimonios de
fe, como dice Berdiaev, "no prueban nada, pero muestran la existencia de
un mundo superior, divino, que permite descubrir a Dios"[146], esto
es, mediante un modo de conocer fenomenológico, donde sobran
"pruebas" de su presencia amorosa. Veamos algunos ejemplos.
Foucauld nos narra la experiencia de su
descubrimiento: "yo admiraba y quería la virtud, pero no os conocía… ¿Por
qué descubrimientos, Dios de bondad, os hicisteis conocer de mí? ¡De qué rodeos
os servisteis! ¡De qué suaves y fuertes medios exteriores! ¡Por qué serie de
circunstancias maravillosas, en que todo se juntó para empujarme hacia vos… ¡Y
qué gracias interiores!... Todo esto, Dios mío, era obra vuestra, obra
exclusivamente vuestra"
El modo de conocer a Dios fue por descubrimientos
de circunstancias exteriores y gracias interiores reveladoras de su modo de
obrar y no por pensar en Él en sí mismo. A esto agregó la diferenciación que
realizó entre su propia realidad personal y la belleza del alma de su prima
María de Bondy, y cómo Dios se dio a conocer por su medio, quien a pesar de no
haberle dicho nunca nada durante su proceso de conversión influyó en el mismo[147]:
"Vos me habíais atraído a la virtud, por la belleza de un alma, cuya
virtud me había parecido tan bella que arrebató irrevocablemente mi corazón…
Vos me atrajisteis a la verdad por la belleza de esta misma alma". Atraído,
en una palabra, por la obra de Dios en ella.
La experiencia de Newman, por su parte,
fue la siguiente: "Cuando era un muchacho de quince años y vivía una vida
de pecado, con la conciencia muy negra y el espíritu muy profano, Él
misericordiosamente tocó mi corazón, y, con innumerables pecados, aun no lo he
olvidado a Él más desde aquella época, ni Él a mí… El instrumento humano de
este comienzo de fe divina en mí fue el excelente varón, muerto tiempo ha,
reverendo Walter Mayers, de Pembroke College, Oxford; pero mayor que el efecto
de sus conversaciones y sermones fue el de los libros que puso en mis
manos". Descubre Newman la obra de Dios y cree en Él por un toque de su
amor misericordioso, que se manifestó a través de un "instrumento
humano"[148].
Otro testimonio es el de Pieter van der
Meer de Walcheren."¿Qué es Dios en realidad para mí? Una palabra, una
palabra vacía, un sonido fofo que no contiene la más mínima realidad". Lo
que ocurría es que al no haber entrado aun en sí mismo no había percibido que
todas las cosas que en su vida ordinaria hasta ese momento lo habían ayudado y
hecho bien, a veces a pesar suyo, eran huellas de su presencia y acción. Su
pregunta, sin embargo, lo movió a discernir esa presencia en sus anhelos, su
nostalgia, sus preguntas y su búsqueda. Fue cuando se detuvo y reflexionó:
"Pero vamos a ver: ¿Quién, desde dónde se infunden en nosotros los anhelos
por lo más excelso, esa nostalgia infinita?... ¿Quién o qué ha puesto en
nuestro espíritu esas eternas preguntas y el acuciante afán de hallar una
contestación?... ¿De dónde la incesante búsqueda espiritual de una solución que
nos de la paz?". En efecto, ¿quién puede infundir esos anhelos y
nostalgia, esas eternas preguntas, ese deseo de paz interior, sino sólo Él?
La respuesta a estos interrogantes se
hallaba en el efecto y el sentido de las cosas obradas en él o adónde lo conducían,
no en cambio preguntando por el origen o de dónde venían. Así pudo descubrir
que quien lo movilizaba interiormente, estaba implícito y claro en los anhelos
que lo movían hacia lo más excelso, hacia esa nostalgia de lo infinito, a las
eternas preguntas, a esa búsqueda incesante de la paz interior, y mediante
estas experiencias, sin pensar en Él, ni nombrarlo, se perfilaba sin embargo en
su interior[149].
A continuación traemos a colación un
ejemplo que nos da el beato Pierre Favre en su Memorial (302), donde sin
nombrar a Dios, da a conocer su obrar indirectamente. Se refiere a personas que
"por santos que sean", si los indujeres a examinarse, "en algún
grado de vida y conducta más perfecta, dentro de su estado si es mutable, o en
otro estado más perfecto", es entonces que, "fácilmente se echarán de
ver el uno y el otro espíritu, es a saber: el que da fortaleza y el que
debilita, el que ilumina y el que ofusca, el que justifica y el que mancha, es
decir, el bueno y el contrario del bueno", donde "el buen
espíritu", referible a Dios, se manifiesta en los dones de
"fortaleza", "luz" y "justificación", y más
claramente aun, por contraste con la debilidad, el ofuscamiento y la culpa,
referibles al "contrario del bueno"[150].
Añadimos brevemente la experiencia del santo
rey David (2 Sam 11 y 12), quien encontró a Dios en su pecado, al reconocer que
lo había ofendido: "He pecado contra Dios" (2 Sam 12,13), al mismo
tiempo que conoció incluso su verdad de hombre hasta ese momento ignorada para
él mismo.
Así también Ignacio de Loyola da razón de
Dios de una manera peculiar al comienzo del "Principio y fundamento",
no con una especulación, sino con una afirmación de fe: "El hombre es
creado…". No dice por quién, nada de un razonamiento sobre Dios, de la que
se concluyese su existencia, sino dar razón de la misma en un hecho concreto,
porque al decir "es creado" está afirmando tácitamente que es
"por Alguien". Es decir, que la verdadera naturaleza de la
inteligencia en teología y el verdadero conocer, reside en el saboreo interior
de su contenido, no en un saber meramente conceptual, de acuerdo a lo también
dicho por Ignacio: "No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el
sentir y gustar de las cosas internamente".
Esto es, en otras palabras, lo que
recuerda el Padre Nadal haber entendido de boca de Ignacio: "Jerónimo
Nadal, ahora que tu eres nuestro maestro en teología, sería bueno que te
retirases para meditar la teología, comprenderla y gustarla de manera práctica,
con el corazón"[151]. No
fue la invitación de Ignacio a repasar teóricamente un tratado, sino a paladear
y tomar conciencia de su vivencia de la teología, a fin de "comprenderla y
gustarla de manera práctica, con el corazón", para que su vida de fe
arraigara y fundara sólidamente en lo más profundo de sí, y no sólo en su
cabeza como un conocimiento más.
Esto quiere decir que ambos entendían que
había otro modo de conocer que el especulativo, conectado directamente con la experiencia
de la vida en el Espíritu, o con la vivencia de la experiencia de Dios, como
dice Tomás de Aquino, y también con las crisis de crecimiento que naturalmente
se dan en el desarrollo de la vida de fe, causadas a veces porque, como alerta
Rahner, "La vida religiosa y la teología no forman una unidad realmente
viva"[152],
integración que Ignacio en cambio procuraba en Nadal.
No basta sin embargo para conocer lo que
pasa al interior de la vida en el Espíritu, con entrar en uno mismo y
percatarse de las mociones o inclinaciones interiores de nuestro ánimo, sino diferenciarlas,
y para esto viene en ayuda el instrumento interpretativo brindado por Ignacio.
El nos ofrece una instancia de orden bajo otra forma que la de una norma, y
muestra la coherencia y la unidad de lo creado, obra de una inteligencia creadora.
Más aun, permite a través de su fraccionamiento y su ajuste a cada situación
particular, un conocimiento de nuestro obrar, del de Dios y de nuestro
adversario, limitado y jamás acabado, pero a la vez auténtico y real, por
contraste, por el sentido y por los efectos en la vida.
Sólo Dios se conoce a sí mismo. Nosotros en cambio trabajosamente,
con la ayuda de medios como el instrumento dicho. Para la búsqueda y hallazgo
de la disposición de nuestra vida en su seguimiento la diácrisis reorienta al
hombre hacia su historicidad conflictiva, hacia el momento mismo que permite
captarlo en algún signo o señal que lo identifica en contraposición a lo que
aleja o separa de Él. Esto no sólo nos hace estar atentos al curso del tiempo,
sino que permite conocerlo como interviniendo en el momento presente, donde
sólo está por ser infinitamente real, unido a todo lo que nos ayuda a
descubrirlo, no en lo que confunde o lo oculta.
Ahora bien, dado que el conocimiento de
Dios por medio de este modo de proceder comienza en la experiencia de las
mociones interiores, no de una idea de Dios, acuerda un lugar importante a su
clave y hace que su instrumento se pueda aplicar según esta experiencia se dé,
de lo contrario las pautas interpretativas no se entienden, porque son expresión
de la vida misma. Se entienden, en cambio, cuando dejamos que toquen el corazón
y este se siente aludido en algo que le pasó o le está pasando, no cuando
pretendemos intelectualmente saber más.
De acuerdo a lo dicho hasta aquí,
conocer por medio de este modo de proceder consiste en advertir la relación que
se establece entre las mociones y en detectar, descubrir e interpretar lo que
pasa más allá del nivel psicológico o del mero relato. Es así cómo su
instrumento funda un modo teológico "radiográfico".
La clave diacrítica sitúa de esta manera
al trabajo intelectual como medio y no como fin. Esto quiere decir que todo
conocimiento de Dios en sus huellas, cualquiera sea el camino, no se puede
realizar sin ayuda de la clave, que las
identifica y marca al mismo tiempo el modo teológico de proceder con sello
propio. Más aun, es así cómo la clave encuentra su lugar como objeto de la teología
y como otra manera de conocer. Es verdad que es una manera, no la única, pero
válida en todo conocimiento. De lo contrario no diría la Escritura: "Sólo
así supieron los hombres lo que a ti te agrada" (Sab 9, 18). ¿Cómo?
mediante el ejercicio de la sabiduría de la vida en el Espíritu: el discernimiento.
¿Quiénes? todos los hombres, cada uno en la medida que se disponga en su
interior a ejercer este don con la ayuda de la gracia.
4. DIOS EMERGE Y SE INTEGRA EN LA VIDA
Al hablar de Dios hablamos del Totalmente-Otro,
del protagonista principal en nuestra vida, de quien todo depende, como el
sarmiento depende de la vid, no hablamos, por tanto, de una idea, sino de quien
se manifestó a los hombres a través de la historia de Israel, y más tarde en su
Hijo que lo llamó Padre y lo reveló como Amor, es decir, como comunicación con
el hombre hasta la muerte, para darnos la Vida que es Él mismo.
Ahora bien ¿por medio de qué lo
detectamos en la vida ordinaria? Por medio de la conciencia que, como dice
Newman, es "el principio que conecta a la criatura y el Creador"[153],
más aun, es "la voz de Dios en la naturaleza y el corazón del hombre, en
cuanto distinta de la voz de la revelación"[154],
que actúa como parámetro para discernir, puesto que "contiene en germen
toda la ciencia del bien y del mal, que el hombre puede comprender en este
mundo"[155].
La conciencia es entonces el órgano de sentido, que al igual que el instrumento
del modo de proceder, nos guía a la libertad y a la responsabilidad, en la
medida que nos descubre las posibilidades y los valores, más aun, la acción de
Dios vivo que interviene en la historia humana y mantiene un diálogo
existencial con el hombre. Para ello aplica las facultades intelectuales a la
diversificación, sobre todo, de los deseos y los afectos, porque son los que
permiten efectuarlo sin engaños. Es así cómo Dios emerge en los que ayudan a ir
a Él en una especie de manifestación dinámica y en contrapunto clarificador con
los contrarios. Las facultades cognitivas son aplicadas entonces a los
movimientos positivos, aun el más "profano" y más absorbente que
pueda movilizarnos hacia El, con todas las fuerzas y aun el pensamiento.
Conocerlo, por tanto, es un saber acerca de Dios sostenido por el amor mutuo,
por el reconocimiento de sus beneficios y por una actitud que implica fidelidad
a su alianza, no sólo un saber teórico.
De manera semejante al ejemplo dado sobre
la experiencia de los personajes "X" y "Z", el conocimiento
de Dios por medio del discernimiento de las mociones internas, es reducido y
limitado, pero cierto. Y las afirmaciones de la presencia de dichas mociones,
tienen más de apropiación y adhesión de fe que de pensamiento teológico.
El proceso, por tanto, por el que
descubre a Dios quien discierne, va de la realidad a la idea de Dios, no de la
adecuación de la intelección de Dios a la realidad. En otras palabras, va de la
experiencia de sus beneficios que nos mueven a amarlo, a la idea que con el
pensamiento, fundado en la experiencia, nos hacemos de El. Por esto, el modo de
proceder se inscribe dentro de una teología vivida, fenomenológica o existencial,
que damos en llamar teología desde la experiencia de la vida en el Espíritu.
Desde esta, se entiende por qué Ignacio comienza
los Ejercicios con una afirmación de fe a partir de una experiencia ("El
hombre es creado") donde la presencia de Dios está expresada
implícitamente en lo que dan en llamar los exegetas un "pasivo teológico".
Por otro lado, la toma de conciencia de que "es" creado y no que
"fue", nos ayuda a entender
por qué "buscar y hallar a Dios en todas las cosas" exige discernirlo
en lo que nos pasa o experimentamos aquí y ahora. Como así también, se entiende
por qué Ignacio insiste más en el hacer de Dios que en su ser, más en el
conocimiento de su querer y obrar, que en su esencia.
Sintetizando
digamos, que el punto de partida del modo de proceder es entrar en el presente
de uno mismo. Allí detectar lo que pasa por el alma. Esto requiere una actitud
lúcida, atenta y vigilante, contraria a una sólo intelectualmente curiosa, o no
comprometida, puesto que se comienza a seguirlo efectivamente si existe un
deseo de compromiso con Él, no una simple curiosidad o inquietud intelectual. En
un segundo paso, es diferenciar el sentido de los deseos y afectos que nos
acercan o alejan de Él, mediante el "sentido interior" ignaciano, o
"gusto exacto de las cosas que se disciernen", según Diadoco de
Fótice[156],
o por una suerte de "paladar", cuyo parámetro es el espíritu de
Cristo y su Evangelio. Para finalmente tomar decisiones. De no efectivizar
estas, quedaríamos a mitad de camino del Evangelio, que es Palabra de Vida o para
ser realizada, y a mitad del modo de proceder.
En este saboreo interior, la dialéctica
ocupa un lugar importante, porque nos ayuda a descubrir el obrar de Dios a
través de la alternancia existencial de consolación-desolación, señal, por otra
parte, de una auténtica vida interior. Esta no es la lógica de una moral de
principios deductiva (necesaria y presupuesta), sino la lógica del conocimiento
existencial concreto y objetivo que nos ofrece el modo de proceder. Este pone,
por un lado, a la teología desde la experiencia de la vida en el Espíritu en
relación con la fenomenología de la fe. Y por otro lado, da como resultado un
tipo de literatura que es expresión de la conciencia refleja de una vivencia y va
por delante de la reflexión teológica.
El modo de proceder procura así una
integración de la manifestación de Dios vivo en el ser humano, y no una
disolución de la teología para ponerla al alcance del común de la gente devota,
como tampoco vulgarizar la fe de la Iglesia y la palabra de Dios. No propicia
por esto, sin embargo, una elite, porque todo ser humano es capaz de captar, en
su medida, el obrar de Dios, "porque lo invisible de Dios, desde la
creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras"
(Rm 1,20), como captó "X", en el ejemplo dado, la presencia "invisible"
de "Z".
Para formar esta capacidad de detectar,
ayuda ciertamente tener, por un lado, un Pueblo de Dios con capacidad de silencio
para ponerse a la escucha. ¿Cómo sino se podrán oír sus "vocaciones"?
Y por otro lado, capaz de diferenciar lo que pasa por su alma para tomar las
decisiones que lo encaminen en seguimiento de Dios vivo y no de un Dios ausente.
Para esta tarea, el modo diacrítico de
proceder está suficientemente equipado por medio de su instrumento, porque ayuda
a interpretar y explicar dichas manifestaciones, de Dios o no, "que de
todo tienen los que tienen oración", como dice Teresa de Jesús, o sea, gracias
y tentaciones. Esta experiencia contrapuesta permite captar la lógica del
conocimiento existencial y dialéctico concreto. Es por esto que el modo diacrítico
de proceder es una fuente teológica manante en el sentido de una realización no
deducible adecuadamente de los principios abstractos de la teología, sino que
tiene que decir a ésta, desde la experiencia de la vida en el Espíritu en cada
caso, algo que de otra manera no puede descubrir.
En este sentido, nuestros ensayos enfocados
desde la experiencia, hacen variar la posición de la teología, porque disipan
las apariencias de lo obvio y trivial, de cosas corrientes y repetidas hasta el
fastidio, y plantean cuestiones que remueven el fondo de cosas supuestas y
fundamentales pero no encaradas, como es presentar sin tapujos, el claro y
simple concepto de la vida según el Espíritu como camino hacia Dios con gracias
y dificultades, y todas las consecuencias teológico-pastorales que se siguen de
esta toma de conciencia para el crecimiento y madurez del pueblo fiel.
Finalmente, gracias al conocimiento de
aquello por lo que debemos optar y no es posible deducir de normas universales
- principalmente cuando se trata del querer de Dios - es que vemos la
importancia del modo de proceder, no sólo con este fin, sino también como una
manera de experimentar la integración de Dios en la vida a través de la
captación de su obrar, y como incentivo para un modo teológico capaz de llegar
al hombre de hoy, al enfrentarlo con las disyuntivas de la vida y ayudarlo,
no-directivamente, mediante el discernimiento, a clarificarlas para tomar
decisiones, sin perdernos en laberintos interminables de argumentaciones
abstractas, o sólo dando directivas y consejos, sin ayudarlo a deliberar y
discernir para hacerse cargo de sus decisiones, por medio de las que crece como
persona humana y en la fe como opción por Cristo.
5. EL MODO DE PROCEDER EN ACCIÓN.
Para ser consecuentes con el modo de
proceder, presentamos dos casos, entre tantos de los tratados en nuestros
ensayos, para mostrarlo en acción. En
ellos podremos comprobar cómo se dan a conocer Dios y nuestro adversario por
medio de huellas o señales que los identifican, como así también la persona
humana en sus tendencias positivas y negativas.
La diferencia de siglos, XVI y XX, en
que transcurre cada uno de ellos, ayuda a comprender cómo la problemática del
ser humano y del mundo sustancialmente no varía. Da la casualidad que ambos giran
en torno a deliberaciones sobre estados de vida, con algún matiz diferente. Esto
no quiere decir, como ya mostramos, que sea la única circunstancia existencial en
la que sea aplicable el presente modo de proceder.
Por último, advertimos al lector que se
aboque a considerar los siguientes casos, que según sea la propia experiencia
personal, puede tal vez descubrir aun más matices a ser considerados o
discernidos que los expuestos, tal es en fin, la riqueza de esa vida en el
Espíritu que no pretendemos haber agotado.
PRIMER CASO.
Jerónimo
Nadal S.J. (1507-1552), MHSI, Crónica, Epistolae P. Hieronymi Nadal, 1, 1-3,
Madrid, 1898-1902.
Breve reseña histórica.
Nació en Mallorca y fue ordenado
sacerdote del clero secular en 1537. Ignacio de Loyola, conciente de su valor,
trató de captarlo para su grupo de compañeros, primero por medio de los demás y
luego personalmente; pero sus intentos no dieron resultado. Nadal no veía claro
cómo acabaría aquel grupo original en tiempos tan difíciles. Finalmente
encontró la luz de su vocación en Roma y se decidió por la Compañía de Jesús.
La crónica que ha dejado de estos sucesos permite, entre otras riquezas que aporta
a la teología desde la experiencia de la vida en el Espíritu, conocer el modo
típico “no-directivo” de ayudar Ignacio y sus compañeros.
1. “En
Paris, conocí mejor a Ignacio. Ya lo había visto en Alcalá, pero no lo había
conocido. Allí también conocí a Laynez, Salmerón y Bobadilla…
Vine luego
a confesarme con Miona, y fui con los hermanos a los Cartujos, para los oficios
de los domingos…
1.1. Vino a
mi cuarto Laynez, para moverme a la piedad… No me movió. Vino luego Fabro, a lo
de Escobar, y trató de piedad conmigo. Ni este me aprovechó. Lo mismo el P.
Miona, mi confesor, quien me inclinaba hacia Ignacio, y a quien solía
responder: ¿Cómo tú, que no eres ‘iñiguista’, me quieres hacer ‘iñiguista’?
1.2. Lo
mismo… Ignacio. Me contó, en la puerta de Santiago, la persecución en
Salamanca, y cómo fuera él examinado, etc.; y esto tal vez porque sentía que de
mi parte no confiaba en él – lo cual no era verdad.
1.3. Me
llevó entonces al pequeño y antiguo templo que está frente a la puerta de los
Dominicos; y, apoyado en la pila bautismal, me leyó una larga carta que enviaba
a su sobrino de España, toda ella encaminada a llamarlo… a la vida de
perfección.
1.4. Vio
entonces el demonio la eficacia de aquella carta y de Ignacio, y me inspiró una
fuerte aversión hacia aquel espíritu que me llamaba.”
ü
La lucha interna de Nadal aparece
en 1.2. cuando, por un lado, “tal vez” dice, Ignacio sentía que no confiaba en
él, pero por el lado contrario sin embargo, dice que “no era verdad”, porque lo
cierto era que le tenía afecto y confianza en él.
Este
discernimiento podemos realizarlo también en 1.4., por contraste entre el
efecto positivo que finalmente tuvo en él la carta que le leyó Ignacio, así
como su misma persona, por un lado, y por otro lado, la acción del mal espíritu
que: “me inspiró una fuerte aversión hacia aquel espíritu que me llamaba”, por
medio de Ignacio. Aversión, sin embargo, que confirmaba indirectamente dicho
llamado.
1.5. “Por
eso, al salir (del templo), deteniéndonos en la plaza que hay delante de la
puerta… le dije a Ignacio, mostrándole el Nuevo Testamento que tenía en la
mano: ‘Yo quiero seguir a este libro, y vosotros no se a dónde iréis a parar.
No me hables más de estas cosas, ni te preocupes por mí’
1.6. Lo que
entonces sentí fue lo siguiente: no quiero juntarme con éstos. ¡Quién sabe si
caerán alguna vez en manos de la Inquisición!”
ü
El prejuicio de no querer juntarse
con los seguidores de Ignacio era, además, una dificultad o tentación: 1. bajo
apariencia de bien, al argumentar Nadal
“mostrándole el Nuevo Testamento que tenía en la mano”[157]; y
2. porque despertaba en él un pensamiento hipotético (‘¿y si llegan a caer en
manos de la Inquisición?’) que le quitaba la confianza en Dios.
1.7. “Creo
que me apartaba de Ignacio el pensar en un fraile franciscano… compatriota y
pariente mío, hombre de gran autoridad, porque temía no fuera a escribir de mí
malas noticias a Mallorca.
1.8. No vi
más, en Paris, ni a Ignacio ni a ninguno de los suyos…
2. Me
embarqué para Barcelona. Y quiero notar aquí los grandes peligros y
dificultades en que me encontré desde que salí de Paris. Recuerdo todavía cuán
amarga y continua era mi tristeza: no hallaba descanso en los estudios, ni en
mis cualidades de predicador. Me sentía enfermo del estómago, me dolía la
cabeza, estaba aburrido de mí mismo, en ningún sitio podía hallar ni paz ni
alegría… Habiéndome quejado, conmigo mismo y con otros, de este estado mío,
nunca que yo sepa me quejé de – no haber seguido – mi vocación, que siempre he
pensado que comenzó en Paris y que, por mi maldad había rechazado…”
ü
Veamos aquí cuáles son las señales
a nivel somático, psicológico y de la vida en el Espíritu, acerca de lo que le
pasaba.
A nivel
somático: enfermedad del estómago y dolor de cabeza.
A nivel
psicológico: sin hallar descanso en sus actividades, aburrido de sí mismo y
quejoso.
A nivel
de la vida en el Espíritu: tristeza amarga y continua, sin paz ni alegría (EE
317).
Es en
este nivel más profundo donde, sin negar los otros dos, radicaba el problema,
es decir, en el hecho de ser tibio, perezoso y negligente en su vida interior,
y así por esto, se alejaba de él la confortación espiritual (EE 322,1). En los
otros dos niveles ciertamente repercutía este problema: somatizándolo y
aburriéndose. En otras palabras, el problema residía en que faltaba que se
hiciese cargo de una buena vez de la vida interior como lucha y que la viviese
como tal, poniendo medios conducentes para tal fin (EE 325), sin negar por esto
la atención que debía también en su justa medida, a su cuerpo y a su psiquis.
3. “Mi espíritu andaba
fluctuando: buscaba la paz, y la paz huía de mí, porque había huido de la
vocación de Dios.”
ü
Esta fluctuación no era más que una
derivación de la falta de plena conciencia de la vida en el Espíritu como lucha
interior y de no discernir los espíritus contendientes. En este caso estos
eran: por un lado, la positiva actitud de búsqueda y, por otro lado, la negativa
actitud de huida. No obstante la fluctuación de su espíritu, en tanto que
implicaba movimiento, tenía sin embargo, un aspecto positivo no percibido ni
aprovechado aun por Nadal, y era que revelaba no sólo la existencia de vida
interior en él y no un desastre, sino que además, le permitía discernir los
altibajos constituidos por mociones de consolación y desolación espiritual, lo
que le ayudaba a diferenciar por dónde encaminarse y por dónde no en
seguimiento de Cristo.
3.1. “Pero
Dios me volvía a llamar por rodeos llenos de suavidad y de misericordia, como
comencé entonces a comprender a mi manera. Porque un amigo mío me envió, desde
la ciudad, una copia de una carta de Maestro Francisco Javier, uno de los
primeros compañeros, en la cual aquel Padre eximio hablaba del fruto excelente
y copioso que el Señor hacía en aquellas almas, y daba gracias a Dios de ver la
Compañía confirmada por la Santa Sede.”
ü
“Comprender a su manera” que Dios llama “por
rodeos llenos de suavidad y de misericordia”, quiere decir que comenzaba de
algún modo a discernir que Dios está en esos recodos en que se hace
encontradizo de aquellos que lo buscan, de una manera bien descrita aquí por Nadal,
y presentes en hechos simples de la vida, como fue aquella carta de Francisco
Javier a Ignacio desde Oriente, enviada por un amigo suyo...
3.2.
“Leyendo yo aquellas palabras, y recordando a Ignacio y las cosas que con
Ignacio habíamos pasado, sentí, como si despertara de un sueño de mucho tiempo,
una vehemente conmoción de espíritu y, dando un golpe en la mesa, exclamé, como
queriendo unir las últimas palabras que dije a Ignacio en Paris con las
presentes y con la confirmación de la Iglesia: ¡Esto ya es otra cosa!
3.3. Mi
plan fue buscar, en Roma, habitación recogida donde estudiar libros de Derecho
(Canónico), tener trato con Ignacio y sus compañeros, ayudarlos con limosnas, y
trabajar en ministerios espirituales con aquellas mujeres que había oído vivían
encerradas en San Pedro, pero nada en concreto todavía, ni sobre mudar estado
de vida, ni sobre mi entrada en la Compañía…”
ü
Que la “vehemente conmoción de
espíritu” fue de Dios se ve en sus efectos: como fue buscar habitación donde
estudiar, tener trato con Ignacio y sus compañeros, ayudarlos con limosnas y
trabajar en servicios espirituales.
…
“Me fui derecho a buscar a Doménech, quien me condujo a Ignacio… a quien dijo
que había venido expresamente a verlo a él, lo cual me desagradó, y no dejé de
manifestarlo claramente…
4.1.
Enseguida el buen P. Doménech… se fue conmigo a la hospedería a buscar mi
caballo y mi equipaje y, antes de que yo pudiera ver el sol de Roma, me llevó a
la casa de Felipe Casini para encerrarme en Ejercicios. La facilidad y bondad
de este Padre me parecían haberme cambiado y hecho “teatino”.
4.2.
Estábamos antes las puertas de esa casa, cuando me acometen dos familiares de
un mallorquín y Auditor. Me habían visto en la calle, lo habían dicho al
Auditor, y éste les encargó que, a toda costa, me llevasen consigo a su casa… E
hicieron tanto, interponiendo muy en serio el nombre y la autoridad (del
Auditor) que fácilmente me dejé persuadir, y dije a Doménech que no podía
contrariar la voluntad del Auditor, ni despreciar el favor y el honor que me
concedía; y a Ignacio mandé decir que “muchas gracias”, y que pasaría otro día
a saludarlo.
4.3. El resultado fue que el
pez, por el momento, escapó al anzuelo.
4.4. Pasé
así en casa del Auditor treinta días totalmente distraído y disipado; tanto
que, siendo así que en Mallorca era difícil que dejara un día sin decir misa,
en aquellos días no la dije ni una sola vez…”
ü
Está claro que el espíritu por el
que “se dejó persuadir” no fue de Dios, porque se “interpuso” – en la persona
de dos mallorquines y el Auditor - para que no hiciese los Ejercicios.
Todo esto
además, se dio como “interposición” o tentación con apariencia de bien, en
forma de buena educación, por cuanto dice que: “no podía contrariar la voluntad
del Auditor, ni despreciar el favor y el honor que me concedía”, mientras por
el contrario, sin embargo, quedó muy mal con Doménech y con Ignacio, a quien:
“mandé decir que ‘muchas gracias’, y que pasaría otro día a saludarlo”.
Pero
sobre todo queda aun más claro que el espíritu que se “interpuso” no fue de
Dios, en el hecho de que estuvo: “treinta días totalmente distraído y disipado;
tanto que, siendo así que en Mallorca era difícil que dejara un día sin decir
misa, en aquellos días no la dije ni una sola vez…”
4.5. “No
dejaba de ir a ver con frecuencia a Ignacio, hacia quien me llevaba
evidentemente el Espíritu de Dios; pero el demonio usaba de todas sus malas
artes para separarme de su trato. Mucho me predicaban de Ejercicios los Padres
Laynez y Doménech, pero poco caso les hacía yo.
4.6.
Ignacio me invitó algunas veces a comer, y trataba conmigo moderada y
dulcemente, según era su costumbre. Como él nunca hablaba directamente del
cambio de estado, cierto día, después de comer, fui yo quien insinuó que
despidiera a los otros Padres y, cuando estuvimos solos, le dije: Me tienen
cansado – dije más o menos – estos Padres. Sé muy bien adónde van: quieren que
yo cambie de vida, y me venga a vivir con ustedes. Después de haberme escuchado
atentamente – y, según me parece ahora, con la sonrisa en los labios – me
contestó suavemente: Bien está; no ha de faltar ocupación para vos en la
Compañía.
4.7. Efecto
de esta conversación fue que yo hablara, más tarde, seriamente de Ejercicios.
Pedro Sentino, a quien Ignacio le había encomendado que me encontrara un
aposento para hacer en él los Ejercicios, no sabía dónde hallarlo, porque le
habían mandado que buscara habitación cómoda y con huerto, por temor a mis
“melancolías”. Yo ya no tenía espera. Seguramente que Ignacio había hecho
oración por mí, pues ya me estaba hastiando de la vida que esos días llevaba…
Dije pues, a Sentino que la habitación que había junto a los Catecúmenos – y
que él no hallaba buena – me satisfacía.”
ü
Le ayudó a salir de su desolación el
hacer lo contrario a la misma, es decir, ir
“a ver con frecuencia a Ignacio” para conversar con él.
El
“efecto de esta conversación”, con su modo “no-directivo”, puesto que “nunca
hablaba directamente del cambio de estado… (del clero secular a religioso) fue
que yo hablara, más tarde, seriamente de Ejercicios”.
Lo
importante está en el hecho de que no
decide hacer Ejercicios porque alguien se lo dijo, sino porque él toma la
iniciativa, conciente y libremente, movido por un hastío finalmente bueno
puesto que lo movió a ello.
4.8. “Cuando
yo ya me había decidido a hacer Ejercicios, sentí temor del Auditor y de los
mallorquines que eran de su casa… Le dije finalmente al Auditor que quería
retirarme por 25 o 30 días para experimentar ciertas meditaciones que Ignacio y
los suyos solían dar… El buen Auditor, contra lo que me temía, no puso
dificultad ninguna.”
ü
Tras su decisión de hacer
Ejercicios la lucha continuó (o los Ejercicios ya “comenzaron” en ese momento),
ahora en forma de un pensamiento hipotético acerca del Auditor que le parecía
que no le permitiría que se retirase para hacerlos. Al hacer lo contrario a la
hipótesis, es decir, al ir a verlo, ocurrió que éste: “no puso dificultad
ninguna”
5. “Me
dieron como instructor al P. Doménech, que siempre se hizo notar por su
destreza en dar Ejercicios…
5.1. Estaba
con ánimo, pero me desalentaban mi poca salud y mis ‘melancolías’.”
ü
Entró en los Ejercicios con la
mejor disposición para hacerlos, o sea, “con ánimo” (EE 5). Pero lo
desanimaban, a nivel somático, su poca salud, y a nivel psicológico, sus
“melancolías”. En otras palabras, el enemigo puso todos los impedimentos que
pudo a todo nivel, inquietando con falsas razones en la vida según el Espíritu para
que no pasase adelante (EE 315,2)
5.2. “Al
principio estaba como exaltado, como si esperase algo extraordinario: visiones,
revelaciones, milagros.”
ü
Esto quiere decir que el enemigo,
disfrazado de ángel de luz, buscaba al
comienzo, mediante dicha exaltación, entrar con el alma devota de Nadal para
salir con la suya engañándolo (EE 332)
5.3. “La
primera semana me trajo fruto: hice con Ignacio una confesión general… (EE 44)
5.4. En la
segunda semana sentí fruto mayor, y de una manera especial en las dos
meditaciones del Rey Temporal y de las Banderas. Grande fruto en los misterios
de la Vida de Cristo.
5.5. En
cuanto entré en la elección (EE 163), sentí tantas perturbaciones y una
disipación total que ni el entendimiento ni mi cuerpo podían sosegarse: el
entendimiento oscuro, la voluntad inerte y obstinada, el cuerpo maltratado por el
estómago, la jaqueca, la fiebre, en modo que me era imposible tomar ninguna
resolución; en tal forma se habían puesto las cosas, que Doménech ya parecía
desesperar. El día 17 de los Ejercicios, me dijo Doménech que, haciendo varios
días que estaba detenido en las “elecciones” sin sacar nada, era ya tiempo de
pasar adelante.”
ü
Dado que había entrado en la
elección, al deliberar entre si seguir como sacerdote del clero secular o de la
Compañía de Jesús, era natural que se intensificasen las mociones interiores.
En este caso concreto las que hacen a la desolación, no sólo a nivel de la vida
en el Espíritu, sino también, a nivel somático y psicológico.
A nivel
de la vida en el Espíritu: con perturbaciones y disipación total.
A nivel
psicológico: con el entendimiento oscuro y sin poder sosegarse, la voluntad
inerte y obstinada. Imposibilitado de tomar ninguna resolución.
A nivel
somático: con el cuerpo sin poder sosegarse, maltratado por el estómago, la
jaqueca y la fiebre.
La causa
o motivo de fondo de la perturbación estaba en el ámbito de la vida en el
Espíritu - sin negar por esto sus repercusiones psíquicas y somáticas - y era
debida a la falta de disponibilidad o libertad interior en Nadal. Esta
consistía, en la presente circunstancia, en que no quisiese de su parte más
pertenecer al clero secular que a la Compañía de Jesús, sino solamente que
desease y eligiese lo que más lo condujese para el fin que era creado.
Ahora
bien, ¿qué era lo que le quitaba esa libertad interior? ¿Tenía algún afecto o
apego a algo en particular? Recordemos que más arriba nos dijo que buscaba a
Ignacio y sus compañeros para “ayudarlos con limosnas”. Esto quiere decir que,
como sacerdote secular disponía de algún patrimonio, mientras que si
perteneciese a una vida en común, como es en la Compañía de Jesús, debía
compartirlo. Este apego era en el fondo lo que le quitaba libertad interior y
disponibilidad para poder discernir y hacer la elección.
5.6. “Yo
entonces le respondo que quería hacer un último esfuerzo aquella noche. Hecho
esto, recibí una gracia de Dios muy singular y, tomando la pluma, escribí las
siguientes palabras[158],
tal como me movía el Espíritu de Cristo con una suma consolación de mi alma.”
ü
La actitud de Nadal en desolación fue
acertada, porque volver sobre las partes principales en donde había habido
mayor alternancia de consolación y desolación en oración (EE 62, 118 y 13)
ayuda a caer en la cuenta de las mismas y, por tanto, a discernir para hallar
la voluntad de Dios. Asimismo, porque en desolación ayuda hacer lo contrario a
la misma, como era aquí insistir más en la oración (EE 319). De donde se siguió
que: “Hecho esto, recibí una gracia de Dios muy singular”, quien así una vez más, no se dejó ganar en
generosidad (EE 321).
5.7. “Hasta
ahora he recogido lo que he podido por uno u otro camino de elección (EE 178)[159], y
he visto que las razones que vienen contra mi vocación pesan tan poco que no ha
valido la pena escribirlas una por una; añado que las dificultades son más bien
confirmaciones.”
ü
¿Cómo se explica “que las
dificultades son más bien confirmaciones”? Se explica porque, por un lado, es
cierto que en las personas que como él procuran seguir más de cerca a Cristo,
el enemigo pone toda clase de impedimentos, razones aparentes y frecuentes
engaños, para que no avance (EE 315,1-2 y 329,2). Y, por otro lado, también es
cierto que las mismas dificultades para dicho seguimiento cercano,
indirectamente confirmaban que Dios estaba en lo contrario a las mismas.
5.8. “Lo
que más me mueve es que no he encontrado ni una sola razón que, ni en
apariencia siquiera, haga fuerza para retraerme del todo (de la vocación). Todo
se reduce a repugnancia de sentimiento, y esta es la señal máxima y certísima
de que mi vocación es voluntad de Dios. Vista la cual repugnancia, los sentimientos,
la voluntad depravada, el mundo, el honor, cierta especie de desconfianza al
pensar demasiado en las dificultades, (hay que concluir que) son todas cosas
incompatibles con el Reino de Dios, y contrarias al Espíritu.”
ü
Por un lado, no es el mero hecho de
sentir “repugnancia” una dificultad,
sino dejarse llevar por ella. Por otro lado, aquí también, como en 5.7., las
dificultades son más bien confirmaciones de que Dios está en lo contrario. Es
esta sabiduría de la vida en el Espíritu y su ejercicio, a modo de linterna de
ruta, el que finalmente permitió a Nadal buscar y hallar el querer de Dios para
con él.
5.9. “Por
tanto, aunque viniesen, me atacasen, me pusiesen resistencia, me contradijesen,
y me atemorizasen todas las dificultades, y muchas más que han sentido
absolutamente hombres, o que es capaz de forjar el demonio, yo, en nombre de la
Sma. Trinidad, del Padre, de Jesucristo y del Espíritu Santo, determino y
propongo seguir los consejos evangélicos, haciendo los votos en la Compañía de
Jesús; y tengo el espíritu dispuesto a hacer todo lo que a ella pertenece,
aunque quieran que haga los votos enseguida; y de esto, con sumo temor y
temblor de Dios y de nuestro Señor Jesucristo, y ayudado de la suma
misericordia que ha usado conmigo, hago voto con toda el alma, con toda la
voluntad, con todas mis fuerzas. Sea la gloria (a Él). Amén, Roma, año del
Señor de 1545, día 23 de noviembre, a las 18 horas y media, después de pasar 18
días de Ejercicios.
5.10. Se
siguió a esto una increíble consolación del alma, y hasta notable descanso del
cuerpo, de tal manera… (el manuscrito está trunco).”
ü
La señal confirmatoria de que lo
anterior fue bien discernido está en la confortación de su vida en el Espíritu,
la que distinguimos, entre otros signos, por la quietud y pacificación del alma
(EE 316,4), cualidades ambas que Nadal no dejó inclusive de somatizar en el
“notable descanso del cuerpo”, lo cual nos está diciendo por el contrario, que cuando
estaba en desolación, y como señal de la misma, su cuerpo estuvo tenso.
Luego
vendrían las importantes confirmaciones eclesiales del llamado, como fue la
admisión al noviciado de la Compañía de Jesús y la concesión de los votos
después del mismo.
Comentario final del caso
El modo teológico diacrítico y radiográfico
de proceder nos permitió llegar al nivel más profundo de realidad de la persona
humana, el de la vida según el Espíritu en Nadal. Esto significó tener en
cuenta además, los niveles somático y psicológico, que a su vez dieron
importantes datos y evitaron que cayésemos en un espiritualismo barato.
Estuvo presente en síntesis, la "materia
prima" del modo diacrítico de proceder: la posibilidad de diferenciar
cuáles mociones son “signos de Dios” y cuáles por el contrario no. Sólo a
medida que discernimos dichas mociones y las radiografiamos gracias a su
instrumento, pudimos descubrir el itinerario de Nadal en seguimiento de Dios
vivo.
SEGUNDO CASO
Máximo Douillard, (Rev. D’Asc. et Myst.
XI, (1930), 286-295.
Breve reseña histórica
Máximo
Douillard fue un abogado francés que en 1900, con treinta años de edad, entró
en la Compañía de Jesús y murió en ella en 1930. De su Diario, en estilo
conciso, extraemos la rica narración del final de su proceso de discernimiento
vocacional, comenzado en la vida ordinaria con ayuda del P. Bouvier S.J. y
finalizado con ayuda del mismo al darle este los Ejercicios Espirituales de san
Ignacio, adaptados a cuatro días, en la comunidad de los padres jesuitas de la rue
de Sèvres de Paris (actualmente iglesia de San Ignacio y Facultades de
Filosofía y Teología), que pasa Douillard a narrar.
“En
Montoir:
En la
estación de Montoir: gran paz – ni me recuerdo de los argumentos a favor. Sin
embargo haré el retiro…
Visita al
Sr. M. de la L.:
Un poco más
y aceptaba… (presentarse al Consejo Municipal) era tan simple, tan indicado…
Rumbo a
Paris:
En el
vagón: en la noche. Inquietud. ¿Qué voy a hacer allí? Puede irme mal.
Evidentemente debo permanecer en el mundo. ¡Qué idea singular! Iremos de
cualquier modo, no hay inconvenientes.”
ü
¿Cuáles mociones de buen espíritu
prevalecieron, a pesar de las contrarias que tuvo, tanto en Montoir como en el
tren rumbo a Paris?
Fueron
mociones de buen espíritu: la “gran paz”, señal indudable de la presencia de
Dios (EE 316,4), como así también el dejar de lado, por el momento, los
argumentos a favor de la vida laical y la resolución de hacer el retiro, pero:
“Sin embargo", dice, "haré el retiro…”
Fueron
mociones contrarias en cambio: el casi aceptar un compromiso político, la
inquietud, el pensamiento hipotético de que podría irle mal en el retiro, y la
sospechosa seguridad y celeridad con que decidió en qué estado de vida debía de
permanecer, antes de haber deliberado y hecho elección (EE 317).
“En Paris:
Misa en Saint Germain des Prés. Llegada a la calle Sèvres. Repaso
rápidamente mi vida. Concluyo diciendo: creo que en el fondo no tengo vocación.
El pensamiento me ha venido en otro tiempo, actualmente todo me indica que debo
permanecer en el mundo.
Creo que la
idea de la vocación ha permanecido en mí por miedo a las dificultades de la
vida y también por el secreto deseo de provocar un golpe teatral.
Quiero de
todos modos examinar esto, pues soy a la vez muy cobarde y muy generoso, no
desearía faltar a mi vocación por cobardía; también deseo estudiar el problema
por pura generosidad, por escrúpulo de conciencia, para mayor precaución,
aunque la solución me parezca evidente.
Si fuera
preciso decidirme en un minuto, creo que podría con toda seguridad decidirme
por la vida en el mundo…
Pero
ninguna inclinación.”
ü
¿A qué moción interior hay que
seguir?: ¿A la que mueve a repasar rápidamente su vida y a sacar conclusiones
de ese repaso acelerado de la misma? ¿O a la que mueve a “querer examinar” lo
que pasaba por su alma? ¿Qué espíritu revela una y otra moción?
Hay que
seguir a la que mueve a “querer examinar” lo que pasaba por su alma, porque
revela buen espíritu, al permitir sopesar las razones a favor y en contra, y permitir
ver de qué espíritu son y decidirse en consecuencia, mientras que la contraria
precipitación de la primera no lo es, por el sabio dicho de que “Dios no está
en la perturbación”.
Además es
importante para discernir, observar la reveladora contraposición entre los
verbos “creer”, por un lado, y "querer" y “desear”, por otro lado, por
el peso mayor que estos últimos tienen para dicho discernimiento. En efecto,
aunque por dos veces dice “creo” no tener vocación, sin embargo, su
manifestación de que “quiere” y “desea” examinar y estudiar el problema tiene
mayor peso, porque querer y desear revelan sin premeditación lo que pasa por su
alma, en concreto la acción del buen espíritu en el hecho de examinar y
estudiar el problema, no así sus “ideas” o “inclinaciones” abstractas. Por esto
es que el P. Bouvier acota lo siguiente:
Bouvier:
“Eso no es nada. Hay vocaciones que se tratan fríamente: lo que importa es la
generosidad. Puesto que ha venido no se vaya sin hacer un retiro; el hecho de
haber venido, de haber deseado hacer el retiro, es una presunción de vocación y
sería una imprudencia seguir adelante sin examinar.”
ü
O sea, que lo más importante de
notar aquí es otra vez el “haber deseado hacer el retiro”, por cuanto en este
deseo queda al descubierto, espontáneamente, lo que pasa realmente por su alma,
como así también la acción del buen espíritu, que hace fácil conjeturar que
pudiera haber vocación, motivo por el cual con razón Bouvier agrega: “es una
presunción de vocación y sería una imprudencia seguir adelante sin examinar”
Douillard:
“¿Cómo presunción? El problema permanece completo. Es muy natural hacer un
retiro y rezar a Dios en el momento de tomar una gran decisión.
Bouvier:
No, no es natural; diga que es simple, que es razonable. Cuántos otros no se
plantean el problema y siguen el camino sin soñar en interrogarse e interrogar
a Dios como usted lo hace en este momento.
Por otra
parte, lejos de mí el pensamiento de decirle que usted tiene vocación. Pero
pienso que el problema merece ser examinado.
Douillard:
Es también mi parecer, Padre.
Establecimiento
del horario y programa: ‘Hágase traer sus cartas’
Me parece
encontrar en esto una pequeña preocupación: no dejarme salir. Sin embargo,
decido que cada día iré a Nuestra Señora de las Victorias.”
ü
Lo primero y más importante es
señalar la coincidencia de buen espíritu, a pesar de todo, a la que llegó
Douillard con el P. Bouvier acerca de que “el problema merece ser examinado”.
Lo segundo es que hay aquí tres signos
sutiles de desolación espiritual (EE 317). Los dos primeros porque desayudan al
proceso del retiro: 1. su deseo de que le lleven las cartas, 2. la “pequeña
preocupación” de que no lo dejen salir. En cuanto al 3.: que es haber decidido
ir cada día a N. S. de las Victorias, era una tentación bajo apariencia de bien
para lograr salir, aunque finalmente resultó positiva. No basta, por supuesto,
con “tener razón” para decidir estas tres cuestiones planteadas por él, sino
observar cuál era el espíritu que movía a cada una de ellas o adónde conducían,
si ayudaban o no para el fin propuesto de hacer Ejercicios. Sin embargo, teniendo
en cuenta a la persona en concreto de Máximo Douillard con su propio marco de
referencia y la circunstancia del largo acompañamiento del P. Bouvier, como así
también la de estos breves Ejercicios adaptados, ciertamente que este obró
discretamente al hacer “la vista gorda” a dichas tres cuestiones, porque lo
conocía y era mucho más importante lo que estaba en juego y finalmente prevalecía
sobre estas cuestiones.
“En
Ejercicios:
Primer día:
Meditación
sobre el “Principio y Fundamento”. Nada muy notable durante este primer día.
Pedí a N.
S. de las Victorias que no me falte ni luz, ni fuerza.
En los
tiempos libres hablo de lo que hecho y de lo que haré en el mundo. El Padre me
escucha en mis proyectos del futuro, me da excelentes consejos, me indica títulos
de libros. Por la tarde hablamos de distintas cosas.
Yo esperaba
siempre sentirme llamado – nada; sentirme esclarecido – nada – al contrario…
Segundo
día:
Teoría,
acerca de mi pedido, de mi vocación – todo me parece simple, bien razonable.
Pero pueden
haber obstáculos: exagerarme las dificultades reales: salud, costumbres de vida
libre, ¡‘agitación de espíritus’! ”
Ejemplo del
P. Pergeline… etc.
De tarde
infierno: teoría – nerviosismo: algo animado, faltó un pelo para que dijera, un
poco embalado: está decidido. Pero me poseen, de muy buena fe, los consejos del
P. Agustín, las historias del P. J. y hasta los motivos dados a…”
ü
Podemos observar una vez más aquí,
desde el punto de vista psicológico, una cierta tendencia de su temperamento
que lo llevaba a precipitarse sobre las decisiones a tomar, tal como vimos más
arriba le pasó al visitar a cierto señor en Montoir antes de partir para Paris,
y así también al llegar a Paris y ponerse a repasar “rápidamente” su vida.
Efectivamente, el enemigo se aprovecha y ataca según es nuestro temperamento,
por eso ahora una vez más, dice que “faltó un pelo para que dijera, un poco
embalado: está decidido”. El P. Bouvier, por el contrario, trata de serenarlo
al relatarle ciertos consejos, historias y motivos dados a otro, para que
reflexionase en paz y pudiese tomar su decisión conciente y libremente, como
corresponde a una persona humana. Al mismo tiempo, el llamado se va
manifestando de a poco con fuerza, en el sentido de que sólo van quedando como
posibles obstáculos para asumirlo, sus hipotéticos problemas de salud y sus
costumbres de vida libre.
“Tercer día:
Jornada espantosa.
La teoría
me parecía muy clara y admisible; la práctica no me parecía difícil sino
imposible.
Comer
piedra, enterrarse vivo, arrojarse en un agujero negro, sensación de SUICIDIO.
Imposibilidad
de retener mis lágrimas yendo a Nuestra Señora de las Victorias.
He rezado y
pedido la gracia de no ser cobarde. He vuelto y he dicho al P. Bouvier:
“Siento que
lo haré si es preciso, es todo lo que he podido obtener”
Tenía los
ojos llenos de lágrimas, la garganta cerrada.
“¿Que yo
haré qué…?” Risa del P. Bouvier.
No queda
otra que inclinar la cabeza y arrojarme en el abismo si Dios me lo pide; pero,
si no lo podía hacer sin cobardía – dispensarme de hacerlo.
Sacrificio
inmenso, horrible.
Toda la
tarde confusa, agitada. No eran las dificultades de la vida religiosa, ésta o
aquella… que me asustaban. Era la misma vida religiosa que se me aparecía como
imposible: “¿Acaso uno se hace jesuita, tú viste jesuitas, los conoces?” Era un muro que era preciso atravesar y yo
sentía que se me quebraba la cabeza.
Yo le decía
al Padre: Esto me sorprende. No me reconozco. No pensé que esto debía ser tan
difícil. He hecho muchas veces sacrificios en los cuales sentía toda la
amargura, pero los hacía de ordinario sin dudar; no recuerdo de haber
retrocedido alguna vez.
Respuesta
del Padre: Es el demonio. Refúgiese en la fina agudeza de su voluntad. Rece.”
ü
¿Cuáles son los motivos por los
cuales Bouvier termina taxativamente diciendo: “es el demonio”?: Por las
señales de confusión y agitación a nivel de la vida en el Espíritu en su tercer
día de Ejercicios, donde todo se presentó como imposible hasta llegar, a nivel
corporal, a somatizarlo con lágrimas y dolor de cabeza, y tener, a nivel
psicológico, la sensación de suicidio al pensar en la vida religiosa.
Es
indudable aquí, además, su toma de conciencia al vivo de la lucha cierta que es
la vida interior, y más en quien busca decidirse en serio a seguir de cerca a
Cristo. Pero el problema no es la lucha, sino no saber luchar, es decir, no
discernir y confundir las partes en conflicto para decidirse por lo mejor en
concreto, no en abstracto.
Por
último digamos, a propósito de la intervención de Bouvier al afirmar “Es el
demonio”, que hay que entenderla dentro del marco de referencia que compete a
Douillard y a la relación de ambos. Nos referimos al hecho de que para éste,
oír hablar del demonio o del “enemigo de la naturaleza humana”, como lo llama
Ignacio de Loyola en los Ejercicios, y Jesucristo llama “padre de la mentira” y
“homicida desde el principio” en Juan 8,44, no era para él una cosa nueva ni
rara. Decimos esto porque sino podría parecer por parte de Bouvier, una
intervención intempestiva, indiscreta o contraproducente, no porque no sea
verdad, sino porque de actuarse siempre y con cualquiera de esta manera, podría
desayudar al ejercitante, si este fuese novato en la vida según el Espíritu y
pudiese cerrarse frente a tal afirmación. En otras palabras, Bouvier discierne
a quién y en qué momento se lo dice. Además, no se lo dice para que Douillard
viva “en estado de sitio”, sino para que reaccione libre y maduramente haciendo
lo contrario a lo que el adversario sugiere.
“Cuando
estaba solo: Jamás podría decidirme a quedarme en el mundo mientras tuviera
tanto miedo a la vida religiosa: temería no haber tomado mi decisión, sino
empujado por el miedo.
El único
modo de conciliar las cosas: elegiré la vida religiosa para no ser cobarde y le
pediré al Padre que encuentre un obstáculo.”
ü
Ciertamente en su caso es de buen
espíritu elegir aquello que le repugna, en este caso la vida religiosa, no por
masoquismo, ni por pretender violentar las cosas, sino para no dejarse llevar
de los sentimientos y llegar al justo medio, es decir, a lo que en realidad
debe asumir, sólo por ser mayor servicio y alabanza de Dios nuestro Señor y no
por ningún otro motivo (EE 98,2).
El mal
espíritu, por el contrario, le hace desear un obstáculo para no asumirlo. El
tironeo de la lucha es palpable. Está como en un “sí, pero no”
“Cuarto día:
Douillard:
Calma: no hay luz, pero hay paz; un poco de emoción pero de todos modos paz.
Bouvier:
“Haga su elección”
Douillard:
“Preferiría resolver el problema de la salud, pues si es un obstáculo, me
evitaría de ese modo decidirme”
Bouvier:
Reflexionó y dijo: “No”
Su sistema
no me parecía tan razonable como el mío; sin embargo, sin replicar, partí para
hacer mi elección.
En el
camino me dije: es un sacrificio que Dios me pide; hagámoslo. No me reprocharé
de haber tomado el camino que cuesta más. Si me equivoco, suscitará un
obstáculo.
Y comencé a
escribir en estas disposiciones.[160]
A medida
que escribía, experimentaba una mayor facilidad y la amargura desaparecía poco
a poco.
Después de
haber dicho: ¿Acaso no es lo más prudente?, vi en efecto que era lo más
prudente. ¿Acaso no es lo más seguro? Vi que era lo más seguro.”
ü
El modo “directivo” empleado en
esta ocasión por Bouvier fue acertado para hacer la contra a la dificultad en
forma de miedo en Douillard y porque, por otro lado, éste sabía bien lo que
debía hacer.
La
actitud y las palabras que Douillard se dijo a sí mismo fueron movidas por el
buen espíritu, lo cual se puede apreciar en el efecto de que no sólo hizo la
elección sino, mejor aun, que la hizo por escrito.
¿Por qué
mejor por escrito? Porque, “A medida que escribía, experimentaba una mayor
facilidad y la amargura desaparecía poco a poco”. En otras palabras, porque de
esta manera objetivaba mejor y podía visualizar incluso, lo que de no hacerlo
por escrito quedaría en el aire y era además otra manera prudente y segura de
descubrir al P. Bouvier, como persona ducha en la vida en el Espíritu, los
engaños y malicias que el enemigo pudiera esconder en su deliberación para
elegir.
“Razones contra la vida religiosa:
Vida que
llevo: vida difícil, vida de trabajo, vida influyente, vida apostólica.
Yo la
conozco, allí me he santificado, con la gracia de Dios allí me santificaré, no
hay cobardía de mi parte, Dios sabe que he permanecido en el mundo un poco
forzado, me he hecho una posición sin buscarla mucho, además empecé a hacer un
bien considerable, deseo continuar no por apego a la obra comenzada sino porque
veo allí una indicación.”
ü
Por una parte, las razones
expuestas en contra de la vida religiosa no eran de peso, porque también ésta
es difícil, es de trabajo, influyente y apostólica.
Por otra
parte, “la santificación” es posible también en el matrimonio. Sin embargo
afirma que: “Dios sabe que he permanecido en el mundo un poco forzado”, en lo
que deja deslizar y entrever una sospecha de vocación a la vida religiosa.
El
verdadero obstáculo de fondo contra la vida religiosa estaba en que, “me he
hecho una posición”, es decir, está en el apego a la posición social adquirida.
Para decirlo crudamente, está en el apego al dinero y en el poder disponer de
él.
En cuanto
a la frase que hacia el final de este párrafo comienza con la palabra “además”,
ordinariamente proviene de un mal principio: es una invención del amor propio,
ingenioso para encontrar parecidas razones. Hasta el lenguaje es aquí elocuente
al respecto, en orden a mostrar ese mal principio: “además empecé a hacer un
bien considerable, deseo continuar no por apego a la obra comenzada sino porque
veo allí una indicación” ¿Qué clase de indicación? ¿De qué espíritu es esta
“indicación”? Es lo que no discierne Douillard y cae en un engaño bajo
apariencia de bien que trata de tapar, cuando dice: “no por apego”.
Su
“deseo” en fin, no era transparente y es lo que va a purificar la elección en
la que, para hacerla bien, es preciso libertad interior o disponibilidad, en otras
palabras, solamente desear y elegir lo que más conduzca para el fin que somos
creados. Es por ello que comienza la elección con palabras que recuerdan las
primeras de los Ejercicios (EE 23,2)
“Elección:
Soy creado
para conocer a Dios, amarlo y servirlo y por este medio ganar la vida eterna.
La vida que
Dios me ha dado en el mundo es para mí un poderoso medio de santificación. De
hecho me he santificado ahí y me hubiera santificado aun más si hubiera
aprovechado todas las gracias y circunstancias favorables que he tenido a mi
disposición.
Dios me ha
hecho nacer, en efecto, en el seno de una familia cristiana, y he tenido ante
mis ojos, desde mi más tierna edad, ejemplos de hermosa y a veces heroica
virtud.
He vivido
en la pobreza y el trabajo; Dios me ha preservado de este modo de un sin número
de tentaciones y caídas. En buena hora he conocido los sufrimientos. A los diez
años he perdido a mi padre, y cuando hacía mi comunión solemne yo estaba de
duelo por mi madre.
Por nuestro
tío y nuestra tía de Laburthe, hemos recibido mis hermanos y yo una educación
conforme a nuestros destinos inmortales. La muerte de estos excelentes
parientes, reavivando dolores que jamás se han calmado, me constituyó en jefe
de familia he hizo pesar sobre mis espaldas inexperimentadas, las más pesadas
responsabilidades. Era preciso asegurar el porvenir de mis hermanas. Desde hace
tiempo era el confidente de mi tío y de mi tía que me hacían participar de sus
inquietudes, tan vivas y tan legítimas. Una de mis hermanas había entrado en el
Carmelo. Pero su salud la obligó a salir. Dios actuó con nosotros como un Padre
lleno de prudencia y de bondad. Hace dos años la más joven de mis hermanas,
respondiendo a un llamado que se hizo oír para ella desde el día de su primera
comunión, obtuvo de ser admitida entre las religiosas del Sagrado Corazón y de
la Adoración Perpetua. Ella es actualmente directora del pensionado
Saint-Servan. Otra contrajo el último año un casamiento que ha causado a dos
familias cristianas una gran alegría, y doy gracias a Dios que ha querido
servirse de mí para ser instrumento de su misericordia. Esta gracia de un
casamiento cristiano he aquí que Dios la concede en este momento, de una manera
casi inesperada a la mayor de mis hermanas quien merecía por todas sus
cualidades la dicha que le espera. Expreso al Señor mi más viva gratitud pues
se ha dignado, dándome todas las responsabilidades, acordarme también las
consolaciones de un padre de familia. Le agradezco sobre todo de haberme dado
la oportunidad de cumplir un gran deber. Esto ha sido para mí una salvaguarda y
me ha permitido vivir hasta los treinta años dedicándome a los otros sin pensar
en mí.
Actualmente
se plantea un problema: ¿Qué haré de mi vida? Lo que yo quiera: Dios me ha dado
mi libertad.
¿Por qué
dejar el mundo?
Allí poseo
medios incomparables de santificación. ¡Fundar una familia cristiana! Educar
hijos para el cielo: ¡qué cosa noble y hermosa! Seguramente encontraré con
facilidad una compañera como la puedo desear. Cuántos corazones desde hace diez
años he entristecido por un no resuelto. Hoy no tengo más que decir sí… ¿Lo
diré?
Además el
bien que podré hacer ¡y que no puede ser hecho sino por laicos! El bien que
hago y que – habiendo partido yo – no se hará.
En primer
lugar el ejercicio de mi profesión de abogado me pone en la ocasión de cerrar
el camino a una cantidad de ambiciosos dispuestos a todas las traiciones,
capaces de cualquier trabajo por una condecoración, por una bolsa llena, o un
asiento en cualquier asamblea política.
Por sí
misma la profesión de abogado es una profesión de trabajo y de honor, que puede
facilitar la práctica de las más altas virtudes. ¡Cuántos servicios prestar!
¡Cuánta caridad para hacer!... Sin olvidar la justicia que se debe hacer
triunfar. Oh la noble profesión, ¡cuánto la amo!
Y después
las obras.
En Nantes
en este momento ellas pasan por una crisis, sobre todo las obras de la
juventud. Había obras hermosas, ha soplado un viento que ha dispersado todo.
Veo jóvenes, los conozco, podría nombrarlos, a los cuales no les falta para
hacer el bien más que uno le incite, los guíe, los empuje. Se dejan llevar, ya
he comenzado. Se obtiene todo de la juventud.
¿Diré algo
de la política? En este terreno me está abierto el campo. Se me ha ofrecido el
último año entrar en el Consejo Municipal de Nantes. He rehusado. Este año la
muerte del señor Guibourd de Luzinais produce una nueva vacante. Aun no estaba
enterrado el digno senador y ya se me hacen nuevas proposiciones. Tengo en mi
bolsillo una carta del señor de la Laurencie que insiste. ¡Y son viejos
realistas, cuyas ideas no comparto – y que lo saben – quienes practican este
acercamiento! ¿Acaso he hecho algo para provocarlo? Nunca. ¡Qué hermosa ocasión
de trabajar en la defensa de las ideas que me son tan queridas, de contribuir
con lo poco que pueda a rehacer la unidad política de Francia a fin de
facilitar la defensa de los intereses religiosos!
Seguramente
tengo aquí un hermoso programa para cumplir, y todo lo que hecho hasta ahora me
prepara maravillosamente para cumplirlo.”
ü
Hasta aquí todas han sido “ideas”
de cosas muy buenas y positivas realizadas y a realizar pero, a pesar de ser
muchas, no por ello pesan más que las contrarias, ni ayudan a discernir tanto
como el fuerte deseo que lo embargaba desde hacía mucho tiempo. En efecto:
“No debo
olvidar que he quedado en el mundo un poco a mi pesar, pues hace once o doce
años, tenía un deseo loco de entrar en la Compañía de Jesús. No temo decirlo,
un deseo loco, pues este deseo era contrario a mis deberes más evidentes. Me lo
hicieron comprender y doy gracias a Dios por ello. Esta posición que he
adquirido en el mundo la he adquirido sin pensarlo, sin darme cuenta, buscando
en todo el reino de Dios, lo demás me ha sido dado por añadidura.”
ü
¿A qué se debe el viraje de
Douillard a partir de aquí? A la importancia de que sus deseos le “hicieron
comprender” que hacía “once o doce años, tenía un deseo loco de entrar en la
Compañía de Jesús… contrario a mis deberes más evidentes”, o sea, que no sólo
había un antagonismo entre el “deseo” y los “deberes”, sino que el deseo,
además de ser revelador de lo que realmente pasaba por su alma, era lo más
importante a tener en cuenta para el discernimiento, y asimismo era elocuente
en el hecho de que a pesar de irle tan bien a todo nivel en el cumplimiento de
sus deberes, se hacía presente sin embargo, como un fuerte anhelo de
consagrarse de por vida a Dios. Esto era señal de un llamado auténtico y no una
huida o producto de un desengaño. Dicho en otras palabras, el viraje de su vida
se debió a la irrupción del discernimiento entre dos cosas buenas, donde una
revelaba en su deseo, lo que Dios le ponía en voluntad asumir. Sólo faltaba
realizarlo en su decisión.
“¿Qué haré
como jesuita?
Tengo
treinta años, he terminado la carrera de Derecho, no tengo grado literario.
Bien entendido, ignoro toda la filosofía y teología.
¿Es la
ambición la que me retendrá en el mundo? De ninguna manera.”
ü
Vuelve aquí sobre un tema anterior,
en el que hace notar la toma de conciencia de lo que más arriba dejamos
señalado como el obstáculo de fondo que se interponía para dar su sí a Dios: su
“posición social”, el apego a la misma, dicho ahora más abiertamente por él
mismo con la palabra “ambición”. Superado este obstáculo en este momento de los
Ejercicios, o dicho en positivo, lograda la disponibilidad o libertad interior,
es que pudo recién hacer realmente su elección.
“¿Acaso
volveré al mundo como quien huye del campo de batalla por miedo? No, yo tuve
miedo. Un miedo horrible. Ha pasado. Dios gracias ha pasado completamente. No
estoy al abrigo de nuevos ataques. Ruego a Dios que Él me preserve de ellos.
Por ahora estoy calmo, casi frío.
Sí, tengo
en el mundo grandes medios de santificación y me siento capaz – esto puede ser
una ilusión – de usar bien, con la ayuda de Dios, los bienes del mundo para la
mayor gloria de Dios.”
ü
A esta calma, casi fría, a esta
disposición interior conciente y libre para tomar una decisión como corresponde
a una persona humana, es adonde lo condujo de un modo “no-directivo” el P.
Bouvier, a fin de que recién entonces Douillard decidiese y completase así el
proceso de discernimiento. Es cuando dice lo que sigue:
“Y sin
embargo noto lo siguiente:
Nuestro
Señor en su santo Evangelio, indica un medio de perfección que no es de los que
he encontrado en el mundo. Seguramente el medio indicado por el Señor no es el
único, pero es sin duda el más seguro y el que – siendo todas las cosas iguales
por otra parte – le debe ser más agradable. ¿Por qué no lo tomaré yo? Nada me
parece más sabio. Además, ¿se puede seguir al Señor más de cerca? ¿Puede uno
parecérsele demasiado? Es el Divino Modelo: tratemos de ponernos en situación
de mirarle de cerca, si queremos reproducir su ejemplo en nosotros.
Además, Él
me ha amado sin medida.
Le pido
perdón de mis infidelidades y cobardías. Si me acepta, me doy entero a Él, con
alegría, y se lo agradezco. Y haciendo esto, no le doy nada, porque Él me lo ha
dado todo, y me ha amado primero.”
Comentario final del caso
Es recién en
este momento de su vida que Douillard llega a desear y elegir libre y solamente,
aquello que más lo conduce a él para el fin que es creado. Dicho con sus
palabras, es el momento en que llega, con fina diácrisis, a desear y elegir:
“un medio de perfección que no es de los que he encontrado en el mundo… no es
el único, pero es sin duda el más seguro y el que – siendo todas las cosas
iguales por otra parte – le debe ser más agradable”. Muy bien dicho, porque el
sacramento del matrimonio también es un medio de perfección, pero para él en concreto
era otro. Es importante resaltar aquí este aspecto, en el sentido que revela un
discernimiento concreto, no abstracto, y una
relación personal con Cristo, a quien debía su respuesta.
En otras
palabras, descubrió que entre dos cosas buenas, una era mejor, y donde está lo
mejor en concreto o más conducente para el fin que somos creados, esa es de
Dios.
Termina casi con
sentido común, pero en realidad con sabiduría, al decir: “¿Por qué no lo tomaré
yo? Nada me parece más sabio. Además, ¿se puede seguir al Señor más de cerca?
¿Puede uno parecérsele demasiado?".
CONCLUSIÓN
La presencia del término relación
durante el desarrollo de nuestro ensayo, se debe al hecho de estar implícito en
la clave del modo. Esta presencia, por otra parte, revalora la Revelación como
la relación establecida entre Dios y el hombre, y reduce la distancia entre los
dos.
Discernir a Dios en la alternancia de las
mociones internas de consolación-desolación, privilegió más todavía a la
relación, como pudimos observar en los casos abordados. Por medio de dicha
alternancia, Dios es más percibido y detectado que pensado en sí mismo, lo cual
nada tiene que ver con no pensar, sino con otro modo de conocer. Este consiste
más en mostrar la Luz que hablar sobre ella, más en hacer su
"identikit" basados en el discernimiento de sus signos, que pretender
revelar una foto "objetiva" con argumentos especulativos.
Esto ciertamente requiere atención sobre
lo que pasa por el mundo interior y exterior, más que sobre las ideas o
pensamientos, porque estos pueden ser muy bonitos, pero no trasuntar lo que realmente
acontece, y no permitir en consecuencia, no sólo discernir sin engaños, sino
también, llegar a otro conocimiento de Dios, de uno mismo y del adversario. Un
modo "incómodo" de conocer para algunos porque, por un lado, es
buscar la verdad donde sea que esté, y por otro lado, no es eternizarse en una
"búsqueda" indefinida, sino llegar a síntesis o tomas de decisión.
Por otro lado, dijimos que una
desarticulación de la relación entre el cuerpo social de la Iglesia y su
lenguaje, se refleja en un divorcio entre fe y vida, o entre quienes tienen fe
y no la viven, o la practican pero no creen. En este sentido, igualmente se
verifica una separación entre la experiencia de fe y el lenguaje religioso. Una
repercusión de esto lo tenemos en la insignificancia de un cierto discurso
cristiano que reclama un cuerpo de verdades pero sin hacer aparecer una ruptura
revitalizadora del hacer teológico que las haga inteligibles, es decir, que las
integre en un cuerpo con la historia cotidiana de los hombres.
A dicha desarticulación, como así
también al desafío planteado hoy a la teología, hemos contrapuesto un modo de
proceder con la intención de diferenciar
e interpretar lo que pasa por el mundo interior y la historia, a fin de
sabernos encaminar en ellos.
Esto es posible gracias a que el modo reubica
el privilegio de la palabra conceptual como expresión de lo vivido, y llama a
una suerte de conversión del intelecto. Algo de lo que insinuaba de alguna
manera Claude Geffré en 1983[161] al
hablar de la necesidad de una confrontación incesante del creer y del hacer o
de lo que llama una "teología crítica", una nueva inteligencia de las
relaciones entre teoría y práctica, o una manera de hacer teología que muestre que
hay otras aproximaciones a la verdad que la de un conocimiento especulativo.
En este sentido, el modo presentado
incentiva la veta creadora de otras posibilidades de existencia y de
inteligencia de la fe, al hacerlo más allá de un enfoque moral o psicológico,
por medio de la diácrisis de las mociones de la vida en el Espíritu, y más allá
de lo narrativo o biográfico, mediante las interpretativas pautas ignacianas
para discernir dichas mociones.
Entrar en esta veta, es hacer la
experiencia de tener necesidad de los otros, aun de los no creyentes, de convivir
con los hombres y las mujeres de esta época, de hacer la experiencia de tener
necesidad de un lenguaje que aclare la vivencia de la fe en este tiempo y sepa
comunicarla.
Al asumir la problemática confusa de la
vida y del mundo efectivizamos un modo teológico en el que la diácrisis es
imprescindible y donde los creyentes son llamados a dar razón de Dios, como respuesta
a las confusiones de todo hombre marcado por las mismas, no a la defensiva, ni
al costado del mundo, ni a condición de distanciarse de él, si queremos realmente
servir y no hacernos oír sólo detrás de una cátedra.
Lo que se observa en algunos en cambio,
es una necesidad de salvaguardar un cierto tipo de lenguaje y de mantener
principios, pero sin estar seguros que eso modifica realmente la práctica
efectiva de los demás. Algo así como si alguien les dijese a estos: "lo
que ustedes me dicen será verdad, pero yo no entiendo su lenguaje". Falta
reubicar el privilegio de la palabra conceptual, a veces no inteligible de la
teología profesionalizada, como así también a veces, de la liturgia. Al mismo
tiempo que considerar al lenguaje teológico como un discurso herido, por cuanto
en el campo moderno del saber testimonia la escasa gravitación de los
cristianos.
En este aspecto, es verdad y lo
admitimos, que el lenguaje empleado en nuestro discurso, si bien no es ciertamente
el coloquial de cada día, sin embargo, tampoco es tan especializado que con un
poco de interiorización y referencia a la propia experiencia, no pueda ser
comprendido. Por otro lado, si nuestro modo de proceder merece el nombre de
teología y encuentra su lugar en ella, es porque posee un lenguaje existencial y
fenomenológico en su instrumento paradigmático - expresión ciertamente profunda
de la vida y no teoría alguna - que expresa no sólo una experiencia cristiana
que se encarna en la historia, sino también, una integración entre experiencia
de fe y un lenguaje religioso existencial y fenomenológico, gracias a Ignacio
de Loyola.
Es por esto, que el modo de proceder desea
señalar un posible camino de superación del techo que hoy toca la teología, al tratar
por un lado, de lograr una mejor articulación entre el decir y el hacer, la que
encontramos en su instrumento.
Y por otro lado, señalar un posible
camino de superación en el modo de "hacer la verdad" en la historia
personal de los hombres, y en el corazón de las sociedades donde el hacer es vivido
en solidariedad con los otros, con sus sufrimientos, sus necesidades y sus
proyectos, en una palabra, envuelto en las verdaderas cuestiones de los hombres,
en su búsqueda de sentido, como así también, en una cuestión de Dios
verdaderamente significante para ellos, que no es tal cuando surge de discursos
de cierta ideología religiosa.
Este modo de proceder, en cambio, incita
ciertamente a salir de ciertos enclaves, a conectarse con otros lenguajes y
otros modos de saber, con otras cuestiones que las que se hallan en su propio
terreno. El medio para conectarse es su clave y su instrumento, que escapan de
la confusión reinante y de la incoherencia entre el decir y el hacer mediante
la función diacrítica de la primera, y hermenéutica del segundo.
Esto es posible en medio del desafío que
es desentrañar hoy los conflictos suscitados por el encuentro con otros
lenguajes y conocimientos, y en orden a una forma de reconocimiento de la
existencia, en uno mismo y en otros, ya sea del Totalmente Otro o la del adversario
común a todos los hombres, hasta llegar a dar razón de ambos, aunque tal vez
con una presencia menos "religiosa" por exigir una aceptación
realista de la total verdad existencial, lejos de todo pietismo.
De no ser así, como dice Michel de
Certeau, "la tradición está muerta si permanece intacta, si una invención
no la compromete devolviéndole la vida, si ella no es cambiada por un acto que
la recree… Todo lo que inyecta en una tradición el aguijón de un tiempo nuevo
es también la que la salva de la inercia"[162], en
concreto de aquella inercia socio-religiosa en la que venía navegando el Pueblo
de Dios antes del Concilio y de la que fuimos salvados por el desacostumbrado y
fuerte soplo vivificante del Espíritu, frente al que estamos todavía en deuda,
después de un primer entusiasmo. En este sentido, el modo diacrítico desea, en
alguna manera, revitalizar el hacer teológico, al comprometer el discernimiento
como objeto de la teología y como "aguijón" inspirador para otro modo
de realizarla.
EPÍLOGO
La provocación de lo cristiano, de la
que nos hablaron al comienzo Walter Kasper y J. P. Jossua, se da cuando Dios,
que es libre de la temporalidad, puede obrar en el hombre, siempre que éste se
halle disponible o interiormente libre para colaborar con su acción, y sea él
mismo "una pista de ensayo del Espíritu Santo", como dice Theilard de
Chardin.
Esto fue lo que encontró Dios en Ignacio
de Loyola, y el resultado fue un teólogo de otro estilo - curiosamente no
barroco, si bien fue contemporáneo al mismo - inspirador en cambio en este
siglo XXI de una teología fenomenológica, orientada hacia el futuro, por medio
de la experiencia de la atención puesta en los rastros de Dios en la vida
cotidiana.
Para ello, el instrumento radiográfico
de sus pautas es algo más que una técnica, por refinada que sea, y más que una
herramienta psicológica, porque se hunde en el nivel más profundo de realidad
de la persona humana. Y por otro lado, es provocativo, por cuanto ayuda a tomar
conciencia de que la fe es una opción conciente y libre por Cristo en Iglesia y
un seguimiento tras sus huellas. Esto ayuda a no quedarse en el pseudo
seguimiento de un Dios ausente, "a medida" o según nos caiga bien, a
no caer en la confusión de la vida cristiana con una práctica de ritos, o
reducida a la aceptación de una pertenencia puramente pasiva a la institución
eclesiástica, donde la experiencia personal apenas cuenta.
Por su parte, el parámetro del espíritu de
Cristo y de su Evangelio, ayuda a colocar a la salvación en su lugar, entendida
como ajuste fundamental de la criatura con el Creador a su plan salvífico para con
cada uno, mediante "sus propuestas discernidas" y no mediante "nuestros
propósitos", o motivaciones domesticadas a veces por la sociedad y el
mundo en que vivimos. Propósitos que muestran un mundo más centrado en el "yo",
que en Él como protagonista principal en nuestra vida y centro de la teología.
Para esto es preciso que la experiencia
de su obrar se haga vida. De lo contrario podremos seguir hablando de Él como
una idea, pero sin descubrirlo en el momento presente, donde el Infinitamente
Real está y se revela, sin reconocer sus huellas para seguirlo, con el riesgo
de ser como seres desorientados que deambulan por el medio
divino, sin conciencia del mismo, en el que existen y se mueven.
EL MODO DE PROCEDER,
ACTUADO EN LOS LIBROS DEL AUTOR
Sería
interesante y fecundo examinar de esta manera todas las demás formas de la
existencia eclesial y mostrar cómo son otras tantas improntas de la forma de Cristo.
H. U. von
Balthasar
Gloria, 1961, 530
Pieter van
der Meer de Walcheren (1880-1970). De la desarmonía interior a la unidad en sí
mismo. Período 1907-1911. (Inédito)
Dar razón
de Dios. Un modo teológico ignaciano de proceder. San Benito, Buenos Aires,
2009.
Captar
el sentido de la vida. Proceso de una experiencia. En la Autobiografía
espiritual del filósofo y teólogo de la historia Nicolás Berdiaev (1874-1948).
Lumen, Buenos Aires-México, 2008.
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ciencia del espíritu (Rom 10,2). Adiestramiento integral para acompañantes
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_______________________________________________
(para contratapa)
Es este ensayo una profundización del anterior,
titulado Dar razón de Dios, "una nueva visión del discernimiento
ignaciano", a juicio de Alfonso Nicolás S. J.
En efecto, Ignacio de Loyola inspira a
Guillermo Randle un modo teológico de proceder en distinta relación con la
teología docta. Un modo en que la fe de la Iglesia, la palabra de Dios y la
acción del Espíritu Santo se manifiestan de otra manera que los tratados de los
teólogos.
Lo que hay de original en Ignacio es
algo ejemplar de una manera completamente primigenia en estos tiempos
posteriores al post Concilio Vaticano II.
La teología inspirada en aquél es
difícil para el teólogo que piensa que no se puede encontrar nada más de lo que
hace tiempo tiene estudiado la teología especulativa.
Por esto, su clave constituye un objeto para
la teología de hoy, y tal vez para la de
mañana, por ser una fuente no deducible de sus principios abstractos. Más aun,
por tener que decir algo que de otra manera aquélla no puede descubrir.
[1] El anterior fue: G. Randle, Dar
razón de Dios. Un modo teológico ignaciano de proceder. San Benito, Buenos
Aires, 2009.
[2] J. Espeja, Para comprender mejor
la fe. Una introducción a la teología. San Esteban-EDIBESA,
Salamanca-Madrid, 2005, 204. Al referirse a la teología en la posmodernidad.
[3] Estas notas se inspiraron en una de las
entrevistas con la teóloga Sylvie Robert.
[4] Término que, con Von Balthasar, consideramos
abstracto.
[5] "Lo
que va primero es la vida; lo que es segundo es la experiencia de esta vida. Es
necesario, por tanto (…) situar esta
experiencia en esta vida". J. Mouroux, L'expérience
chrétienne. Introduction à une théologie. Coll. Théologie, 26, Aubier, Paris, 1952, 369.
[6] De "diácrisis" o discernimiento.
[7] Preferimos llamarla así y no "vida
espiritual", término cambiado por el mismo motivo de la nota 4. Sin
embargo, mantenemos el término "desolación espiritual" para
diferenciarla de la depresión psicológica.
[8] En efecto: "Nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie
puede conocerse a sí mismo sino es tentado, ni puede ser coronado si no ha
vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo
y de tentaciones". San Agustín, Comentario
sobre los salmos, salmo 60, 2-3.
[9] Tomás de Aquino, Suma teológica I, q. I, a.
7, I.
[10] Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales
(EE) n.313-336.
[11] J. Ratzinger, Naturaleza y Misión de la Teología. Ensayos sobre su situación en la
discusión contemporánea. Ágape Libros, Buenos Aires, 2007, 64.
[12] E. Schillebeeckx, Revelación y teología, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1968, 95.
[13] J. Espeja, o. c., 15.
[14] C. Geffré, "Le non-lieu de la théologie chez
Michel de Certeau", en Michel de
Certeau ou la différence chrétienne, Actes du colloque "Michel de
Certeau et le christianisme" édités par Claude Geffré.Les Éditions du
Cerf, Paris, 1991, 170.
[15] Cf. K. Rahner, Lo dinámico en la
Iglesia , (original de 1958), Herder, Barcelona, 1963. M . A. Fiorito, "Para una teología de los Ejercicios
Espirituales", Ciencia y Fe, 15, 1959, 253 ss. "Apuntes para una teología del discernimiento de espíritus", Separata
de Ciencia y Fe, XIX, 1963, 401ss. S. Robert, Une
autre connaissance de Dieu. Le discernement chez Saint Ignace, Les Éditions
du Cerf, Paris, 1997. G . Randle, "Las pautas de discernimiento ignacianas como marco para hacer
teología y modo de conocimiento de Dios", Boletín de Espiritualidad,
Buenos Aires, 178, julio-agosto 1999, 1-13.
[16] J. Daniélou, "Les orientations présentes de la
pensée religieuse", Études, 249, 1946, 5-21.
[17] A. Álvarez Bolado, "Hacia un discernimiento teológico de la secularización",
Iglesia Viva, 21, 1969, 211.
[18] K. Rahner, Escritos de teología, Tomo I, Taurus Ediciones - Madrid, 1961, 16.
[19] Cf. J. C. Scanonne, "A modo de presentación" en G. Randle, Dar razón de Dios. Un modo teológico
ignaciano de proceder. San Benito, Buenos Aires, 2009, 9-11.
[20] Cf. C. Geffré, o. c. 10.
[21] J. Espeja, o. c., 12-19.
[22] K. Rahner, o. c., 24 y nota 14.
[23] "Todas
las doctrinas teológicas metafísicas… son en el fondo una forma de racionalismo
destructoras del misterio; su descripción de la experiencia espiritual es
inexacta, ella ignora lo trágico, las contradicciones, lo irracional". N.
Berdiaev, Essai d'autobiographie
spirituelle, Editions Buchet/Chastel, Paris, 1992, 366.
[24] En efecto, "Nuestro pensamiento humano insignificante permanece irracional si
no se refiere constantemente a la experiencia viva que, que a su vez, se
convierte en irracional, sin el
ejercicio reflexivo de la razón". E. Schillebeeckx, L'histoire des hommes, récit de Dieu, Cerf,
Paris, 1992, 54.
[25] K. Rahner, o. c., 20.
[26] "Para
los teólogos sistemáticos, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz , fueron seres
extravagantes que, además, resultaban un tanto peligrosos". H. Küng, La encarnación de Dios, Edit. Herder,
1974, 16.
[27] K. Rahner, Lo dinámico en la
Iglesia , Herder, Barcelona, 1963, 97.
[28] Cf. C. Theobald, Le christianisme comme style. Une manière de
faire de la théologie en postmodernité. Les Éditions du Cerf, Paris, 2008,
434.
[29] R. Bultman, "Quel sens cela a-t-il de parler de
Dieu", Foi et Compréhension, vol.I, Seuil, 1970,36.
[30] J. Ratzinger, Naturaleza y Misión de la Teología. Ensayos sobre su situación en la
discusión contemporánea. Ágape Libros, Buenos Aires, 2007, 65.
[31] J. L. Ruiz de la Peña , Crisis y apología de la fe. Evangelio y nuevo milenio. Editorial
Sal Terrae, Santander, 1995, 275.
[32] K. Rahner y H. Vorgrimler, Diccionario teológico, Editorial Herder,
Barcelona, 1961, 726, voz "teología".
[33] J. Ratzinger, Discurso en la entrega del "Premio Ratzinger", Vaticano,
30.06.11
[34] Estos son, por ejemplo, los "lugares
teológicos" en busca del mismo que componen nuestros ensayos.
[35] Cf. H. U. von
Balthasar, Razing the Bastions: on the
Church in this age. Presentación de
Christoph Schönborn O. P., Communio Books, Ignatius Press, San Francisco, 1993,
99.
[36] J. Ratzinger, Naturaleza y Misión de la Teología. Ensayos sobre su situación en la
discusión contemporánea, Buenos Aires, Ágape Libros, 2007, 133.
[37] "El
cristianismo… desde que nació en san Pablo, no fue doctrina, aunque se
expresara dialécticamente; fue vida, fue lucha… La doctrina era el Evangelio, la Buena Nueva ".
M. de Unamuno, La agonía del
cristianismo. Editorial Losada. Buenos Aires. 1973. 30.
[38] Juan Pablo II, Carta sobre el tercer milenio, 1994, n. 36.
[39] Sin embargo, llama la atención observar en
libros de teología, de antigua o reciente data, la ausencia de su nombre por
considerarlo un autor "espiritual", no un teólogo.
[40] Como ejemplo podemos citar el artículo 8 de
la primera cuestión de la Suma , donde se ve
claramente que al lado del aspecto especulativo Tomás de Aquino comprende
también todo lo que designamos con el nombre de teología positiva. Sólo sus
seguidores, después de él, las separaron con funestas consecuencias.
[41] M. A. Fiorito S. J., "Apuntes para una teología del discernimiento de espíritus", Separata
de Ciencia y Fe, XIX, 1963, 4.
[42] Cf. Vaticano II, G et S 37.
[43] J. B. Metz, La fe, en la historia y la sociedad. Ensayo de teología fundamental y práctica. Ediciones Cristiandad,
Madrid, 1979, 223.
[44] O como dice la Escritura : "Conoce el buey a su dueño, y el asno
el pesebre de su amo, Israel no conoce, mi pueblo no discierne" (Is 1,3).
[45] Este capítulo se inspiró en la entrevista con
el teólogo Joseph Moingt.
[46] En el mismo sentido dijo N. Berdiaev hace
ochenta años: "La gente ve en la Iglesia más una
institución social tradicional, que un organismo místico".
[47] Cf. W. Kasper, Théologie et Église, 421.
[48] Benedicto XVI, refiriéndose al secularismo,
en la Asamblea
Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura. 08/03/08.
[49] Cf. G. Randle, El hombre: sentido de la arquitectura y del urbanismo. Dos ensayos.
Nobuko, Buenos Aires, 2008.
[50] K. W. Truhlar S. J., Nuestra experiencia personal de Cristo, Editorial Razón y Fe,
Madrid, 1966, 17.
[51] Cf. A. Álvarez Bolado, o. c., 199-222.
[52] Lo anticipó Albert Einstein en 1920: "La perfección en los medios y la
confusión en los objetivos parecen ser características de nuestra época".
[53] Con razón insiste Pablo que "en cuanto
al discernimiento sean hombres maduros" (1 Cor 14,20).
[54] Cf. Vat. II, G et S, P. I c. 3, 36, sobre la
justa autonomía de la realidad terrena.
[55] Cf. Joseph Moingt, "Une théologie de l'exil" en Michel de Certeau ou la différence
chrétienne, Actes du colloque "Michel de Certeau et le
christianisme" édités par Claude Geffré. Les Éditions du Cerf, Paris,
1991.
[56] Tal lo experimentado por el arquitecto
italiano Ernesto N. Rogers al
visitar la iglesia Notre Dame du Haut, de Le Corbusier, en Ronchamp: "Envidié un poco a los que saben orar
(se encontraba allí una pequeña multitud reunida) porque para ellos, aun más
que para mí, fue creada esta obra maestra… Ya sea ortodoxo o disidente,
inmanentista o creyente en la trascendencia, cada hombre sensible siente crecer
su potencial religiosidad en el espacio
de esta arquitectura". Ernesto N. Rogers, Experiencia de la arquitectura, Ediciones Nueva Visión, Buenos
Aires, 1965, 176-177. Cf. G. Randle, o. c., 103.
[57] Vat. II, G. et S., 22, 4-5. Cf. J. L. Ruiz de
la Peña , Crisis y apología de la fe. Evangelio y
nuevo milenio. Editorial Sal Terrae, Santander, 1995, 271-309.
[58] Cf. C. Geffré, J.
Audinet, P. Colin, Le Déplacement de la
théologie. "Conclusions", Éditions du Cerf, Paris, 1983, 169-184.
[59] "Un
tema que hoy es de gran actualidad…: la cuestión del mismo estatus de la
teología actual". J. Ratzinger, en la clausura de la sesión anual de la Comisión Teológica
Internacional sobre el estudio de la cuestión metodológica en la teología
actual (2 de diciembre de 2011).
[60] Un ejemplo de esta captación de lo esencial
gracias a la experiencia y al instrumento: "Un
hombre puede pasar todo su tiempo hachando sin lograr abatir un árbol; mientras
que otro, que tiene la experiencia de la tala, hace caer el árbol en pocos
golpes. El afirmaba que el hacha es el discernimiento". Apotegmas de los Padres
del desierto, Lumen, Buenos Aires, 1979, 148,46.
[61] Juan Pablo II, Carta sobre el tercer milenio,
n.36.
[62] G. Lafont, La sagesse et la prophétie. Modèles
théologiques. Cerf, Paris, 1999, 12.
[63] Aspecto que deseó Rahner fuese desarrollado.
Cf. Escritos de teología I, 208-209.
[64] G. Routhier en AA.VV., Le devenir de la théologie catholique
mondial depuis Vatican II, 1965-1999. Bajo la dirección de Joseph Doré. Beauchesne. Paris.
2000.
[65] Detectar en electrónica es extraer de la onda
modulada la señal transmitida. En teología es discernir en la alternancia
confortación-desolación las señales del Hacedor, una relación permanente con el
hombre.
[66] ¿No será por esto que Ignacio de Loyola está,
no sólo permanentemente vigente, sino que, como dice Hans Küng, es "peligroso",
o al menos molesto?
[67] Cf. Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, 2,8-4,2. Su
deliberación entre dos cosas positivas: sacramento del matrimonio y vida
consagrada.
[68] Cf. Nuestros ensayos, donde se muestra en
acción cómo se hace y qué es la teología desde la experiencia de la vida en el
Espíritu, y su modo teológico diacrítico y radiográfico de proceder, aplicado a
determinados lugares teológicos.
[69] Vat. II, G. et S. 9.
[70] Como no alcanza "distinguir" dos
personas en la lejanía y sí "diferenciar" en cambio que se trata de
Fulano y Mengano.
[71] "Muy
poco importa", decía al respecto Pedro Ibáñez O. P. en el siglo XVI, "que teólogos que no saben por
experiencia… hablen o reprueben esto que
tratamos". "Informe sobre
el espíritu de Santa Teresa" en Obras
de S. Teresa de Jesús. El Monte Carmelo, Burgos, 1915, 143.
[72] La forma reflexiva de discernir es la más
común, si bien en otros pueda darse de modo connatural o intuitivo, propio del
contemplativo. Ejemplo del primero es el apóstol Pedro y del segundo, el
apóstol Juan. Cf. Jn 21.
[73] Cf. más adelante texto y nota 106.
[74] D. Gil, Discernimiento
según San Ignacio, Centrum Ignatianum Spiritualitatis, Roma, 1983, 32-33.
[75] Cf. C. Theobald, o. c.
[76] P. Eicher, La théologie comme science pratique. Cerf, 1982, 254.
[77] K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia , Herder,
Barcelona, 1963, 96-97.
[78] Cf. M. A. Fiorito S. J., o. c.
[79] Los mismos tres pasos del proceso de
conversión del hijo pródigo en la parábola del padre misericordioso Lc
15,17-18.
[80] Cf. cualquiera de nuestros libros que figuran
en nuestra bibliografía al final.
[81] E.
Schillebeeckx, o. c., 408-409.
[82] Al moverse en otro ámbito que el ignaciano,
Schillebeeckx estaba tal vez lejos de la valoración que, ya en 1958, Karl
Rahner había hecho en su libro Lo
dinámico en la Iglesia ,
acerca del discernimiento como objeto de la teología.
[83] G. Lafont, o. c. 12.
[84] Cf. Bernard Lonergan, Método en Teología, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1994, 22.
[85] E. Schillebeeckx, o. c., 392.
[86] Como tampoco está en desaparición la Iglesia , fundada sobre
roca, sino un modo histórico de ser, como ya ocurrió en siglos pasados con
otras modalidades de la misma.
[87] J. Ratzinger, Naturaleza y Misión de la
Teología , Ensayos sobre su situación en la discusión
contemporánea. Buenos Aires, Ágape
Libros, 2007, 54.
[88] P. Vallin, en AA.VV., Le devenir de la théologie catholique
mondial depuis Vatican II, 1965-1999. Bajo la dirección de Joseph Doré. Beauchesne. Paris.
2000.
[89] Cf. J. García Rojo, El sentido de la vida. Una pregunta necesaria. Publicaciones Universidad
Pontificia, Salamanca, 2004.
[90] Cf. E. Troeltsch, "Les possibilités d'avenir du
christianisme en rapport avec la philosophie moderne" en Histoire des religions et destin de la
théologie, Œuvres III, Genève-Paris, Labor et Fides, Éditions du Cerf, 1996,
277-301.
[91] Cf. D. Gil, o. c., 33.
[92] K. Rahner, o. c., 97.
[93] Buen espíritu quiere decir que es referible a
Dios, a su presencia, como último origen y fin. Coopera con sus buenas
tendencias al seguimiento de Cristo. Mal espíritu, por el contrario, es referible
a no-Dios, al sin-sentido, al enemigo del hombre, al "padre de la
mentira" y "homicida desde el principio" (Jn 8,44). Conspira con
la complicidad de nuestras tendencias negativas o raíces de pecado, con
intención de estorbar o impedir dicho seguimiento.
[94] Una manera de neutralizar esta conquista fue
más tarde encerrarla en una disciplina conceptual propia, llamada
"teología espiritual". Para recuperarla en términos concretos,
hablamos de "teología desde la experiencia de la vida en el Espíritu".
Cf. "Notas preliminares" al comienzo de este libro. Cf. García M.
Colombas O. S. B., El monacato primitivo,
II La espiritualidad, BAC, Madrid,
1975.
[95] Cf. Vat. II, G. et S.,
37.
[96] K. Rahner, Escritos de teología, Tomo I, Taurus Ediciones - Madrid, 1961, 15.
[97] Cf. C. Theobald, o. c., 158 y 189.
[98] K. Rahner, o. c., 14.
[99] K. Rahner, idem.
[100] J. Ratzinger, Naturaleza y Misión de la Teología. Ensayos sobre su situación en la
discusión contemporánea. Buenos Aires, Ágape Libros, 2007, 115.
[101] Cf. H. U. von Balthasar,
Retour au centre, Desclée de Brouwer,
1998.
[102] J. Ratzinger, o. c., 133.
[103]Esta es la extendida interpretación de fe e
incredulidad, que implica creer que la fe es sólo el asentimiento intelectual a
ciertas verdades reveladas y no también y en primer lugar, una moción interior
de confianza y de abandono a la palabra y al poder de Aquél en quien cree (Cf.
Mt 8,10 con nota de la B.
de Jerusalén).
[104] San Vicente de Lerins, Conmonitorio, capítulo 23.
[105] B. Forte, ¿Dónde
va el cristianismo? Ediciones Palabra, Madrid, 2001, 50. Cf. M. Schneider, Teología como biografía. Una fundamentación
dogmática. Desclée De Brouwer, Bilbao, 2000.
[106] Cf. G. Randle, La guerra invisible. El discernimiento espiritual como experiencia y
como doctrina en santa Teresa de Jesús. Publicaciones Claretianas.
Madrid. 1991. 203-205.
[107] J. B. Metz, La foi dans l'histoire et dans la société.
Essai de théologie fondamental et pratique. Éditions du Cerf, Paris,
1999,238.
[108] K. Rahner, Oyente de la palabra. Fundamentos para una filosofía de la religión. Editorial Herder,
Barcelona, 1967, 221.
[109] Peso y rigor que ciertamente no alcanza a
tener, por ejemplo, una técnica encuestadora. Se puede consultar al respecto,
E. Grieu, Nés de Dieu. Itinéraires de chrétiens engagés. Essai de lecture
théologique. Éditions du Cerf, Paris, 2003. Según
el mismo autor, su ensayo es "un
proyecto relativamente inocente", es decir, no abierto a diferentes
pistas de reflexión teológica, ni recorridas hasta el final.
[111] Como coinciden maravillosamente en 2 Sam 11 y
12.
[112] Paul Ricoeur, "Le langage de la foi", Bulletin
du Centre protestant d'Études, 16 (juin, 1964).
[114]E. Schillebeeckx, "Intelligence de la foi et
interprétation de soi", en Théologie
d'aujourd'hui et de demain (The Word in History, New York), Paris, 1967,
132.
[115] D. Gil, o. c. 188.
[116] E. Schillebeeckx, "La théologie du nouveau parle de
Dieu", en La théologie du
renouveau, I, Montréal-Paris, 1968, 102.
[117] "¿Qué
importa, para el caso, conocer la persona que nos habla (la propia
psicología o los espíritus que vienen de fuera) constándonos de antemano ser pernicioso lo que nos dice? Si conocemos
que es nuestro enemigo, hay que resistirlo y rechazarlo varonilmente, como a
tal; y si fuese tu mismo espíritu (o sea, tu psicología) quien te aconseja mal, vuélvete contra
él". San Bernardo, Sermón 23,4.
[118] Como, por ejemplo, la presencia actual de
sacerdotes casados en la
Iglesia Católica , ex pastores de la Iglesia Anglicana.
[119] Es en el fondo lo
propuesto en términos, para nosotros abstractos, por Enzo Bianchi, "Une nouvelle théologie spirituelle
pour aujourd'hui", Académie Internationale des Sciences Religieuses, Comment faire de la théologie aujourd'hui?
Continuité et renouveau. Sous la direction de Otto Hermann Pesch et de
Jean-Marie van Cangh. Diffusion.
Cerf. 2003. 161-171.
[120] Cf. J. Ratzinger, Teoría de los principios teológicos. Materiales para una Teología fundamental,
Herder, Barcelona, 1985.
[121] J. Ratzinger, Discurso en la entrega del "Premio Ratzinger", Vaticano,
30.06.11.
[122] idem
[123] K. Rahner, Escritos de Teología, Tomo I, Taurus Ediciones-Madrid, 1961, 21.
[124] N. Berdiaev, Essai d'autobiographie spirituelle, Editions
Buchet/Chastel, Paris, 1992, 259, 262. Cf. G. Randle, Captar el sentido
de la vida. Proceso de una experiencia. En la Autobiografía
espiritual del filósofo y teólogo Nicolás Berdiaev (1874-1948), Lumen,
Buenos Aires-México, 2008.
[125] M.-A. Couturier, Arte y Catolicismo, Editorial Difusión, Santiago de Chile, 1942,
69. Cf. J. Plazaola, El arte sacro
actual, BAC, Madrid, 1965.
[126] Citado por Hans Sedlmayr, El arte descentrado. Las artes plásticas de
los siglos XIX y XX como síntoma y símbolo de la época. Editorial Labor,
1959, 228. Al hablar de "la
situación en el terreno espiritual" de las artes plásticas de dichos
siglos.
[127] E. Jüngel, Dieu Mystère du monde, I, 1. Les
Éditions du Cerf, Paris, 1997. Cf.
J-P Jossua, ¿Es posible hablar de Dios?,
PPC.
[128] C. Theobald habla en términos parecidos al
referirse a un "modelo de
articulación crítica", que permita avanzar siempre en el conocimiento
de Dios sin encerrarse en una doctrina o teología con nombre propio. Cf. C.
Theobald, o. c.
[129]Según esta, los alumnos eran valorados por la
capacidad de aprender racionalmente conceptos y discurrir en el arte del
silogismo, sin percibirse la conexión con la vida en el Espíritu y con las
crisis de crecimiento en la misma, cuyos efectos se sintieron más tarde en el
abandono de la vida consagrada de muchos de aquellos alumnos en los cinco
continentes. Tiempos difíciles para quienes tenían un pensamiento existencial e
intuitivo, subestimado en aquel entonces, pero más tarde valorado por quienes
lo despreciaron.
[130] J. Ratzinger, Naturaleza y Misión de la Teología. Ensayos sobre su situación en la
discusión contemporánea. Ágape Libros, Buenos Aires, 2007, 64.
[131] Cf. G. Randle, La ciencia del espíritu. Rom 10,2. San Benito, Buenos Aires, 2006. G . Randle - H. Muñoz
Larreta, El discernimiento como ayuda
espiritual y psicológica. Teoría y práctica. San Benito, Buenos Aires,
2005.
[132] Esta posibilidad de conocer a Dios existía
antes que se operase la separación de teología y espiritualidad. La época
patrística la llamó con los verbos “sentir y conocer”, o advertir y discernir.
[133] Esto es posible si el "lugar
teológico" comunica lo que pasa por su mundo interior y no sólo su
trajinar externo. Porque hay quienes se quedan en esto, y por ello no dan
hincapié para el desarrollo de una teología desde la experiencia de la vida en el Espíritu, ni de su modo teológico diacrítico y
radiográfico de proceder.
[134] Citado por Stanislas
Breton, L' "Esse in" et l'
"Esse ad" dans la métaphysique de la relation, Rome, Angelicum,
1951, 54.
[135] "Fin" para el que somos creados.
Evagrio Póntico, Obras espirituales.
Tratado Práctico n.89. Editorial Ciudad Nueva, 1995.
[136] idem, A
los monjes n. 43.
[137] Ignacio de Loyola, Diario espiritual 33.
[138] 1 Jn 1,2.
[139] Sin embargo, "Los dogmas no pueden ser otra cosa que aspectos del amor que se
manifiesta y, en su misma revelación, permanecen siempre siendo misterio. Si
ellos no son esto, entonces el conocimiento ha vencido al amor, la razón humana
se ha apoderado de Dios, y, en ese instante - en primer lugar en teología,
luego en la Iglesia ,
y finalmente en el mundo - "Dios ha muerto". H. U. von Balthasar, Retour au centre, Desclée de Brouwer,
1998, 27.
[140] Cf. A. G. Matanic,
o. c., 254.
[141] Cf. G. Randle, "Entendí en Jerusalén. Bisagra en la Autobiografía de
Ignacio de Loyola". Boletín de Espiritualidad. Centro de
Espiritualidad Ignaciana de Argentina. n. 233 y 234, 2011.
[142] Conviene recordar que "La mera racionalidad no alcanza para producir una gran teología
cristiana", J. Ratzinger, Naturaleza
y Misión. Ensayos sobre su situación en la discusión contemporánea. Ágape
Libros, Buenos Aires, 2007, 65.
[143] J. L. Ruiz de la Peña , o. c., 304.
[144] Citado por Ruiz de la Peña , idem, 303.
[145] Cf. G. Randle, Dos caminos. El discernimiento en Jesucristo, San Benito, Buenos
Aires, 1ª edición 2003, 2ª 2004.
[146] N. Berdiaev, o. c. 388.
[147] Cf. G. Randle, Interioridad de Carlos de Foucauld. Desde el discernimiento de
espíritus. Una fenomenología teológica. Publicaciones Claretianas. Madrid.
1995.
[148] Cf. G. Randle, La lucha espiritual en John Henry Newman, Desclée De Brouwer.
Bilbao. 2000.
[149] Cf. G. Randle, Pieter van der Meer de Walcheren (1880-1970). De la desarmonía interior
a la unidad en sí mismo (1907-1911). (Inédito).
[150] Cf. G. Randle, Geografía espiritual, de dos compañeros de Ignacio de Loyola.
Desclée De Brouwer, Bilbao, 2001.
[151] Extraído del Diario de Nadal, citado por Ignacio Iparraguirre "El progreso de los Ejercicios en san
Ignacio de Loyola hasta 1539", CIS, t. XXXIX, 1986.
[152] Cf. K. Rahner: Escritos de Teología, tomo I. Taurus Ediciones-Madrid, 1961, 16.
[153] J. H. Newman, Grammar of Assent, Westminster , Md.
1973, 118.
[154] J. H. Newman, Certain Difficulties felt by Anglicans in
Catholic Teaching, citado por Ch. S. Dessain, Vida y pensamiento del cardinal Newman, Ediciones Paulinas, Madrid,
1990, 194.
[155] J. H. Newman, Historical sketches, III, 79.
[156] Diadoco de Fótice, Obras completas, Capítulos gnósticos. Editorial Ciudad Nueva, 1999, 30.
[157] Nadal muestra en esta actitud una cierta
fijación en sus propias ideas - simples pero radicales como única verdad válida
– fijación que psicológicamente lo bloqueó y espiritualmente lo tentó o
dificultó para atender a las razones de Ignacio, imposibilitándole discernir si
ellas eran de buen espíritu o no. Esta “fijación” es propia de personas
psicológicamente inseguras y espiritualmente inmaduras o carentes de discreción
para discernir. Dos aspectos que superará Nadal mediante el trato con Ignacio y
en la experiencia de oración y de discernimiento que son sus Ejercicios
Espirituales.
[158] Cf. San Ignacio de Loyola, Obras completas, “Notas sobre los
Ejercicios dadas de palabra”, BAC, Madrid, 1977, 301, modo 4ª.
[159] Cf. San Ignacio de Loyola, Obras completas, Directorio autógrafo, n. 10.18-21, BAC, Madrid, 1977, 296,
297-298.
[160] Cf. San Ignacio de Loyola, Obras completas, “Notas sobre los Ejercicios
dadas de palabra”, BAC, Madrid, 1977, 301, modo 4ª.
[161] Cf. C. Geffré, "Le christianisme au risque de
l´interprétation", en AA.VV., Le
déplacement de la théologie. Éditions du Cerf, Paris, 1983.