TEOLOGÍA DESDE LA EXPERIENCIA DE LA VIDA EN EL ESPÍRITU[1]
Guillermo Randle, SJ
Itinerario de otro modo de
proceder en catorce ensayos
Es un don poder tener y poder ofrecer una
autocomprensión del propio recorrido teológico-espiritual a partir de las obras
que uno ha escrito. En efecto, escribiendo uno se reescribe y se interpreta a
sí mismo y ello permite ser testigo del paso del Espíritu a
partir de la propia autobiografía espiritual.
Javier Melloni sj
A Miguel Ángel Fiorito y Daniel Gil
Zorrilla, en memoria.
Estos tiempos no
son tiempos de brillo externo, aun cuando lo sean de creatividad interna, de
aquella que nace de dentro.
O. González de Cardedal
INTRODUCCIÓN
Esta es la crónica, a partir de 1980, acerca del itinerario de un modo
teológico de proceder hacia una teología
desde la experiencia de la vida en el Espíritu en catorce ensayos,
divididos en dos módulos, y al mismo tiempo es un pequeño aporte a la historia
del hacer teológico en estas latitudes.
Fue a partir del citado año de 1980 que
se inició lo que desembocaría en un modo de hacer teología inspirado por Miguel
Ángel Fiorito sj al enfocar de manera “práctica” la meditación de “Dos banderas” de los Ejercicios de san Ignacio de Loyola.
Ello consistió en discernir diversas experiencias de vida en el Espíritu.
Finalizados los Ejercicios descubrimos efectivamente en esa tarea, una veta
teológica enormemente rica para introducirnos en ella. Fue así que nos abocamos
a la misma, abordando en primer lugar el Libro
de la Vida de santa Teresa de Jesús y luego el resto de sus obras,
verdadero e insustituible maestra, por experiencia, en la materia.
En el presente opúsculo hacemos memoria de las ayudas de todo tipo
recibidas de diversas personas, lugares y circunstancias, que a lo largo de más
de treinta años nos ayudaron a expresar una manera de hacer teología, en la que
los Ejercicios de Ignacio son “objeto”
de la misma, al decir de K. Rahner, y las pautas para discernir de los
mismos son “objeto o tema de reflexión
teológica”, de acuerdo a M. A. Fiorito, integrados ambos en “un modo teológico de proceder”, donde
el discernimiento de espíritus es la clave y las pautas ignacianas para
discernir son los medios, en orden a una “teología
desde la experiencia de la vida en el Espíritu”.
No
pretendemos anunciar improcedentemente hacia dónde tiene que ir la teología,
sino “cándidamente” como diría
Teilhard de Chardin, cómo puede avanzar y servir esta de alguna manera en medio
de la característica de nuestra época, perfecta y hasta desmedida en los
medios, pero confundida en los objetivos. Como así también, cómo puede ayudar
este modo diacrítico de proceder, o “conciencia
evangélica crítica de la praxis cristiana y eclesial”[2],
incidir en la transformación de lo real al dejar al descubierto ciertas
confusiones existenciales. La clave y sus medios liberan además del hecho
rutinario de volver a contar lo que otros han reflexionado, y ayudan a
profundizar en nuestro conocimiento de la verdad, como así también a responder
a nuestra cultura, deseosa de que la inteligencia se someta al dato que la
realidad le ofrece.
MÓDULO
1
EL
MODO DE PROCEDER EN ACCIÓN
PRIMER ENSAYO
La guerra invisible.
El discernimiento espiritual como experiencia y como doctrina en Santa Teresa
de Jesús. Publicaciones
Claretianas, Madrid, 1991.
Nuestro itinerario comienza con lo que
dimos en llamar La guerra invisible,
sobre el discernimiento de espíritus como experiencia y como doctrina en las Obras completas de santa Teresa de
Jesús. Ello significó diez años de trabajo. Comenzado en Argentina en 1980, fue
continuado en Roma (1989-1990) y finalizado en Madrid (1990-1991), donde vio la
luz ese último año[3].
Su publicación fue ciertamente un espaldarazo fundamental, que nos animó a
emprender un largo camino que, sin saberlo de antemano, sería este el primero
de catorce ensayos de una teología desde la experiencia de la vida en el
Espíritu.
En efecto, en junio de 1989 viajamos a Roma para continuar con lo
comenzado en Teresa de Jesús. Fue allí donde salió con firmeza a la superficie
nuestra vocación de escritor, comenzada con anterioridad como quedó dicho.
Antes debemos decir que en 1975,
a poco de publicado en Paris por Éditions du Seuil el
libro de Michel de Certeau El estallido
del cristianismo, constatamos como él afirma, que “necesitamos más bien buscar qué formas de acción son actualmente las
adecuadas para una experiencia de la fe cristiana”[4].
Esto no fue en cambio, lo que pudimos captar personalmente en Europa aquel
año: sino la acusación que se hizo contra el déficit de experiencias en
teología. Fue muy rica al respecto, la entrevista en Amsterdam con el teólogo Leo Bakker sj, quien veinte años
más tarde publicara, como respuesta a
dicho déficit, su libro Libertad y
experiencia. Historia de la redacción de las reglas de discernimiento de
espíritus en Ignacio de Loyola, resaltando en el título la
importancia de la experiencia y del discernimiento en teología, dos temas
que más tarde serían vertebrales en nuestro hacer teológico. Testimonio de ello
es la aparición de los mismos en el subtítulo de La guerra invisible.
Llegamos a Roma sólo con lo escrito sobre el Libro de la Vida de Teresa de Jesús, e invitados por Mariano
Ballester sj para darlo ese mes de noviembre en el Centro Internazionale di Pastorale della Preghiera (Borgo S. Spirito 3/A), del que Ballester era
Director[5]. Previamente, el mes de
octubre, nos entrevistamos en el Centro
de Espiritualidad de la Compañía de Jesús en Dublin con Brian O´Leary sj,
interesados por su trabajo sobre el discernimiento de espíritus en el Memorial de san Pedro Fabro sj,
publicado por la revista The Way, y
con el escritor William Johnston sj, de la Provincia de Japón en año sabático,
por su énfasis en el discernimiento, dado que “en la vida de la gente de bien están surgiendo complejas y difíciles
decisiones, que una ética legalista es incapaz de enfrentarse a ellas”[6].
Instalados en el incentivador clima de estudio e investigación del internacional
Colegio Bellarmino de la Universidad
Gregoriana, más el apoyo y orientación de Manuel Ruiz Jurado sj, profesor de
Historia de la Espiritualidad en la misma, sobre la tarea a proseguir en mi
pesquisa, vimos de común acuerdo que lo mejor era completar el trabajo sobre el
discernimiento en el resto de las obras de Teresa, dada la importancia en sí
del tema, más lo inédito del mismo en la totalidad de estas, trabajo que
finalizaríamos dos años después en Madrid.
La inquietud y el pensamiento de Ruiz Jurado en aquel entonces, se podía
resumir en el interrogante que a su vez motivó nuestro trabajo: “¿Existe una teología suficientemente
desarrollada sobre este punto del discernimiento?”[7].
Por otra parte, su parecer era
que para esta teología existían datos abundantes, tanto en la Biblia como en la
tradición eclesial “aunque no en forma de
tratados bien estructurados científicamente y con reflexión amplia y profunda
sobre los datos fundamentales”[8].
Al respecto, por nuestra parte, lejos de pensar en un “tratado”, sino más
bien en un modo de hacer teología desde la rica experiencia de la vida en el
Espíritu de Teresa de Jesús, ayudado de la solidez existencial y hermenéutica
de las pautas ignacianas para discernir.
En efecto, nuestro reflexionar en torno
a un tema inédito en sus obras completas en más de cuatrocientos años de
bibliografía teresiana como es el discernimiento[9] con ayuda de las pautas
como linterna de ruta, nos hizo descubrir a Teresa en toda su frescura y
escuchar sin contaminación, el murmullo de su sabiduría allí mismo en donde
brota y nace, como así también, a comprender que era esto lo que el momento de
la cultura teológica necesitaba, es decir, una teología “muy ‘teológica’ de manera nueva, sincera y radical con los problemas
auténticos y últimos”[10].
Nos salvábamos así de la esterilidad del comentario del comentario y de
reducir el hacer teológico a historiar la teología, bastante común en esos
años.
Sobre lo que llevábamos escrito hasta ese momento se expresó A.
Vermeylen, profesor de la Universidad Católica de Lovaina, quien valoró
efectivamente el hecho de que “no hay
estudio explícito sobre el tema, a pesar de su indudable importancia e interés”,
a lo que asintió Tomás Álvarez ocd del Instituto Teresiano de Espiritualidad de
la Facultad Teológica Pontificia de Roma, quien en misiva de 1 de marzo 1990,
más allá de decir que “se trata de un
trabajo serio, minucioso e interesante. La exposición es brillante, e incluso a
veces apasionante”, lo importante fue su afirmación de palabra, al agregar
que “esto llena una laguna”, en un
doble sentido: Primero, porque ciertamente era inédito el tratamiento explícito
y exclusivo del discernimiento en el Libro
de la Vida hasta ese momento, y en segundo lugar, porque completa el tema
ampliamente tratado de la oración en Teresa, en el sentido de que es preciso en
la vida de oración conjugar al mismo tiempo el “vigilar y orar”, o sea,
discernir, para descubrir en la misma, la acción o no de Dios y evitar así caer
en engaños e ilusiones. Actividad esta, continuamente presente en Teresa.
Finalmente ese mismo año 90, en respuesta a la lectura de nuestro
trabajo, Juan Segarra Pijuan sj nos obsequió su tesis sobre El discernimiento espiritual en san Juan de
la Cruz (Subida), publicada por la Pontificia Facultad de Teología del
Instituto de Espiritualidad Teresiano, en cuya dedicatoria nos trataba de “especialista en estudios de discernimiento
espiritual” (término que agradezco pero no compartimos porque no se termina
nunca de serlo) y felicitaba por lo “hecho sobre la discreción de santa Teresa”.
En ese momento nos motivaba el estar
convencidos de que la cultura teológica necesitaba volver a las fuentes y a
partir de ellas tratar de escuchar las sugerencias de los textos perennes y
mostrar la resonancia que estos textos producen en las cuestiones que hoy la
acucian, como así también recibir la luz que sobre estas irradian. Dicho
enfoque “desde” o a partir de, y no “sobre”, marcaría de aquí en más el enfoque
de todos nuestros ensayos subsiguientes, hasta dar como resultado final
efectivamente, treinta años después, una teología acorde con este enfoque. Esta
actitud, no repetitiva, ni perdida en los inmensos meandros de la especulación
y los comentarios, hizo que la misma fuese más directa, más creativa y mucho más
sugerente.
El “método” seguido en la investigación
- término que más tarde preferimos llamar, dentro de una noción empírica de la
cultura, “marco” teológico favorecedor de creatividad, “proceso evolutivo” o
“modo de proceder” - fue analizar los casos de discernimiento que hallamos todo
a lo largo de sus obras, ya sean discernidos explícitamente por Teresa, o bien
por nosotros para resaltar su discreción o ejercicio de la sabiduría.
Consideramos el camino escogido, por un lado, como el mejor para mostrar y no
teorizar sobre el ejercicio del mismo, llamado discernimiento. Y por otro lado,
porque al ser un camino experiencial, es este el más conducente para disertar
sobre él y no la mera consideración teórica o especulativa.
Se esbozaba así el comienzo de un modo de hacer teología del que en su
momento no fuimos concientes, si bien al mismo tiempo vislumbrábamos de alguna
manera en el Prólogo que “la presentación
conceptual de las verdades religiosas ya no satisface muchas veces ni a los
cristianos más sinceros. De ahí que
muchos ya no busquen salida en el estudio de la teología, sino en la
experiencia de fe”. Fue por ello que recurrimos a Teresa de Jesús y su
peculiar modo de hacer teología de la vida en el Espíritu “desde su experiencia a la proclamación de una doctrina de alcance universal, fundidas ambas
maravillosamente”, y obviamente nos vimos altamente gratificados, o como
dijo Daniel Gil Zorrilla sj[11] en la Presentación: “eso es elegir bien como discípulo, es
decir, elegir una grande, cordial, clara y sencilla Maestra”.
SEGUNDO ENSAYO
Discernir en el
desconcierto. Una experiencia: Claret (1807-1870). Publicaciones
Claretianas, Madrid, 1993.
Llegados a Madrid, procedentes de Roma, en junio de 1990 e instalados en
nuestra entonces comunidad de la calle Almagro y Fernando el Santo, cercana a
buenas bibliotecas y librerías, dimos fin a La
guerra invisible, que aparecería publicada el año siguiente.
Dado este primer paso, deseábamos poder abordar los escritos de Carlos
de Foucauld, pero antes el Director de Publicaciones Claretianas de Madrid,
Ángel Aparicio cmf, estaba interesado que lo hiciésemos con el fundador de su
Congregación san Antonio María Claret, observando el mismo enfoque existencial
y diacrítico que en Teresa de Jesús. Fue entonces que nos vimos abocados a un
libro que nunca pensamos escribir, pero por pedido de quien venía no pudimos
negarnos. Su título fue Discernir en el
desconcierto. Una experiencia: Claret (1807-1870)[12].
La tarea, sin embargo, resultó interesante porque al hallarnos en España, nos
posibilitó el acceso a fuentes de información con las que no hubiese podido
contar en Argentina. Mucho más, al ser invitado para ello por la comunidad de
Colmenar Viejo y luego por la Curia
Claretiana, cita en Roma, para continuar la investigación con el valioso
aporte de dos historiadores de Claret, J. Bermejo y J.M. Viñas cmf, y disertar
en ella sobre lo que estaba investigando y escribiendo hasta ese momento. Jesús
Bermejo por su parte, en la Presentación que luego nos hizo, afirma que a su
juicio tiene esta obra “una actualidad extraordinaria… un estudio
novedoso y original… fruto de su experiencia en esta especialidad”,
palabras que consideramos importante
citar por estar relacionadas, al menos indirectamente, con nuestro modo de hacer teología desde la
experiencia y destinado a favorecer la creatividad.
El título de este ensayo fue apropiado, no
sólo a ciertas circunstancias personales e históricas de la vida de Claret,
sino también a una necesidad del momento histórico actual, agudizado por una
deficiencia de lenguaje en la comunicación del Evangelio al confundido mundo de
hoy.
En el Prólogo afirmamos que esta
insuficiencia no se salva con actitudes formales cada vez más rígidas y
atávicas, semejantes a estertores de algo que agoniza y que nada tiene que ver
con la Buena Nueva, sino con una teología sólida, que yendo al fondo de las
fuentes de valores positivos y sustanciales, brinde al hombre de hoy la
posibilidad del reencuentro con estos – parámetros aletargados bajo el peso de
las cosas – que sólo duermen en el fondo de sí mismo.
Esto nada tenía que ver, por tanto, con
la pretensión de retroceder en el tiempo en actitud defensiva y apocada, sino
con una confianza osada en el Señor de la Historia, para adentrarnos en el
siglo XXI, comenzado en noviembre de 1989 con la caída del muro de Berlín, y
anticipado en el siglo de la técnica por K. Rahner y A. Malraux, como el de la
mística, entendida como el descubrimiento de su paso por la historia personal y
del mundo.
Tras la introspección en los escritos
de Claret por medio del discernimiento, experimentamos una vez más con Jean
Pierre de Caussade sj, que “la lectura
espiritual gracias a la acción divina”, discernida con ayuda de las pautas
de Ignacio de Loyola, “da a menudo la inteligencia
que los propios autores jamás han tenido. Dios se sirve de las palabras… de
otros para inspirar verdades que aun no habían sido descubiertas”. Dichas
pautas produjeron ciertamente una apertura mayor de la mente, y permitieron, no
sólo adentrarnos en Claret, sino dar un paso más hacia lo que sería años más
tarde una teología desde la experiencia de la vida en el Espíritu.
En esos años post Vaticano II,
percibimos además la necesidad de llegar a una síntesis, que evitase el
divorcio existente a partir del siglo XVII entre dogmática y espiritualidad, y
revitalizase la teología de la vida interior empobrecida paulatinamente a
partir de la misma centuria, en el sentido de quedarse en un relato externo.
Esta revitalización urgía un “lenguaje” que arrancase, por un lado, de un
enfrentamiento lúcido del hombre con sus ambivalencias, el que hayamos
reflejado en las pautas ignacianas para discernir espíritus. En otras palabras,
que tuviese presente sus desconciertos y confusiones, y por otro lado, sus decisiones
iluminadas por la gracia, en una palabra, la lucha que comporta “toda la vida humana, la individual y la
colectiva… entre el bien y el mal” (GS 13) en clave de “hombres maduros en el discernimiento” (1 Cor 14,20).
Sentimos así que la teología se hacía más cercana a la vida en el Espíritu y la
espiritualidad a su vez, más sólidamente teológica y adaptada, gracias a
Ignacio de Loyola, al momento histórico. Este replanteamiento afectaba, por
tanto, a la espiritualidad tradicional, que frecuentemente se desarrolló como una doctrina religiosa, como
un conjunto de prácticas, devociones y métodos ascéticos para conseguir las
virtudes y llegar a la perfección, y menos como una actitud existencial para
discernir lo que Dios nos propone personalmente para un seguimiento más
cercano, o al decir de Pablo, como un tomar en serio nuestra salvación, pues es
Dios el que obra en nosotros el querer y el obrar como bien le parece.
TERCER ENSAYO
Interioridad de Carlos
de Foucauld. Desde el discernimiento de espíritus. Una fenomenología teológica.
Publicaciones
Claretianas. Madrid, 1995.
En el otoño de 1993 llegamos de Madrid
a nuestra comunidad de la rue de Grenelle 42 de Paris, cercana a la Facultad de
Teología del Centro Sèvres. Allí permanecimos dos años para abordar finalmente
los escritos de Carlos de Foucauld. Durante los mismos tuvimos el gusto de
compartir en esa casa entre otros, con el escritor y teólogo André Ravier. Había llegado el momento de investigar y escribir
sobre lo que había quedado postergado al pedírseme antes escribir sobre Claret.
A este nuevo ensayo, que sin saberlo sería más tarde el tercero del Módulo 1 de
una teología de la que en aquel entonces no éramos concientes de estar
elaborando, indicó sin embargo, que algo nuevo estábamos descubriendo. En
efecto, nuestra intención fue ir más allá del relato de su itinerario
espiritual a su misma interioridad, a lo que pasó por su alma con ayuda de las
pautas ignacianas para discernir, porque como bien dice René Voillaume con
motivo de Carlos de Foucauld, “hay que
escrutar la vida de los hombres que Dios propone a nuestro tiempo”. Para
este intento nada mejor que las pautas dichas, por cuanto no sólo ayudan a
indagar lo que pasó por su alma, sino más aun a interpretar y “radiografiar” su
sentido.
Por
ello lo titulamos: “Interioridad de
Carlos de Foucauld. Desde el discernimiento de espíritus. Una fenomenología
teológica”. Por el título se puede deducir que fue allí donde se comenzó a
dibujar no sólo una manera peculiar de hacer teología, sino que esta indicaba
el inicio de otro modo teológico de proceder. Sin embargo todavía no lo
teníamos tan claro. Harían falta unos años más, hasta que se hiciese la luz y
cayésemos en la cuenta de la totalidad que estábamos construyendo sin
percibirlo.
El caso
de Foucauld nos dio hincapié por medio de la búsqueda de su existencial “para
qué” o cuál era su misión en la vida. Más en concreto, por medio de la rica y
rara comunicación en aquél siglo XIX, que nos brinda él acerca de la
experiencia existencial de la vida en el Espíritu como lucha interior.
Nuestro trabajo fue abordarla en
profundidad. Para esto no alcanzaban, ni las explicaciones solamente
psicológicas, por cuanto quedaban a mitad de camino del nivel de la vida en el
Espíritu, ni tampoco las simples explicaciones de la acción de la gracia por
caminos inexplicables. Por esto fue que lo subtitulamos “Una fenomenología teológica desde el discernimiento de espíritus”,
o sea, a partir de la lectura de su alma y la manifestación de lo que pasaba
por ella.
Es notable observar cómo ya en ese
tiempo estaba presente en nosotros de alguna manera, la intuición de lo que más
tarde explicitaríamos al hablar en esta ocasión del discernimiento ignaciano
como “clave” de lectura.
Es importante asimismo resaltar la advertencia hecha en el Prólogo, en
el sentido de que nadie buscase en este ensayo una narración de su vida, ni una
teoría del discernimiento, sino cómo operó en Foucauld la acción del Señor que
es Espíritu, a través de diversos “casos” de su vida y cuáles fueron, por el
contrario, las dificultades o tentaciones con las que topó. Cómo distinguió a
la primera de las segundas y se decidió por aquélla o no. En una palabra, cómo
peleó “el buen combate de la fe”. Nada pues, de un punto de partida y un punto
de llegada, nada de exaltar su figura para cortar toda interpelación y diálogo,
sino saber qué pasó en el camino. Un
presagio en ciernes de lo que quince años más tarde sería formalmente una
teología desde la experiencia.
CUARTO ENSAYO
El paso del Señor. Las
Confesiones de San Agustín a través del discernimiento de espíritus. Un ensayo
de fenomenología teológica. Editorial Claretiana. Buenos
Aires, 1997.
De regreso a Buenos Aires en septiembre
de 1995 nos abocamos a dar término a un arduo tema tratado por temporadas y
comenzado en 1989, sobre Las Confesiones de
san Agustín “a través del discernimiento
de espíritus”, o sea, yendo directamente a lo que pasó por su alma y no
tanto a sus disquisiciones filosófico-teológicas, configurando así un nuevo
ensayo de lo que dábamos en llamar todavía una fenomenología teológica. En Roma
el año 1990, tuvimos la ocasión de dar lo elaborado hasta ese momento sobre el
tema en el Centro Internacional de
Pastoral de la Oración, publicarlo revisado en la revista Manresa de Madrid en 1992 y finalmente
como ensayo en 1997 en Buenos Aires.
Tras
explicar en el Prólogo cinco motivos por los que hacíamos teología de manera
fenomenológica por medio del discernimiento de espíritus y clarificar al mismo
tiempo cada vez más que este era clave de un modo de proceder, nos
preguntábamos qué proponía este a la teología y respondíamos diciendo que era
volver a encontrar la fuerza de la encarnación, que la insertase en el destino
del hombre contemporáneo, hecho de toma de decisiones cada vez más graves[13], tarea para la que el
discernimiento se hace indispensable. Más aun, consideramos que esta manera de
hacer teología es “una experiencia de
Dios”, en el sentido de que el descubrimiento que nos da el discernimiento
de sus “signos”, hace a dicho conocimiento “experiencial”.
Tratamos de responder así también, de
alguna manera, a una teología de compromiso, tan deseada por H. U. von
Balthasar, por cuanto discernir la acción de Dios es para determinarse por él y
crecer como personas y en la fe que es esta decisión, no para caer en un
“turismo espiritual” o en un cristianismo “Light”.
QUINTO ENSAYO: A MODO DE INTERMEDIO Y
PRELUDIO
“Las pautas de discernimiento
ignacianas como marco para hacer teología y modo de conocimiento de Dios”. Boletín
de Espiritualidad, Compañía de Jesús, Argentina, 178, Julio – Agosto 1999,
1-13.
Fue con motivo de uno de nuestros encuentros en Uruguay con Daniel Gil
Zorrilla - llamados por él ‘congresos de teología’ – el año 1997, que cayó en
nuestras manos el valioso libro de la teóloga y profesora de la Facultad de
Teología del Centro Sèvres, Sylvie Robert, aparecido ese año: Une autre connaissance de Dieu. Le
discernement chez Ignace de Loyola[14].
El mismo nos ayudó a dilucidar y ver con mayor nitidez lo que veníamos
intuyendo y aplicando en nuestros ensayos. Esto lo concretamos en un artículo
que titulamos “Las pautas de
discernimiento ignacianas como marco para hacer teología y modo de conocimiento
de Dios”[15].
En él llegamos a ver además, cómo el marco para este hacer integraba teología y
vida en el Espíritu – o conocimiento
racional objetivo y conocimiento intuitivo, afectivo y subjetivo de las
realidades de la fe – con ayuda de las pautas de discernimiento ignacianas. Y
por otro lado, cómo el marco desembocaba asimismo en un modo de conocimiento
diacrítico de Dios, es decir, discernido en sus señales, no conocido en sí
mismo.
El objetivo de este marco era, por un
lado, profundizar la experiencia de la vida en el Espíritu tal como emerge de
la historia y fundar la interpretación de la misma con ayuda del discernimiento
como clave. Y por otro lado, era favorecer el hacer teológico mediante la misma
diácrisis, con ayuda de las pautas como medios para organizar el discurso en
torno a dicha experiencia de vida. Todo ello realizado en el nivel más profundo
de realidad de la persona humana, sin obviar los otros dos: el psicológico y
somático.
El aliento revitalizador de este marco
o modo de proceder está en primer lugar, en el hecho de mostrar
“radiográficamente” por medio del discernimiento, más allá de los pensamientos
y más acá de las razones, cuál es el espíritu que las que motiva y descubrir
además, no sólo la acción de Dios sino también la de no-Dios, es decir, la vida
en el Espíritu en su integridad conflictiva. En segundo lugar, el aliento
revitalizador está en ser un modo “práctico”, por cuanto dicho muestreo y
diferenciación ayuda a encaminar la vida. Y en tercer lugar, está en la
integración de teología y espiritualidad gracias a la consideración de la experiencia
vivida en el Espíritu.
Cuando uno mide el rol jugado por la
experiencia en teología, esta aparece no sólo oportuna para completar y
vivificar la espiritualidad, sino aun necesaria para fundarla. Ella es como lo
tierra, el punto de apoyo gracias al que la teología puede escapar a la
logomaquia y pronunciarse sobre la realidad de la vida según el Espíritu como
lucha interior entre la naturaleza y la gracia.
No se trataba, por tanto, de una
“nueva” teología, sino de un marco o manera de proceder que procuraba favorecer
el hacer teológico un tanto estanco y además, otro modo de conocer a Dios que
es Espíritu en sus señales, con ayuda de las pautas dichas. Marco o modo que
humildemente aportamos en su momento a la teología en su calidad de proceso
evolutivo e inteligencia crítica de la fe. En efecto, años más tarde, Juan
Carlos Scannone sj dirá en la Presentación de Dar razón de Dios, que efectivamente lo nuestro “es teología”.
Diez años después de este artículo llegó efectivamente la necesidad y el
momento de detener la marcha para tratar de conceptuar lo elaborado
insensiblemente a partir de 1980.
SEXTO ENSAYO
La lucha espiritual en
John Henry Newman. Desclée De Brouwer, Bilbao, 2000.
Facilitados por el hecho de residir en
Paris participamos en Agosto de 1995 en el Oriel y en el Trinity College de
Oxford, de las jornadas en conmemoración de los 150 años de la conversión de
John Henry Newman. Esto fue una buena introducción al sexto paso, dado con el
ensayo sobre La lucha espiritual en John
Henry Newman. El mismo, a juicio de J. L. Llaquet, “pretende despejar la tupida arboleda de su escritos para conducirnos a
la luminosa interioridad del autor… para constatar la lucha interior que Newman
tuvo que sufrir para mantenerse fiel a la verdad y corresponder a las luces
espirituales que iba recibiendo en el doloroso proceso que le llevó del
anglicanismo al catolicismo”[16]
Luego de un año de trabajo sobre
el tema nos esperó nuevamente Oxford el año 1997, por necesidad de las
imprescindibles bibliotecas de nuestra comunidad de Campion Hall y de los
Oratorianos en Birmingham[17] para continuar con
nuestra investigación. Allí nos orientaron respectiva y amablemente Norman
Tanner sj, y el sabio y recordado bibliotecario Gerard Tracey. En efecto, en
ambas bibliotecas dimos con obras que no sólo no hubiéramos podido hallar en
Argentina, sino que muchas de ellas eran manuscritos inéditos. Además, fue en
una de las frecuentes e inefables cenas organizadas por la comunidad de Campion
Hall con la presencia de profesores de la Universidad de Oxford, que conocimos
a Ian Ker, autor de John Henry Newman. A
biography.
Todavía en esta época se puede apreciar
en la Introducción de nuestro ensayo el término “fenomenología teológica”, pero
al mismo tiempo cómo íbamos cayendo en la cuenta que los términos debían de ser
invertidos, porque precisamente íbamos descubriendo que se trataba propiamente
de una teología que en 1998 habíamos definido como “teología existencial – del ser que es historicidad y tiempo – y
puramente descriptiva, de la esencia de las mociones espirituales, positivas y
negativas, que se manifiestan en la conciencia, como saliendo de ella o
viviendo de fuera”[18].
En este ensayo no hablábamos ya de “método”, sino de marco destinado a
favorecer no sólo el hacer teológico, sino la creatividad, porque gracias a las pautas ignacianas se explicitan experiencias
inéditas, únicas e irrepetibles de la vida en el Espíritu, más que marcar un
ritmo rígido de marcha. Se puede observar al respecto no sólo el crecimiento en
la convicción de la intuición de dicho marco, sino también acerca de una
posible teología, en la conferencia dictada en la Pontificia Universidad
Javeriana de Bogotá en 2001, con motivo del bicentenario del nacimiento de
Newman, titulada: “El proceso de
incorporación eclesial a la luz de nuestro marco teológico”[19].
En ella afirmábamos que la clave del discernimiento en nuestro modo teológico
de proceder desembocaba naturalmente en una teología, por el momento llamada de
la experiencia cristiana, vivida o fenomenológica, “un modo ignaciano de hacer teología en un momento quizás un tanto
aletargado de la misma”.
En efecto, desde el punto de vista
teológico, consideramos que este enfoque hacía falta porque el fondo del
proceso existencial de los procesos interiores, más aun, de la madurez en el
espíritu, yace en la consideración de los espíritus que motivan los argumentos
de razón. En otras palabras, en el paso de la inteligencia a la sabiduría en el
Espíritu, o lógica de la razón práctica transformada y guiada por la Gracia. En
este sentido esto fue lo que motivó a Newman decir con respecto a los
cristianos de su tiempo: “algunos creen
que ser cristiano es tener razón”, o sea, sin discernir cuál es el espíritu
que mueve esas razones, es decir, sin pasar del ejercicio de la inteligencia al
de la sabiduría, discreción o discernimiento y llegar así a ser cristianos
maduros.
SEPTIMO ENSAYO
Thomas Merton. Un
sentido de vida. CEIA, Buenos Aires, 2000. Segunda edición San
Benito, Buenos Aires, 2008.
En 2000 abordamos la rica experiencia
de la vida en el Espíritu en Thomas Merton, como así también, su poder
reflexivo y su auto crítica, llamativos en quien sólo tenía veintiocho años de
edad cuando escribió su autobiografía “La
montaña de los siete círculos”. Aquí debemos agradecer la colaboración
prestada por Patrick Hart ocso, secretario de Merton, quien amablemente nos
envió de la Abadía de Gethsemani en Kentucky, donde Merton había vivido, sus
Diarios entre 1939 y 1941, es decir, anteriores a su entrada en la Orden, editados a cuidado suyo en 1995 y titulado Run to the Mountain. The Story of a
Vocation, por Harper San Francisco. Asimismo
a Rafael Braun por recomendarnos sobre la conversión de Merton, el libro de
Walter Conn, A developmental
interpretation of autonomy and surrender.
En el Prólogo
del nuestro, titulado “Thomas Merton, un
sentido de vida”, se aprecia un descubrimiento mayor, no sólo de un marco favorecedor del hacer teológico,
sino también, de un modo de proceder diacrítico y hermenéutico acerca de la
acción del Señor que es Espíritu,
mediante la ayuda de las pautas de discernimiento ignacianas.
No por casualidad fue con motivo de este ensayo que tras su lectura,
Daniel Gil Zorrilla expresó, de manera concisa y clara, lo siguiente acerca de
nuestro modo teológico de proceder:
“Consiste en desentrañar el
sentido espiritual, relacionado con la experiencia personal o ‘lugar teológico’
elegido; en mostrar el ‘argumento’ de fondo que se está desarrollando y
enunciarlo en las reglas ignacianas, clave de dicho desentrañamiento”.
En efecto, en esta descripción señala Gil tres notas clave en el modo de
proceder: en primer lugar, desentrañar, en
el sentido de discernir e interpretar, descubrir o penetrar hasta lo
radiográfico, la experiencia de la vida en el Espíritu, función principal de
las pautas ignacianas. O sea, hablar a partir
de la experiencia de esa vida, descarnadamente de lo que pasa por el
alma, sin idealizaciones, ni teorización sobre ella. En segundo lugar, mostrar o manifestar en sentido
fenomenológico eso que acontece. En tercer lugar, enunciar, gracias a las pautas, lo desentrañado y mostrado, por
medio de un lenguaje existencial, diacrítico y al mismo tiempo accesible a la
experiencia de cualquiera que entre en sí mismo. Es esta posibilidad de enunciación,
comunicación y trasmisión de la experiencia, la que finalmente autoriza hablar
de teología, que es dar razón de Dios.
En la Conclusión de nuestro ensayo aparece en efecto, la frase “dar razón de Dios”, una intuición tal
vez acerca del objetivo, en el fondo buscado y preanunciado, de lo que sería
nueve años más tarde el título en concreto del primer ensayo conceptual sobre
nuestro hacer teológico.
OCTAVO ENSAYO
Ignacio de Loyola. Lo
que pasaba por su alma. CEIA, Buenos Aires, 2000.
El séptimo paso fue, según Daniel Gil
Zorrilla, “el primero en la vida jesuita
del P. Randle”, por tratarse de: “Ignacio
de Loyola: lo que pasaba por su alma”. A su juicio, “una teología fenomenológica, de la experiencia cristiana, o vivida”. Al
referirse en este orden, quedaba por fin reconocido el hecho de ser
efectivamente una teología, y anticipada de alguna manera aquella hacia la que
nos dirigíamos, es decir, desde la experiencia de la vida en el Espíritu.
En el Prólogo del mismo reconocíamos en
efecto, cómo en realidad ya a partir del primer ensayo de 1991 habíamos
intuido, en primer lugar, el hecho de ser teología, al decir que, “por medio de las pautas de discernimiento
ignacianas nuestro marco teológico se hizo fenomenológico”, o sea, que
dábamos prioridad al hecho teológico. En segundo lugar, cómo por medio de estas
pautas el marco revitalizaba el hacer teológico al presentar al discernimiento en acción y no en teoría, aplicado
a diversos “lugares teológicos” como un modo de proceder.
En cuanto al interés e importancia que
tiene el abordaje del santo vasco del siglo XVI, radicó en el hecho de que a
través de “lo que pasaba por su alma” y con ayuda de sus pautas, fuimos
descubriendo no sólo a Dios en su acción que es Espíritu, en medio de la vida,
del mundo y de la Iglesia, sino que se fue afirmando un modo teológico de
proceder existencial, fenomenológico y
diacrítico.
NOVENO ENSAYO
Geografía espiritual,
de dos compañeros de Ignacio de Loyola. Desclée De Brouwer, Bilbao,
2001.
Es notable cómo en la Presentación escrita por el teólogo
español Jesús Corella sj para nuestro ensayo “Geografía espiritual, de dos compañeros de Ignacio de Loyola”, se
puede apreciar parte de la evolución de nuestro modo de proceder en ese
momento, y cómo se puede, en razón de la misma, ir desglosando su contenido.
Comienza llamándolo al mismo: “método
personal” y en efecto lo es, porque integramos y sintetizamos en un modo de
proceder los enfoques teológicos de K. Rahner y M. A. Fiorito. En esta
modalidad o marco teológico, el discernimiento de espíritus de los Ejercicios es la clave y las pautas para
discernir de los mismos son los medios de un modo de proceder que desemboca
finalmente en una teología desde la experiencia de la vida en el Espíritu.
No es, por tanto, un “método” en el sentido de un conjunto de reglas a
seguir meticulosamente, sino más bien un marco o modo teológico de proceder
cuya finalidad es, según Corella, “hacernos
profundizar en lo que podríamos llamar “lectura teologal”, si se la
entiende como interpretación de la experiencia de Dios en la vida según el
Espíritu o integración de teología y
espiritualidad.
En este sentido, dice Corella, que en este modo de proceder, “no se nos explica lo que es el
discernimiento en sí mismo: nos lo muestra en las mismas palabras y en los
mismos hechos vividos por los personajes estudiados”. En efecto, porque es
teología fenomenológica. Coincide en este sentido con Gil, al decir este en
otras palabras, que tratamos de “mostrar
el ‘argumento’ de fondo que se está desarrollando y enunciarlo en las reglas
ignacianas”. O sea, mostrar la vida en el Espíritu de cada lugar teológico,
leída gracias a la linterna interpretativa que son dichas reglas o pautas. Y
agrega Corella: “Sólo así se aprende a
discernir, por medio de pruebas y de experiencias”. En efecto, al mostrar
el discernimiento en acción, porque discernir es el ejercicio de una sabiduría
“práctica”. Finalmente por esto es
que usa Corella el término “teología
práctica”, en el sentido de que las experiencias analizadas son “como semillas para desarrollar una
espiritualidad viva y actual”, es decir, encarnada en la característica de
nuestra época: la confusión, cuyo antídoto es el discernimiento.
Si
bien, como indicio de una mayor clarificación en los términos, hablamos en la Introducción general del ensayo que
estamos analizando, de “teología del
discernimiento de espíritus… dentro de nuestro marco fenomenológico,
experiencial o vivido”, sin embargo subsiste todavía en el mismo el término
“teología narrativa”, a pesar de ir tomando mayor conciencia de un modo de
proceder que va más allá del relato, hacia una interpretación diacrítica, más
aun, “radiográfica” de lo que pasa por cada lugar teológico.
DECIMO ENSAYO
Dos
caminos. El discernimiento en Jesucristo. San Benito, Buenos
Aires, 2003. Segunda edición 2004.
Encandilado por el brillo y lucidez de
la Sabiduría encarnada al tratar sobre el discernimiento en Jesucristo, no
puntualizamos qué tipo de teología estábamos haciendo. Para abordar el tema
fuimos, sin embargo, ciertamente motivados por Jean Mouroux, reclamante tácito
de la fundamentación teológico-bíblica del discernimiento. En este ensayo
hallamos por última vez el uso del término teología “narrativa” y todavía está
presente el de teología “espiritual” que luego reemplazaríamos por el de vida
en el Espíritu. El conductor fue aquí el Maestro, quien nos maravilló en el
inicio mismo ver cómo pone el fundamento del discernimiento ya en Lc 2,41-52,
es decir, en la libertad interior o disponibilidad, y a continuación, una
introducción al mismo en vísperas de su vida pública, en Mt 3,13-17 y Lc
4,1-13, en el sentido de mostrarnos de un modo muy fino la importancia que
tiene el sentido o hacia dónde nos conducen las mociones internas, por un lado,
y por el otro, el concepto de vida en el Espíritu como lucha, respectivamente.
El
resto es el experiencial proceso pedagógico de Jesús, ciertamente trabajoso de
asimilación y crecimiento por parte de los discípulos, gracias al que van
descubriendo el camino según el Espíritu.
J. Rademacher en la Nouvelle Revue Théologique de Bruselas,
al hacer una recensión del presente ensayo, dijo que hallaba en él “una verdadera experiencia cristiana bajo la
guía de Ignacio”[20].
En este juicio de valor apreciamos verdaderamente la captación de nuestro
modo teológico experiencial e ignaciano de proceder. Esta apreciación encerraba
además sintéticamente la intuición de lo que formularíamos en 2011 como una
teología desde la experiencia bajo la inspiración del discernimiento ignaciano.
Una de nuestras preocupaciones en
aquella ocasión, estaba en el plano de la ciencia del Espíritu, más en
concreto, del discernimiento de espíritus como objeto de la teología y lugar
posible para el conocimiento de Dios, pero sin situarlo como un objeto a
conocer, sino indirectamente mediante el discernimiento de sus señales o
huellas en la vida. Una manera ciertamente existencial y fenomenológica de
proceder.
___________________
Entre este ensayo y el siguiente se
produjo un ligero cambio de rumbo en nuestro reflexionar teológico, por cuanto
se presentó la ocasión de hacerlo junto al psicoterapeuta Horacio Muñoz
Larreta, quien al leer nuestro libro La
guerra invisible sobre el discernimiento como experiencia y como doctrina
en Teresa de Jesús, se despertó en él la inquietud de “aplicar el discernimiento de espíritus en psiquiatría”. El libro
elaborado por ambos lo titulamos “El
discernimiento como ayuda espiritual y psicológica. Teoría y práctica”. En
él aportaron valiosas contribuciones, Rafael Braun en la Presentación, quien
habla sobre el mismo en términos de “síntesis
creativa escrita con sencillez y profundidad”, y nuevamente Jesús Corella
sj, en el Prólogo, como una obra que “descubre
la excelencia del discernimiento cristiano para respaldar y arraigar en lo más
íntimo del ser humano la labor del psicoterapeuta”, es decir, en el nivel
de realidad más profundo de la persona humana.
UNDÉCIMO ENSAYO
La ciencia del
espíritu (Rom 10,2). Adiestramiento integral para acompañantes espirituales.
Dimensión funcional de la Teología Espiritual. San
Benito, Buenos Aires, 2006.
Gracias a unos meses tiempo total en Salamanca pudimos dar fin a la
recopilación y ordenamiento de un rico material obtenido en veinticinco años de
investigación que pusimos bajo el título de La
Ciencia del espíritu. Rm 10,2. Adiestramiento integral para acompañantes
espirituales. Dimensión funcional de la Teología Espiritual. En él se puede
apreciar que no estábamos tan lejos de lo que conceptuaríamos años después,
gracias al encuentro personal en Paris con varios teólogos de la Facultad del
Centro Sèvres, como una teología desde la
experiencia de la vida en el Espíritu, como así también a comprender y
valorar el modo de proceder implícito en los ensayos anteriores o cómo se
“hace” esa teología, inquietud personal manifestada en diálogo con los teólogos
Joseph Moingt y Sylvie Robert.
Mientras tanto todavía usábamos el término “teología espiritual”, que
por considerarlo abstracto con Von Balthasar,
lo sustituiríamos por el más teológico “de la vida en el Espíritu”. Por otro
lado, quedaba definitivamente eliminado el término teología “narrativa”, pues
como quedó dicho, gracias al discernimiento esta no sólo es hermenéutica, sino
diacrítica, más aun, “radiográfica”, acerca del nivel más profundo de la
persona humana, el de la vida según el Espíritu.
Allí expresamos que era preciso
derribar el muro que separa a la teología de la vida, tendiendo puentes y
lugares de acercamiento entre el pensamiento teológico y el momento presente,
guardando relación las respuestas teológicas con las preguntas existenciales
acerca de la conflictividad existencial. Esta última hace necesario la
presencia del discernimiento. El marco se convierte entonces en una operación
auténticamente en el Espíritu, por cuanto la persona toma conciencia de que
pasan cosas positivas y negativas por el alma, las diferencia gracias al
parámetro del espíritu de Cristo y del evangelio, y toma decisiones, donde el
conocimiento se traduce en vida y no en una especulación más. Esto está
expresado en realidad, en todos nuestros ensayos hasta el que nos ocupa y
describe bien K. Rahner cuando dice que: “la
teología vital del futuro será… muy ‘teológica’ de manera nueva, sincera y
radical con los problemas auténticos y últimos”[21].
En efecto, nuestro modo de proceder es, más de cincuenta años después de sus
palabras, realmente vital y muy teológico porque se sumerge, por un lado, en la
vida en el Espíritu como es, es decir, un camino hacia Dios ciertamente
conflictivo, y por otro lado, porque ayuda no sólo a desentrañar esta verdad
fundamental – sin la que no tiene sentido hablar de discernimiento – sino
también el centro de su problemática: la confusión, en distintas versiones,
para llegar finalmente a descubrir el Camino. Una riqueza a resaltar en este ensayo es el material para analizar
aportado por el valioso testimonio de varios lugares teológicos.
DUODÉCIMO ENSAYO
Captar el sentido de
la vida. Proceso de una experiencia. En la Autobiografía espiritual del
filósofo y teólogo de la historia Nicolás Berdiaev (1874-1948). Lumen,
Buenos Aires-México, 2008.
Después de algunos años de su
adquisición en la librería francesa de Roma, le llegó el turno al “Essai d’autobiographie spirituelle”[22]
del filósofo y teólogo ruso Nicolás Berdiaev, preferido a K. Barth y J.
Maritain para el título de doctor honoris
causa por la Universidad de Cambridge en 1947.
Llegamos así al último ensayo del Módulo 1 de nuestra teología. Al mismo lo titulamos “Captar el sentido de la vida. Proceso de
una experiencia”. Al adentrarnos en él sentimos cómo iba apareciendo de
alguna manera a través del modo de proceder y más allá del discernimiento en
acción, la necesidad de llegar a conceptualizar el enfoque teológico implícito
en todos los ensayos publicados hasta ese entonces.
En efecto, decíamos allí que nuestra teología vivida, fenomenológica o
de la experiencia cristiana, ofrece a la teología en general algo más que meras
intuiciones o sugerencias piadosas; le ofrece campos sobre los que debe
reflexionar; lo que creía Berdiaev como posibilidad, siempre que, por un lado,
se superase cierta “incapacidad de la
teología clerical de responder a los problemas planteados por el alma moderna”[23],
es decir, la inhabilidad de una teología “científica” y desencarnada de los
perennes interrogantes de la humanidad, y por otro lado, se llegase a lo que a
su vez tanto deseó Von Balthasar, al decir que: “No serán eficazmente vivas en la historia de la teología sino las
teologías que conlleven su espiritualidad no al lado de ellas, sino en ellas,
incorporadas a su centro más íntimo”[24].
Por aquí es que nuestro modo teológico de proceder, mediante el lenguaje
existencial de las pautas ignacianas, ofrece por un lado, nuevas sensibilidades
de receptividad y de acogida ecuménica, en el sentido de abordar una
problemática común a todo ser humano en lo tocante a su interioridad a nivel de
la vida en el Espíritu, y al mismo teólogo una ayuda para llevar a cabo su
reflexión, por cuanto la experiencia es base irrenunciable en su quehacer. Y
por otro lado, desbloquea su diálogo con el mundo, y facilita la vivencia del
misterio cristiano al disponer al sujeto para su profundización,
Esta teología desde la experiencia, al
mismo tiempo que estimula el quehacer, se convierte en una referencia obligada,
por cuanto tiene incidencia en la misma vida cristiana y, por tanto, no puede
estar ajena a lo que ella trata y plantea, más aun, porque termina siendo un
test de confrontación y evaluación.
En relación con otras disciplinas, esta
teología vivida tiene entonces una función integradora entre praxis y teoría,
entre lo que se vive y su racionalización. También se puede llamar “ciencia del
espíritu” (Rm 10,2), en el sentido de que su tarea es integrar todo lo que las
otras ciencias proponen como en una lente y recogerlo en función del punto
focal del encuentro del hombre con Dios.
Mientras tanto, durante los años de la producción de nuestros ensayos,
nos fuimos convenciendo poco a poco y cada vez más que las pautas ignacianas de
discernimiento nos abrían, a manera de medios o instrumentos, para un saber
auténticamente teológico y “práctico”, aun psicológico, y a una mayor sabiduría
de la vida en el Espíritu a través de los casos abordados de lugares teológicos,
por cuanto ellos dicen a partir de la experiencia a la teología especulativa,
algo que de otra manera ella misma no puede descubrir.
MÓDULO
2
CONCEPTUACIÓN
DEL MODO DE PROCEDER
INTRODUCCIÓN
Diez años después del primer atisbo de una conceptuación del modo de
proceder en el artículo publicado por el Boletín
de Espiritualidad en 1999 sobre “Las
pautas de discernimiento ignacianas como marco para hacer teología y modo de
conocimiento de Dios”, llegó el momento de concretarlo.
Para comenzar la tarea vino en ayuda el aporte de dos teólogos: Pierre
Gervais, de Bélgica, y Daniel Gil Zorrilla, de Uruguay.
El primero de los citados, Director por
aquel entonces de la Nouvelle Revue
Théologique de Bruselas, hizo la siguiente apreciación en 1996 con motivo
de “Interioridad de Carlos de Foucauld”:
Tengo
el sentimiento que constituye en cierta manera la expresión sintética de la
teología fenomenológica que usted busca poner en práctica luego de una decena
de años en sus numerosos escritos, libros o artículos de espiritualidad. Trata
de una síntesis que, teniendo en cuenta el mundo de hoy y los discernimientos a
los que conduce, quiere dar su lugar tanto a la teología que constituye la vida
de los santos como a la profesión propiamente dogmática.[25]
Lo primero que hace notar es que se
trata de “teología”, más aun, de una síntesis entre mundo discernido y
teología, originada en la consideración y manifestación de la vida en el
Espíritu como “combate” (Ef 6,10-18), entre “las tinieblas” y “la luz” (Rm
13,12), entre los engaños del “padre de la mentira” (Jn 8,44) y la vida
verdadera que muestra Jesucristo (Jn 14,6), transposiciones dramáticas que
encierra el título de las pautas de discernimiento de Ignacio para “sentir y conocer las varias mociones que se
producen en el alma: las buenas para recibirlas y las malas para rechazarlas”
(EE 313).
Más tarde, nuestros ensayos nos
iluminaron para proseguir cayendo en la cuenta poco a poco, de que en todos
ellos se encerraba algo más que lo vislumbrado por Gervais. Sin embargo, ese
“algo más”, por aquél entonces sólo era atinado llamarlo “teología vivida,
existencial, fenomenológica o de la experiencia cristiana”: porque por un lado,
ciertamente es conciencia refleja de lo experimentado interiormente por el ser
espiritual-encarnado que es la persona humana. Y por otro lado, es “puramente
descriptiva” de las mociones interiores. Más tarde sin embargo, hicimos
conciente que era además “interpretativa” gracias a las pautas para discernir,
hasta llegar a adjudicarles el rol de “radiográficas”. Todo lo cual iba
apuntando hacia lo que sería una teología desde la experiencia y no sobre ella.
Por su parte, el teólogo uruguayo
Daniel Gil Zorrilla sj, inspirador de enfoques ricos y profundos, tras la
lectura de varios ensayos de nuestra autoría, describió con acierto y en
lograda síntesis el año 2000, lo que podría dar en llamarse “ignaciano” el modo
de proceder. Transcribimos nuevamente por su claridad y síntesis, el texto analizado
más arriba en el séptimo ensayo.
Consiste
en desentrañar el sentido espiritual, relacionado con la experiencia personal o
‘lugar teológico’ elegido; en mostrar el ‘argumento’ de fondo que se está
desarrollando y enunciarlo en las reglas ignacianas, clave de dicho
desentrañamiento[26]
Digamos
ahora que “el ‘argumento’ de fondo” de
esta teología es la “casuística” del itinerario conflictivo humano hacia una
mayor comunión con Dios. Por esto, en la consideración de cada caso, observamos
si el protagonista hace una mera narración anecdótica, si comunica simplemente
ideas o si manifiesta lo que interiormente le pasa, más aun, si lo discierne o
no, y si finalmente llega a la síntesis o tomas de decisión. En terminología de
von Balthasar podría ser llamada “fenomenología
sobrenatural” por cuanto propone un modelo de solución al problema de las
relaciones entre la “experiencia” (entendida como atención y descripción de un
dato concreto, histórico, vivido) y la teología especulativa. Para nosotros las
categorías no pertenecen a un sistema, sino a la religión. Creemos estar en el
mundo del sentido común y no en el de la técnica, creemos profundizar, pero no
ser sistemáticos, sino estar en la dirección de lo dicho por Bruno Forte: “Se necesita una teología más teológica, es
decir, de mayor relación con la vida espiritual… Reside en la posibilidad de
experimentar una relación personal con la Verdad, nutrida por la escucha y el
diálogo con el Dios vivo”[27].
Esto quiere decir, que se realiza
en medio de esa misma relación interferida por el “Padre de la mentira” (Jn
8,44), o sea, teniendo en cuenta que esa “vida espiritual”, que preferimos más
teológicamente llamarla “en el Espíritu” es conflictiva y no un idilio. En
consecuencia, el equilibrio lógico de un sistema metódico y deliberado cede
aquí el puesto a la profundidad existencial del tema y a la madurez en el
espíritu, que para Pablo radica en el discernimiento (1 Cor 14,20).
Esto se concretó en dos ensayos: Dar
razón de Dios. Un modo teológico ignaciano de proceder (2009), publicado en
Argentina por San Benito, Buenos Aires, y Teología
desde la experiencia de la vida en el Espíritu. Otro modo de proceder. La clave
y el instrumento (2013), publicado en Alemania por Credo Ediciones,
Saarbrücken.
TRIGÉSIMO ENSAYO O PRIMERA CONCRESIÓN
DEL MODO
Dar razón de Dios. Un modo
teológico ignaciano de proceder. San Benito. Buenos Aires. 2009[28]
Sobre el primer ensayo en la
conceptuación de nuestro modo de proceder, titulado como queda dicho, opinó así
Juan Carlos Scannone sj en 2008:
Es teología, porque es
una reflexión de fe sobre Dios creador y salvador - hecha a la luz de la
Palabra de Dios y los Ejercicios inspirados en la misma y en la experiencia de
Ignacio discernida a su luz - Dios actuante y actuando en dichas vidas e
itinerarios espirituales… Un notable acierto ignaciano es acentuar el momento
dialéctico del método, debido al conflicto espiritual y a la necesidad de
discernimiento. En eso se completa la lógica existencial de Karl Rahner, que no
es dialéctica, sino trascendental. Asimismo me gustó mucho la repetición acerca
del discernimiento por contraste, por los efectos (frutos) y por el sentido.
Tu trabajo de teología del
discernimiento de situaciones personales ambiguas… desemboca en un replanteo
teológico-fundamental, al menos al afirmar que se trata de "un saber dar
razón por experiencia de la acción y presencia de Dios", y que tu teología
es apta para las confusiones en que vive el hombre actual. Es decir, se
trataría de un nuevo acercamiento a la teología fundamental, desde la experiencia
religiosa discernida en la fe. Como ves, tu escrito da mucho para hablar y para
relacionar con otras propuestas que tienen riqueza espiritual, teológica y
filosófica[29].
Ciertamente es teología,
porque como dice Scannone, desemboca en un replanteo teológico-fundamental, al
menos al afirmar que se trata de un saber dar razón por experiencia de la acción
de Dios. Más aun, porque desemboca en una teología desde la experiencia religiosa o de la vida en el Espíritu,
discernida en la fe. Como diría Ignacio,
esto “no se aprende en Salamanca”, sino que lo da el Espíritu Santo y el
ejercicio de la sabiduría que es el discernimiento. Es otro modo pedagógico y
de formación en el Espíritu, “no-directivo”, porque no responde a si tal cosa
está bien o mal, sino que invita a reflexionar sobre “qué es mejor” con
relación al parámetro del espíritu de Cristo y de su evangelio, a fin de que el
otro discierna y decida. Todo lo cual implica finalmente otro modo de proceder.
Esto fue lo que hizo decir a Adolfo Nicolás sj, en correspondencia privada el
16 de febrero de 2010, que el mismo constituye una consideración del
discernimiento ignaciano “con una nueva
visión”.
PRESENCIA DE LA EXPERIENCIA
La motivación primera de este ensayo fue rescatar una de las raíces de
la espiritualidad cristiana – desplazada a partir de la desintegración
paulatina de la simbiosis entre teología y espiritualidad a partir del Medioevo
– y restituirla como objeto de la teología y fuente creativa, nos referimos al
discernimiento de espíritus. Su ausencia hizo exclamar en 1994 a san Juan Pablo II con
motivo del testimonio de la Iglesia en nuestro tiempo, “cómo no sentir dolor por la falta de discernimiento”[30]. Estimulados por su
palabra, nuestro propósito fue precisamente fundarnos en esta raíz sólida de la
espiritualidad cristiana.
Por otro lado, la experiencia interior de diversos lugares teológicos
que conforman el Módulo 1 de nuestra teología, nos mostró que si bien el hombre
es efectivamente un ser para Dios, sin embargo, los relatos de sus itinerarios
existenciales leídos con ayuda de la linterna radiográfica que son las pautas
ignacianas, dejan al descubierto confusiones y conflictos que delatan la
presencia de un interferente en dicha relación – el enemigo que sembró cizaña
en el campo con buena semilla (Mt
13,28ª) y puso obstáculo a los gálatas para no seguir a la
verdad (Gal 5,7-8) - que
hace necesario discernir para no caer en dichas confusiones y saber, por el
contrario, dar razón de Dios o hacer teología.
De acuerdo a lo dicho hasta aquí, está claro que la veta inspiradora de
este modo de hacer teología fue dichas pautas. Estas ofrecen en el centro mismo
de su desarrollo, una pista para desplegar un modo teológico propio de
proceder. Ellas nos aclaran además, no sólo el interrogante sobre las
relaciones entre teología y espiritualidad, o entre espiritualidad y
psicología, sino que nos brindan otro modo de conocer a Dios, empíricamente,
por medio del descubrimiento de las señales de su acción, ya sea por contraste,
por el sentido, o por los efectos que ayudan en su seguimiento, y no por medio
de pruebas “científicas” de su existencia, ni especulativamente, o por
apreciaciones subjetivas.
UNA VETA INSPIRADORA
¿Cuál es la originalidad de este “filón fecundo” - como lo llamó Javier
Melloni Rivas sj en su recensión de Geografía
espiritual - y cuál es su aporte
a la teología? Para responder hay que tener en cuenta que, como dice K. Rahner,
los Ejercicios Espirituales de
Ignacio de Loyola, de los que dichas
pautas son un elemento esencial, son “una
asimilación ‘creadora’, ‘original’, de primera mano, de la revelación de Dios
en Cristo, una asimilación que se efectúa ejemplarmente en el presente nuevo
que hace el antiguo cristianismo a los tiempos modernos por medio del Espíritu
de Dios con una ‘ejemplaridad productiva’ de sentido histórico”[31].
Precisamente esta productividad creadora pero también reflexionada - sino no
sería teo-logía – es el “filón”
señalado por Melloni y a su vez el que motiva e inspira este otro modo de
proceder, como así también, lo libra de aquel escolasticismo estéril en que
quedó atrapada en el decurso de los tiempos. En este sentido lo advertía indirectamente
Ignacio Iparraguirre en 1956: “ahora se
incorporan… la experiencia humana, los problemas más hondos del hombre… Es la
vida real con sus crisis y alternativas la que se presenta ahora como objeto”[32]
Es esta experiencia y la vida real las que son objeto
en efecto, del modo de proceder, en concreto como avizoramos en 1999, por medio
del discernimiento pautado por Ignacio, no sólo como “objeto o tema de reflexión teológica”[33],
como señala Fiorito, sino también, como generador de una teología desde la
experiencia de la vida en el Espíritu y lugar posible de otro conocimiento de
Dios, no en sí mismo, sino en el descubrimiento de sus huellas. Esto ayuda a
calibrar de paso, la trascendencia teológica de los Ejercicios y de las pautas para discernir como inspiradores
efectivos de un modo teológico de proceder y de hacer teología.
En
efecto, son una invitación a asomarnos a un cambio de horizonte sobre el hacer
teológico, provocado además, por los logros positivos del pensamiento moderno,
la necesidad de una renovación teológica, y la exigencia de un acercamiento al
creyente de hoy. Estos motivos requieren superar el modo que, por excesivamente
especulativo y abstracto, no empalma con la idiosincrasia del hombre
contemporáneo deseoso de verificaciones existenciales.
Esta
exigencia que la teología pone hoy a la reflexión sobre la relación entre la fe
cristiana y el mundo como lugar teológico, entraña para nosotros una verdadera
revisión del hacer, puesto que debe ser creador de nuevas posibilidades de
existencia y de nuevas inteligencias de la fe que nos proponen otros mundos
culturales.
CUARTOGÉSIMO ENSAYO O SEGUNDA CONCRESIÓN DEL MODO
Teología desde la experiencia de
la vida en el Espíritu. Otro modo de proceder. La clave y el instrumento.
Credo Ediciones. Saarbrücken. 2013.
Nuestro ensayo Dar razón de Dios, tal
como dijo Scanonne, dio para más, al punto que luego de dos años de reflexión,
de desarrollo de alguno de sus temas y tras los insustituibles encuentros con
P. Goujon, J. Moingt, S. Robert, y C. Theobald, de la Facultad de Teología del
Centro Sèvres de Paris, terminamos por concretar el segundo paso en la
conceptuación del modo de proceder hacia una teología.
A esta concreción nos ayudó sobre todo una larga conversación con la
teóloga Sylvie Robert, gracias a quien pudimos persuadirnos a lo largo de la
misma, por un lado, de que su preocupación acerca de “cómo se debe hacer la teología”, en nuestro caso existencial y
fenomenológica, estaba ya realizada en nuestros doce primeros ensayos sobre el
modo teológico de proceder en acción (Módulo 1 de nuestra teología), y por otro lado, cómo su preocupación
acerca de la importancia de “hacer
teología de la experiencia espiritual”, era lo ya presentado por nosotros
en Dar razón de Dios. Un modo teológico ignaciano de proceder (Módulo
2).
Como consecuencia de este rico encuentro, quedó firme nuestro enfoque
“desde la experiencia” y esta, referida a
“la vida en el Espíritu”. Todo dentro de un marco o modo teológico de
proceder destinado a favorecer la creatividad, y no como reglas que se hayan de
seguir ciegamente.
La estadía en Paris, más un tiempo posterior de reflexión sobre la misma
en Buenos Aires, ayudaron a concretar efectivamente el segundo ensayo
conceptual del modo de proceder. En él quedaban incluidos los Ejercicios Espirituales de Ignacio de
Loyola como “objeto de la teología”, al
decir de K. Rahner, y las pautas para discernir de los mismos como “objeto o tema de reflexión teológica”, al
decir de M. A. Fiorito[34], integrados ambos en “un modo teológico de proceder”, donde el discernimiento de
espíritus es la clave y las pautas para discernir son los medios, en orden a una
“teología desde la experiencia de la vida
en el Espíritu”. En ella queda comprendido que experiencia y teo-logía o
reflexión son funciones de una única sabiduría práctica y una de las más
cruciales condiciones de posibilidad del anuncio del Evangelio. De lo contrario
resulta problemático.
Esto es lo que en otras
palabras Claude Geffré deseaba en 1991, es decir, "encontrar algunas claves de esta hermenéutica del
cristianismo"[35].
Una de las cuales es uno de los pilares de la espiritualidad cristiana,
estimado como objeto de la teología
recién a partir de la segunda mitad del siglo XX. Nos referimos al
discernimiento de espíritus y a un instrumento hermenéutico del mismo, como son
las ya citadas pautas para tal efecto de Ignacio de Loyola.
UN PLANTEO Y UNA RESPUESTA
Fue así que el
discernimiento y los medios para efectivizarlo fueron no sólo un estimulante
para el hacer teológico, sino que propiciaron la posibilidad, como dice Rahner,
de "un planteo claro y una respuesta
teológica lúcida y científica"[36]. Lúcida, en razón del discernimiento
clarificador como clave, y científica, en el sentido de la seriedad del
instrumento.
Ambos señalan además, el
verdadero lugar y misión de la teología en un mundo confundido y enfriado en lo
religioso, al facilitar la confrontación de la escucha del mensaje evangélico
con la cosmovisión de cada uno. Asimismo consideramos que la clave y el
instrumento juntos, propician un filón fecundo, como dice Javier Melloni Rivas,
para otra manera de hacer teología y material para "una verdadera tarea", como señaló Rahner en Lo dinámico en la Iglesia.
Por
otra parte, entendemos que es responsabilidad como teólogo, no dejar pasar el
momento actual, ya que está motivado por dicho entorno confundido por un
quiebre entre experiencia religiosa y marco teológico, más un cambio histórico
resultante en parte, del conjunto de procesos de reacomodación de la vida de
fe, en una sociedad que ya no es y todavía no llega a ser. Confusión y
reacomodación que convocan a la diácrisis y su instrumento, para implementar un
modo de proceder orientador en tal contexto. Por esto es que deseamos
acercarnos más a la vida en el Espíritu que reemplazar otros marcos teológicos[37];
más a tratar de clarificar y ayudar en alguna manera al hombre de nuestros días
a encaminarse hacia el sentido de la vida, que escribir un tratado para
comunicar ideas.
Con
relación a este entorno confundido, sostenía Heidegger que ello ocurre porque
Dios ha desaparecido de nuestro horizonte y estamos a oscuras, es decir, sin
parámetro alguno para diferenciar lo que nos pasa, confusión acentuada por un
lenguaje teológico que no empalma del todo con la realidad y con un pueblo un
poco cansado del mismo.
Un
camino de salida es, por tanto, un modo de proceder donde se destaca un
lenguaje existencial y diacrítico para una clarificación del panorama y una
renovación de la teología, a fin de obtener una respuesta orientadora en una
Iglesia evangelizadora, en actitud no-directiva, en orden a ayudar a crecer y
madurar en la fe como opción por Cristo. En otras palabras, la responsabilidad
del momento teológico actual pasa por tomar en serio intuiciones como son las
de otro modo de encarar la teología.
Esta situación es al mismo
tiempo, un reto positivo para una interpretación original de la experiencia
cristiana que, por el hecho mismo de su relación con un Origen siempre vivo,
permanece abierta hoy a un porvenir inédito.
En efecto, el
discernimiento de espíritus, como clave, y las pautas para discernir como
medios o instrumento, no sólo salvan el objeto único y la razón determinante de
la teología que es dar razón de Dios, sino que dan origen a otro modo de
proceder con motivo de su clave, y más aun, del instrumento radiográfico que
son las pautas. Es así cómo al formar éste nuevos conceptos, ayuda a la
teología a ganar en energía y fecundidad. Decimos "nuevos", pues
siempre resulta así lo que se llega a comprender de una manera diferente.
Recurrir en este intento,
al discernimiento y a sus medios, no es regresar a la premodernidad, sino poner
el acento en un postergado pilar de la espiritualidad cristiana y relegado como
objeto de la teología. Más aun, ambos ofrecen la posibilidad de explorar otro
modo de proceder en una época necesitada de medios eficaces, no sólo para orientarnos
en medio de la confusión y profundizar en la existencia, sino para llegar a una
teología que por ser más existencial y fenomenológica que especulativa, ayuda
especialmente al hombre de hoy. El fundamento interpretativo de dichas pautas
es por supuesto la fe y la razón iluminada por el espíritu de Cristo y de su
evangelio.
Sin
embargo todavía, en alguna medida, transitamos un modo especulativo hacia un
concepto de la identidad cristiana abierta a la acción del Espíritu, y en
interacción con la filosofía, las ciencias humanas y la sociedad, en una
especie de deslizamiento tectónico del conjunto de nuestra cultura de la
"modernidad" o de la actividad humana conciente, hacia un nuevo
horizonte "ultramoderno" todavía difícil de delimitar.
Por
eso el tono del modo es exploratorio, porque se sabe además, en un período
teológico de búsqueda y de transición, que trata de crear las condiciones de su
inteligibilidad. Tiene cierto parentesco remoto con los dichos de los Padres
del desierto por el estilo de comunicación y en el sentido de no fundar una
doctrina, sino solamente confirmarla o ilustrarla. Y también en el sentido de
no razonar tanto sobre la vida en el Espíritu, sino sobre todo ayudar a vivirla
desde la experiencia; y avanzar resueltamente, sin enumerar y describir etapas,
sin especular ni sistematizar.
UNA
CONFUSIÓN PROVIDENCIAL
El panorama social confuso
y desconcertante de muestra nuestra cultura, ofrece la posibilidad de ordenar
la enorme pero dispersa multitud de la masa cultural heredada, tratando de
ponerla en correlación con las preguntas y cuestionamientos actuales. Por esto,
la teología se concibe en forma empírica, no especulativa, y se enfoca como un
modo de proceder, destinado a favorecer la creatividad, la colaboración interdisciplinaria
y la madurez en la fe como decisión existencial.
Nuestro
enfoque, por tanto, es fundamentalmente un conjunto inteligible y articulado,
conformado por una clave y un instrumento útil para interpretar, no sólo la
propia realidad de la vida en el Espíritu, sino también, la de otros lugares
teológicos y la de algunos signos de los tiempos. Esto implica la construcción
de un modo de proceder abierto que aclara y coordina las inquietudes, al mismo
tiempo que refleja el estado y la altura histórica de nuestros problemas y
preocupaciones.
Esto
exige del teólogo un aprendizaje por experiencia y no sólo por cursos
académicos, que lo disponga interiormente a discernir y dejarse conducir a
través de las problemáticas existenciales personales y de otros, hacia lo que
constituye su identidad teológica propia, siempre en vías de recomposición.
Esta
tarea hace necesario comenzar por aclarar que en la clave y los medios del modo
de proceder, nos hallamos frente a una literatura "creadora" y
"original", de primera mano, de instrumentos para una actualización
del mensaje evangélico. Nos referimos a los Ejercicios
Espirituales de Ignacio de Loyola y en particular a sus pautas para
discernir. Pero con la salvedad que estas no tratan de devotas trivialidades
que no sugieren nada nuevo al teólogo, sino en cambio, de la posibilidad de
otro modo de proceder en teología.
Es
por esto que el modo no se limita a acumular vastos conocimientos sobre
cuestiones históricas, especulativas y teológicas, sino integrar hasta donde
alcanzan las fuerzas, pensamiento y experiencia, teología y vida, teoría y
práctica, a fin de arrojar alguna luz sobre la existencia humana, hoy
confundida. Esto hace necesario el ejercicio de la sabiduría de la vida en el
Espíritu, llamado discernimiento o diácrisis, clave del modo. Y por otra parte,
que el instrumento sea "radiográfico", o capaz de leer el nivel de
realidad más profundo de la persona humana. En otras palabras, capaz de revelar
"sobre la realidad misma algo sobre
lo que nosotros en absoluto no habíamos reflexionado, o no con el rigor
suficiente"[38],
como el que nos brinda dichas pautas. Es por esto que el rigor científico en el
modo de proceder, se cifra en la capacidad hermenéutica que estas poseen para
discernir lo que pasa en ese hondo nivel.
UN
MODO QUE HACE PENSABLE EL MENSAJE
La
clave y los medios del modo de proceder evitan ciertamente subjetividades,
porque fundamentalmente se basan en el criterio irrefutable de Jesucristo:
discernir por los efectos o frutos concretos en la vida. En el fondo esto
implica tener en cuenta el sentido de los pensamientos, es decir, adónde
conducen, cómo terminan o cómo dejan. Es así cómo el modo de proceder hace pensable
el mensaje cristiano con los que no lo comparten, abiertos a la esperanza del
hallazgo de "nuestra verdad", no de "mi verdad", gracias a
comenzar por enfocar las cosas desde el patrimonio común de nuestra condición
humana.
Es
cierto, por un lado, que este modo sacrifica la lógica y el equilibrio del
sistema especulativo en beneficio de la profundidad del enfoque diacrítico que
pasa a primer término. Y por otro lado, que el equilibrio lógico del modo de
proceder cede aquí el puesto a la profundidad vital del tema: profundidad
teórico-práctica, no guiada por un esquema lógico, como es el caso de la
teología sistemática[39],
sino provocada por una inquietud intelectual que descubre, en el abordaje
existencial e imprevisible de lugares teológicos, problemas pendientes,
resueltos a menudo a la ligera, o descuidados por ciertos autores.
En
esta armonización histórico-existencial de teoría y praxis, el modo de proceder
se articula como radiografía de la vida de fe, como historia de su realización
diaria, sin grandes cambios y transformaciones, sin especiales iluminaciones y
conversiones. En ella se ponen de manifiesto cómo puede deletrearse la historia
de la gente, la experiencia religiosa diaria y corriente, incluso la rutinaria
experiencia colectiva. Sólo se presuponen experiencias ordinarias que hacen a
la vida de fe. Es justamente por esto, que el modo es para todos una manera de
descifrar sus experiencias interiores, sin temor al contacto con la vida
cotidiana, aburrida, "normal", y al mismo tiempo en ese descifrar lo que
pasa, descubrir la acción de Dios vivo.
Es
por ello que este modo de proceder no es simple teología de profesores, ni se
identifica con la teología de oficio, y no se encierra en los esquemas de
expresión de un lenguaje científico exacto y reglamentado, sino profundamente
vivido. En otras palabras, en él la convicción vivida y la experiencia
aprendida de la fe no pueden fundamentarse suficientemente con argumentaciones
analíticas, sino en un instrumento que, como el brindado por Ignacio, refleja
la vida misma y no teoría alguna. El mismo puede parecer, por un lado, extemporáneo,
arcaico y regresivo a quienes, sin embargo, se sometieron tal vez largamente a
un concepto estandarizado de ciencia y dejaron domesticar sus pensamientos.
Por otro lado, es cierto
que el lenguaje del instrumento, como dice Rahner, "no puede menos de excitar el orgullo de la teología
(especulativa), impidiéndole ver lo que se oculta por parecerle que es cosa
archisabida o, cuando más, dándole pié para creer que sólo le toca dilucidar a
la luz de su propia sabiduría teológica los pasajes oscuros y las expresiones
un tanto desaliñadas"[40].
Nosotros sin embargo, reconocemos en este lo que revela y no renegamos del
mismo, sino que lo valoramos en su justa medida, por cuanto se integra
perfectamente como clarificador en la confusa situación presente gracias a una
profundidad y sabiduría existencial que no pasa.
Hoy, gracias al Concilio
Vaticano II, a la situación del mundo y de la Iglesia, la apertura a una
teología inspirada en Ignacio de Loyola, de virtualidades teológicas y medios
específicos hasta ahora escondidos, nos permite incursionar en ella por medio
de otro modo de proceder, no sólo apto sino oportuno. En efecto, la situación
actual de la sociedad y de la Iglesia es susceptible de abrirse, en la
tradición ignaciana, a virtualidades teológicas hasta ahora escondidas y
también a medios específicos para hacer teología[41]
UN TIEMPO DESAFIANTE
El tiempo actual desafía a
un modo teológico existencial y diacrítico de proceder hacia una teología desde
la experiencia de la vida en el Espíritu, por hallarnos en una cultura que no
sólo no habla más el lenguaje cristiano, sino que además lo hace en un mundo
que no habla más el lenguaje de su cultura[42].
Este mundo alterado urge al pensamiento teológico a que haga uso de una clave
clarificadora y creativa. Esta función, en el modo teológico existencial y
diacrítico de proceder, es cumplida por el discernimiento de espíritus que como
clave del modo, busca interpretar el presente mediante una lectura penetrante,
iluminadora y diacrítica de lo que pasa en el mundo interior o exterior, tal
como se refracta en las diversas voces de la cultura.
Es
“un modo” de proceder, no el único, pero ciertamente es "otro modo",
porque pone de relieve la experiencia del discernimiento y enfatiza una clave
faltante hoy para avanzar en un mundo confundido, como lamentó Juan Pablo II al
examinar el testimonio de la Iglesia en nuestro tiempo[43].
Y ciertamente que es teológico, porque es Dios revelándose por signos con ayuda
de sus medios. Es así cómo el Innombrable, el Ignoto, el Incomprensible, el
Indefinible, el Misterio se trasciende, se abre y se manifiesta. El modo es
posible como palabra creyente, razonable y verdadera, porque ha habido una
palabra de Dios al hombre en Cristo. Esta evita que el modo se ensimisme en
pormenores institucionales, ideológicos o teológicos, como si pudiera ser
comprendido como un asunto cerrado, lo que lo abocaría a perder su objeto
salvífico, y asimismo poder acceder a toda la realidad: al hombre, al mundo, a
Cristo, a la salvación, al destino del mundo, al sentido de la vida, etc.
Es
por esto que al modo de proceder se le pide que recuerde en un tiempo
desafiante el Origen, que señale la Patria, que inquiete el presente
denunciando a los ídolos y las caídas en negaciones de Dios sin esperanza, que
hable en cambio con humildad de criatura, tendiendo a él como peregrino, sin
seducciones de cumplimiento y de posesión, que se abra a la libertad sin
pruebas de fuerza, que no posea una piedad segura de sí misma para no separarse
de su Creador.
No
se le pide, por tanto, que diga todo o que explique todo: si lo hiciese, sería
otro producto de la ideología moderna, sino que esté dispuesto a ayudar a ver
la luz, a abrirse a las sorpresas, a veces "incómodas" de Dios, y a
la razón iluminada por la Gracia.
Es
así como se da otro conocimiento de Dios, por el dinamismo propio que el modo
de proceder crea en el sujeto cognoscente. Este ayuda a reconocer que el mundo
puede ser también portador de verdad, de sentido y de revelación para la
reflexión teológica, y por ello asume la delicada tarea de ser diacrítico.
El
mismo disloca ciertamente a mentalidades sistemáticas o estructuradas, que
tienden a controlar y encauzar los nuevos acontecimientos desde sus categorías
y desde su verdad poseída de una vez para siempre, sin admitir ningún cambio.
Sólo por el contrario, cuando la realidad compleja y dinámica de la vida entra
en el corazón, se hace posible captar el modo y se "lee" de otra
manera lo que pasa, se perciben nuevos aspectos del acontecer, y su discurso
impulsa la creación de nuevos odres para el vino nuevo.
Es
evidente, de acuerdo a lo dicho, que nos interesa más averiguar lo que pasa
existencialmente y elaborar un modo de proceder, que delimitar una doctrina o
sistema. Tratamos de superar así tópicos abstractos y de lograr en cambio una
fenomenología de la fe o una teología fenomenológica. Para esto es necesario
acceder al conocimiento existencial hasta lo radiográfico, como el que nos
brinda su instrumento. Este hace que el modo sea un renovado acceso cognoscitivo
a lo divino y lo humano e implique un nuevo estilo de proceder, un legítimo
acceso a lo trascendente y a la vida de la fe, a lo de suyo indemostrable, pero
"que se muestra en lo que se muestra", al decir de J. L. Marion.
Este
modo facilita una experiencia de apertura al propio mundo interior y de otros,
más aun, posibilita atestiguar la proximidad orientadora del misterio inefable
que llamamos Dios mediante el ejercicio de la sabiduría, cuya preocupación
mayor es encaminar la vida, no transmitir "ideas". Para Ghislain
Lafont es un modo fundamental del discurso teológico[44]. "Plato fuerte" de la teología
inspirada en Ignacio de Loyola y no "postre existencial afectivo".
Mediante el mismo se descubre la relación y manifestación permanente de Cristo
en cuanto hombre-en-la-eternidad, con el "yo-en-relación" que es el
ser humano, aspecto teológico-fenomenológico central en este modo de proceder[45].
Es por ello que coincidimos
en el fondo con G. Routhier, en el sentido de que el modo de proceder es "un discurso que se relaciona con Dios
y con su obrar salvífico en la historia"[46],
es decir, con su acción. El asunto es, por tanto, cómo en este tiempo
desafiante descubrir ese obrar[47],
revelador del sentido de la vida y los valores plenamente valorados,
reconocidos y queridos como tales. No responder a esto sería fallar la teología
a su propia misión, por cuanto entendemos que está llamada a cultivar una
dimensión práctica, orientadora y profunda de la vida en el Espíritu, la que
hallamos mancomunada en el instrumento del modo de proceder. Este no fue
atendido en el pasado como objeto de la teología por un predominio de lo
especulativo o "científico", más "seguro" que la libertad
de buscar la verdad de manera madura mediante la diácrisis, donde sea que ella
esté.
En
este modo, en cambio, el objeto diacrítico se despliega como tal, no sólo en lo
que se relaciona con Dios y su obrar, sino también con todo lo que ayuda a
unificar la existencia humana en su nivel más profundo, cualquiera sea el
contexto cultural o religioso. En otras palabras, el modo de proceder está más
preocupado por las múltiples facetas elementales de cada itinerario humano,
susceptibles de llegar a ser signos de la acción de una Presencia para aquel
que busca a Dios en todas las cosas, que por una especificidad evangélica a
guardar pura.
Esto
es hacer potable la teología y no añadirle al hombre una superestructura que lo
agobie y la haga incomprensible, quitándole incluso a veces, la alegría del
tesoro hallado en Cristo. Esa que junto con la experiencia, no abundan hoy en
el Pueblo de Dios. Se trata inclusive, de pensar con los no creyentes, a partir
de la experiencia humana que trata de superarse, o con los que peregrinan hacia
la verdad. No una teología, por tanto, sin los otros, sino mostrar que hoy es
posible pensar la salvación universal por la sangre de Cristo sin convertirla
en una verdad totalizadora, ni sectaria, sino misionera, es decir, enviada a
los demás. En efecto, el cristianismo es universal más por ser enviado a todos
los pueblos, que por reunir en sí a todos los hombres. Es vocación a la
dispersión, no a la posesión, ni al dominio. Su buena nueva es un estilo de
vida, motivo por el que el Nazareno no escribió nada. Este estilo interroga hoy
al teólogo sobre su identidad, sobre qué es la teología, cuál es su finalidad, a quién va dirigida, y
cuál es el modo más conducente de proceder para transmitir hoy el mensaje.
El
presente modo incita ciertamente a salir de ciertos enclaves, a conectarse con
otros lenguajes y otros modos de saber, con otras cuestiones que las que se
hallan en su propio terreno. El medio para conectarse es su clave y su
instrumento, que escapan de la confusión reinante y de la incoherencia entre el
decir y el hacer mediante la función diacrítica de la primera, y hermenéutica
del segundo.
Esto
es posible en medio del desafío que es desentrañar hoy los conflictos
suscitados por el encuentro con otros lenguajes y conocimientos, y en orden a
una forma de reconocimiento de la existencia, en uno mismo y en otros, ya sea
del Totalmente Otro o la del adversario común a todos los hombres, aunque tal
vez con una presencia menos "religiosa" por exigir una aceptación
realista de la total verdad existencial, lejos de todo pietismo.
De
no ser así, "la tradición está
muerta si permanece intacta, si una invención no la compromete devolviéndole la
vida, si ella no es cambiada por un acto que la recree… Todo lo que inyecta en
una tradición el aguijón de un tiempo nuevo es también la que la salva de la
inercia"[48],
en concreto de aquella inercia socio-religiosa en la que venía navegando el
Pueblo de Dios antes del Concilio y de la que fuimos salvados por el
desacostumbrado y fuerte soplo vivificante del Espíritu, frente al que estamos
todavía en deuda, después de un primer entusiasmo. En este sentido, nuestro
modo teológico de proceder desea, en alguna manera, revitalizar el hacer
teológico, al comprometer el discernimiento como objeto de la teología y como
"aguijón" inspirador para otro modo de realizarla.
EPÍLOGO
La
provocación de lo cristiano, de la que hablan Walter Kasper y J. P. Jossua, se
da cuando Dios, que es libre de la temporalidad, puede obrar en el hombre,
siempre que éste se halle disponible o interiormente libre para colaborar con
su acción, y sea él mismo "una pista
de ensayo del Espíritu Santo", como dice Theilard de Chardin. Esto fue
lo que encontró Dios en Ignacio de Loyola, y el resultado fue un teólogo de
otro estilo - curiosamente no barroco, si bien fue contemporáneo al mismo – e
inspirador, más de cuatrocientos cincuenta años después, de un modo teológico
de proceder orientado hacia el futuro, hacia una teología desde la experiencia
de la acción de Dios en la vida cotidiana.
[1] Agradecimientos
a: T. Alvarez ocd, L. Bakker sj, J. Bermejo cmf, R. Braun, J. Corella sj, M. A.
Fiorito sj, P. Gervais sj, D. Gil Zorrilla sj, P. Goujon sj, P. Hart ocso, J.
Melloni sj, J. Moingt sj, H. Muñoz
Larreta, J. Rademacher sj, S. Robert, M. Ruiz Jurado sj, J. C. Scannone sj, N.
Tanner sj, C. Theobald sj, G. Tracey y A. Vermeylen.
[2] B. Forte, ¿Dónde va el cristianismo?, Libros Palabra, Madrid, 2001, 29.
[3] El mismo año de
la Sesión Pluridisciplinar sobre “La
experiencia espiritual, lugar filosófico y teológico” realizada en el
Centro Sèvres de Paris.
[4] M. de Certeau - Jean Marie Domenach, El estallido del cristianismo, Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1976, 32.
[5] Editado en nueve cintas grabadas por
el Centro Internazionale di Pastorale della Preghiera, Roma, 1989.
[6] W. Johnston, El ojo interior del amor. Misticismo
y religión. Ediciones Paulinas, 1984, 191.
[7] M. Ruiz Jurado sj, El discernimiento espiritual. Teología. Historia. Práctica. BAC,
Madrid, 1994, XIII.
[8] M. Ruiz Jurado sj, o. c., XIII.
[9] Sintéticamente tratado por M. Herraiz
García en Introducción al Libro de la
Vida de santa Teresa, Centro de Espiritualidad santa Teresa, Desierto de
las Palmas, Castellón, 1982. Entrevistado personalmente en el Centro Teresiano- Sanjuanista de Ávila
en 1992.
[10] K. Rahner, Escritos de Teología, tomo VII, Taurus, Madrid, 1969, 552.
[11] Autor de Discernimiento según san Ignacio, Centrum Ignatianum
Spiritualitatis, Roma, 1983.
[12] Diez llamados jalonan su vida.
[13] Cf. Gaudium et Spes, 43.
[14] Les Éditions du Cerf, colección Théologie et sciences
religieuses. Cogitatio Fidei, dirigida por Claude Geffré, Paris, 1997.
[15] Número 178,
julio-agosto 1999, Boletín de
Espiritualidad, Centro de Espiritualidad de la Compañía de Jesús,
Argentina,
[16] J. L. Llaquet, Recensión sobre G.
Randle, La lucha espiritual en John Henry
Newman, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2000, en Vida sobrenatural, Marzo-Abril 2002, 158.
[17] Donde todavía
recordaban la presencia del jesuita argentino Hugo M. de Achával sj, estudioso
de Newman y autor de Conferencias sobre
la justificación, citadas por Charles Stephen Dessain en su libro Vida y pensamiento del cardenal Newman.
[18] G. Randle, “Por una teología más espiritual y una espiritualidad más teológica”,
Boletín de Espiritualidad, 172, julio-agosto 1998, 1-19.
[19] En Orientaciones
universitarias, Pontificia Universidad Javeriana, 31, Octubre 2001, 47-54.
[20] J.
Rademacher, NRTh, enero-amrzo 2007.
[22]
Editions Buchet/Chastel, Paris ,
1992.
[23] N.
Berdiaev, Autobiographie spirituelle, Editions
Buchet/Chastel, Paris, 1992, 239.
[24] H. U. von Balthasar, Retour au centre, Paris, Descée de
Brouwer, 1998
[27] B. Forte, “En el umbral del tercer milenio”, Criterio, año LXXX, n° 2333,
diciembre 2007, 681-690.
[28] Dictado como curso en el Centro de Espiritualidad Ignaciana de
Argentina (CEIA), Buenos Aires.
[29] J. C. Scannone, “A modo de presentación”, en G. Randle, Dar razón de Dios. San Benito, Buenos Aires, 2009, 9-11.
[30] Juan Pablo II, Mientras se aproxima el tercer milenio, n° 36. La frase es clave,
no sólo para entender la Carta, sino también fuerte de contenido, por cuanto
carencia de discernimiento es, en lenguaje paulino, falta de madurez (1 Cor
14,20).
[31] K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia, Barcelona, Herder, 1963, 95.
[32] I, Iparraguirre, Prólogo a L.
González, “El primer tiempo de elección
según san Ignacio”, Studium, Madrid-Buenos Aires, 1956, 5-6 y 12.
[33] M. A. Fiorito, “Apuntes para una teología del discernimiento de espíritus”, Separata
de “Ciencia y Fe”, XIX, 1963,1.
[34]
Cf. K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia, Barcelona,
Herder, 1963. M .
A. Fiorito, "Apuntes para una
teología del discernimiento de espíritus", Separata de Ciencia y Fe,
XIX, 1963, 401ss.
[35] C.
Geffré, "Le non-lieu de la théologie
chez Michel de Certeau", en Michel
de Certeau ou la différence chrétienne, Actes du colloque "Michel de
Certeau et le christianisme" édités par Claude Geffré.Les Éditions du
Cerf, Paris, 1991, 170.
[36] K. Rahner, Escritos de teología, Tomo I, Taurus Ediciones - Madrid, 1961, 16.
[37] Cf. J. C. Scanonne, "A modo de presentación", en
G. Randle, Dar razón de Dios. San
Benito, Buenos Aires, 2009, 9-11.
[38] K. Rahner, o. c., 20.
[39] "Para
los teólogos sistemáticos, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y Juan de la
Cruz, fueron seres extravagantes que, además, resultaban un tanto
peligrosos". H. Küng, La
encarnación de Dios, Edit. Herder, 1974, 16.
[40] K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia, Herder, Barcelona, 1963, 97.
[41] Cf. C.
Theobald, Le christianisme comme style.
Une manière de faire de la théologie en postmodernité. Les Éditions du
Cerf, Paris, 2008, 434.
[42] Por esto es: "Un tema… hoy… de gran actualidad…: la cuestión del mismo estatus
de la teología actual". J. Ratzinger, en la clausura de la sesión
anual de la Comisión Teológica Internacional sobre el estudio de la cuestión
metodológica en la teología actual (2 de diciembre de 2011).
[43] Juan Pablo II, Carta sobre el tercer
milenio, n.36.
[44] G.
Lafont, La sagesse et la prophétie.
Modèles théologiques. Cerf, Paris, 1999, 12.
[45] Cf. K. Rahner, Escritos de teología I, 208-209.
[46] G.
Routhier en AA.VV., Le devenir de la
théologie catholique mondial depuis Vatican II, 1965-1999. Bajo la dirección de Joseph Doré.
Beauchesne. Paris. 2000.
[47] Detectar en electrónica es extraer de
la onda modulada la señal transmitida. En teología es discernir en la
alternancia de “confortación-desolación” las señales del Hacedor, una relación
permanente con el hombre.
[48] Michel de
Certeau, La faiblesse de croire,
Paris, Le Seuil, coll. "Esprit", 1988, 69. Traducido al castellano
por Katz Editores : Michel de Certeau, La
debilidad de creer, Buenos Aires, 2006.